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lunes, 31 de diciembre de 2018

POLÍTICA, EMIGRACIÓN Y PAZ




El Vaticano ha dado a conocer el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por la Paz, que, como todos los años, se celebraré el próximo 1 de enero. 

En esta ocasión, el Santo Padre ha querido fijarse en la relación entre la política y la paz. Dentro del mensaje hay algunas frases que son especialmente significativas:

- “La búsqueda del poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia”

- “La política puede convertirse en una forma eminente de caridad”

- “El político debe practicar las virtudes humanas de la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad”

- “La buena política está al servicio de la paz, respeta y promueve los derechos fundamentales”

El Papa también señala los vicios de la política. Entre otros: la corrupción, la negación del derecho, la justificación del poder mediante la fuerza, la tendencia a perpetuarse, la xenofobia, el racismo, el rechazo al cuidado de la tierra, el desprecio a los exiliados.

Recordando el centenario del fin de la I Guerra Mundial, rechaza la guerra y la estrategia del miedo. En ese contexto está la frase, quizá, más dura del documento: “No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilidad a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza”.

Por último, recuerda los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, citando a San Juan XXIII: “Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones”.

Desde mi punto de vista, se trata de un gran discurso, tanto por el tema elegido como por el desarrollo del mismo. He leído que algunos han visto en la frase sobre los emigrantes un ataque a Trump, a Salvini y, en general a los políticos que se están oponiendo a la entrada masiva de emigrantes en sus países. 


Aunque a algunos les pueda parecer así, yo no creo que el Santo Padre está a favor de un mundo sin barreras y sin fronteras, donde se pueda pasar de un país a otro a voluntad. Varias veces el Vaticano ha recordado que los países tienen en derecho e incluso el deber de controlar la emigración, de forma que se haga por cauces legales; a la vez, han pedido a los emigrantes que asuman la cultura del país que les acoge, aunque sin perder su propia idiosincrasia. 

En Europa, por ejemplo, no cabe África entera, ni podemos acoger a todos los musulmanes del mundo que quieran venir sin asegurarnos de que respetan las normas de convivencia que son esenciales en nuestro continente. El Papa tiene razón al pedir que no se culpabilice a los emigrantes de todos los males, pero no creo que con ello pretenda dar respaldo a la inmigración ilegal e incluso a la irrupción violenta en un país forzando las fronteras.

Lo que he echado en falta en el documento es alguna alusión a las causas de la emigración. Varios episcopados africanos, por ejemplo, han pedido a Occidente ayuda para que sus jóvenes no se marchen del país, atraídos por un espejismo que les puede destruir. 


No sólo hay que plantearse qué tiene que hacer Estados Unidos o qué tiene que hacer Europa con los que llaman, a veces violentamente, a sus puertas. Hay que preguntarse, y tomar las decisiones políticas pertinente, por qué Venezuela puede perder a un tercio de sus habitantes, o por qué huyen a millares de Centroamérica o de África. 

Es injusto pintar a los europeos o a los norteamericanos como los malos que se niegan a admitir a los pobres emigrantes de Latinoamérica o de África, mientras no se dice ni una palabra sobre los causantes de esos éxodos masivos y forzados. Al final va a resultar que el malo es el que quiere controlar quién entra en su casa, en lugar de aquel que echa la gente de su propia casa para que busque otro sitio dónde vivir. 

La solución de los problemas no vendrá con la apertura indiscriminada de fronteras en Europa o en Estados Unidos, sino por la sanación de las causas que llevan a esas multitudes a querer dejar sus países o a verse forzadas al exilio. Mientras esto no se reconozca y se actúe en consecuencia, no sólo se estará actuando con demagogia, sino que, en el fondo, se estará dando oxígeno a esos partidos políticos radicales, a los que por otro lado se condena, y que están en auge precisamente en aquellos países donde crece entre la población el hartazgo ante una emigración descontrolada.

Hace falta una política caritativa de la emigración, pero sin olvidar que la justicia es el primer requisito de la caridad.



                                                  SANTIAGO MARTÍN  Vía Católicos ON LINE

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