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martes, 18 de diciembre de 2018

UNA GUERRA ANTIGUA QUE AÚN NOS CONDICIONA

La Guerra de los Treinta Años y los Tratados de Westfalia significaron la primera fase de la globalización en Europa

La catedrática Cristina Borreguero


Cristina Borreguero, catedrática de Historia Moderna en la Universidad de Burgos, acaba de publicar un libro titulado “La Guerra de los Treinta Años. 1618-1648. Europa ante el abismo.” La profesora Borreguero me hizo el honor de invitarme a presentar su libro, junto con Luis Ribot, antiguo catedrático de la misma especialidad en la Universidad de Valladolid, amigo y compañero del departamento universitario que dirigía nuestro común maestro de historiadores, Luis Miguel Enciso, fallecido hace pocos días. Presidió el acto de presentación el profesor René Payo, un historiador del Arte, que, junto con Cristina Borreguero, forma parte  de una generación de profesores universitarios que, aunque con medios materiales escasos y sufriendo el cambiante marco legal universitario, logran con su competencia y dedicación que su tarea como profesores tenga la necesaria dimensión cosmopolita y renovadora que la Universidad debe poseer en esta época de transformación de los saberes y de las profesiones.

España primero y luego el Reino Unido ocuparon durante siglos el lugar central de aquella globalización
Esta secuencia diferente de un final ideológico o territorial en dos épocas de la Historia de Europa, creo que significa varias cosas. En primer lugar, la enorme distancia cultural y moral que existe entre las sociedades del siglo diecisiete y las del presente, cuatrocientos años después. Intenté describirlo con los sentimientos que produce la música: cuando se escucha hoy a Antonio Cabezón (1510-1566), o a Bach (1685-1750), su música nos acerca a la santidad religiosa (¡prueben escuchando “Ebarme dich”, mein Gott”, de la Pasión según San Mateo de Bach!), mientras nos sentimos paganos escuchando la Novena de Beethoven (1770-1827). La misma distancia que se da con un mundo en perpetua guerra en el siglo diecisiete, y el nuestro en paz: desde que en 1945 los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial suprimieron el Derecho que tenían los Estados a declarar la guerra (Derecho que había sido reconocido a los Estados precisamente en los Tratados de Westfalia de 1648, los que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años), con la consecuencia de que este periodo de paz es el primero de una Historia que ensangrentó Europa occidental durante siglos y siglos, sin tregua y cada vez peor.

En segundo lugar, la Guerra de los Treinta Años y los Tratados de Westfalia significan, desde mi punto de vista, una fase de la Historia de la globalización en Europa. España ha estado en el núcleo de la globalización, desde que ésta se puso en marcha cuando Juan Sebastián Elcano dio la primera vuelta al Globo terráqueo. Elcano recibió el emblema que lo reconocía del emperador Carlos V, y esto es mucho más que una simple anécdota: con Carlos V, la Monarquía hispánica se sitúa como el eje central del sistema global o internacional de aquella época.

La Guerra de los Treinta Años, desde esa perspectiva -y eso se puede deducir del libro de Cristina Borreguero-, se constituye en la fase final del asalto a la función global de España desde otros países europeos, que intentaron ocupar su puesto como eje del orden económico e internacional de aquel tiempo. En Westfalia, y también en la paz con Francia (Tratado de los Pirineos, 1659), la monarquía de Francia creyó ocupar el puesto de España. Aunque Luis XIV hizo todo lo posible para ello, Francia careció de una doctrina cosmopolita compartida, y no fue capaz de superar su mercantilismo característico. Fue Inglaterra, en el tratado de Utrecht (1713), la que ocuparía finalmente el lugar que dejó España vacante (con libre comercio y “the Balance of Power”). Inglaterra, después el Reino Unido, mantuvo durante dos siglos ese puesto central; una vez más Francia, con Napoleón, intentó arrebatárselo, sin éxito. Gran Bretaña lo perdió por defectos propios, unos años antes de la Primera Guerra Mundial. Ningún Estado fue capaz de ocupar ese puesto que España y Gran Bretaña habían ostentado durante siglos, hasta que los Estados Unidos, con los presidentes Roosevelt y Truman, en 1941-1947, ejercieron su función de eje del Orden Internacional. Hasta hoy, pues con Trump hemos regresado a otra época sin que nadie ocupe el lugar central de la globalización. ¿Nos condicionará aquella antigua guerra?   


                                                                             JUAN JOSÉ LABORDA   Vía VOZ PÓPULI     

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