La tesis doctoral del
presidente Pedro Sánchez fue como su llegada al poder: rápida,
accidentada y coral. "Por la puerta trasera", como dijo el registrador
que no registró aquella puerta porque no le dio la gana.
Desde 2015 existían informaciones dispersas que recogían buena parte de la trama del caso Sánchez. Pero era uno de esos episodios que mantenía la categoría de rumor fundado al no haber llegado a portadas nacionales y el caso Sánchez estuvo durmiente hasta que Albert Rivera lo despertó oportunamente en el Congreso de los Diputados. Mencionó a la ministra Carmen Montón, a Pablo Casado, expresó su preocupación por la universidad española y, de pronto, preguntó por la tesis doctoral del presidente.
Han sido muchos los intentos la prensa azuzada desde Moncloa por inhabilitar a Pablo Casado para la acción política tras hacerse con la presidencia del PP. El rasero académico fue inaugurado contra Cristina Cifuentes por Ignacio Escolar, que es director de El Diario sin tener el título de periodista. Ni mucho menos hace falta, pero no terminar la licenciatura de Periodismo por escribir en un blog da una idea de su capacidad profesional.
El caso es que Pedro Sánchez sacrificó a la ministra Montón, que no necesitaba máster alguno, para acabar con Casado –que tampoco lo necesita– por comparación. Pero tanto jugaron unos y otros con el pasado académico que la pelota se fue a colar en el patio de la universidad Camilo José Cela y al ir a buscarla…
El interés de Albert Rivera por la tesis de Sánchez provocó colas inéditas de periodistas en la biblioteca de la universidad, único lugar en el que se custodiaba celosamente El Libro. El presidente había remitido a lo público de su trabajo pero no era verdad: en internet se puede leer un periódico local de Vietnam pero no la tesis de Sánchez, que requería de permisos de consulta por parte del supuesto autor, digamos firmante. Dos días después, tras aplicarle dos algodones que buscan manchas de plagio –uno ha encontrado muchas más que otro–, el Gobierno difundió el peor libro más buscado de España.
El caso es que el calculado manotazo de Rivera provocó inmediatos ríos de tinta. Carlos Cuesta desempolvó en OK Diario los rumores durmientes dejando a la vista el cúmulo de irregularidades que rodeaban la tesis. Escritos previos y posteriores, autorías y coautorías inexplicables, presuntos plagios y autocitas que violaban la preceptiva condición inédita de una tesis. ABC entró de lleno en la acusación de plagio y la sensación de peligro real se instaló en el Palacio de La Moncloa de la forma más inesperada.
El presidente, visiblemente noqueado, viró su punto de mira hacia Albert Rivera –"Os vais a enterar"– y hacia los medios de comunicación que lanzaron las primeras dudas sobre la autoría de su trabajo de doctorado anunciando futuras querellas.
Como informó Ketty Garat, las mentes asesoras del presidente encontraron una argumentación plausible para esgrimir como única defensa si la cosa se ponía fea: la tesis es malísima, no puede ser más que de Sánchez. Horas antes ya se había publicado el veredicto que en su día ofrecieron Juan Ramón Rallo, John Müller o Manuel Conthe, personas con la suficiente autoridad como para evitarnos el control de calidad de la obra.
El escándalo quedaría pues, trasladado al tribunal de la prueba que habría emitido su unánime alabanza académica sobre una chapuza incalificable. Esa misma noche, a través de Facebook, el presidente del Gobierno seguía empeñado en disparar la escopeta al revés. "Por razones obvias, no he tenido tiempo de investigar, pero con dar clases me bastaba…".
Porque Sánchez fue profesor asociado-recomendado antes que doctor, y preparar las clases, según admite, no le dejaba tiempo para mucho más. Todo podría quedar reducido a que el presidente del Gobierno es un doctor de pacotilla que no plagia como Montón ni hace pellas impunes como Cifuentes y Casado. Pero no.
Sendas noticias de Javier Chicote en ABC y Javier Negre en El Mundo acercan la verdadera dimensión de este culebrón: una historia de amaños, atajos y privilegios urdida entre amigotes para que un don nadie aparentara más en su prometedor camino político, centrado entonces en lo municipal.
Chicote relata con detalle en ABC lo que da de sí un mal texto. La tesis de Sánchez vio la luz de diversas formas y con diversos autores antes y después de su lectura oficial. Entre las firmas que han soportado las páginas de la discordia figuran las de un miembro del tribunal y la de su directora de tesis. Firma uno, firman dos, firman tres… Hay ropa vieja que aprovecha peor un buen cocido. Por si fuera poco, la endogamia entre los miembros del tribunal y la directora de tesis, unida a la bisoñez de alguno de los doctores que calificaron el trabajo fulmina cualquier atisbo de imparcialidad académica.
