Soraya Sáenz de Santamaría en el 19 Congreso del PP.
Javier Martínez
El 25 de octubre pasado, apenas
un par de días antes de que el pleno del Senado aprobara la aplicación
del artículo 155 en Cataluña, pedí desde estas páginas a la entonces
todopoderosa vicepresidenta del Gobierno que dimitiera y se fuera a su
casa de una vez. Obviamente no me hizo caso, como debe ser, por más que
la ocasión lo mereciera. La doña, en efecto, había quedado desautorizara
por el propio Mariano Rajoy después de
que, esa misma semana, siguiera descartando la aplicación del famoso
artículo y abogando por nuevas elecciones autonómicas catalanas. “Y
bien, Soraya, Sorayita, has perdido el
apoyo del presidente, has hecho el ridículo en Cataluña, no cuentas con
respaldo alguno en el PP… ¿A qué estás esperando para irte a casa?”.
Arreglar lo de Cataluña, casi nada, era el encargo de una vida, el
trabajo que justifica una carrera, la gestión que, culminada con éxito,
asegura una cita en los libros de historia de un país. Fracasó
rotundamente. Porque ella sólo sabe torear de salón, jamás reñir batalla
en campo abierto. Le falta raza, carece de instinto, le sobra soberbia.
Lo más que logró fue aquella foto para la infamia en la que un ogro
grandote le masajea la espalda con fruición, ominoso metemano que la
doña parece aceptar complacida.
La mujer que ha dispuesto de
mayor poder en la historia reciente de España no ha sido capaz de
trasladar, transformar ese poder en algún beneficio tangible para el
país que le dio todo. Ella era la fontanera del cansino Mariano, su ama
de llaves, su confesora; la factótum que resolvía la intendencia e
impedía que la maquinaria del Estado colapsara en el frenesí de su amo
por la siesta. Siempre desde la sombra. Trabajadora. Lista. Menos inteligente de lo que cree.
A ella nunca le alcanzaron las piedras que durante años llovieron
inclementes sobre el tejado de zinc de un partido que había renunciado a
cualquier cosa que pudiera llamarse ideología, para ponerse al servicio
de la gestión de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Sin ideología. Sin valores. El desnudo poder por el poder. Ella aceptó
encantada ese poder gregario, pero antes se blindó a conciencia. Jamás
una mancha, la mierda de una paloma volandera cayendo en su solapa.
Protegida hasta los dientes. Blindada por una muralla de silencio dentro
de Moncloa, y por el foso de los leones que fuera componían los
acuerdos secretos alcanzados con todos los grandes de la comunicación.
Jamás su nombre en un escándalo de los muchos amasados por el PP. El
amigo Cebrián le cubría el flanco de la izquierda (bien que se lo cobró
el rico progre); el amigo Casals hacía lo propio en la vertiente de
derechas. ¡Y puente levadizo arriba!
En
el terrible desgaste de un Gobierno vampirizado por la indolencia de su
presidente, la señora vicepresidenta ha salido con su imagen limpia
como los chorros del oro, como el rayo de luz a través del cristal, como
el yo pasaba por aquí y a mí que me registren, como si la situación de
una España hoy en manos de los enemigos de España no tuviera nada que
ver con ella, con él, con ellos, con un partido que pudo hacerlo casi
todo y terminó haciendo casi nada. Sorprende que esta mujer que se
tomaba sus apariciones públicas de los viernes como si de un ejercicio
de oposiciones se tratara, todo aprendido de memoria, tuviera la osadía
de presentarse a primarias, tan ligada como estaba al desastre Mariano,
tan consciente como por fuerza tenía que ser del escaso cariño que
despertaba en el partido, de su nulo anclaje con las bases populares.
Sorprende sobre todo después del espectáculo para la historia –novela
negra de la más negra historia de la derecha española- que supuso la
tarde del jueves 31 de mayo, moción de censura en el Congreso, el bolso de la dama
reposando inquieto en el escaño vacío de Mariano, mientras Mariano,
tocata y fuga, suprema cobardía, se ponía de whisky hasta el moño en un
garito de la calle Alcalá, y en el Parlamento se torcía, quien sabe si
para 12 años, dice el yerno del suegro, o para un siglo, el rumbo de
España.
