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lunes, 10 de septiembre de 2018

MONCLOA Y SU DUDA SOBRE UN 155 'DURO'


Encuentro entre Quim Torra y Pedro Sánchez GTres


“Los españoles sólo saben expoliar”. “Evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714”. “Fuera bromas. Señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles”. “Vamos en coches particulares y nos lo pagamos todo. No hacemos como los españoles”. “Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario”. “Sobre todo, lo que sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia. Horrible”. Bienvenidos al mundo de Quim Torra. Internet devolvió como un bumerán al president esa huella xenófoba que él mismo se encargó de borrar. El recordatorio llegó en sus primeras horas al frente de la Generalitat. Su dialéctica poco ha mutado en estos meses de idas y venidas a la corte del político fugitivo en Waterloo. “No vamos a defendernos, vamos a atacar a este Estado injusto”, afirmó el día del primer aniversario de los trágicos atentados del 17-A en Cataluña.


Y Torra recoge el guante. El president proclamó en su última conferencia –nada nuevo, salvo una retahíla de lugares comunes del secesionismo- lo que está dispuesto a aceptar del diálogo con el Gobierno. Única y exclusivamente la absolución de los presos del procés y un referéndum, sí o sí, para la independencia de Cataluña. Todo lo demás no entra en sus planes, así que merece poco la pena seguir hablando de nada con este sujeto que antepone su obstinación a cualquier otro tipo de acuerdo o soluciones. Lo que no ha dicho, sin embargo, por ahora, es lo que estaría decidido a hacer si la ley, como es lógico, no tuerce su brazo y la Constitución tampoco se repliega para ceder al chantaje permanente y las pretensiones secesionistas de salirse con la suya. La pregunta es si se atreverá, puesto que tiene las llaves, a liberar a los dirigentes del soberanismo encarcelados en Lledoners. ¿O se limitará a encender la mecha en las calles para llevar a situaciones todavía más extremas al nacionalpopulismo catalán?

La pregunta sobre la cuestión catalana también tiene una versión en el envés. En Madrid. En la postura del Gobierno. ¿Qué hará Sánchez si tras la Diada esto se va de madre? Más cuando los Mossos se han convertido en los garantes de dar neutralidad a las calles. Jueces de parte, en muchos casos, con quien coloca los lazos amarillos. Pero el arte de la política suele tener mucho de juego escenográfico, de gestos en busca de fotos, de circulonquios sin alma, de una cosa y su contraria sin que los actores se ruboricen. En esa variedad de registros y actitudes se mueve Pedro Sánchez con la cuestión catalana. El presidente fue capaz de reconocer en una entrevista a La Vanguardia que Cataluña es una nación, algo que desde Madrid tuvo luego que matizar, a acordar sin complejos las medidas del artículo 155 cuando meses antes su partido garantizaba que jamás lo haría. Peligrosa ambivalencia cuando el nuevo inquilino de Moncloa debe repartir caricias y zanahorias a todos aquellos que le auparon a la bancada azul del Congreso. Y en ese saco andan los secesionistas de Esquerra y el PdCat, los burgueses de la antigua Convergencia, tan echados al monte como los descerebrados de la CUP. Los nuevos fontaneros de Moncloa auguran no sólo zanahorias, también palos para Torra, Puigdemont y su troupe. “Apoyó a Rajoy con el 155 y no se ha movido un ápice de esa convicción. Volverá a echar mano de ese recurso si fuese necesario”, insisten en Moncloa, como declaración de intenciones. ¿Cuál es la verdadera alma de Sánchez frente a Cataluña? La versión del poli malo de Josep Borrell o el diálogo del poli bueno que está ejerciendo Meritxell Batet.
Pero cuando está en juego la integridad de la Nación y la supervivencia del orden constitucional, toda cesión traiciona la historia del PSOE, la postura previa de Sánchez y a los ciudadanos.
En lo que respecta al desafío separatista, el Gobierno de Sánchez se parece cada vez menos a la oposición de Pedro Sánchez. No hace tanto que el hoy presidente se retrataba con Rajoy, ofreciendo la foto de la responsabilidad de Estado frente al plan rupturista. Aquel Sánchez incluso reclamaba una actualización del delito de rebelión que reconociera que hoy es posible dar un golpe -y tipificarlo como tal- sin recurrir a la violencia de añejos espadones. Aquel Sánchez llamaba racista y supremacista al mismo Torra al que ya ha recibido en Moncloa y permite, junto a Ana Pastor, que comparezca en el Congreso para soltar su proclama indepe, y le comparaba con Le Pen con una precisión fundada en los propios escritos de Torra.

