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viernes, 28 de septiembre de 2018

El PSOE que se cae a pedazos, la lucha por el poder y las distracciones varias

Estos tiempos de cotilleos, seudoescándalos, exageraciones e imputaciones de delitos son una buena muestra de la debilidad democrática en la que estamos inmersos


Rueda de prensa de Pedro Sánchez en Nueva York. (Ballesteros/EFE)


El Gobierno del PSOE está bajo acoso. Es normal, es parte del juego democrático, unos pretenden el poder que otros tienen y los primeros intentan conservarlo o ampliarlo. Desde ese punto de vista, nada extraño. Lo pernicioso es la forma en que se está desarrollando esta pelea, por la intensidad y crispación con que se desenvuelve, por la levedad de los asuntos acerca de los que se discute y por la pobreza argumental que se despliega.

Peor todavía es el telón de fondo, un espacio público en el que apenas queda lugar para razonar, exponer ideas o matizar: parece que cada cual ha elegido previamente su lado, y lo que se expone desde otras perspectivas se descarta por irrelevante. Unos dicen que el Gobierno hace aguas y debe caer ya, y todo lo que no sea así les resulta absurdo; otros entienden lo contrario, y no hay nada que los saque de ahí. En el camino se van cruzando descalificaciones, menosprecios y ataques de toda índole, y eso es lo que nos queda.

"Que no me despachen"


En ese escenario nos manejamos. El ejemplo de Anguita es interesante para comprender esta tendencia, por lo significativo, y porque permite salirse del marco elecciones sí/elecciones no. El ex coordinador general de IU publicó días atrás un artículo en el que analizaba los giros políticos de los últimos tiempos, coescrito con Manolo Monereo y Héctor Illueca, que fue un pequeño terremoto en la izquierda. La queja de Anguita no es que se hayan atacado sus ideas, sino que ni siquiera se ha entrado en ellas. En sus palabras: “No me gusta que se despache lo que estamos planteando con cuatro fórmulas; no quiere usted entrar en el debate, pues no entramos, pero no me despachen”.

Hoy es muy sencillo no debatir: se te adjudica una etiqueta, se te señala como un problema, y ya no es necesario entrar en razones

El problema no es solo que para lanzar los debates sea importante el lugar que se ocupa (si eres alguien importante, se te escucha; si no, olvídate); además, tal y como está la política, es muy sencillo zanjar las cosas sin entrar en el fondo del asunto, como bien pudo comprobar Anguita. Se le adjudicó una etiqueta, rojipardo, se le señaló como un peligro, y a otra cosa.

Multicomunitarismo


Y esto ocurre en la izquierda, en la derecha y en el centro. Hay un libro estupendo de Zygmunt Bauman que viene bien al caso. El texto se titula ‘La cultura en el mundo de la modernidad líquida’, y en uno de sus capítulos resalta la tesis de Alain Touraine acerca del multiculturalismo, que es plenamente trasladable al contexto político contemporáneo. Touraine sostenía que tal concepto estaba relacionado con el respeto a la libertad ilimitada de elección entre la riqueza de ofertas culturales”, y que había que distinguirlo de algo fundamentalmente distinto, y mucho más habitual: el multicomunitarismo. La primera era una perspectiva liberal, en la que se respetaba el derecho de un individuo a elegir su modo de vida y los puntos de referencia para sus lealtades; para la otra, por el contrario, “la lealtad del individuo es una cuestión respondida de antemano por el hecho irrefutable de pertenecer a una comunidad”.

No hay diálogo, ni puntos de encuentro ni debate, solo posturas cerradas y hostiles que se enfrentan en la esfera pública

La tesis es hoy muy pertinente porque en esto se ha convertido la política, la grande y la pequeña, la del Parlamento y la de la calle. Cuando se dice que vivimos en una democracia, o que hay pluralidad de opiniones, o que existen medios de comunicación que defienden diferentes opciones ideológicas, es difícilmente refutable. Es cierto, hay grupos para todo, hay gente cuyos puntos de vista son distantes, cuando no radicalmente opuestos, y todos ellos tienen acceso, de formas más eficaces o menos, a expresar su opinión. En las redes, tenemos una prueba de ello a cada instante.

