Casos como el de la caída de Lehman Brothers y la posterior crisis económica mundial sirven para reflexionar si las sociedades aprenden algo de su historia
Una década desde caída de Lehman Brothers. (EFE)
Cuando acabe este curso, habré cumplido 80 años. O al menos, haré
cuanto pueda para que así sea. No es de extrañar que a estas alturas
reflexione sobre el conocimiento, la experiencia y la memoria.
He llegado a la conclusión de que es el momento de cambiar de profesión
y dedicarme al estudio de la historia. Al fin y al cabo, es la
experiencia de la Humanidad. Nuestro banco de pruebas sociales. Después
de haber estado durante décadas preocupado por la educación de las
personas, ahora me interesa saber si las sociedades aprenden algo.
Les pondré un ejemplo. Se cumplen 10 años de la quiebra del banco Lehman Brothers y del inicio de la crisis económica que aún seguimos padeciendo. ¿Nadie pudo preverla? En el año 33 d.C., los asesores del emperador Tiberio estaban convencidos de que el auge de los préstamos privados había alcanzado un nivel peligroso. Todo el mundo estaba entrampado. Así que decidieron hacer más restrictiva la regulación para sofocar lo que 2.000 años despues Allan Greenspan, director de la Reserva Federal de EEUU, denominó “exuberancia irracional”. Se descubrió que existía una norma que determinaba la cantidad de patrimonio que podían dedicar los ricos a realizar préstamos a terceros. Lo que ahora se llama 'reserva fraccionaria'. Pero los prestamistas habían inventado ingeniosas estratagemas —ingeniería financiera— que, según escribió Tácito, “aunque prohibidas una y otra vez volvían a aparecer por medio de extraños artificios” (Anales 6,16). Ahora se llaman 'derivados'. El emperador decretó que la broma se había terminado. Los prestamistas se apresuraron a reclamar sus préstamos, y el mercado inmobiliario se desplomó. La hacienda imperial salió al quite con unos préstamos sin intereses, teniendo como garantía hipotecas sobrevaloradas. Las cosas volvieron a su cauce. Lo ha contado muy bien Félix Martin en su obra 'Dinero'.
El estudio de la historia del siglo XX debería producir una sensata desconfianza hacia la inteligencia humana. Europa se vio afectada de una furia grandilocuente y de una epidemia de certezas, que resultó mortal para mas de 100 millones de inocentes. Ahora que de nuevo aparecen palabras con mayúsculas, hay que reclamar calma. Una sedicente grandeza de las naciones exaltó a fantoches engreídos que despreciaban a los ciudadanos. “El Estado lo es todo, el individuo no es nada”, gritaba Mussolini, uno de ellos. Y lo mas grave es que una masa enfervorizada le vitoreaba. 'Il Duce ha sempre ragione'. En este otoño caliente en España y en la Unión Europea, convendría pedir tiempo muerto y dedicarse a aprender. Necesitamos valorar apasionadamente a las personas, y reírnos de quienes hablan en nombre de abstracciones.
El gran Montesquieu dice en el libro XI, 2 de 'El espíritu de las leyes', refiriéndose a los moscovitas de la época de Pedro el Grande, que “por mucho tiempo han creído que la libertad consistía en el uso de llevar la barba larga”. ¿Estaremos imitándoles? Jonathan Swift nos contó hace tres siglos las causas del enfrentamiento de dos grandes imperios, Liliput y Blefuscu, grandes potencias empeñadas en encarnizadísima guerra desde hacía 36 lunas. Empezó así. “Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de partir huevos para comérselos era cascarlos por el extremo más ancho; pero el abuelo de su actual Majestad, siendo niño, fue a comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un edicto mandando a todos sus súbditos que, bajo penas severísimas, cascasen los huevos por el extremo más estrecho".
"El pueblo recibió con tan enorme pesadumbre esta ley, que nuestras historias cuentan que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un emperador perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles fueron constantemente fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y cuando eran sofocadas, los desterrados huían siempre a aquel imperio en busca de refugio. Se ha calculado que, en distintos periodos, once mil personas han preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho. Se han publicado muchos cientos de grandes volúmenes sobre esta controversia; pero los libros de los ancho extremistas han estado prohibidos mucho tiempo, y todo el partido, incapacitado por la ley para disfrutar empleos”.
