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martes, 25 de septiembre de 2018

EL ABUELITO SOROS


El enemigo de las naciones entendidas al modo clásico no es otro que el liberalismo


Juan Manuel de Prada


Huyendo de las informaciones sensacionalistas sobre George Soros, leo un reportaje encomiástico de Michael Steinberger, publicado en el New York Times. Para completar su ditirambo, el periodista acude a voces tan autorizadas como la del hijo del magnate, Alexander Soros: «Me dijo –escribe Steinberger– que su padre no ha mostrado entusiasmo en hacer publicidad de su judaísmo, porque “era algo por lo que casi lo habían matado”. Pero siempre “se ha identificado como judío” y su filantropía es a la postre una expresión de su identidad judía, pues le hace sentir solidaridad hacia otros grupos minoritarios; y también porque ha advertido que un judío sólo podía hallarse a salvo en un mundo en el que las minorías estuviesen protegidas. Explicando las intenciones de su padre, Alex añadió: “La razón por la que luchas por una sociedad abierta es porque es la única en la que puedes vivir siendo judío, a menos que te conviertas en un nacionalista y sólo luches por tus derechos en tu propio estado”».

A confesión de parte, relevo de pruebas. Pero a nosotros no nos interesa señalar aquí la relación entre las actividades del abuelito Soros y su «identidad judía», sino su condición de adalid –citamos el New York Times– de la «libertad individual, la sociedad abierta y el libre pensamiento», como «devoto discípulo de Karl Popper». El artículo citado menciona en nueve ocasiones, siempre con respeto reverencial, al maestro del abuelito Soros, cuyo concepto de «sociedad abierta» inspira su activismo; y repite hasta dieciséis veces que la causa de Soros no es otra sino el «liberalismo» y los «valores liberales». Y aquí es donde queríamos llegar. Pues no faltan tontos útiles (e infiltrados que los apacientan) que se obstinan en presentar al abuelito Soros como un promotor del llamado «marxismo cultural», una entelequia conspiranoica que lanzó con gran éxito la derecha yanqui, para que el catolicismo pompier y el cretinismo evangélico picasen el anzuelo y abrazasen bobaliconamente las tesis liberales.

Pero lo cierto es que el abuelito Soros es un liberal coherente y fetén, partidario acérrimo del mercado libre y de un mundo sin fronteras. Y para alcanzar esta utopía globalista, el abuelito Soros necesita destruir las naciones entendidas al modo clásico, como comunidades políticas fundadas en fuertes vínculos familiares, sostenidas en tradiciones comunes, fortalecidas en una fe compartida. La «sociedad abierta» que preconiza el abuelito Soros es la sociedad de hormiguero liberal, desarraigada y multicultural, en la que todo lazo social y toda aspiración de bien común son reducidos a fosfatina, mediante la promoción de ideologías que dinamitan la institución familiar (de ahí que patrocine el feminismo y los derechos de bragueta) y el estímulo de los flujos migratorios que dinamitan las tradiciones comunes (de ahí que financie las organizaciones dedicadas al acarreo, que no rescate, de inmigrantes). El abuelito Soros, en fin, anhela una «disociedad» en la que el ser humano deja de ser el «animal político» aristotélico, para convertirse en un insecto social, desarraigado e infecundo, al servicio del mercado. Por supuesto, en este anhelo (como en toda cuestión política) hay un fondo teológico; pero sobre esto no diremos nada, acogiéndonos a la disciplina del arcano.

Basta ya de paparruchas conspiranoicas. Si la izquierda secunda al abuelito Soros es porque, como profetizó Pasolini, se ha convertido en una fuerza mercenaria y traidora de la causa obrera, un perro caniche al que Soros y otros como él han concedido una prórroga de talonario. Pero el enemigo de las naciones entendidas al modo clásico no es otro que el liberalismo, que es la doctrina promovida por el abuelito Soros.


                                                                                JUAN MANUEL DE PRADA  Vía ABC

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