Militantes y simpatizantes de Vox celebran los resultados en las elecciones andaluzas
EFE
El Estado autonómico fue concebido por los padres de la
Constitución como un proceso de descentralización, de reparto más
equilibrado del poder y de involucración de todos los territorios de
España en el nuevo proceso democratizador iniciado en 1978. Fue una
buena idea, pero su maduración ha puesto de manifiesto algunos problemas
de no poca envergadura que tienen su origen en la propia concepción del
modelo, siendo el principal de todos el provocado por el reparto
desigual de los poderes delegados a las regiones por parte del Estado.
El paso del tiempo ha demostrado que la existencia, en
términos competenciales, de comunidades de primera y de segunda, lejos
de servir para sosegar al supremacismo nacionalista
lo ha exacerbado. Más aún: en estos 40 años, en muchos casos el
nacionalismo ha utilizado los instrumentos legales cedidos por el Estado
de forma desleal, anteponiendo a cualquier otro objetivo el del control
absoluto del poder.
De este modo, han sido las
comunidades llamadas “históricas” las que han protagonizado las mayores
tensiones políticas y sociales, dañando de un modo irreparable la
convivencia mientras extorsionaban a los sucesivos gobiernos nacionales.
Ha sido en esas comunidades donde, salvo períodos excepcionales, se ha
producido el mayor deterioro de la calidad de la democracia;
donde una de las prácticas más saludables en un sistema de libertades,
la alternancia en el poder, se ha convertido en una rareza
extraordinaria.
Andalucía ha sido uno de los ejemplos más flagrantes de cómo el clientelismo ha contaminado la democracia hasta hacerla irreconocible
Hoy, cuatro décadas después, aquel experimento que
parecía buena idea hace aguas por todas partes. Y no tanto porque el
argumento de que la gestión de determinadas competencias requiere de la
máxima cercanía al ciudadano haya perdido vigencia, sino debido al uso
desleal o en beneficio propio que en demasiadas ocasiones se ha hecho de
esas atribuciones. Hoy, hay comunidades autónomas que, desde un punto
de vista democrático, se han convertido en una anomalía. Y una de ellas,
por motivos no necesariamente idénticos a Cataluña y País Vasco, es
Andalucía.
Andalucía es uno de los ejemplos más
flagrantes de cómo el clientelismo, propiciado en buena parte por el
desistimiento de los gobiernos de la Nación, contamina la democracia
hasta hacerla irreconocible. No hay otra razón plausible que explique la
permanencia ininterrumpida, ¡durante 37 años!, del mismo partido al
frente del gobierno regional. El PSOE andaluz hace tiempo que dejó de
ser un instrumento al servicio del pueblo - como siempre reclamó que
fuera Ramón Rubial- para convertirse en una
gigantesca “agencia de colocación”, en una descomunal maquinaria puesta
prioritariamente al servicio de la conservación del poder.
Sólo
así puede entenderse que el PSOE-A siga siendo el primer partido de
Andalucía. Y sólo desde la constatación de que esa supremacía, junto a
su consecuencia más corrosiva, la corrupción, ha sido una pesada rémora
para el progreso de los andaluces, se explica el vuelco político
decidido ayer por los electores; vuelco en el que la decepción y el
desencanto de los ciudadanos para con políticos e instituciones,
traducido en una muy elevada abstención (la
segunda más alta desde el 44,6% de 1990), ha propiciado la irrupción de
opciones radicales en lo que parece un contundente anticipo de lo que
puede ocurrir en próximas citas electorales.
Y a la
muy discutible y discutida gestión de los socialistas andaluces,
traducida por ejemplo en niveles inmorales de paro y datos bochornosos
de fracaso escolar, ha de añadirse el negativo impacto que ha tenido en
un debate con marcado acento “nacional” el descrédito creciente de un
Gobierno, el presidido por Pedro Sánchez,
que, con su permisiva política en materia de inmigración y la patética
forma en la que en plena campaña ha manejado el asunto de Gibraltar, ha favorecido el discurso más extremista.
El electorado va a exigir que no se desaproveche la única oportunidad que se ha presentado en la historia de la autonomía de apartar al PSOE del poder
Pero los socialistas no son los únicos responsables del
éxito obtenido por la derecha extrema de VOX. La vacilante y acobardada
respuesta del PP de Mariano Rajoy al golpe protagonizado por el independentismo catalán ha sido una herencia de difícil digestión para Pablo Casado, que a pesar de todo salva los muebles al evitar el “sorpasso” de Ciudadanos y tendrá en mayo la oportunidad de asentar su liderazgo.
Tiempo
habrá de análisis más profundos de los resultados, pero una lectura
urgente de los mismos dibuja un panorama cuyas variables conducen a un
mismo destino: el electorado va a exigir que no se desaproveche la única
oportunidad que se ha presentado en la historia de la autonomía de
apartar al PSOE del poder.
Este es el principal mensaje que envían las urnas el 2-D, pero hay otros de singular relevancia:
1.- El PSOE
saca el peor resultado de la historia. Pierde más de 400.000 votos y 14
escaños. En resumen, una catástrofe que debería provocar la dimisión de
Susana Díaz y manda a Pedro Sánchez
un serio preaviso de lo que le espera en mayo. Lo más preocupante es
que el presidente del Gobierno puede tener la tentación de atrincherarse
en La Moncloa y esperar a un improbable cambio del viento antes de
convocar elecciones generales.
2.- El PP vuelve a retroceder, dejándose más de 300.000 papeletas en el camino, pero Pablo Casado sale reforzado de la prueba. No sólo no ha habido “sorpasso”, sino que el candidato popular, Juan Manuel Moreno,
sigue siendo el segundo más votado y es quien más posibilidades tiene
de ser el próximo presidente de la Junta. Un resultado por el que nadie
en el PP hubiera apostado un euro al inicio de la campaña.
3.- Ciudadanos
consigue un magnífico resultado (prácticamente duplica el número de
votos), pero se queda con una sensación parecida a cuando ganó las
elecciones catalanas. Aspiraba a superar al PP y ese probablemente ha
sido su principal error táctico. En todo caso, es la llave de casi todo
lo que se pueda construir a partir de ahora en Andalucía, aunque nadie
entendería que con su actitud no permita un nuevo gobierno que abra las
compuertas de San Telmo y levante todas las alfombras de las
instituciones andaluzas.
4.- La izquierda radical y el derecho a decidir de Teresa Rodríguez
cosechan un fracaso incontestable. La suma de la variante andaluza de
Podemos e Izquierda Unida pierde cerca de 300.000 votos y 3 diputados y
quiebra los planes de Pedro Sánchez de escenificar en Andalucía el
primer capítulo de un futuro gobierno a nivel nacional. Buena noticia en
todo caso para Pablo Iglesias, que ve cómo las urnas frenan las
aspiraciones de su indisciplinada colega.
5.- Y, por
último, el que es el dato de mayor importancia relativa por lo que
significa de imprevisible y disruptivo: la entrada por la puerta grande
de la nueva versión de la extrema derecha en un Parlamento autonómico,
hecho que pone fin a la ficción de que en España tal cosa no existía. VOX, partido al que Marie Le Pen
le ha ofrecido todo su apoyo, homologable en lo que se refiere
soluciones políticas a la derecha radical austriaca, polaca, italiana o
húngara, demuestra que España no es diferente; que jugar con fuego en
temas relacionados con la unidad nacional, la memoria histórica o la
inmigración pasa factura.
EDITORIAL de VOZ PÓPULI
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