Negre aporta en El Mundo una explicación bien sencilla del origen de todo: el PSOE de Zapatero, paradigma de la estulticia convertida en Gobierno. Rafael Cortés Elvira, otrora viceministro de González, era el rector de la Camilo José Cela cuando Sánchez ingresó como profesor asociado recomendado por José Blanco, todopoderoso amigo del rector. Y tras muchas palmaditas y alguna zancadilla, de Blanco se llegó al negro y así quedó, negro sobre blanco, el culmen académico del presidente. Se propició, en definitiva, la negritud en la forja del candidato al que nadie, ni Blanco ni Cortés, se imaginaba en La Moncloa.
Pero todo en Sánchez es de tramposo cartón. Defensor a ultranza de lo público, estudia en el Real Centro Universitario María Cristina, de los agustinos de El Escorial, un centro privado y religioso adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, excusa pública. Las enseñanzas agustinianas que exhibe el centro parecen perseguir al antiguo alumno: "Todos tienen algo que compartir con los demás", dice San Agustín para recibir a los alumnos desde la web. Que se lo digan a Carlos Ocaña y a buena parte del tribunal de su tesis. Otra sentencia del santo de Hipona figura en el escudo del centro y resulta mucho más contundente: Vox veritatis non tacet. La voz de la verdad no calla. Veremos.
Siguiendo con la clásica coherencia de la izquierda política, y como ya es sabido, Sánchez pasa de estudiar en el agustiniano RCU María Cristina a impartir clases y después doctorarse en otro centro privado, la Universidad Camilo José Cela. Ya lo tiene todo para defender la educación pública desde el rigor del socialismo.
Lo que consiguió Sánchez por el camino que ahora conocemos le habilitó para ejercer una profesión. No sucede lo mismo en los casos Cifuentes, Montón y Casado. Parece que las irregularidades habilitan siempre a este presidente: su doctorado para dar clase y opositar, su moción para gobernar y, todo junto, para convertir la estafa en pensión vitalicia.
El Sánchez del "no es no", el que pasó del banderón de España al colegueo con el golpismo, el que intima con su "racista" favorito, el que prometió elecciones inmediatas, el que pasa del pacifismo a las bombas de "precisión extraordinaria" y del blanco al negro ha sido noqueado por Albert Rivera. Ya han asomado tímidas represalias en páginas de El País siguiendo la consigna del "os vais a enterar" pero todo hace esperar que el objetivo de la semana que viene será aniquilar política y civilmente al líder de Ciudadanos.
Si Pablo Casado pierde el miedo a su inservible máster y el propio Rivera mantiene la guardia alta después del sopapo original, es posible que al Doctor No, que no merecía ser doctor ni presidente, le quede lo justo para convocar elecciones.
Desde 2015 existían informaciones dispersas que recogían buena parte de la trama del caso Sánchez. Pero era uno de esos episodios que mantenía la categoría de rumor fundado al no haber llegado a portadas nacionales y el caso Sánchez estuvo durmiente hasta que Albert Rivera lo despertó oportunamente en el Congreso de los Diputados. Mencionó a la ministra Carmen Montón, a Pablo Casado, expresó su preocupación por la universidad española y, de pronto, preguntó por la tesis doctoral del presidente.
Han sido muchos los intentos la prensa azuzada desde Moncloa por inhabilitar a Pablo Casado para la acción política tras hacerse con la presidencia del PP. El rasero académico fue inaugurado contra Cristina Cifuentes por Ignacio Escolar, que es director de El Diario sin tener el título de periodista. Ni mucho menos hace falta, pero no terminar la licenciatura de Periodismo por escribir en un blog da una idea de su capacidad profesional.
El caso es que Pedro Sánchez sacrificó a la ministra Montón, que no necesitaba máster alguno, para acabar con Casado –que tampoco lo necesita– por comparación. Pero tanto jugaron unos y otros con el pasado académico que la pelota se fue a colar en el patio de la universidad Camilo José Cela y al ir a buscarla…
El interés de Albert Rivera por la tesis de Sánchez provocó colas inéditas de periodistas en la biblioteca de la universidad, único lugar en el que se custodiaba celosamente El Libro. El presidente había remitido a lo público de su trabajo pero no era verdad: en internet se puede leer un periódico local de Vietnam pero no la tesis de Sánchez, que requería de permisos de consulta por parte del supuesto autor, digamos firmante. Dos días después, tras aplicarle dos algodones que buscan manchas de plagio –uno ha encontrado muchas más que otro–, el Gobierno difundió el peor libro más buscado de España.
El caso es que el calculado manotazo de Rivera provocó inmediatos ríos de tinta. Carlos Cuesta desempolvó en OK Diario los rumores durmientes dejando a la vista el cúmulo de irregularidades que rodeaban la tesis. Escritos previos y posteriores, autorías y coautorías inexplicables, presuntos plagios y autocitas que violaban la preceptiva condición inédita de una tesis. ABC entró de lleno en la acusación de plagio y la sensación de peligro real se instaló en el Palacio de La Moncloa de la forma más inesperada.