Se fue Mariano. Se va Soraya. Hacen mutis por el foro los dos grandes responsables de la última oportunidad que vieron los siglos para haber cambiado de verdad España
Un bolso latiendo en un escaño
vacío como metáfora del saco sin fondo al que han ido a parar los sueños
de un país hoy tironeado por la jauría de los pregoneros del odio, la
revancha y la partición. Los sueños de un país que sigue sin
encontrarse, sigue sin vivir en sí, sin hallar su ritmo, su senda hacia
el futuro, su camino hacia esa sociedad abierta y tolerante, respetuosa
con el pasado y ansiosa de un futuro mejor. Un país constantemente
zancadilleado por pillos, pillastres, ladrones, sinvergüenzas, pájaros
de mal agüero y listísimas boquitas de piñón, cuando no sencillamente
por canallas hijos de mala madre. Se fue Mariano. Se va Soraya. Hacen
mutis por el foro los dos grandes responsables de la última oportunidad
que vieron los siglos para haber cambiado de verdad España, los
protagonistas de decepción histórica de aquellos 11 millones de votos
que en diciembre de 2011 otorgaron al PP mandato para abrir el país en
canal y operar a conciencia hasta hacer posible una España con calidad
democrática, una España más tolerante, más rica, más justa, más abierta,
radicalmente reñida con la enloquecida España que los camisas pardas
del lazo amarillo nos quieren imponer si nos dejamos. Se van, en suma,
cerrando a cal y canto la última oportunidad que tuvo la derecha
democrática de haber hecho un país mejor.
Misterio en torno a su futuro
Nadie
sabe dónde se va la señora, aunque es difícil imaginar tanta vanidad
travestida en simple abogada del Estado afecta a la subsecretaría de
Pesca y Alimentación del ministerio correspondiente. Cuentan que cuenta
con la posibilidad real de saltar al Santander.
No se trataría de desempeñar ninguna función relacionada con la
actividad financiera estricta, cosa de la que tampoco sabe y que además
tendría tasada por las incompatibilidades propias del cargo que ha
desempeñado –la señora ha presidido la comisión delegada de secretarios y
subsecretarios de asuntos económicos-, pero sí de ubicarse en un área
social centrada en la defensa de los derechos de la mujer, ya saben, el
género y eso. Ya saben también que doña Ana Botín se ha declarado la más
feminista de entre las feministas del perro mundo, aunque a la hora del
impuesto a la banca, la señora se ha revuelto y ha hecho saber al
niñato que es muy capaz de llevarse la sede social del banco fuera de
España. Con las cosas de comer, ni hablar.
La política española sigue tan enfangada como siempre, pero el espectro
del centro derecha tal vez luzca hoy mejor cara tras la salida de la
infausta pareja, Mariano y su madrastra, el político castrato y
la mujer pantera, la dama resuelta a utilizar el poder del que dispuso
en beneficio propio, dispuesta a usar su enorme influencia en destrozar a
los enemigos del partido que intentaron disputarle la primogenitura. Ni
supo ganar, ni supo perder, ni ha sabido integrarse. El sorayismo nunca
existió. Todo era impostado, quizá como los apoyos periodísticos de que
dispuso y que hoy callan. Su ego hemisférico le imposibilitaba aceptar
una posición en el PP supeditada a Casado, porque en el fondo ella
desprecia a los Casados, insignificantes mequetrefes todos contemplados
desde el arbotante intelectual de su señoría. Imposible, por tanto,
imaginarla a las órdenes de Casado como portavoz del PP en una Comisión
en el Congreso. Se fue Mariano. Se va Soraya. El país que salió adelante
tras el reinado de Isabel II será capaz de superar esos y otros trances
de la mano de ese español medio infinitamente superior en calidad moral
y humana a sus políticos. Una oportunidad para Pablo Casado. ¿Será
capaz Casado, por fin, de salir de la cueva y empezar a pasearse a
cuerpo gentil?
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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