A corto plazo la crisis más grande y aguda que tiene planteada España es la actual situación de Catalunya,
donde más del 40% de la población postula la independencia, y el 70%
desea una consulta sobre su futuro, unos, pactada con el gobierno
español, y otros, aunque sea unilateral. Esta es, sucintamente definida
la situación, y las cifras, que son un dato mayor de la cuestión. No se trata de minorías iluminadas sino de un grueso importante de población.
La cuestión política no es si tienen razón o no aquella opinión, sino
que qué se hace para cambiarla y reducirla, porque si no es así, además
del conflicto en torno al 1 de octubre y el intento de referéndum
unilateral, la cuestión no va a desaparecer. Es más, el tiempo corre en contra, porque las jóvenes generaciones optan en mayor medida por la independencia.
Hay una cuestión molesta y quizás por ello mal abordada: ¿Por qué una parte tan importante de ciudadanos españoles quiere separarse?
Se pueden dar respuestas, muchas, pero hay una que debe destacarse:
porque España hace años que dejó de tener un proyecto común; no lo tiene
y no lo busca.
Y no es solo el caso de Cataluña, el más radical, sino
que también lo manifiesta en enfrentamiento cainita en todos los temas
de los partidos políticos. Para situar un caso concreto ¿Cómo puede
tener un proyecto común una sociedad que es incapaz de conseguir que los
partidos consensúen una ley de enseñanza, buena y durable? El ingreso
en la Unión Europea fue el último gran acicate compartido. No ha habido
otro.
Y del gran concepto al detalle de actualidad, que también cuenta. Ahora mismo en plena temporada turística, el aeropuerto de Barcelona viene registrando colapsos de horas para atravesar los controles de seguridad.
La causa es que los trabajadores de la empresa privada concesionaria de
este servicio, licitado por el responsable AENA, llevan a cabo una
huelga encubierta de celo que se transformará en una huelga general el
día 4 de agosto. El coste de esta acción es brutal para la actividad
económica privada, además del daño sobre la población que sale de
vacaciones y las compañías que operan en el aeropuerto, sobre todo las
que tienen su base en él como Vueling. Los trabajadores de Eulen, la
empresa concesionaria, aducen que su número es insuficiente, que se ha reducido,
y exigen nuevas contrataciones. Seguramente tienen razón. La empresa
con el fin de maximizar bien los beneficios, lo que hace es externalizar
costes sobre el tiempo y los costes privados de los pasajeros. Y llueve
sobre mojado porque semanas atrás el colapso fue en el Cuerpo General de Policía encargado del control de pasaportes en las llegadas. Y todo esto sucede en plena campaña independentista para
el referéndum del 1 de octubre. Si se quería más leña al fuego se ha
conseguido. Más cuando la comparación con Barajas es tan fácil: como los
servicios privados y públicos están mejor dimensionados, no se han dado
casos parecidos. Parece como si lo que resultar insoportable para la
capital de España, pierde importancia cuando sucede en el aeropuerto de Barcelona. Y en ese reflejo anida el corazón del problema.
Por la fuerza se puede mantener el vínculo durante un tiempo, pero es imposible mantenerlo todo el tiempo.
Desde
lo grande al funcionamiento de las cosas cotidianas, el gobierno, hasta
ahora de una estulticia notable, debe aportar respuestas, de lo
contrario se enfrentara a una crisis de dimensiones históricas.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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