Parece que nadie se toma muy en serio los propósitos, o los proyectos, de un nuevo Estatuto de autonomía y de un referéndum
--otro más--, no exactamente sobre independencia sino sobre ese futuro
estatuto, que han anunciado algunos miembros del Gobierno. Estas
propuestas no se las toma muy en serio, dándose en general por
descontado que se trata de palabrería supuestamente “dialogante” con el nacionalismo, para quedar bien,
causar una impresión cordial, constructiva, bienintencionada y
proactiva, por consiguiente muy diferente de la pasividad que se le
atribuía y se le reprochó al anterior Gobierno.
Se supone que son ejercicios retóricos, si no para romper el nudo gordiano del separatismo, por lo menos para despertar simpatía de cara a las elecciones,
sean éstas próximas en el tiempo o se demoren cuanto sea posible, entre
los sectores más crédulos o menos encallecidos en el separatismo. Por
ahora, según los sondeos, esta táctica le va bien al Gobierno.
Es ocioso reprochárselo, como lo fue reprocharle a sus predecesores
su inercia, su pasividad, fuese real o supuesta. Pues, hoy como ayer, el
Gobierno de la nación, sea de un partido o de otro, tiene siempre una
endemoniada doble tarea: por un lado afrontar la permanente insurrección
(o si se prefiere ”el desafío") nacionalista, y por otro mantener el favor de la opinión pública que le garantice su permanencia en el poder. Muchas veces estas dos tareas son o pueden ser contradictorias, y de ahí que la llamada Nave del Estado haya dado, dé y dará bandazos al encarar el tema, al albur de quien la pilote, mientras que el nacionalismo se mantiene siempre enfocado a un solo objetivo,
claro y nítido, por tonto que sea y por imposible que parezca: alcanzar
la independencia. Que se lo llame ampliar el autogobierno, ejercer el
derecho a decidir o hacer república es cosa secundaria. El puerto de
llegada es siempre el mismo.
Ya se verá, dentro de pocos meses, cuando los jueces pronuncien sus
sentencias, en qué quedan los intentos del Gobierno de apaciguar y
desinflamar. Artur Mas fue, creo, el primer presidente de la Generalitat en decir claramente que el Estado Español es "el enemigo" y
en referirse a los altos cargos de la administración regional como "los
generales de un ejército", el ejército de la Generalitat.
De forma más
clara, Quim Torra, el ex director del Born victimista y del simposio España contra Catalunya, ahora, como presidente de la Generalitat, declara que "hay que atacar al Estado" y
llama a su grey a "encender las calles pacíficamente" (extraña
formulación pero con un poco de buena voluntad se le entiende todo).
Teniendo en cuenta que la Generalitat es el Estado, cabe preguntarse,
con inquietud justificada, qué clase de Estado es el que tenemos: ese Estado de las autonomías
que dedica cada año miles de millones de euros a financiar a quienes se
declaran sus enemigos y actúan como tales en la medida de sus
posibilidades, y no en secreto sino públicamente y diciéndolo alto y
claro, orgullosamente.
El Estado español dedica ingentes recursos financieros a combatirse a sí mismo. Sostiene y arma a un cuerpo de policía
que en los momentos de mayor exigencia se dedica a espiar y
contrarrestar las iniciativas de otro cuerpo policial; se denuncia a sí
mismo en los foros internacionales; financia en algunas de sus regiones un sistema educativo hostil a sus intereses y un poderoso aparato de agit-prop
contra sí mismo. Se organiza electoralmente de manera que el partido
que quiera gobernarlo debe obtener el apoyo de los partidos que quieren destruirlo.
Es un Estado que paga a quienes tratan de destruirlo salarios mucho más altos que a quienes tratan de defenderlo.
¿Tan seguro está de sí mismo? ¿O acaso es el país más tonto del mundo?
Los partidos cada vez tienen más
problemas para fichar en el sector privado. Con sueldos limitados y el
prestigio por los suelos, la carrera política ha dejado de ser atractiva
para los mejores
Ilustración: R: ARIAS
Juanma Moreno, próximo presidente andaluz a
falta de que se cierren los flecos del acuerdo, admite que le está
costando fichar potenciales alcaldes para el PP andaluz. Pablo Casado lleva tiempo de 'casting'
entre las cuatro grandes consultoras pero no encuentra quien se meta en
política. No es solo que el PP tenga malas perspectivas porque lo mismo
ocurre en otros partidos. Vox busca un gurú económico y pese al aluvión
afiliaciones de última hora aún no ha dado con él.Pedro Sánchez cosechó noes a su Gobierno y ahora le está costando dar con un candidato apropiado para la alcaldía de Madrid.
La temporada de fichajes y listas electorales para hacer frente al aluvión electoral de mayo
está demostrando lo complicado que resulta que entre en política gente
del sector privado. Tanto en la Administración como en la empresa se
asume que la vida política cada vez tiene más difícil atraer a los perfiles más codiciados.
Hay excepciones, claro, y el gusanillo por la política y el poder sigue
picando a gente brillante pero otros prefieren no dar el paso y eso
aleja el ideal de ser gobernados por los mejores.
“Si lo comparas con la Transición es deprimente y un problema de país enorme”, dice el 'headhunter' Alfonso Villarroel. “Cuando llegó la democracia entraron un montón de profesionales de todas las tendencias políticas, ilusionados, dispuestos a perder dinero dando el paso”, incide. “Pero hoy eso es impensable. Ha habido una pérdida de prestigio enorme
y los partidos lo han convertido en un sistema casi feudal, basado en
familias y relaciones y en el que se aprende a obedecer para sobrevivir,
para volver a salir en las listas. El mérito y la capacidad tienen
significados totalmente distintos en un mundo y en otro”.
Josep Puxeu: "La política hoy es para gente que ame el riesgo o tenga poco que perder"
Según el último barómetro del CIS,
un 31,3% de los españoles sitúa a "los políticos en general, los
partidos y la política" como el principal problema de España. Es la
primera vez que ascienden al segundo lugar, solo por detrás del paro
(señalado por el 58,5% de los encuestados) y ya por encima de la
corrupción. El desprestigio influye en que no sea el destino más
apetecible pero no es la única causa. Desde ambos lados de la barrera,
la creciente brecha entre el talento y la política se atribuye a una
suma de factores a los que cada cual pone más o menos énfasis según su
experiencia directa: el desprestigio; los salarios poco competitivos
y el riesgo a quedar descolgado de la carrera profesional; la amenaza
de tener problemas judiciales; la inestabilidad de los mandatos; la
creciente exposición de la vida privada de los cargos públicos, y la
sensación de que los márgenes de actuación son cada vez más reducidos,
que todo funciona en torno a campañas que buscan atraer votos metiendo
en agenda cualquier polémica o batalla con la que arañar votos en base a
estrategias cada vez más frívolas.
Luis Atienza,
exministro de Agricultura con el PSOE en los 90 y expresidente de Red
Eléctrica, enumera los problemas que ve. "Los sueldos no son un
aliciente para la mayoría de los profesionales; la mayor parte de la
gente no resiste el escrutinio público al que ahora se somete a los
cargos porque todo el mundo tiene algún renuncio, o cosas que pueden ser
interpretadas como tales; la actividad política no da prestigio; la reinserción laboral, excepto para funcionarios, es complicada". Aún más en casos como el de Andalucía,
subraya, donde "se producirá en muchos profesionales la sensación de
que un gobierno del PP es un paréntesis… Hay que tener mucho compromiso
con el servicio público, o mucha pasión política, para compensar esos
frenos".
No haberse saltado un semáforo en rojo
El
escrutinio de todos los aspectos de la vida de los políticos, sin dejar
fuera la parte privada ni episodios del pasado, es una de las quejas
más comunes entre los políticos de primera fila. "Para aceptar ser
ministro hoy día hay que renunciar a mucho y no haberse saltado nunca un
semáforo en rojo. Hoy está mal visto ser político aunque es un servicio
público. Es un problema para España porque necesitamos administradores
públicos de alto nivel que son los que gestionan nuestro dinero", dice Elvira Rodríguez, exministra con el PP y expresidenta de la CNMV y Tragsa.