Sin pruebas en contrario


El problema es que esa variedad de opciones ideológicas cae en los mismos defectos que Touraine señalaba en el multicomunitarismo: son entornos cerrados, que demandan pertenencia y fidelidad y cuyas creencias son inmunes a las pruebas en contrario. En la política de partidos es muy evidente: de una parte, el Gobierno de Sánchez se cae a pedazos, hay que convocar elecciones, etc., y cualquier hecho es amplificado al máximo para lograr su objetivo, que no es otro que crear la sensación de que su opinión es la mayoritaria; del otro lado, ocurre exactamente lo mismo. No hay diálogo, ni puntos de encuentro ni debate, solo posturas cerradas que se enfrentan en el debate público. Y algo peor: en este escenario, quienes tratan de exponer razones siempre salen perdiendo, ya que son expulsados porque a ambas partes les estorban en su lógica de guerra.

Que la política se haya convertido en el 'Sálvame' tiene mucho que ver con las anécdotas, los cotilleos y los asuntos menores elevados a drama

No es un mal de la política parlamentaria, sino que se ha extendido a numerosas áreas (sociales, académicas, económicas, futbolísticas), y cada uno de los temas que se convierten en actualidad fugaz, siempre sustituido al poco tiempo por un nuevo asunto, queda sometido a estas lógicas. Lo que comentaba Anguita es un buen ejemplo de cómo se despachan las cosas: se descalifica al otro y punto. Y no puede decirse que estas comunidades no se relacionen con el resto, porque de hecho establecen comunicación continua, pero para golpear dialécticamente: el puritanismo y el matonismo son algunas de sus tácticas. El espacio público no constituye ya un lugar de confrontación de ideas, argumentos y razones, sino de peleas por el territorio, por imponer una visión cerrada, por ganar la batalla.

Los temas importantes


Así se está tejiendo la vida contemporánea, hecha de choques, de colectivos (a menudo pequeños) que tejen sus murallas frente al resto, que entienden la razón de manera instrumental y que, poseedores de la verdad, o al menos de la verdad que les conviene, demandan fidelidad interna como requisito necesario para defenderse de los ataques exteriores. Que la política se haya convertido en el 'Sálvame' tiene mucho que ver con esto. Cotilleos, asuntos menores, anécdotas elevadas a drama, de escándalos dudosos, conviven con el alejamiento y ocultamiento de los temas relevantes, sofocados por las grabaciones de salón.

Hacer frente al 'statu quo' demanda coraje si se tiene en cuenta la enorme fuerza de los poderes que lo sostienen

Como advierte Bauman, esto provoca varios problemas. El primero, respecto del sector al que pertenecía, y que queda bien definido desde sus palabras: “Hacer frente al 'statu quo' demanda coraje si se tiene en cuenta la aterradora fuerza de los poderes que lo sostienen; sin embargo, el coraje es una cualidad que los intelectuales... han perdido al precipitarse hacia los nuevos roles y nichos de expertos, gurúes académicos y celebridades mediáticas”.

Tirar la democracia por la borda


El segundo es más relevante, porque revela mucho de nuestra época. Cuando el terreno de juego se embarra y el debate público desaparece, solo caben dos posibilidades. Puede ocurrir que estemos en una sociedad cuya estructura se asemeja a la de aquellas épocas feudales en que el rey tenía escaso poder y no era más que la fachada formal tras la que se escudaban los nobles, siendo las luchas entre ellos las que constituían la verdadera realidad. Eso es peligroso, porque el rey, traducido a hoy, serían la democracia y el cúmulo de libertades y garantías que le son propias. Las estaríamos tirando por la borda a través de las luchas de grupos y facciones.

El objetivo consiste en mantener a los proletarios ocupados con hostilidades étnicas y religiosas y con debates sobre costumbres sexuales

La otra opción, que no es más reconfortante, la señalaba Richard Rorty cuando decía que “el objetivo consiste en mantener la mente de los proletarios ocupada en otra cosa: mantener al 75% de los estadounidenses y al 95% de la población mundial de los estratos más bajos ocupados con hostilidades étnicas y religiosas así como con debates sobre costumbres sexuales. Mientras sea posible distraer a los proletarios de su propia desesperación con seudoacontecimientos... los superricos tendrán poco que temer”. Si trasladamos tal afirmación a nuestro tiempo, le añadimos los cotilleos, los seudoescándalos y el enconamiento, y la ampliamos a la totalidad de la población, tendríamos una buena hipótesis acerca del porqué de tanta agitación.

Sea por un lado o por el otro, y eso si ambos no son complementarios (que cada cual decida), estas dinámicas cercenan casi todo lo que hace de la democracia un sistema político útil y necesario. De aquí al bonapartismo, un paso. Si Trump pudo triunfar, fue también por esta causa.


                                                                    ESTEBAN HERNÁNDEZ   Vía EL CONFIDENCIAL

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