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El próximo mes de diciembre vamos a conmemorar el 40 aniversario de
nuestra Constitución y, sin embargo, lo celebraremos estando todavía
inacabada. En efecto, las constituciones democráticas tienen como
finalidad primordial crear un Estado de derecho, o lo que es lo mismo, fomentar que haya una seguridad jurídica que garantice a los ciudadanos que, en principio, las leyes se cumplen,
y que en puridad se trata de que haya poco margen para la
incertidumbre, tarea que, en todo caso, incumbe resolver a los jueces.
Sea lo que fuere, este galimatías se ha complicado en la actualidad mucho más porque, hasta ahora, el partido que ganaba las elecciones tenía mayoría en las dos Cámaras, por lo que los problema que afectaban a ambas Cámaras se simplificaban. Pero las cosas cambiaron en las elecciones de 2015 y 2016, en las que el PP no obtuvo una mayoría suficiente en el Congreso para poder gobernar por sí solo, pero, en cambio, sí consiguió una clara mayoría en el Senado.
Así estaban las cosas hasta la moción de censura del 30 de junio, con lo que se complicó todo aún más. Esa moción de censura "constructiva" pilotada por Pedro Sánchez era absolutamente defendible si hubiese contado con dos objetivos; el primero consistía en destituir al presidente Rajoy, el cual, salvo si acaso en el terreno económico, fue una calamidad política, sobre todo, en lo que respecta al problema catalán. Y, el segundo objetivo, sine quam non, era el de contar con una mayoría de coalición estable que le hubiese permitido acabar la legislatura. Pero eso era previsible que no era así, porque los partidos nacionalistas, separatistas, populistas o izquierdistas que apoyaron el primer objetivo, no buscaban el segundo de forma conjunta, sino que cada uno lo que quería, a cambio de apoyar a Sánchez para que se mantuviera en La Moncloa, era conseguir sus propios intereses, empezando por los separatistas catalanes. Y ahí estamos, porque un presidente que no tiene reparos, al parecer, en plagiar una tesis entera, en la que lo único verdadero es la numeración de las páginas, no dudó en aceptar este regalo de los dioses. Sin embargo, pareciendo ser consciente de que el segundo objetivo era imposible de alcanzar con esa tropa, dijo que su intención era convocar elecciones generales cuanto antes, naturalmente, pensando en ganarlas hasta el año 2030.
Pero ese conato de honradez política le duró muy poco porque sus continuos titubeos, sus contradicciones clamorosas, la dimisión de dos de sus ministros, la falta de coherencia ideológica de otros ministros que parece que se olvidan de lo que han representado, y demás zarandajas que, un día sí y otro también presenciamos los españoles, ahítos ya de sorpresas, nos obligan a pensar cada vez con mayor claridad que España no puede seguir sin una mayoría o coalición estable y coherente de Gobierno para hacer frente a la desintegración que nos amenaza como país.
Sea lo que sea, el hecho es que el presidente Sánchez está dispuesto para seguir en su cargo no sólo a pactar con el diablo -lo que ya ha hecho-, sino a llevarse por delante todo el ordenamiento jurídico que le estorbe para obtener sus objetivos. De este modo, el último envite ha sido arramplar con los obstáculos reglamentarios que impidan que puedan presentarse a tiempo sus Presupuestos Generales del Estado para 1919, diseñados demagógicamente para ganar las elecciones locales y autonómicas que están a la vuelta de la esquina, utilizando el eslogan de "volver al Estado de bienestar". Como es sabido, en 2011, a instancias del Consejo Europeo, el presidente Zapatero, de acuerdo con el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, hicieron una reforma exprés del artículo 135 de la Constitución para establecer el principio de estabilidad presupuestaria y evitar el déficit galopante que arrasaba en España.
Si el presidente no puede llevar a cabo los Presupuestos, antes de fin de año para conseguir sus intereses, está dispuesto a saltar por encima de cualquier requisito legal: Es más: parece ignorar la importancia de la Cámara Alta, junto con alguno de sus aliados, puesto que el artículo 66.1 CE señala que "las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado". Por tanto, de acuerdo con el artículo 90.2 CE, el Senado puede oponer su veto legislativo, que no es definitivo, sino suspensivo, puesto que el Congreso puede superarlo por mayoría absoluta o, pasados dos meses, por mayoría simple. Pero eso complica los planes del señor Sánchez y, en vista de ello, ha optado por una decisión que va en contra del artículo 135 CE, de varios artículos del Reglamento del Senado y de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, no siempre muy coherente en las sentencias que ha dictado sobre la triquiñuela que el Gobierno quiere emplear ahora.
En efecto, para evitar el veto del Senado ante la reforma de la Ley de Estabilidad Presupuestaria, incluso contando con la expiración del plazo que el Congreso puede superar o utilizando el procedimiento de urgencia, ha realizado no una, sino dos infracciones reglamentarias. Por una parte, ha incluido una enmienda en el proyecto de ley orgánica de reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial que, entre otras cosas, desarrolla una parte judicial específica para desarrollar el pacto de Estado contra la violencia del género, una enmienda que modifica otra ley, la de Estabilidad Presupuestaria, para evitar el veto del Senado, en dónde el PP tiene mayoría absoluta. Con ello, contradice la jurisprudencia del Tribunal Constitucional que, en varias sentencias, ha afirmado rotundamente que actuando así se incumple la exigencia de conexión de homogeneidad entre las enmiendas y los textos a enmendar (SSTC 119/211, 136/2011, 59/215, etc). Y, por otra, no se puede admitir que se legisle al mismo tiempo dos veces sobre una misma materia. Por consiguiente, cabría afirmar que incluso una actuación de este tipo podría ser inconstitucional.Pero, en todo caso, según el Reglamento del Congreso, la última palabra en este conflicto la tiene la Mesa del Congreso y, especialmente, su presidenta.
Sea lo que fuere, el hecho es que tenemos un Gobierno cada vez más débil que no podrá gobernar, mientras que los españoles exigen a gritos elecciones generales ya, pero como señala agudamente José Ignacio Torreblanca, "aprovecharse de un Gobierno central débil ha sido siempre la mejor estrategia del nacionalismo. También lo es para Podemos, así que cuanto más débil sea el Gobierno más sentido tiene apoyarle".
JORGE DE ESTEBAN* Vía EL MUNDO
*Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.
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