"Si un político pide un plato de mejillones con un vino blanco le saca cualquiera diciendo que ha estado de mariscada", ironiza Josep Puxeu,
ex secretario de Estado de Agua y Medio Ambiente con el PSOE y actual
director de la patronal de bebidas refrescantes. Un alto funcionario que
ocupó cargos durante una década y que ha sido tentado para volver
señala el volumen de crítica: "A mi cuando me criticaba alguien lo hacía
con nombres y apellidos en el periódico. Podía llamarle y defenderme.
Pero ahora cualquiera se puede meter conmigo de manera anónima en las
redes. Tengo hijos mayores y no quiero que pasen por eso”, resume. Otro
diputado en activo se queja a menudo de que "se confunde transparencia con exhibicionismo".
No es lo mismo, protesta, "controlar el enriquecimiento ilícito que
mirar el tamaño de nuestra casa y quiénes son nuestros vecinos".
Otra
queja recurrente es la cantidad de causas judiciales abiertas que
acaban en nada pero ocupan meses de titulares. “Me han denunciado nueve
veces en Fiscalía y no me han tomado ni declaración. Pero eso son
titulares de periódico. Al final dices: ¿qué necesidad tengo yo de
esto?”, comenta Francisco Bernabé, senador y coordinador de la campaña del PP en Murcia. Elvira Rodríguez
coincide: "Con el sistema garantista que tenemos, si a un político lo
denuncian, se admite a trámite y no tiene presunción de inocencia. Años
después se archiva pero por el camino has perdido tu nombre
y que señalen a tus hijos en el colegio". Puxeu incide en que ese temor
pesa: "Nadie está libre de que le imputen por poco que gestione dinero
público, por una discrepancia técnica puedes acabar en los tribunales.
La política hoy es para gente que ame el riesgo o tenga poco que perder".
Juanma
Moreno: "No me voy a bajar el sueldo porque se ha bajado durante los
últimos 10 años y porque me parece ridícula esa demagogia"
La conversación acaba invariablemente derivando hacia el incómodo tema de los salarios. Juanma Moreno lo abordaba estos día en una entrevista en Onda Cero
en la que se le preguntó a bocajarro si se iba a bajar el sueldo. “No
me voy a bajar el sueldo porque se ha bajado durante los últimos 10 años
y porque me parece ridícula esa demagogia. Estamos
denostando a la clase política y después nos encontramos con que no se
puede fichar. Yo he sido secretario de Estado y he querido fichar a
directores generales y no he podido por las incompatibilidades, por los
sueldos… Soy presidente del PP de Andalucía y he intentado fichar a
candidatos a alcaldes y me han dicho que no. Vamos a apoyar el sector
público y la vida pública de una forma razonable”, dijo.
La todavía presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, ganó 65.000 euros
el año pasado y es de los presidentes autonómicos con un menor salario.
El sueldo base de un diputado es de unos 2.800 euros, además de una
compensación de 1.800 euros para los elegidos en provincias fuera de
Madrid. A eso suman complementos por comisiones, aunque algunos partidos
obligan a donar un porcentaje a la organización.
Bernabé
asegura que es frecuente tentar a profesionales de primer nivel para
cargos importantes y que te digan que no por dinero. “No les interesa económicamente. En política no es que seas mileurista pero los mejores ganan más en otras profesiones. Cuando les llamas te dicen 'gano equis
y tú me ofreces equis dividido por tres o cuatro. Por mucho que quiera a
mi tierra, a mi comunidad o a mi país, no estoy interesado' y lo tienes
que entender", resume.
"Cuando
abandoné la política tuve que maquillar mi currículum porque nadie me
quería. Había sido diputado autonómico y lo cambié por consultor"
No
es solo que el sueldo no compense a algunos profesionales, es que la
inestabilidad política hace que un cargo público ahora no se sepa cuánto
va a durar. "Con el fin del bipartidismo, la política hoy es algo
efímero y voluble, así que los cargos no son para toda la vida, ni para
ocho años.", explica Puxeu. Los que salen del poder sufren un complicado
regreso al mundo laboral, como han comprobado multitud de cargos del PP
que sufrieron una moción de censura que nadie esperaba semanas antes. Román Escolano,
por ejemplo, dejó un puesto de vicepresidente del Banco Europeo de
Inversiones para ser ministro de Economía y en unas semanas estaba en su
casa. Como es alto funcionario, técnico comercial del Estado, mantiene
su plaza y ese es el perfil cada vez más habitual en el Ejecutivo.
Pedro
fue diputado autonómico en La Rioja con el PSOE y accede a hablar con
la condición de no identificarlo precisamente porque lucha por enterrar
su pasado. Vivió "decentemente" de sus cargos hasta hace un lustro,
desde los 23 hasta los 30 años. "Después tuve que abandonar para siempre una vocación
que tuve clarísima desde la adolescencia. Me quedé sin cargo por el fin
de ciclo y ya nadie quería contratarme. Después de mucho buscar y de un
máster, pude por fin reinsertarme".
Pedro acabó maquillando su pasado como político en el currículum.
"Me di cuenta de que penalizaba mucho y lo cambié por consultor y cosas
así. Había sido diputado y tenía que esconderlo". Dice que no volvería a
la política ni loco. "Y mira que me sigue gustando.
Pero no voy a volver a pasar por eso y verme descolgado con 50 años sin
nada que hacer. Al final solo van a querer entrar los funcionarios".
El problema también afecta a perfiles más altos y carreras más dilatadas.
"Todos conocemos casos en el Parlamento a gente que no puede dejar la
política aunque estén hartos porque no tienen muchas opciones. Y a gente
que se ha quedado descolgada y lo ha pasado realmente mal. Por no
hablar de los que sienten que han perdido 10 años de carrera. Imagínate
cómo es la reinserción de un cirujano que lleva diez años sin operar…",
comenta un exdiputado socialista.
Perdices de granja en el campo
Según
Villarroel, el cazatalentos, es realmente complicado recolocar a un
político porque no ha desarrollado las habilidades de gestión que se
necesitan en una empresa. "Si tuviese que buscar trabajo a alguien que
lleva toda la vida trabajando en política en España, no sabría dónde
mandarle, dice. "Son dos ecosistemas absolutamente diferentes,
como perdices de granja y perdices de campo. Si sueltas mil perdices de
granja en el campo sobreviven entre el 5% y el 10%. No saben lo que es
una rapaz, no saben buscar comida, no saben nada... Y en la empresa te
van a evaluar por los resultados y por competencias que no tienen nada
que ver tu pasado".
"Paradójicamente", continúa "cuantos
más años has estado con cargos políticos, menos preparado estas para el
sector privado más allá de las puertas giratorias
como consejero y cosas así". Confirma la sensación un exalto cargo que
ha pasado por varios ministerios y que ha logrado un sitio en la
privada: "La cultura directiva política se está quedando atrasada
respecto a la multinacional. La agresividad, el cortoplacismo y la
intimidación son técnicas que no son trasladables a la empresa privada,
que de hecho son repudiadas".
Esta disociación de
competencias provoca que el tránsito entre lo público y lo privado sea
cada vez más complicado y que el paso se dé cada vez con más miedo. Las
grandes empresas ya no quieren fichar políticos y además quien entre en un ministerio se arriesga a que la ley de incompatibilidades le obligue a estar dos años en la nevera,
cobrando un salario pero sin ejercer en su sector. Mucha gente teme que
eso les deje descolgados en su carrera profesional posterior.
Capítulos de Netflix
"Si
la cosa sigue así, solo se meterán en política los que no tengan nada
mejor que hacer o los funcionarios, a quienes les está esperando su
plaza cuando lo dejen o los votantes los expulsen", comenta un ex alto
cargo del PP. "Y eso es una tragedia porque en otros países los mejores
cerebros van entrando y saliendo a la vida política, un tránsito que enriquece a ambos lados".
