El presidente del Gobierno quiere reinventarse, pero le falta músculo parlamentario. Su ‘agenda de cambio’ nace muerta para el BOE y viva para una campaña electoral
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El miércoles pasado en el Congreso y ayer en el Senado, Pedro Sánchez trató de reinventarse después del patinazo andaluz y en vísperas del 'stress test' del 21-D. Sin éxito. La pinza entre la derecha furiosa y el separatismo impaciente le marca el camino de las urnas y él asume el comienzo de la cuenta atrás.
Los respectivos pretextos, Brexit la semana pasada y problema migratorio ayer, quedaron ampliamente desbordados por el selfi electoral del Gobierno. Con recuento de logros tras una moción de censura “necesaria y transformadora”: sanidad universal, empleo juvenil, dependientes, pensiones. Y nutritivos anuncios sobre las cosas de comer, como la subida del SMI en un 22% y el sueldo de los funcionarios en un 2,25 %, las dos estrellas del Consejo de Ministros del viernes en Barcelona.
Son las primeras entregas del manual de campaña de Sánchez. Una temeraria forma de prolongar el examen de su credibilidad, tan castigada por los vaivenes, rectificaciones, descoordinación y palos de ciego. Le faltan músculo parlamentario y acompañamiento público para reinventarse con éxito. Su ‘agenda de cambio’ nace muerta para el BOE pero viva para una venidera campaña electoral.
La vocación social proyectada por Sánchez en el borrador de PGE se perdió en la polvareda de sus cruces con los portavoces del independentismo catalán en ambas Cámaras. Erre que erre, tanto Tardà y Campuzano en el Congreso, como Cortés y Cleries en el Senado, no dieron tregua. Sin autodeterminación no hay paraíso. Y si algo pasa el 21-D, “será culpa de Sánchez y del Estado represor” (Mireia Cortés, de ERC).
Tampoco Sánchez recula en su posición, nunca tan claramente expuesta como el miércoles en el Congreso. La reiteró ayer: convivencia y no independencia, autogobierno y no autodeterminación, todo dentro y nada fuera de la ley, diálogo y no unilateralidad, Estatut y no república. Con dardo preciso al independentismo donde más le duele: “Cataluña tiene que hablar con Cataluña”. Al escucharlo ayer en boca del presidente del Gobierno, me vino a la memoria lo que unos días antes le había oído decir a Joan Tardà (ERC) en la distancia corta: “Si Cataluña se ulsteriza, estamos perdidos”.
Algo así puede salir del ambiente recalentado ante la jornada del viernes, sobre el que se proyectan dos sombras negras. Una, la ANC, otrora liderada por Jordi Sànchez, convoca manifestación en respuesta a lo que describe en su cuenta de Twitter como “una visita del Estado opresor a la colonia”. Otra, los planes violentos de los CDR ('escamots' de Puigdemont y Torra), que crean alarma y ponen a prueba la firmeza del Gobierno, haya o no haya cita con el presidente de la Generalitat.
Serenidad pero contundencia, en la prevista respuesta del Estado, aun a riesgo de perder el favor de los votos nacionalistas a los PGE. Si eso ocurre porque Moncloa no pasa por el aro del separatismo, el PSOE lo usará como disolvente de las graves acusaciones que recibe del PP y de Ciudadanos. Y como relato electoral, con apelaciones a lo que los catalanes se pierden por culpa de la ensoñación nacionalista.
Así es como Sánchez descubrió las ventajas de seguir con la tramitación de los PGE. Tanto si los nacionalistas los rechazan como si los aprueban, el proyecto se ha convertido en el mejor discurso electoral del Gobierno: aquí están las pruebas de nuestra justa apuesta por el Estado del bienestar, pero los partidos de la derecha y los nacionalistas catalanes han puesto ante nosotros una barrera insalvable.
