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sábado, 29 de diciembre de 2018

BALANCE NEGRO DEL PRIMER AÑO DE SANCHISMO


/BERNARDO DÍAZ /EL MUNDO


Quizá solo una inocentada hubiera justificado la irrupción de la autocrítica en el tradicional balance del año que realizó Pedro Sánchez ayer. Por el contrario, el presidente del Gobierno ofreció un discurso triunfalista y autocomplaciente en el que los únicos reproches estuvieron dirigidos a la oposición, que acaba de arrebatar el poder al PSOE en Andalucía tras casi cuatro décadas de régimen ininterrumpido. La sensibilidad selectiva de Sánchez le lleva adoptar una solemne actitud de vigilancia implacable frente al "extremismo" de la coalición de cambio andaluza, pero juzga legítima su forma de acceder y sostenerse en el poder gracias al apoyo de partidos que han protagonizado un golpe a la Constitución. Afirma el presidente que no es lo mismo pactar para una moción de censura que para una investidura; un distingo ridículo, por cuanto el efecto principal de ambos procesos es el nombramiento de un presidente.

Un desahogado cinismo le permite asimismo ofrecerse como ejemplo de "estabilidad y moderación", cuando ha batido todas las marcas de unilateralidad por número de decretazos en tan solo siete meses y cuando ni es capaz de garantizar la convalidación de todos ellos por el empeño en traicionar su promesa de elecciones y gobernar con 84 diputados. Razón de que todavía no haya ofrecido a los españoles unos Presupuestos propios que traduzcan su programa, sino mayormente anuncios, promesas de gasto y globos sonda que acaban siendo rectificados por la realidad, cuando no por Bruselas. Su propuesta estrella de subir el salario mínimo -sale adelante porque el coste recae en el empresario y no en el Estado- causará la destrucción de 100.000 empleos según el Banco de España. Por no hablar de medidas simbólicas como la exhumación de Franco, encallada entre el sectarismo y la chapuza. Más que gobernar, este Gobierno lo que hace es resistir. Hasta 2020 si pudiera.

Aunque prefiera olvidarlo, Sánchez viene de conceder una cumbre bilateral a Quim Torra con quien pactó un comunicado infame que valida las tesis secesionistas omitiendo la referencia a la Constitución, y ocultó luego a la opinión pública el catálogo de Torra con exigencias insultantes para la democracia española a cambio de continuar con el cacareado diálogo. Por eso no es una inocentada pero lo parece la afirmación de que la moción de censura «fue un revulsivo regenerador para nuestra democracia». Una cosa es reconocer que Mariano Rajoy cavó su tumba negándose a asumir responsabilidades por la corrupción del PP y otra concederle a Sánchez alguna eficacia regeneradora por el hecho de no ser Rajoy. Gobernar con los enemigos de la Constitución no regenera nada en absoluto: solo sirve de hecho para cronificar la crisis del Estado y acelerar el deterioro de las instituciones de todos los españoles. Preguntado por la baja del PSOE de José María Múgica a causa del abyecta foto de Idoia Mendia con Otegi, Sánchez replicó: "No veo nada polémico".

La oposición no perdió la oportunidad de refutar la euforia gubernamental. El PP tilda de "catastróficos" los meses transcurridos desde la moción y Cs recuerda que nada de lo que está pasando responde a una elección de los españoles, por lo que reclama las urnas cuanto antes. Pero hace tiempo que Sánchez no opera por criterios de país, si alguna vez lo hizo; el nuevo año le encontrará encastillado en La Moncloa, dispuesto a terminarlo allí como sea antes que someterse al juicio de los votantes.


                                                                                         EDITORIAL de EL MUNDO

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