Sucede, además, que los partidos tradicionales han tenido que
redimensionarse con la llegada de Podemos, Ciudadanos y Vox, de manera
que están expulsando a los perfiles menos políticos, a la gente que iba y
venía. Los puestos de salida en las listas en los partidos
tradicionales serán para los profesionales de la política, los más
enraizados en los aparatos de los partidos, muchos procedentes de las juventudes.
Villarroel pone como ejemplo virtuoso al ex diputado socialista Eduardo Madina,
que lleva desde el otoño de 2017 trabajando para la consultora
internacional Kreab, al frente de la unidad de investigación. Madina
dice que buscaba una vida "normalizada" y que no se arrepiente ni un
minuto de haber dejado la política. En su diagnóstico sobre la
situación, opina que uno de los principales problemas para atraer
perfiles exitosos de las empresas es la manera de hacer política hoy.
"La ficción se ha comido a la realidad política. Ahora la política es
como una sucesión de capítulos de Netflix, que da igual que sean contradictorios
entre sí porque la narrativa dura un día y los temas no se fijan. No
estoy diciendo que sea culpa de nadie en concreto, quizá son los
tiempos. Pero si dejamos a un lado Cataluña, ¿cuáles son los temas
relevantes del debate político en España actualmente?".
RAFAEL MÉNDEZ y ÁNGEL VILLARINO Vía EL CONFIDENCIAL
El Vaticano ha dado a
conocer el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por la
Paz, que, como todos los años, se celebraré el próximo 1 de enero. En esta ocasión, el Santo Padre ha querido fijarse en la relación entre la política y la paz.
Dentro del mensaje hay algunas frases que son especialmente significativas:
- “La búsqueda del poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia”
- “La política puede convertirse en una forma eminente de caridad”
-
“El político debe practicar las virtudes humanas de la justicia, la
equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad”
- “La buena política está al servicio de la paz, respeta y promueve los derechos fundamentales”
El
Papa también señala los vicios de la política. Entre otros: la
corrupción, la negación del derecho, la justificación del poder mediante
la fuerza, la tendencia a perpetuarse, la xenofobia, el racismo, el
rechazo al cuidado de la tierra, el desprecio a los exiliados.
Recordando
el centenario del fin de la I Guerra Mundial, rechaza la guerra y la
estrategia del miedo. En ese contexto está la frase, quizá, más dura del
documento: “No son aceptables los discursos políticos que tienden a
culpabilidad a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres
de la esperanza”.
Por último, recuerda los 70 años de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, citando a San Juan XXIII:
“Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es
necesario que aflore también la de las propias obligaciones”.
Desde
mi punto de vista, se trata de un gran discurso, tanto por el tema
elegido como por el desarrollo del mismo. He leído que algunos han visto
en la frase sobre los emigrantes un ataque a Trump, a Salvini y, en
general a los políticos que se están oponiendo a la entrada masiva de
emigrantes en sus países. Aunque a algunos les
pueda parecer así, yo no creo que el Santo Padre está a favor de un
mundo sin barreras y sin fronteras, donde se pueda pasar de un país a
otro a voluntad. Varias veces el Vaticano ha recordado que los países
tienen en derecho e incluso el deber de controlar la emigración, de
forma que se haga por cauces legales; a la vez, han pedido a los
emigrantes que asuman la cultura del país que les acoge, aunque sin
perder su propia idiosincrasia. En Europa, por ejemplo,
no cabe África entera, ni podemos acoger a todos los musulmanes del
mundo que quieran venir sin asegurarnos de que respetan las normas de
convivencia que son esenciales en nuestro continente. El Papa tiene
razón al pedir que no se culpabilice a los emigrantes de todos los
males, pero no creo que con ello pretenda dar respaldo a la inmigración
ilegal e incluso a la irrupción violenta en un país forzando las
fronteras.
Lo que he echado en falta en el documento es alguna
alusión a las causas de la emigración. Varios episcopados africanos, por
ejemplo, han pedido a Occidente ayuda para que sus jóvenes no se
marchen del país, atraídos por un espejismo que les puede destruir. No sólo hay que
plantearse qué tiene que hacer Estados Unidos o qué tiene que hacer
Europa con los que llaman, a veces violentamente, a sus puertas. Hay que
preguntarse, y tomar las decisiones políticas pertinente, por qué
Venezuela puede perder a un tercio de sus habitantes, o por qué huyen a
millares de Centroamérica o de África. Es injusto pintar a los
europeos o a los norteamericanos como los malos que se niegan a admitir a
los pobres emigrantes de Latinoamérica o de África, mientras no se dice
ni una palabra sobre los causantes de esos éxodos masivos y forzados.
Al final va a resultar que el malo es el que quiere controlar quién
entra en su casa, en lugar de aquel que echa la gente de su propia casa
para que busque otro sitio dónde vivir. La solución de los
problemas no vendrá con la apertura indiscriminada de fronteras en
Europa o en Estados Unidos, sino por la sanación de las causas que
llevan a esas multitudes a querer dejar sus países o a verse forzadas al
exilio. Mientras esto no se reconozca y se actúe en consecuencia, no
sólo se estará actuando con demagogia, sino que, en el fondo, se estará
dando oxígeno a esos partidos políticos radicales, a los que por otro
lado se condena, y que están en auge precisamente en aquellos países
donde crece entre la población el hartazgo ante una emigración
descontrolada.
Hace falta una política caritativa de la emigración, pero sin olvidar que la justicia es el primer requisito de la caridad.
Cuando hizo pública su candidatura se despertó una gran expectación. Pero ha cometido en poco tiempo tres errores que pueden malograr su éxito
Manuel Valls./Gtres
Primer error: elegir malas compañías
Cuando pretendes ocupar un lugar en política has de tener claro con que instrumentos pretendes hacerlo. El voto de los que no comulgan con el separatismo está huérfano en buena medida en la Cataluña actual. Finalizada la operación de cargarse a un PP, que se rindió con armas y bagajes al nacional separatismo en aquel hara kiri que supuso el pacto del Majestic, con unos podemitas que, dignos herederos del PSUC, solo saben dar lametazos a la burguesía y un PSC entregado a la neo convergencia, lo único que quedaba para batir era Ciudadanos.Arrimadasprefirió optar por quejarse amargamente en el Parlament, en lugar de desarrollar una estrategia más acorde con la del partido que había ganado las elecciones. Una lástima.
En ese contexto nace la candidatura de Valls, apoyada por la formación naranja. A pesar de que insista en ofrecer a socialistas y populares sumarse a ella, a poco que se conozca la política catalana se puede adivinar qué tal cosa es imposible. Al candidato solo le apoyarán los deRiveray aún gracias. Cree Valls que esto es Francia y ahí radica su primer error, pretender sumar formaciones que no comparten la misma visión acerca de la carta magna, pues no son lo mismo populares que socialistas. Valls debería dirigirse al votante naranja, efectivamente, pero también a todos los que, sin haber votado a Rivera o a Arrimadas, tienen ganas de que esta pesadilla termine.
¿Podrá hacerlo con su actual equipo? Imposible, puesto que provienen de la vieja guardia maragallista. Aquella política pasó, las campañas deBarcelona, posa’t guapa. Los barceloneses no quieren ponerse guapos. Quieren orden, ley, seriedad, normalidad, respeto. Las veleidades de Pasqual están fuera de lugar. Se ha degradado tanto la ciudad que, para los electores, lo que cuenta es la firmeza, no el guiño simpático. De ahí que, o cambia radicalmente de equipo, o la hostia será antológica.
Segundo error: demonizar a Vox
Cada vez que Valls habla del partido deAbascal, equiparándolo al de Le Pen, comete otra equivocación garrafal. Y pierde votos. De entrada, a muchos de sus posibles electores lo de VOX no les parece mal. Es más, si el PP ganó en Badalona, arrebatándosela a la izquierda caviar, fue porqueGarcíaAlbiolsupo leer a los votantes de su ciudad, ofreciéndoles una receta sensata: que se cumpla la ley y que sea igual para todos.