Son las cuentas de Moncloa. Pero la realidad, cada vez más líquida, más imprevisible, es una caja de sorpresas. Y, como otras veces, Sánchez puede acabar declamando como Carilda Oliver: “Me desordenas, amor, me desordenas”.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
Los respectivos pretextos, Brexit la semana pasada y problema migratorio ayer, quedaron ampliamente desbordados por el selfi electoral del Gobierno. Con recuento de logros tras una moción de censura “necesaria y transformadora”: sanidad universal, empleo juvenil, dependientes, pensiones. Y nutritivos anuncios sobre las cosas de comer, como la subida del SMI en un 22% y el sueldo de los funcionarios en un 2,25 %, las dos estrellas del Consejo de Ministros del viernes en Barcelona.
Son las primeras entregas del manual de campaña de Sánchez. Una temeraria forma de prolongar el examen de su credibilidad, tan castigada por los vaivenes, rectificaciones, descoordinación y palos de ciego. Le faltan músculo parlamentario y acompañamiento público para reinventarse con éxito. Su ‘agenda de cambio’ nace muerta para el BOE pero viva para una venidera campaña electoral.
La
vocación social proyectada por Sánchez en el borrador de PGE se perdió
en la polvareda de sus cruces con los portavoces del independentismo
La vocación social proyectada por Sánchez en el borrador de PGE se perdió en la polvareda de sus cruces con los portavoces del independentismo catalán en ambas Cámaras. Erre que erre, tanto Tardà y Campuzano en el Congreso, como Cortés y Cleries en el Senado, no dieron tregua. Sin autodeterminación no hay paraíso. Y si algo pasa el 21-D, “será culpa de Sánchez y del Estado represor” (Mireia Cortés, de ERC).
Tampoco Sánchez recula en su posición, nunca tan claramente expuesta como el miércoles en el Congreso. La reiteró ayer: convivencia y no independencia, autogobierno y no autodeterminación, todo dentro y nada fuera de la ley, diálogo y no unilateralidad, Estatut y no república. Con dardo preciso al independentismo donde más le duele: “Cataluña tiene que hablar con Cataluña”. Al escucharlo ayer en boca del presidente del Gobierno, me vino a la memoria lo que unos días antes le había oído decir a Joan Tardà (ERC) en la distancia corta: “Si Cataluña se ulsteriza, estamos perdidos”.
Algo así puede salir del ambiente recalentado ante la jornada del viernes, sobre el que se proyectan dos sombras negras. Una, la ANC, otrora liderada por Jordi Sànchez, convoca manifestación en respuesta a lo que describe en su cuenta de Twitter como “una visita del Estado opresor a la colonia”. Otra, los planes violentos de los CDR ('escamots' de Puigdemont y Torra), que crean alarma y ponen a prueba la firmeza del Gobierno, haya o no haya cita con el presidente de la Generalitat.
"Si Cataluña se
ulsteriza, estamos perdidos", oigo decir en distancia corta a Joan
Tardà, portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados
Serenidad pero contundencia, en la prevista respuesta del Estado, aun a riesgo de perder el favor de los votos nacionalistas a los PGE. Si eso ocurre porque Moncloa no pasa por el aro del separatismo, el PSOE lo usará como disolvente de las graves acusaciones que recibe del PP y de Ciudadanos. Y como relato electoral, con apelaciones a lo que los catalanes se pierden por culpa de la ensoñación nacionalista.
Así es como Sánchez descubrió las ventajas de seguir con la tramitación de los PGE. Tanto si los nacionalistas los rechazan como si los aprueban, el proyecto se ha convertido en el mejor discurso electoral del Gobierno: aquí están las pruebas de nuestra justa apuesta por el Estado del bienestar, pero los partidos de la derecha y los nacionalistas catalanes han puesto ante nosotros una barrera insalvable.
Son las cuentas de Moncloa. Pero la realidad, cada vez más líquida, más imprevisible, es una caja de sorpresas. Y, como otras veces, Sánchez puede acabar declamando como Carilda Oliver: “Me desordenas, amor, me desordenas”.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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