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lunes, 24 de septiembre de 2018
EL DESACATO PERMANENTE DE LOS POLÍTICOS A LA JUSTICIA
Es un hábito de los políticos
españoles acusar a jueces y fiscales de prevaricar ante cualquier
resolución molesta para sus intereses
Ilustración: Raúl Arias.
Últimamente no hay declaración de un dirigente político sobre actuaciones recientes de jueces o fiscales que no contenga un desacato, expreso o sugerido.
Cada vez que se lamentan de la judicialización de la política, debe
traducirse “que los malditos jueces no metan las narices en nuestro
negociado”.
Lo más grave a este respecto está sucediendo con el conflicto de Cataluña. Los discursos chocan entre sí, pero coinciden en el mal trato hacia la Justicia.
Los independentistas violentan todos los principios
que rigen un Estado de derecho. Exigen que el Gobierno domeñe al
Ministerio Fiscal a cambio de un voto en los Presupuestos, descartan de
antemano un juicio justo y amenazan con una segunda insurrección
ante cualquier sentencia que no sea absolutoria. En realidad, sería más
coherente en ellos rechazar sin más que una potencia extranjera como
España juzgue a ciudadanos de la gloriosa República Catalana.
En
el otro campo también hay quienes deploran que los jueces intervengan
ante hechos manifiestamente delictivos —como si pudieran hacer otra
cosa—. El farisaico mensaje de que “los conflictos políticos se resuelven en la política y no en los juzgados” admite dos lecturas posibles:
O consideran que entre el 6 de septiembre y el 27 de octubre de 2017 nadie en Cataluña cometió delito alguno,
y en tal caso deberían explicitarlo y argumentarlo; o reclaman que, por
el hecho ser políticos los presuntos delincuentes, los jueces deberían
haber hecho la vista gorda y permitir que ellos arreglen el estropicio negociando (lo que, por cierto, hasta ahora han sido incapaces de hacer).
Sánchez,
Calvo, Borrell, Ábalos: todos segregan la idea de que las decisiones
judiciales son la causa de que el conflicto siga abierto en canal
Uno imagina que cuando se habla de que la solución tiene que producirse “en el marco de la ley”, ello incluye que el poder judicial haga el trabajo que la Constitución le atribuye. ¿O eso no forma parte de la ley?
Quizá
lo más indignante en este momento sea la insidiosa especie, que antes
provenía solo de fuerzas extraconstitucionales, según la cual los jueces se habrían convertido en el mayor obstáculo
para solucionar el conflicto de Cataluña. Su actuación se presenta como
una intrusión perturbadora que estaría impidiendo a nuestros bienamados
líderes resolver amistosamente un conflicto que las togas han
envenenado.
El Gobierno parece haber comprado ese discurso falsario,
y no cesa de diseminarlo. Sánchez, Calvo, Borrell, Ábalos: todos
segregan concertadamente la idea de que las decisiones judiciales son la
causa de que el conflicto siga abierto en canal a pesar del
providencial advenimiento de Sánchez con sus superpoderes desinflamatorios.
Si el Supremo no se hubiera entrometido, esto lo solucionábamos en una
merienda en Moncloa con Junqueras y Puigdetorra, junto a la fuente de
Guiomar.
Ada Colau, durante un acto público. (EFE)
Es una intoxicación falsa y peligrosa, además de irresponsable. No fueron los jueces quienes provocaron la sublevación.
Fue la insania de los dirigentes nacionalistas, ayudada por la
ineptitud del Gobierno y de los partidos españoles. El embotamiento de
Rajoy, los vaivenes de Sánchez, el aprovechamiento de Rivera para
escalar en las encuestas, la insensatez de Iglesias, el calculado hermafroditismo político de Colau.
Iceta cometió el error de prometer indultos anticipados en plena campaña electoral. Ahora lo rescata Cunillera como “una cuestión de humanidad”. No, señora, antes y ahora decir eso desde el Gobierno es un dislate y una falta de respeto a quienes tienen la difícil misión de juzgar.
Los
jueces están cumpliendo su obligación. Lo hizo el Tribunal
Constitucional al invalidar las decisiones ilegales de los rebeldes que
secuestraron la Generalitat, y lo hace el Tribunal Supremo al aplicar el
Código Penal a una banda de (presuntos) delincuentes. Puede discutirse
tal o cual resolución judicial, pero blanquear la propia incompetencia culpando a los jueces de la situación es una procacidad.
Asistimos a una campaña demagógica que presenta cualquier modalidad de aforamiento como un privilegio y lo equipara a impunidad
El
factor decisivo para frenar el golpe no fue el Gobierno ni los
partidos, sino la acción de la Justicia.
Y sigue siendo así. Torra
reconoce que lo único que le disuade de encabezar una nueva insurrección es el temor a verse ante un juez
que lo envíe a prisión. No tienen miedo a Sánchez, a Casado o a Rivera,
se lo tienen al Supremo. No injurian al Gobierno anterior ni al actual,
sino al Rey. Ellos saben muy bien quién los paró cuando ya paladeaban
el éxito.
Es un infortunio que el Gobierno de Sánchez haya quebrado la cohesión de los partidos constitucionales por preservar los votos independentistas que le dan la vida. Pero aún peor sería que, además, provocara una fractura entre los poderes del Estado.
Otro ejemplo: los especuladores de la regeneración han puesto de moda el tema de los aforamientos. Es cierto que, como excepción procesal, no parece razonable que se
apliquen a un cuarto de millón de ciudadanos. Habría que revisar caso
por caso y delito por delito; en unos estará justificado y en otros no, y
quizás en la mayoría perdió el sentido que tuvo en el pasado.
Pero en el reino de la brocha gorda, los matices son un estorbo.
Asistimos a una campaña demagógica que presenta cualquier modalidad de
aforamiento como un privilegio (presuponiendo que el tribunal superior
siempre será benévolo con el poderoso) y lo equipara a impunidad. Se
denuncia entre aspavientos como una licencia para delinquir de la que únicamente disfrutarían los adversarios políticos.
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, en los pasillos del Congreso. (EFE)
Un
fiscal del Tribunal Supremo emite un escrito recomendando el archivo
del llamado caso Casado. Unos lo celebran y otros lo denigran, pero
todos dan por hecho que los magistrados seguirán sumisamente ese criterio por venir de quien viene.
El Partido Popular lo vende falazmente como si quedara convalidado, no solo jurídica sino moralmente, el máster 'fake' de su líder.
Lo cierto es que el fiscal solo ha emitido la opinión técnica de que
los hechos conocidos no encajan en el tipo penal de la prevaricación, y
el de cohecho, que sería aplicable al caso, habría prescrito. No entra, porque no es su función,
en la valoración ética de la forma turbia en que el joven Casado obtuvo
el famoso máster. La Justicia se ocupa de los delitos, no de las
golferías; el veredicto sobre estas corresponde a la sociedad.
Por
su parte, los partidos contrariados descalifican tanto al fiscal como
al propio tribunal, que aún no ha dicho una palabra al respecto. Según
Ciudadanos, sin el escudo del aforamiento, Casado ya estaría en el
trullo. Según el eminente jurisconsulto Echenique, el fiscal y los magistrados del Supremo son simples esbirros del PP.
Es
un hábito de los políticos españoles acusar a jueces y fiscales de
prevaricar ante cualquier resolución molesta para sus intereses. Habría
que ver su reacción si los órganos de la Justicia se lanzaran a valorar sus decisiones políticas con la misma insolencia, oportunismo y falta de rigor con que ellos pontifican sobre autos y sentencias.
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