Valls insiste en el pacto entre grandes partidos, pero vuelve a equivocarse, porque ni los socialistas están por defender una constitución que solo quieren cambiar para dar satisfacción a separatistas y podemitas. No es de recibo, pues, hablar del partido verde como una banda de maleantes, cuando en el País Vasco una dirigente del PSOE comparte mesa y mantel con el etarraOtegui. Si VOX obtuviese representación en el consistorio, Valls tendría que tragarse sus palabras, porque antes se pondría de acuerdo con el los de ese partido que conIceta. ¡Nefasta influencia de sus asesores!, que defendían el pacto del Tinell como cordón sanitario para frenar a los populares. Una pésima estrategia.
Tercer error: no saber a quién se dirige
Valls está haciendo una campaña a medio gas, errática, lejana a aquel hombre que escuchamos en el acto de Societat Civil, el mismo que puso el paño al púlpito a un grupito de empresarios y periodistas paniaguados en una cena privada, afeándoles su cobardía. El Valls que, junto conBorrelloCorbacho, podían representar la izquierda no nacionalista. Aparece en las entrevistas cansado, con un castellano manifiestamente mejorable, como un burguesito más. Pero no le bastan los votos del Eixample, tendrá que ir a Nou Barris, a Sant Martí, a los viveros socialistas que, hartos de bailoteos icetianos, se fueron a sus casas muriéndose de vergüenza ajena.
Debería aprender, insistimos, de Albiol, que gana en todos los barrios de su ciudad a excepción de uno, el del centro, el de los pijos progres de toda la vida. Arremangarse y pasarse el día en la calle hablando con todo Dios con una libreta, apuntando. Nada de atriles, nada de teóricos de la vaguedad, nada de viejas glorias que solo pretenden volver a un tiempo caduco. Valls, ha de dar la vuelta a su equipo como a un calcetín, trabajarse la lista, demostrar que va en serio y que lo suyo no es una campaña de las que orquestaba el ayuntamiento socialista. En definitiva, o Valls ofrece realidad, es decir, verdad, o no ganará. Sería una lástima, porque la capital catalana precisa un gobierno municipal que se ocupe de los problemas que tiene. ¿Será capaz de hacerlo?On verra.
Han querido las circunstancias que, al cumplirse justo 10 años de que publiqué Treinta años de nada; Anatomía del Régimen Andaluz y
cuando parecía imponerse una reedición ampliada sobre su eternización,
una carambola del destino ha acabado con décadas de excepcionalidad
democrática. Por primera vez, desde la restauración de la democracia, el
PSOE andaluz ha perdido el privilegio que le permitió enmascarar
derrotas -frente a UCD y al PP- o ampliar éxitos, al ser prácticamente
el único partido capaz de suscribir acuerdos a diestra y siniestra.
Así lo hizo con los andalucistas del PA (dos legislaturas), los
comunistas de IU (otras dos) y los centristas de Ciudadanos (última
legislatura), si bien en este caso sólo como aliados parlamentarios.
Ello
ha hecho que lo que parecía necesario -la saludable alternancia
política-, pero imposible, se haga realidad en este 2018 que parece encomendado a San Judas Tadeo como patrón de las causas irrealizables.
¡Que se lo pregunten a Pedro Sánchez y a Juan Manuel Moreno Bonilla!
Con los peores resultados de sus partidos en España y Andalucía, uno
preside y otro puede presidir sus respectivos gobiernos por un prodigio
de la aritmética parlamentaria.
Incapaz de frenar su sangría de
votos el pasado 2 de diciembre, su abierto desprestigio con dos
presidentes (Chaves y Griñán) sentados en el banquillo y con la hija
predilecta de ese régimen de corrupción, Susana Díaz, inane a la hora de atajar un cáncer que ha producido metástasis,
el PSOE se queda sin su principal feudo a manos de una mayoría
alternativa (PP, Cs y Vox). A la sazón, cuna del socialismo moderno
refundado por González y Guerra en la localidad francesa de Suresnes.
Hay regímenes que no pueden sobrevivir a la transparencia, a la glasnost. Le acaeció a la perestroika de Gorbachov, cuya apertura en febrero de l986 originó la desaparición del burocratismo gerontocrático del régimen soviético. El socialismo andaluz ni lo intentó. Pero eran tantas las evidencias y pruebas que no ha podido sustraerse al escrutinio judicial, tras lustros de impunidad. Los bebesaurios del régimen han sido aplastados por la sombra alargada de sus mayores sometidos al imperio de la ley.
En su imperecedera obra Decadencia y caída del Imperio romano,
Edward Gibbon concluye que difícilmente se descubren las causas
latentes del declive de un régimen hasta que el montaje se viene abajo
por su peso. Sobrevino cuando la vieja república romana olvidó que su
mayor fortaleza era la virtud de sus gobernantes y gobernados.
Es
también lo acontecido con el régimen edificado en Andalucía y cuyo
tinglado se ha desplomado por una corrupción sistémica. Ello obligará a
la mayoría del cambio, si le dan las fuerzas, a refundar de raíz la autonomía
con análoga intensidad con la que Santa Teresa y San Juan de la Cruz
acometieron, no sin quebrantos y mortificaciones, la de los frailes
carmelitas.
Estas
podredumbres -delictivas, la mayoría- no se han circunscrito a la
política, sino que se han extendido irremisibles a todos los ámbitos.
Demuéstrase así que no existe un poder político podrido y una sociedad
civil sana cuando se machihembran. Al cabo de estas cuatro décadas, la sociedad civil ha degenerado del modo en que lo han hecho sus agentes sociales, tan fundamentales como desacreditados con su vivir a cuerpo de rey.
Entre
los escombros del régimen andaluz, al derrumbarse el trípode que lo
sostenía -gobierno, sindicatos y empresarios-, se avizora el terrible
panorama de ex presidentes enlodados de corrupción, así como jefes de
los sindicatos y de la patronal dimitidos por financiación ilegal con el
dinero de los parados.
Por medio de la concertación, y con la
excusa de la paz social, se aseguró el voto a los gobernantes, el
enriquecimiento a sus signatarios y la dócil servidumbre de la sociedad.
Esa trama de intereses creados ha florecido, en efecto, en detrimento
de una Andalucía que podía haber sido perfectamente la California europea.
Fantasearon
con ese espejismo quienes, por contra, aplicaron un dinero que llegaba a
espuertas -tanto del resto de España como de la Unión Europea- en
asentar un régimen que se parangonara con el del PRI en México y sus 70
años ininterrumpidos de hegemonía electoral. Desmontar ese estado de cosas va a requerir Dios y ayuda.
Desde
el arranque, la autonomía andaluza ha sido un sólido tinglado de poder,
soportado por una trabada red clientelar. Ha sido tejida por un
abundante presupuesto repartido en pequeñas subvenciones. Su derrama
impedía acometer cualquier plan ambicioso, pero garantizaba el apoyo de amplias capas de la población.
De esta forma, la sucesión en la Presidencia de la Junta se contemplaba
como una cuestión particular de un PSOE que se había arrogado el título
de propiedad del Palacio de San Telmo.
Andalucía rememoraba a la
anciana enlutada que acudió a saludar el paso de la carroza en la que
viajaba Fernando VII. Puso tanto entusiasmo que aquel felón creyó
conveniente detener la comitiva para averiguar la razón por la que
aquella mujer gritaba hasta la afonía: "¡Larga vida al rey!". Y, al
preguntarle si acaso lo hacía agradecida a alguna merced real, la
longeva le espetó: "No, majestad. Es que ya conocí a los malos
gobernantes que fueron su abuelo y su padre, y me temo que su hijo sea
aún peor que su real majestad. Por eso le deseo larga vida". Esta anécdota refleja la resignación
que se extendía en parte de la grey andaluza, aunque la mayoría
transigiera. Por fas o nefas, participaba de la pitanza que
graciosamente manejaban sus presidentes.