El presidente, visiblemente noqueado, viró su punto de mira hacia Albert Rivera –"Os vais a enterar"– y hacia los medios de comunicación que lanzaron las primeras dudas sobre la autoría de su trabajo de doctorado anunciando futuras querellas.
Como informó Ketty Garat, las mentes asesoras del presidente encontraron una argumentación plausible para esgrimir como única defensa si la cosa se ponía fea: la tesis es malísima, no puede ser más que de Sánchez. Horas antes ya se había publicado el veredicto que en su día ofrecieron Juan Ramón Rallo, John Müller o Manuel Conthe, personas con la suficiente autoridad como para evitarnos el control de calidad de la obra.
El escándalo quedaría pues, trasladado al tribunal de la prueba que habría emitido su unánime alabanza académica sobre una chapuza incalificable. Esa misma noche, a través de Facebook, el presidente del Gobierno seguía empeñado en disparar la escopeta al revés. "Por razones obvias, no he tenido tiempo de investigar, pero con dar clases me bastaba…".
Porque Sánchez fue profesor asociado-recomendado antes que doctor, y preparar las clases, según admite, no le dejaba tiempo para mucho más. Todo podría quedar reducido a que el presidente del Gobierno es un doctor de pacotilla que no plagia como Montón ni hace pellas impunes como Cifuentes y Casado. Pero no.
Sendas noticias de Javier Chicote en ABC y Javier Negre en El Mundo acercan la verdadera dimensión de este culebrón: una historia de amaños, atajos y privilegios urdida entre amigotes para que un don nadie aparentara más en su prometedor camino político, centrado entonces en lo municipal.
Chicote relata con detalle en ABC lo que da de sí un mal texto. La tesis de Sánchez vio la luz de diversas formas y con diversos autores antes y después de su lectura oficial. Entre las firmas que han soportado las páginas de la discordia figuran las de un miembro del tribunal y la de su directora de tesis. Firma uno, firman dos, firman tres… Hay ropa vieja que aprovecha peor un buen cocido. Por si fuera poco, la endogamia entre los miembros del tribunal y la directora de tesis, unida a la bisoñez de alguno de los doctores que calificaron el trabajo fulmina cualquier atisbo de imparcialidad académica.
Negre aporta en El Mundo una explicación bien sencilla del origen de todo: el PSOE de Zapatero, paradigma de la estulticia convertida en Gobierno. Rafael Cortés Elvira, otrora viceministro de González, era el rector de la Camilo José Cela cuando Sánchez ingresó como profesor asociado recomendado por José Blanco, todopoderoso amigo del rector. Y tras muchas palmaditas y alguna zancadilla, de Blanco se llegó al negro y así quedó, negro sobre blanco, el culmen académico del presidente. Se propició, en definitiva, la negritud en la forja del candidato al que nadie, ni Blanco ni Cortés, se imaginaba en La Moncloa.
Pero todo en Sánchez es de tramposo cartón. Defensor a ultranza de lo público, estudia en el Real Centro Universitario María Cristina, de los agustinos de El Escorial, un centro privado y religioso adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, excusa pública. Las enseñanzas agustinianas que exhibe el centro parecen perseguir al antiguo alumno: "Todos tienen algo que compartir con los demás", dice San Agustín para recibir a los alumnos desde la web. Que se lo digan a Carlos Ocaña y a buena parte del tribunal de su tesis. Otra sentencia del santo de Hipona figura en el escudo del centro y resulta mucho más contundente: Vox veritatis non tacet. La voz de la verdad no calla. Veremos.
Siguiendo con la clásica coherencia de la izquierda política, y como ya es sabido, Sánchez pasa de estudiar en el agustiniano RCU María Cristina a impartir clases y después doctorarse en otro centro privado, la Universidad Camilo José Cela. Ya lo tiene todo para defender la educación pública desde el rigor del socialismo.
Lo que consiguió Sánchez por el camino que ahora conocemos le habilitó para ejercer una profesión. No sucede lo mismo en los casos Cifuentes, Montón y Casado. Parece que las irregularidades habilitan siempre a este presidente: su doctorado para dar clase y opositar, su moción para gobernar y, todo junto, para convertir la estafa en pensión vitalicia.
El Sánchez del "no es no", el que pasó del banderón de España al colegueo con el golpismo, el que intima con su "racista" favorito, el que prometió elecciones inmediatas, el que pasa del pacifismo a las bombas de "precisión extraordinaria" y del blanco al negro ha sido noqueado por Albert Rivera. Ya han asomado tímidas represalias en páginas de El País siguiendo la consigna del "os vais a enterar" pero todo hace esperar que el objetivo de la semana que viene será aniquilar política y civilmente al líder de Ciudadanos.
Si Pablo Casado pierde el miedo a su inservible máster y el propio Rivera mantiene la guardia alta después del sopapo original, es posible que al Doctor No, que no merecía ser doctor ni presidente, le quede lo justo para convocar elecciones.
JAVIER SOMALO Vía LIBERTAD DIGITAL
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