¿Se puede promover en
las condiciones concretas de hoy la desmembración de la Unión Europa, su
destrucción, apelando al voto cristiano? De entrada, la respuesta puede
asemejar fácil.
¿Acaso esa Unión Europea no es la del aborto, la del matrimonio homosexual y la eutanasia, para citar tres elementos cruciales?
La respuesta solo puede ser negativa, precisamente debido a la Doctrina social de la Iglesia. Hay dos tipos de razones para ello. Una se refiera a las razones de lo específico, la otra es de índole general.
Las legislaciones sobre aquellos tres aspectos son estatales, no europeas. En Irlanda estaba prohibido el aborto y se legalizó, no por ningún mandato europeo, sino por referéndum, al igual que el matrimonio homosexual, que solo rige en una parte de los estados de la unión, y aun, en menor medida, la eutanasia básicamente circunscrita a Holanda, Bélgica y Portugal. En Polonia y en Malta el aborto está muy limitado, y ninguna de las exigencias jurídicas de la UE se opone a ello.
No, no hay que mirar a Europa para consignar todo eso, sino a los partidos y estados miembros, y ciertamente el lobby de la perspectiva de género y LGBTI+ se mueven por Bruselas como Pedro por su casa. Como también lo hace y con mayor predicamento en las agencias de la ONU, y nadie pide suprimirlas por esta razón. Nuestra incapacidad para trabajar unidos, más y mejor, tanto en el ámbito interno como en el europeo y el internacional, no puede traducirse en frustración y rechazo de una institución necesaria, como es el Estado, sino en voluntad e incapacidad de transformarlo.
¿Acaso esa Unión Europea no es la del aborto, la del matrimonio homosexual y la eutanasia, para citar tres elementos cruciales?
La respuesta solo puede ser negativa, precisamente debido a la Doctrina social de la Iglesia. Hay dos tipos de razones para ello. Una se refiera a las razones de lo específico, la otra es de índole general.
Las legislaciones sobre aquellos tres aspectos son estatales, no europeas. En Irlanda estaba prohibido el aborto y se legalizó, no por ningún mandato europeo, sino por referéndum, al igual que el matrimonio homosexual, que solo rige en una parte de los estados de la unión, y aun, en menor medida, la eutanasia básicamente circunscrita a Holanda, Bélgica y Portugal. En Polonia y en Malta el aborto está muy limitado, y ninguna de las exigencias jurídicas de la UE se opone a ello.
No, no hay que mirar a Europa para consignar todo eso, sino a los partidos y estados miembros, y ciertamente el lobby de la perspectiva de género y LGBTI+ se mueven por Bruselas como Pedro por su casa. Como también lo hace y con mayor predicamento en las agencias de la ONU, y nadie pide suprimirlas por esta razón. Nuestra incapacidad para trabajar unidos, más y mejor, tanto en el ámbito interno como en el europeo y el internacional, no puede traducirse en frustración y rechazo de una institución necesaria, como es el Estado, sino en voluntad e incapacidad de transformarlo.
Lo que sucede que
siempre es más cómodo, y en la práctica menos obligado, plantear la
mayor sin camino intermedio, porque así desaparece la exigencia de
conseguir logros concretos. Nunca hemos oído que España debía abandonar
el Banco Mundial o el FMI porque en demasiadas ocasiones sus políticas
económicas han exigido medidas en el campo del aborto. Por esa lógica
no solo deberíamos estar a favor de abandonar no solo la UE, sino la
ONU, el BM, el FMI, y el propio estado español, que es un adalid en
estas materias.
La razón general favorable a la Unión plantea si tal cuestión es o no en sí misma y por sí misma un proyecto cristiano. No solo por sus protagonistas fundadores, que es evidente que sí, sino también por su fin. La exhortación apostólica Eclesia in Europa lo dice con claridad:
«Comprobamos con alegría la creciente apertura recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación.
La razón general favorable a la Unión plantea si tal cuestión es o no en sí misma y por sí misma un proyecto cristiano. No solo por sus protagonistas fundadores, que es evidente que sí, sino también por su fin. La exhortación apostólica Eclesia in Europa lo dice con claridad:
«Comprobamos con alegría la creciente apertura recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación.
Registramos como
positivo el hecho de que todo este proceso se realiza según métodos
democráticos, de manera pacífica y con un espíritu de libertad, que
respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el
proceso de unificación de Europa. Acogemos con satisfacción lo que se
ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto de
los derechos humanos. Por último, en el contexto de la legítima y
necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos
los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al derecho y
a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad creativa
a la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se
garantice la supremacía de los valores éticos y espirituales».
O para referir un aspecto bien práctico vinculado a la juventud: el único escultismo a gran escala que se mantiene católico es precisamente el de los Guías, que basan su fuerza y capacidad educadora en la fe y en el ideal europeo.
Aunque no sea la causa principal de la descristianización de Europa, la I Guerra Mundial, cuya forma de finalizar preparó la segunda, dañó terriblemente a la Iglesia, en particular, y al cristianismo, en su conjunto, porque mostró como estados donde una u otra profesión cristiana eran ampliamente hegemónicas, se mataron entre si masivamente, mientras acudían al frente buscando el favor de Dios.
O para referir un aspecto bien práctico vinculado a la juventud: el único escultismo a gran escala que se mantiene católico es precisamente el de los Guías, que basan su fuerza y capacidad educadora en la fe y en el ideal europeo.
Aunque no sea la causa principal de la descristianización de Europa, la I Guerra Mundial, cuya forma de finalizar preparó la segunda, dañó terriblemente a la Iglesia, en particular, y al cristianismo, en su conjunto, porque mostró como estados donde una u otra profesión cristiana eran ampliamente hegemónicas, se mataron entre si masivamente, mientras acudían al frente buscando el favor de Dios.
La Iglesia aprendió en
su propia carne que uno de los peores daños que puede acaecer es el
enfrentamiento entre estados europeos. Por eso ha sido y es una fuerza
decididamente partidaria de la unidad, sin reservas. Juan Pablo II fue
un papa que no solo advirtió de los riesgos de abandonar las raíces
cristianas, sino que proclamó con insistencia la necesidad de una
identidad europea, en absoluto incompatible con su sentir como polaco,
que es precisamente un sentimiento fuerte y justificado de una nación
que ha visto desaparecida su entidad y troceada entre el Imperio alemán,
el austro-húngaro y el ruso durante muchos años, al tiempo que advertía
“Cuando el cristianismo se convierte en instrumento del nacionalismo, queda herido en su corazón y se convierte en estéril”
Precisamente, ahora
vivimos una efemérides que lo recuerda: los cien años -solo cien a pesar
de ser una nación milenaria- del nacimiento del moderno estado polaco.
Volver a los estados nacionales es olvidar que estos nacieron de la modernidad, de la oportunidad surgida por el descalabro de las guerras de religión entre católicos y protestantes, de la visión de Hobbes, y la experiencia católica que el estado siempre intenta instrumentalizar -en el mejor de los casos- a la Iglesia y a la fe cristiana en su propio provecho, a favor de su propia lógica.
No, no es la Unión Europea que hay que desmembrar en nombre del estado por una presunta fidelidad cristiana. Porque si esta razón fuera lógica, a pesar de lo advertido al inicio, todavía los sería más proclamar la separación de una parte de España, porque aquí rige al máximo el aborto, la perspectiva de género y LGBTI+ y si no lo evitamos, muy pronto la eutanasia. Lo que necesitamos, como hicimos en el pasado, es transformar Europa en nombre del cristianismo; que es algo muy distinto.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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