Ante el hartazgo, son
precisos nuevos usos para dejar atrás estos abusos. Es tal el deterioro
que el sistema ya no es susceptible de sanearse con depurativos. El
remedio no vendrá de una sustitución monda y lironda en el Palacio de
San Telmo. Si quiere que los últimos cascotes no le caigan encima de su cabeza,
quien está llamado a presidir la mayoría de cambio, Juan Manuel Moreno
Bonilla, junto a quienes le acompañan, deberá retornar a los orígenes
primigenios de una autonomía que se votó como palanca de desarrollo, de
suerte que se haga realidad la aspiración que entrañó su nacimiento. No
basta con una sonrisa, aunque se agradezca. Los problemas no se disipan
ignorándolos. Por eso, hacer factibles esos nuevos tiempos, no
rebajándolos a eslogan, exige una honda regeneración que desamortice la
autonomía de las manos muertas que la han hundido.
Como dijo
Viktor Emil Frankl, psiquiatra austríaco que sobrevivió en varios campos
de concentración nazis, "las ruinas son, a menudo, las que abren las
ventanas para ver el cielo". De ahí que, sobre los cascotes del régimen,
se franquee una oportunidad a aquellos que están decididamente
resueltos a avanzar con mirada larga más allá de las siguientes
elecciones. Quien no está dispuesto a hacer lo que es bueno para el país
por miedo a no ser electo no merece tal honor.
Para que el cambio no quede en una partitura inédita,
la nueva mayoría deberá salvar los obstáculos de una administración de
partido con gran potencial desestabilizador. A guisa de quinta columna a
las órdenes de una jefa de la oposición que no asume su condición de
tal, sino que se presenta como reina temporalmente destronada.
Con
la virulencia propia de quien no tiene a donde ir fuera de la política y
de saberse condenada por el mismo Pedro Sánchez, al que primero tuvo
como chico de los recados y luego a su merced tras forzar su dimisión de
la Secretaría General a la que luego éste se reenganchó con éxito
pleno, Díaz codicia explotar las contradicciones internas y complejos de Cs.
De modo que perfore una vía de agua que haga naufragar ese Gobierno de
emergencia al cabo de 100 días. Jugará eventualmente con los comodines
que le puedan reportar las elecciones municipales para revertir la
pérdida y recuperar la Presidencia mediante un pacto con Cs.
Para
ello, la descoronada y descorazonada Reina del Sur agita hasta la afonía
el espantajo de Vox. De similar manera que lo hizo en campaña creyendo
que impediría lo que acabó volviéndose contra sus intereses como un boomerang.
Mientras ella denuncia el supuesto "pacto de la vergüenza", el PSOE se
humilla claudicando con Torra y festeja la Navidad con el etarra Otegi.
Este desafuero ha movido a romper su carné a José María Múgica en digno
tributo a la memoria de su padre asesinado por la banda asesina.
Con
la matraca de Vox, Díaz golpeará con martillo de herrero, sabiendo que
Cs es el eslabón más frágil de la cadena. A este respecto, un partido
que le espetó a Rajoy, por boca de su portavoz parlamentario, Juan
Carlos Girauta: "Nosotros sí que podemos votar junto a Podemos. ¡Qué
tontería es esa! Ni que fuéramos una secta", parece tener, no obstante,
más remilgos con la cofradía de enojados de Vox. Siendo un melón aún por calar,
ni es hijo de la dictadura chavista ni sueña instalarla en España, pese
al sagaz desmarque de última hora de su líder, Pablo Iglesias, para no
afrontar las secuelas de su ideología.
De caer Cs en la trampa, se
evaporarían las apetencias de cambio que puede darse de bruces contra
el acantilado de un rocoso partido-régimen que ha usado a los
funcionarios como si fueran regulares de una agrupación del partido.
Por
mor de ello, la conducta de Moreno Bonilla no puede ajustarse al
episodio de la legendaria serie de la BBC Yes, Minister, donde el
abrumado protagonista, al tomar posesión, se interesa por cuántas
personas trabajan a sus órdenes. Al recibir una respuesta vaga, éste
intenta concretar: "¿Dos mil, tres mil?". "Veintitrés mil, para ser
precisos", le responden. "¿Me está diciendo que hay veintitrés mil
burócratas administrando a los demás burócratas? Eso no es permisible.
Hay que encargar un estudio para ver de cuántos podemos prescindir". Su
interlocutor, sin perder la flema, le replica que eso ya lo hizo su
antecesor y resultó que precisaban quinientos más.
En ese brete, Moreno Bonilla
ha de formar, no un Consejo de Gobierno, sino un Consejo de Ministros
de políticos cuajados y duchos en la gestión para poner inmediatamente
en marcha una agenda del cambio que visualice que no cambia todo para
que todo siga tal cual. Una cosa es formar gobierno y otra bien distinta
gobernar.
Si El hombre que plantaba árboles, el hermoso
relato de Jean Giono, hizo brotar frutos de un yermo y mutó la tierra
baldía en un vergel, ojalá que, en medio de la quiebra y el descrédito
institucional, surjan políticos callados como aquel ejemplar pastor.
Armado únicamente de sus recursos físicos y morales, demostró ser
admirable. Menester sería al cabo de 40 años de nada en que, contra
pronóstico, se ha desplomado el régimen y Andalucía estrena alternancia
de Gobierno periclitando décadas de excepcionalidad democrática.
Entre ambos han roto las costuras
del sistema que ha entrado en una fase distinta, sin líneas rojas. Sin
márgenes dialécticos para que el uno reproche al otro pactos o
entendimientos espurios
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe al líder del PP, Pablo Casado (d). (EFE)
El día 1 de octubre de 2016, el "viejo” PSOE quiso preservar las reglas de compromiso de la democracia de 1978 y destituyó a su secretario general, Pedro Sánchez. Lo hizo porque el entonces líder de los socialistas pretendía auparse a la jefatura del Gobierno con el apoyo de los independentistas catalanes y del 'abertzalismo' radical vasco.
Previamente,
Sánchez había conducido al PSOE a dos derrotas históricas. En las
elecciones de 2015 su partido pasó de 110 escaños a 90 y en las de 2016 a
85. La propuesta mayoritaria —que prosperó— del Comité Federal fue salir de atolladero permitiendo, mediante una abstención, que Mariano Rajoy accediese a la presidencia del Gobierno con el respaldo de su grupo parlamentario (137 escaños) y el de Ciudadanos (32 escaños).
El regreso de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE
tras su victoria en unas primarias en las que rebasó a Susana Díaz,
liquidó a la "vieja guardia" del partido, la que estaba representada por
la gestora que presidió el asturiano Javier Fernández.
Y el día 1 de junio de este año, a rebufo de una sentencia en una de
las piezas del caso Correa, Sánchez reencontró las condiciones para
ejecutar su viejo plan: ser presidente del Gobierno, justamente, con los
socios que parecían dispuestos a respaldarle en 2016.
Ganó una moción de censura
constructiva sustituyendo a Rajoy. Votaron a favor de expulsar al
presidente popular 180 diputados y en contra 169. Entre los primeros
estaban los diputados populistas de Podemos, de los partidos
separatistas —que habían secundado en octubre de 2017 la declaración unilateral de independencia de Cataluña—, los "bildutarras" y los grandes traidores a Rajoy: los nacionalistas vascos que unos días antes habían votado el presupuesto del Gobierno popular a cambio de valiosas contrapartidas.
Si Rodríguez Zapatero
desmanteló buena parte de los consensos básicos de la Transición y
convulsionó el modelo territorial con una segunda vuelta de Estatutos de
Autonomía, Pedro Sánchez rompió las reglas de compromiso y se alió
—continúa en ello— con fuerzas políticas que quieren asaltar y destruir
el sistema constitucional, e, incluso, que han sido próximas a la organización terrorista ETA.
El actual presidente, aceptó los votos de esos grupos sin el más mínimo
escrúpulo y ahora trata de que sean los que le aprueben los Presupuestos Generales del Estado
(el viernes lo confirmó de manera tácita), estirando así una relación
que defrauda la ética y la estética de los comportamientos de los
grandes partidos de Estado.