El estudio de la historia nos impone una cura de humildad y la necesidad de aprender. Algo imprescindible para navegar por aguas turbulentas.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
Les pondré un ejemplo. Se cumplen 10 años de la quiebra del banco Lehman Brothers y del inicio de la crisis económica que aún seguimos padeciendo. ¿Nadie pudo preverla? En el año 33 d.C., los asesores del emperador Tiberio estaban convencidos de que el auge de los préstamos privados había alcanzado un nivel peligroso. Todo el mundo estaba entrampado. Así que decidieron hacer más restrictiva la regulación para sofocar lo que 2.000 años despues Allan Greenspan, director de la Reserva Federal de EEUU, denominó “exuberancia irracional”. Se descubrió que existía una norma que determinaba la cantidad de patrimonio que podían dedicar los ricos a realizar préstamos a terceros. Lo que ahora se llama 'reserva fraccionaria'. Pero los prestamistas habían inventado ingeniosas estratagemas —ingeniería financiera— que, según escribió Tácito, “aunque prohibidas una y otra vez volvían a aparecer por medio de extraños artificios” (Anales 6,16). Ahora se llaman 'derivados'. El emperador decretó que la broma se había terminado. Los prestamistas se apresuraron a reclamar sus préstamos, y el mercado inmobiliario se desplomó. La hacienda imperial salió al quite con unos préstamos sin intereses, teniendo como garantía hipotecas sobrevaloradas. Las cosas volvieron a su cauce. Lo ha contado muy bien Félix Martin en su obra 'Dinero'.
Necesitamos valorar apasionadamente a las personas, y reírnos de quienes hablan en nombre de abstracciones
El estudio de la historia del siglo XX debería producir una sensata desconfianza hacia la inteligencia humana. Europa se vio afectada de una furia grandilocuente y de una epidemia de certezas, que resultó mortal para mas de 100 millones de inocentes. Ahora que de nuevo aparecen palabras con mayúsculas, hay que reclamar calma. Una sedicente grandeza de las naciones exaltó a fantoches engreídos que despreciaban a los ciudadanos. “El Estado lo es todo, el individuo no es nada”, gritaba Mussolini, uno de ellos. Y lo mas grave es que una masa enfervorizada le vitoreaba. 'Il Duce ha sempre ragione'. En este otoño caliente en España y en la Unión Europea, convendría pedir tiempo muerto y dedicarse a aprender. Necesitamos valorar apasionadamente a las personas, y reírnos de quienes hablan en nombre de abstracciones.
Cura de humildad
El gran Montesquieu dice en el libro XI, 2 de 'El espíritu de las leyes', refiriéndose a los moscovitas de la época de Pedro el Grande, que “por mucho tiempo han creído que la libertad consistía en el uso de llevar la barba larga”. ¿Estaremos imitándoles? Jonathan Swift nos contó hace tres siglos las causas del enfrentamiento de dos grandes imperios, Liliput y Blefuscu, grandes potencias empeñadas en encarnizadísima guerra desde hacía 36 lunas. Empezó así. “Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de partir huevos para comérselos era cascarlos por el extremo más ancho; pero el abuelo de su actual Majestad, siendo niño, fue a comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un edicto mandando a todos sus súbditos que, bajo penas severísimas, cascasen los huevos por el extremo más estrecho".
"El pueblo recibió con tan enorme pesadumbre esta ley, que nuestras historias cuentan que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un emperador perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles fueron constantemente fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y cuando eran sofocadas, los desterrados huían siempre a aquel imperio en busca de refugio. Se ha calculado que, en distintos periodos, once mil personas han preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho. Se han publicado muchos cientos de grandes volúmenes sobre esta controversia; pero los libros de los ancho extremistas han estado prohibidos mucho tiempo, y todo el partido, incapacitado por la ley para disfrutar empleos”.
El estudio de la historia nos impone una cura de humildad y la necesidad de aprender. Algo imprescindible para navegar por aguas turbulentas.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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