La
rasgadura de vestiduras que han supuesto los resultados de las
elecciones andaluzas son para esculpirlas en piedra a modo de los
miliarios romanos y colocarlos en las entradas de las aldeas, villas,
pueblos y ciudades de nuestra Andalucía, para que los visitantes
presentes y futuros se empapen que hubo un momento en el que pueblo
despertó de su larga siesta clientelar, afirmó basta ya y decidió
entregar sus destinos a otros sumidos largos años en la oscura y cómoda
oposición parlamentaria, o en el desierto árido del suelo
extraparlamentario.
Ante
la irrupción de los nuevos en el viejo hospital de las Cinco Yagas
sevillano, toda España, y sus terminales mediáticas, se han rasgado las
vestiduras al modo de los antiguos profetas bíblicos cuando llegaba el
momento de llorar sus pecados y se vestían de sayal echando cenizas
sobre sus cabezas. Todo era puro teatro para que los viera la gente.
Cuando
Jesús de Nazaret comenzó su predicación muy libremente los retrató del
siguiente modo, en el evangelio de San Mateo 23,23-26, diciendo: “¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la
menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la
Ley: la justicia, la misericordia y la fe!
Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías
ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! hipócritas, que
purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están
llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por
dentro la copa, para que también por fuera quede pura!”.
El
pueblo, la gente, el personal, el individuo, no tenemos un pelo de
tontos, sabemos tomar nota, pues, aún, disponemos de memoria,
inteligencia y voluntad, que son las tres potencias del alma humana, con
la que venimos a este mundo, valle de lágrimas y de cantos de victoria
camino de la Casa del Padre. En este viaje por la tierra no estamos
solos.
Contamos
con la presencia, los católicos bautizados en la Iglesia, con la
asistencia constante del Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima
Trinidad, que lo recibimos a lo largo de nuestra biografía sacramental
desde el Bautismo en adelante. Cuando rogamos al Espíritu del Señor que
nos ilumine a la hora de emitir nuestro voto electoral en una urna, no
nos dejamos llevar ni por filias ni fobias, ni por estirpes ni
militancias, ni por subsidios ni sopas bobas, ni por recomendaciones ni
cogotazos de gañote. Vamos gozosos y alegres.
Lo
hacemos con la plena libertad de los hijos de Dios, conocedores que
buscamos siempre el bien común de la agrupación humana en la que
vivimos: la familia, el trabajo si se tiene, la vecindad, la región y la
nación española donde hemos nacido y deseamos descansar cuando el Señor
nos llame al termino de nuestro ciclo vital.
Por
esto, producimos rasgaduras de vestiduras farisaicas en quienes nos
toman por tontos, lelos, chalados, o marionetas que pueden vestirse de
lo que sea y se callan, y se osa llevar y traer desde los hilos sin
rechistar. No e infinitas veces no. Los
católicos cuando votamos lo hacemos con memoria, inteligencia y
voluntad. Otros se equivocan si nos toman por lerdos.
Artículo publicado en el Diario Ideal, edición de Jaén
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