Es del todo hipócrita que Sánchez y otros dirigentes del PSOE (Susana Díaz o Rodríguez Zapatero, entre otros) se refieran al pacto bipartito de Andalucía (PP-Cs) apoyado por Vox
como el de la "vergüenza". Sánchez fue el autor directo y doloso de esa
vergüenza que ahora se denuncia por su pacto implícito y explícito con
organizaciones políticas que no superan el corte de la mínima calidad democrática. A los hechos históricos protagonizados por esos partidos me remito, tanto en Cataluña como en el País Vasco.
Roto
este compromiso cívico y ético de evitar introducir por razones
partidistas a los antisistema en el recinto democrático-constitucional
español, Pablo Casado
se ha comportado como un cómplice de las prácticas de Sánchez y, sin el
más mínimo pudor, sin complejo alguno, sin reserva mental, ha
establecido una relación con Vox que le ha proporcionado el gobierno de
la Junta de Andalucía.
La
confirmación de los efectos de la moción y de la política de Sánchez
hacia el secesionismo se vio el 2-D en Andalucía, con la emergencia de
Vox
Es cierto que no aparecen en las 90 medidas de gobierno
pactadas con Ciudadanos, vestigios programáticos del partido populista,
pero el hecho político se ha consumado y entre ambos —Sánchez y Casado—
han roto las costuras del sistema que ha entrado en una fase distinta,
sin líneas rojas. Y, también, sin márgenes dialécticos para que el uno
reproche al otro pactos o entendimientos espurios.
Algo
se rompió con la "coalición de rechazo" (180 diputados) que llevó en
junio a la Moncloa a Pedro Sánchez. La confirmación de los efectos
derivados de aquella moción de censura y de la política del presidente
con el secesionismo catalán, se produjo el 2-D en Andalucía con la emergencia de Vox. La fractura institucional definitiva y, seguramente, irreversible es que el PSOE de Sánchez se desplaza a la izquierda-izquierda y el PP a la derecha-derecha al bascular sus posiciones hacia el entendimiento con los extremistas.
No
hay ya inocentes en este proceso de deterioro del sistema político que
nos aproxima a lo peor de las nuevas prácticas en varios países europeos
Pudo
haber sido de manera distinta si las fuerzas constitucionalistas
hubiesen formado el mismo bloque que en octubre de 2017 decidió
salvaguardar al Estado de su autodestrucción aplicando en Cataluña el artículo 155.
Cuando el independentismo catalán —con la inestimable ayuda de los
nacionalismos vascos— rompió esa cohesión echando a Rajoy para colocar
en Moncloa a un dependiente Sánchez, los recursos de protección del sistema frente a los radicalismos, saltaron por los aires.
No hay ya inocentes en este proceso de deterioro del sistema político español que nos aproxima a lo peor de las nuevas prácticas en varios países europeos. Apenas si queda la posibilidad de que Ciudadanos
conserve un cierto margen de maniobra para vislumbrar un futuro que no
pase por la dialéctica de los bloques y la polarización extrema.
Pedro Sánchez, durante su comparecencia en en el último Consejo de Ministros de 2018
Siete días después de que en Barcelona sometiera a los
españoles de bien a una humillación sin precedentes, pasando por el aro
de esa “cumbre bilateral” que le exigía Torra, reunión entre iguales, Gobierno de España y Gobierno de Cataluña, afrenta sin paliativos, Pedro Sánchez
apareció en rueda de prensa para hacer balance, más bien alucinada
parodia, de sus siete meses de Gobierno, convencido como está de poder
tomar a los españoles por idiotas capaces de comulgar con ruedas de
molino. Siete meses sobre tres pilares: primero, la “regeneración
democrática” (por ejemplo, la de esa ministra de Justicia a quien, amiga
de confidencias del comisario Villarejo,
mantiene contra viento y marea, por citar sólo un caso del repertorio de
escándalos de este Ejecutivo); después, la “modernización de la
economía” (con inaudito desparpajo se atreve a hablar del crecimiento y
del empleo como uno de sus logros), y finalmente, el “presupuesto
social” (ya saben, la igualdad, la seguridad de las mujeres y por ahí).
Sin olvidar el “bono social térmico”. Y Franco,
claro. Un auténtico vendedor de crecepelo nuestro presidente okupa.
“Este Gobierno ha hecho más en siete meses por la regeneración de la
democracia, la modernización de la economía y el presupuesto social que
el anterior en siete años”.
Cuando Sánchez alude a su
capacidad para modernizar la Economía seguramente se refiere a la
“modernización” ocurrida en Correos, la empresa pública que preside Juan Manuel Serrano,
íntimo y ex jefe de gabinete de Sánchez, que acaba de firmar un acuerdo
con los sindicatos asumiendo una subida salarial del 9% y la creación
de 11.200 nuevos empleos fijos. Correos, huelga decirlo, tiene como
52.000 personas en plantilla y perdió 147 millones en el ejercicio 2017.
Es la idea de economía moderna que tiene este piernas, la de crear
empleo público cargando el gesto en las espaldas de los ciudadanos
obligados a sostener esas pérdidas con sus impuestos. Es la situación
insostenible de unas clases medias sometidas a un saqueo constante por
parte de las mafias del populismo de izquierdas (también de la derecha
inane de los Rajoy, para qué negarlo),
mafias acostumbradas a prometer el oro y el moro en nombre de la
“igualdad” con cargo al bolsillo del prójimo. Es la nueva peste que hoy
recorre no solo España, sino toda la UE, y que acabará por sacar a la
calle a esas clases medias perpetuamente esquilmadas por las alimañas de
“lo social”.
Estamos ante la viva representación de
la decadencia de una clase política que ha tomado el Estado al asalto
con la intención de exprimirlo y de obligar a los ciudadanos, vía
impuestos, a pagar la cuenta. Un personaje orwelliano que parece creerse
sus propias mentiras y que aborda los temas con un descaro, una cara
dura que produce asombro, hasta el punto de que uno llega a preguntarse
si estamos ante un cínico consumado o ante un perfecto idiota. Un
epígono de Ignatius Reilly, el protagonista de La Conjura de los Necios,
un hombre fuera de su tiempo, anclado en un mundo imaginario, en esa
España inventada que Sánchez dice “haber cambiado a mejor en siete
meses”. Un falsario que juega el papel de moderado al frente del
Gobierno más radical que hemos conocido desde Franco. “La vocación del
Gobierno de España es agotar la legislatura”, sostiene, entre otras
cosas para permitir a los cientos de altos cargos por él enchufados en
la Administración y en el sector público aprovecharse del chollo el
mayor tiempo posible. Un tipo sin complejos. Un “sofista garrulo”, que
diría Menéndez Pelayo, dispuesto a “la
espantosa liquidación” del pasado de España. Un jeta convencido de que
puede engañar a propios y extraños con los abalorios de su desahogado
chauchau.
Estamos ante el español del año, sin la menor duda. El otro, sin discusión posible, es Mariano Rajoy,
un hombre que pasará a la historia moderna de este país como
responsable de la mayor traición a los intereses de la España
democrática en mucho tiempo. El protagonista de aquella cobarde huida
del escenario de un Congreso, tarde noche del 31 de mayo pasado, donde
se discutía el destino de la nación. Un miserable cuya sombra sigue
gravitando sobre un PP obligado a limpiar la casa y sacudirse su
influencia para ser creíble. Entre ambos dos, entre Mariano y Pedro, han
colocado a España ante uno de los años más complejos, más difíciles y
sin duda más peligrosos de su reciente historia. No todo son malas
nuevas, empero. El año cierra con una gran noticia para el futuro del
país, una novedad llegada de Andalucía, la comunidad donde Susana Díaz
se las prometía felices prorrogando el régimen clientelar establecido
por el PSOE desde hace casi 40 años, y donde contra pronóstico la
derecha se hizo con un triunfo que más que un fracaso de la señora es un
bofetón en pleno rostro a Sánchez y sus alianzas con los enemigos de
España.
