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martes, 18 de septiembre de 2018

LA HUMANIDAD MEJORADA

El futuro se está configurando en las redes y las sociedades que pretenden progresar deben aprender, pero, dentro de esas nuevas normas del juego, la libertad parece un actor muy secundario 



La robot Sophia. (EFE)


Una de las conclusiones de la historia de las culturas en la que trabajo es que se cumple implacablemente la 'ley universal del aprendizaje', de la que ya les he hablado. Dice así: “Una persona, una organización o una sociedad necesita, para sobrevivir, aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia su entorno. Y si quiere progresar, deberá hacerlo a más velocidad”. Las sociedades que no aprendieron se quedaron al margen. La comparación entre la China anterior a Deng Xiaoping y Japón es llamativa. Japón se empeñó mucho antes en convertirse en una 'sociedad del aprendizaje' y acabó imponiéndose a China. Por ello, quienes tienen responsabilidades o preocupaciones educativas deben estar permanentemente informados de lo que sucede a su alrededor. Estar al día —o al minuto— parece ser la obsesión de todo el mundo, que acude para satisfacerla a las 'redes sociales'. Sin duda, todo está en la nube, de la misma manera que todo el petróleo está en el planeta. Lo difícil es saber dónde buscar, dónde hacer las prospecciones para encontrarlo.

Niall Ferguson, un historiador de la economía al que sigo desde hace mucho tiempo, acaba de publicar 'La plaza y la torre', un estudio sobre la influencia de las redes sociales a lo largo de la historia. Lo que en este momento 'se está cociendo', es decir, lo que va a influir en nuestras vidas en un futuro próximo, está en las redes, pero en redes muy especializadas. Son redes de alta tecnología, de alta investigación y de industrias relacionadas con ellas. Cuando lo dirigía Nicholas Negroponte, se decía que en el Medialab del MIT se estaba decidiendo el futuro. Ahora se hace en muchos otros centros.

La mejora de las capacidades humanas puede ser tan gigantesca que permita hablar de una nueva especie

Lo que está emergiendo en ellos es la idea de las 'human enhancement technologies', es decir, de las tecnologías de mejoramiento humano. El tema ya está presente en papeles oficiales. El Parlamento Europeo las define como “aquellas modificaciones dirigidas a mejorar las capacidades humanas, conseguidas por la intervención de las nuevas tecnologías en el cuerpo humano”. Según el informe del National Intelligence Council (NIC) 'Global Trends 2030', “la 'human augmentation' permitirá a los civiles y a los militares trabajar más efectivamente y en entornos que antes eran inaccesibles”, por ejemplo, aumentando la memoria o la velocidad del pensamiento. La mejora de las capacidades humanas puede ser tan gigantesca que permita hablar de una nueva especie. Yuval Noah Harari, en libros que tienen gran éxito, señala que las tres grandes promesas de la nueva tecnología son hacernos inmortales, hacernos felices y hacernos dioses. ¿Debemos tomarnos todo esto en serio? Desde luego, porque manifiesta una tendencia, un sistema de pensamiento, para el que debemos preparar a nuestros niños y adolescentes.

Pero ¿qué podemos hacer? En primer lugar, aclarar cuál es el papel de la información —y por lo tanto de la inteligencia artificial capaz de manejarla— dentro de la acción humana. Todos actuamos desde la información que tenemos, pero la acción y su mantenimiento son algo más complejo. El modelo de inteligencia con el que trabajamos se basa en la idea de que su función principal es dirigir la acción. Todo lo demás, la información, la motivación, los sistemas de recompensa y sanciones, va dirigido a la acción que toma decisiones y las lleva a la práctica. La información proporcionada por los fantásticos sistemas informáticos debe funcionar como ampliaciones de nuestros propios sistemas neuronales de información. Y eso supone un entrenamiento especial, que debemos introducir en los sistemas de aprendizaje.

​Servirse de los robots


Los gurús de la 'humanidad mejorada' no acaban de comprender la diferencia. Por ejemplo, Kevin Warwick dice que el cerebro de una persona y su cuerpo pueden no estar en el mismo lugar. Quiere decir que la inteligencia puede estar en una máquina. ¿Pero cómo pretende pasar de la información a la acción real? El cuerpo humano disfruta o sufre, se cansa o se exalta. Lo que está sugiriendo no es que el ser humano se sirva de los robots, sino que los robots se sirvan de los seres humanos, que son buenos captadores de cierto tipo en informaciones.

La libertad como valor supremo es una creencia occidental. El pensamiento chino ha considerado más importantes la armonía y la estabilidad

Lo que está en tela de juicio es si vale la pena considerar la libertad humana como un valor en sí, o si debe ser sustituida por la eficiencia. Un modelo parecido, aunque no fundado en tecnología avanzada, lo defendió hace años el psicólogo que aparece en todos los 'rankings' como el más influyente del siglo XX: B. F. Skinner. Opinaba que la sociedad estaba actuando muy torpemente al valorar tanto la libertad y la dignidad humanas, porque de esa manera impedía que la ingeniería social, basada en el condicionamiento operante, resolviera los problemas y nos permitiera alcanzar la paz y la felicidad. La gente, decía, puede comportarse muy bien sin necesidad de hacerlo libremente. La libertad queda entonces reducida a su menos respetable propiedad: la capacidad de equivocarse. Es decir, una imperfección. Conviene no olvidar que situar la libertad como valor supremo es una creencia occidental. El pensamiento chino, por ejemplo, ha considerado siempre que la armonía y la estabilidad son más importantes.

Lo que se está cociendo es un sistema eficiente pero que desconfía de la libertad, porque la considera fuente de ineficiencia, de errores, de pulsiones, de irracionalidad. Educadores, ¡tenemos un problema!


                                                                 JOSÉ ANTONIO MARINA   Vía EL CONFIDENCIAL 

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