Pero este Pedro Sánchez aupado al poder con los votos -entre otros- de los separatistas es ya otro Pedro Sánchez. Importa poco que su mutación la haya producido la liquidez ideológica, la aparente insinceridad de su compromiso con el 155 o el puro instinto de supervivencia que le obliga a depender, para agotar la legislatura -contra lo que prometió durante la moción-, del voto de quienes le hicieron presidente. Esa misma suma permitió al grupo parlamentario socialista renovar a su gusto el Consejo de RTVE, después de coprotagonizar con Podemos varias jornadas de bochornoso enjuague para hacerse con su control. Los socios de censura del presidente ejercen a diario sobre él un chantaje poco disimulado. Claro que un chantaje solo es eficaz si el chantajeado es lo suficientemente débil como para tener que aceptarlo o bien convocar elecciones. Pero cuando está en juego la integridad de la Nación y la supervivencia del orden constitucional, toda cesión traiciona la historia del PSOE, la postura previa de Sánchez y a los ciudadanos.

La voluntad de Sánchez se resume en una frase pronunciada en el Congreso en respuesta al portavoz del PP, Rafael Hernando, meses atrás: “Han utilizado el País Vasco y Cataluña, pero sin escuchar a Cataluña. Este Gobierno quiere que Cataluña esté en España pero escuchará a Cataluña”. Sánchez está convencido de que hay que atajar el problema con política, pero no acaba de aclarar la receta más allá de que el PSOE se mueve en la máxima de la reforma constitucional. Tal y como señalaba en septiembre de 2017, justo antes del referéndum del 1-O, “nos merecemos abordar una reforma del modelo territorial con seriedad, valentía y audacia”, y aunque garantizaba ya su apoyo al Gobierno en defensa de la legalidad, lamentaba que “no se habla de los costes del no diálogo, que más allá de los económicos son sentimentales y emocionales”.

No hay por tanto margen para que Sánchez acepte el derecho a decidir -pese a su idea no apoyada de autogobierno-, ni de Catalunya, ni del País Vasco, pero ve una vía de acción recuperando el Estatut esquilado por el Tribunal Constitucional (TC) al reconocer que fue recortado pese a contener las idénticas medidas que otros, como el andaluz. A su juicio, la raíz del problema radica en el hecho de que el Estatut vigente en Catalunya no fue el que votaron los catalanes por culpa de los recortes que sobre él practicó el TC tras el recurso del PP. Un clavo ardiendo para el mundo secesionista que espera como todos la decisión del Gobierno sobre el 155.
¿Se atreverá Sánchez a aplicar el 155 si fuera necesario? Los fontaneros de Moncloa así lo aseguran. Pero no especifican el grado.
Sánchez apuntó esa versión del Sánchez del 155 al trasladar al Constitucional una moción aprobada por el Parlament, presentado originalmente por la CUP, que abre la vía para retomar la vía unilateral hacia la independencia. El Gobierno puso en marcha de inmediato el mecanismo de impugnación ante el Tribunal Constitucional que empieza por pedir un dictamen al Consejo de Estado, aunque no sea vinculante. Estos son los mismos pasos que dio el año pasado el Gobierno de Mariano Rajoy por una moción de la misma naturaleza que consideraba válido el referéndum ilegal del 1 de octubre para iniciar el camino hacia la secesión.

¿Se atreverá Sánchez a aplicar el 155 si fuera necesario? Los fontaneros de Moncloa así lo aseguran. Pero no especifican el grado. Y ahí está el matiz importante. Porque ya no cabe un 155 light. Y esa idea ya se maneja por el complejo residencial. Poner en marcha esa medida implicaría una intervención por una buena temporada del gobierno de Cataluña y de su Parlament hasta que se acabe cualquier tipo de desafío al Estado. Un paso que necesita de un acuerdo coral con PP y Ciudadanos. Olvídense de Podemos. Tras la salida de Xavier Doménech, Colau tiene una autopista para llevar a la izquierda podemita catalana a la orilla del secesionismo. Eran pocos…


                                                                                        MIGUEL ALBA  Vía VOZ PÓPULI

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