Ensayo general para el pacto de las derechas
PP
y Ciudadanos están gestionando con acierto el relevo en la Junta
andaluza, huyendo de las provocaciones del sanchismo y de la histeria de
mucha prensa madrileña. Ciudadanos prometió que habría cambio en
Andalucía y hacia ello vamos, y no parece que Vox vaya a ser un
obstáculo, entre otras cosas porque esta fiesta no es la suya y en la
formación de Abascal parece haber gente acostumbrada a la funesta manía
de pensar. Esta no es, todavía, la hora de Vox, un partido a quien la
rancia izquierda española se empeña en hacer crecer diariamente como la
espuma. Lo sucedido al sur de Despeñaperros parece anunciar lo que a
nivel del Estado podría ocurrir en municipales y autonómicas en mayo
próximo. En definitiva, lo de Andalucía suena a ensayo general de ese
gran pacto al que, quieran o no, parecen condenadas las derechas y cuya
misión, muy posiblemente a partir de este mismo 2019, será doble: poner
firme de una vez por todas al separatismo catalán, y abordar en paralelo
las reformas en profundidad que necesita España para ser de verdad un
país moderno y fiable, ese país “verdaderamente constitucional y
jurídicamente europeo” que decía Baroja.
Un
año trascendental por delante. En el ejercicio que ahora comienza
debería, en efecto, producirse el desenlace del nudo gordiano en que se
debate España desde la abdicación de Juan Carlos I,
si no antes: el de la destrucción del Estado que ampara la
Constitución, destrucción y consiguiente balcanización a la que aspiran
los separatistas con la eficaz colaboración de Podemos & asociados, y
Sánchez de compañero de viaje o tonto útil, o el rearme de la España
democrática que consagra esa misma Constitución, junto a la voluntad
decidida de abordar la solución del problema catalán mediante la ley y
solo la ley, con la intervención de la Generalidad durante el tiempo que
sea menester. La disposición de Sánchez para arrastrarse ante PdeCat y
ERC en prócura de sus Presupuestos, con la intención de alargar la
legislatura cuanto sea posible, es un mero globo presto a explotar
cuando, posiblemente en febrero, se inicie el juicio contra los
golpistas del prusés, juicio que podría acabar con
la imposición de graves condenas, lo que ineludiblemente provocará,
entonces sí, el famoso choque de trenes con el que los supremacistas
vienen amenazando desde la Diada de 2012.
Una labor
que deberá emprender la derecha constitucionalista, hoy reducida a tres
partidos, porque con este PSOE desnortado no se puede contar. ¿Hay
posibilidad de que de las ruinas del viejo edificio del felipismo
resurja un partido de corte socialdemócrata, capaz de unir fuerzas en
esa doble y noble tarea de defender la España constitucional y apoyar
las grandes reformas que la modernización del país reclama? ¿Es
esperable una revolución interna en el PSOE? En buena lógica no sería
descartable, si tras las municipales y autonómicas de mayo se produjera
el batacazo socialista –ojo a ese cabreo sordo de unos barones alarmados
por la estrategia entreguista de Sánchez que erosiona sus posibilidades
electorales- que muchos se temen. Hoy por hoy, sin embargo, con el
socialismo clásico escondido, cobardemente callado ante las tropelías
del personaje, es una posibilidad que suena a pura quimera.
La nación española no estaba muerta
Alguien ha escrito en Barcelona que lo ocurrido en
Andalucía ha alarmado al nacionalismo (“la peor de todas las pestes”, en
palabras de Stefan Zweig) más inteligente,
si es que existe alguno, hasta el punto de provocar una reflexión
estratégica que podría llegar incluso al abandono temporal de la vía
eslovena a la independencia por las bravas, con la violencia que sea
menester en versión Torra, para abrazar una suerte de independentismo “a la vasca”, un rumbo como el allí trazado por Urkullu, en
el que lo prioritario sería poner a buen recaudo las “conquistas”
arrancadas a los Gobiernos de Madrid. Lo cual vendría a constatar un
hecho cierto: que el martilleo constante del comunismo podemita y del
separatismo catalán contra España, la exponencial acumulación de ofensas
contra todo lo español, ha obrado el milagro de despertar a la nación
española, a ese español común que no estaba muerto, no, que estaba de
parranda. Convendría, con todo, no engañarse: es difícil que la cerril
terquedad de Puigdemont y sus monaguillos
en la Generalidad renuncie a “la mejor oportunidad que vieron los
siglos” de alcanzar su mítica Ítaca aprovechando la presencia de un
traidor como Sánchez al frente del Gobierno de España.
Se
avecinan, por eso, tiempos muy complejos, muy tensos, casi críticos,
donde los españoles de centro derecha, más los españoles de centro
izquierda dispuestos a defender la España constitucional de quienes la
quieren destruir, deberán estar dispuestos a movilizarse. Lo dijo el
viernes 21 el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán:
“frente a cánceres como el del separatismo catalán, la unidad y la
Constitución se defienden a través de un combate inmisericorde por las
vías de la política, la ley, la cultura, y sobre todo, la verdad, no
pactando o teniendo avenencia con él”.
Sánchez no parece haber entendido
el mensaje que le acaba de enviar Andalucía. No distraigamos al general
enemigo que está equivocando su estrategia. Dejémosle que persevere en
el error, porque su sorpresa será mayúscula cuando compruebe el alcance
de su desatino. La indignación nacional contra su entreguismo al
separatismo catalán no deja de crecer. ¡Feliz año 2019 a los lectores de
Vozpopuli!
El
autor considera anacrónico seguir hablando de derecha e izquierda
cuando, para mantener el Estado del Bienestar, los gobiernos de todo
signo destinan la mayor parte de sus presupuestos a políticas sociales.
En Nadie acabará con los libros, las conversaciones que mantuvieron Jean-Claude Carrière y Umberto Eco,
el guionista reflexiona sobre el movimiento de nuestros ojos al leer:
van de izquierda a derecha, de arriba abajo. Sin embargo, en la
escritura persa, árabe y hebrea van de derecha a izquierda. Y añade:
“Me he preguntado si estos dos movimientos habrán tenido un influjo en
los movimientos de la cámara en el cine. La mayor parte de los
travellingsen el cine occidental van de izquierda a derecha, mientras
que en el cine iraní van al contrario”. Siguiendo este hilo, Eco se
pregunta si un agricultor occidental empieza a trabajar los campos de
izquierda a derecha y uno iraní de derecha a izquierda… “Los nazis habrían podido identificar inmediatamente a un campesino judío”.
Romain Rolland, antes de abrazar el estalinismo, escribió el manifiesto pacifista más famoso de la Primera Guerra Mundial: Más allá de la contienda.
En él cuenta que los viñadores de Champagne, bajo las bombas de los dos
ejércitos, recogían la vendimia. Cuando no perteneces a la derecha ni a
la izquierda, cuando eres un librepensador con más preguntas que
respuestas, a veces te sientes como aquellos viñadores.
En Ser español, Julián Marías nos enseña la ecografía de “Las dos Españas”:
la Guerra de la Independencia; y en medio de absolutistas y
afrancesados Marías destaca la mesura de Jovellanos. Luego vendrían los
moderados y los liberales, los monárquicos y los republicanos, los
azules y los rojos, los conservadores y los socialistas… Siempre con la
espada de Damocles que Larra describiera: “Aquí yace media España, murió de la otra media”.
La
Historia de España, tan poblada de curas, militares y monarcas, es una
historia absolutista, moderada, monárquica, azul, conservadora… El sol
se ponía en nuestros cielos de este a oeste. Hasta la muerte de Franco,
nuestra “izquierda” solo llegó al poder en 1820, 1868 y 1931. Eso sí,
fue morir el dictador y los ojos de la mayoría de españoles hicieron un
travelling de derecha a izquierda.
Los movimientos de los ojos
occidentales al leer ya no influyen en la visión política de la realidad
porque casi nadie lee, así que habrá que fijarse en el medio que más
influencia sigue teniendo, la televisión: el duopolio que forman Atresmedia y Mediaset
supone un monopolio ideológico de izquierdas, igual que la nueva RTVE
(que tan tendenciosamente se han repartido quienes venían a purificar el
país, Sánchez e Iglesias).
Siempre me ha molestado la
superioridad moral de la izquierda: si crees que tus valores son mejores
que los de un prójimo conservador es que careces de humildad, y esa es
una moral agrietada. El profesor de Ciencia Política Ignacio Sánchez-Cuenca ha escrito un ensayo titulado así: La superioridad moral de la izquierda. Basta con ver quién es el prologuista, Íñigo Errejón, para entender la cuestión: él y otros estudiantes de la Complutense —liderados por Pablo Iglesias— boicotearon una conferencia de Rosa Díez con tarjetas rojas y gritos: “¡Fuera fascistas de la Universidad!”. Y Errejón
cobró una beca de casi dos mil euros al mes sin pisar la Universidad de
Málaga (le había contratado un amigo suyo, el dirigente de Podemos Alberto Montero).
Boicot
y beca hubieran supuesto el final de la carrera de cualquier político
de la derecha por “facha” y “corrupto”, pero Íñigo —sin ningún tipo de
pudor— se presentó como candidato a presidir la Comunidad de Madrid
criticando a Cristina Cifuentes por su máster universitario. (En una entrevista que le hizo un suplemento cultural, José Sacristán afirmaba que tenía cierta esperanza en figuras como la de Íñigo Errejón).
Desconfío de las personas que, como becerros de una ganadería, llevan marcada a fuego la ideología. Sartre decía de Camus que no estaba a la izquierda ni a la derecha, sino en el aire. Álvaro Mutis lamentaba vivir en una época “de un maniqueísmo furioso en la cual, los que se confieren arbitrariamente el papel de buenos, acaban de verdugos”. Para él, somos seres complejos; es absurdo preguntarse si eran de izquierda o derecha Julio César, Dante o Cervantes. Mutis estuvo con Borges en una conferencia en la Universidad de Quito, en un aula repleta de dogmáticos, como la de Rosa Díez en la Complutense: un escritor le reprochó a Borges que hubiera estado del lado de los dictadores y no del pueblo, como Neruda. El ciego genial le respondió: “Neruda nunca estuvo al lado del pueblo. Estuvo al lado de la Unión Soviética, que es otra cosa muy distinta”. En el atardecer de 1968 Martin Amis fue
una de las sesenta personas que se manifestaron en Oxford contra la
invasión soviética de Checoslovaquia; mientras, decenas de miles
protestaban delante de la embajada de Estados Unidos en Londres contra
la Guerra de Vietnam.
Cuando trabajaba en Ellago Ediciones, un
día el editor me dijo —solemne— que nunca publicaría el libro de un
fascista. Aquel año estábamos publicando una antología de las canciones
de Silvio Rodríguez, y le recordé al editor que Silvio es un gran defensor de Fidel Castro.
(Hacía poco habían fusilado a tres jóvenes cubanos por secuestrar una
lancha para llegar a Estados Unidos, tras lo cual Silvio —junto a otras
personalidades— firmó un documento justificando los fusilamientos).
Recuerdo
otra conversación con un amigo, militante de Izquierda Unida: cuando le
dije que no entendía cómo podían apoyar la dictadura castrista, me
habló de la reputación de la educación y la sanidad cubanas. Siguiendo
ese razonamiento, supongo que mi amigo defenderá el franquismo por haber
construido la mayoría de los grandes hospitales públicos y por la paga
extra de julio. Hasta que no nos indignen por igual las dictaduras de
izquierda y las de derecha, nuestras sociedades seguirán padeciendo un
déficit moral porque, como observó Castellio después de que Miguel Servet fuera condenado a la hoguera, “matar a un hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un hombre”.
Alberto Garzón es
uno de los políticos mejor valorados por los españoles en las
encuestas. A una conferencia que dio en la Complutense acudieron más de
mil estudiantes. Al principio de su libro Por qué soy comunista, pide perdón por el uso del masculino como fórmula neutra: “Quisiera que el lector o la lectora pueda disculparme por esta decisión, que en ningún caso compromete mi lucha feminista”. Me pregunto qué pensarían mentes brillantes de la izquierda —Manuel Azaña,
por ejemplo— si hubieran podido leer semejante dislate... Del libro
llama la atención lo cínico que puede ser Garzón, que considera a Fidel
un ejemplo y, al mismo tiempo, afirma que el comunismo que defiende “es el que reclama que se respeten los derechos humanos”.
También
llama la atención lo rancio y sectario que es el lenguaje de algunos
“progresistas”: los grandes empresarios siguen siendo unos explotadores;
y el capitalismo incompatible con la democracia, pues lanza a las
clases populares a competir unas con otras… La traca final de la
demagogia viene cuando Garzón declara: “No somos antisistema, sino que el sistema es antinosotros”, y que prefiere pensar “en
fórmulas que nos permitan hablar de ruptura democrática y social y en
la que los de abajo (sic) de nuestros pueblos respectivos podamos
cooperar”. El malvado capitalismo le permite a Garzón ser aforado y
tener un sueldo que está muy por encima de la media de los españoles (y a Pablo Iglesias e Irene Montero
comprarse un chalé de lujo, a Echenique vivir en el barrio de
Salamanca…); el malvado capitalismo le permite a Garzón publicar un
libro criticando el capitalismo (¿cuántos libros críticos con el
comunismo se han publicado en Cuba, en Corea del Norte…?).
Me
parece anacrónico seguir hablando de derecha e izquierda, términos
originarios de la Revolución Francesa, términos azarosos: en la Asamblea
Nacional Constituyente, los favorables al rey se sentaban a la derecha y
los defensores de la soberanía nacional a la izquierda. Hace décadas,
las fronteras aún estaban trazadas con sangre: en el tablero de ajedrez
mundial, mojado todos los días por la lluvia fina de la Guerra Fría,
Estados Unidos apoyaba dictadores de derecha en América Latina, mientras
que la Unión Soviética cubría media Europa con un rojo telón de acero.
En
el siglo XXI, el de la globalización ardiente, los países del Nuevo
Mundo y del Viejo Continente son, en su gran mayoría, democracias más o
menos liberales. A eso sí le podemos llamar progreso (aumento de la
esperanza de vida, reducción de la pobreza extrema, del número de
analfabetos, etc.). Para mantener el Estado del Bienestar, tanto la
derecha como la izquierda destinan la mayor parte de sus presupuestos a
políticas sociales. Decía Francisco Umbral que la derecha de
Aznar había hecho socialismo suave y la izquierda de Zapatero
capitalismo suave, y que en las fiestas políticas a las que iba —de
variada ideología— en todas partes olía a Christian Dior. Umbral fue un
niño pobre de derechas (con melancolías, sin bicicleta) que acabaría
escribiendo El socialista sentimental.
Las ideologías ya no mueven los hilos del siglo XXI; para entender el triunfo de Trump,
del brexit, del populismo en Italia… hemos de fijarnos en los
movimientos migratorios. ¿Cómo afrontamos la vejez de Europa? ¿Cómo
afrontamos que África duplicará su población dentro de treinta y cinco
años…? Está bien acoger a quienes vienen en el Aquarius, pero eso es una
gota de agua en el Mediterráneo. ¿Tal vez un Plan Marshall para África,
como proponía Ramón Tamames en EL ESPAÑOL?
En un estudio
realizado sobre 466 cuadros de la Virgen con el Niño Jesús, se vio que,
en 373, el Niño está colocado en el seno izquierdo (los latidos del
corazón como bálsamo para los bebés explicarían el resultado). Del mismo
modo, la ideología de izquierdas ha servido como calmante de
conciencias, ignorando que cada ser humano alberga en su interior un
cielo y un infierno, la bondad y el egoísmo; en la silenciosa lucha hay
un vencedor distinto cada día. Lo demás, pura palabrería.