A lo largo de su historia la Iglesia ha
sido un eficaz comunicador orgánico. Los evangelios nos muestran
claramente la capacidad de Jesús, y a partir de él, la senda ha estado señalada. San Pablo
es un claro ejemplo con el uso excelente del medio epistolar, el único
que permitía en su tiempo una comunicación de masas y a distancia. No
por nada los publicitarios lo consideran su patrón.
Medios y contenidos siempre han ido a la par en una combinación de
vanguardia como lo acredita Radio Vaticano fundada nada menos que por
Marconi en 1931 e inaugurada por Pio XI
Con
el paso del tiempo, la comunicación se ha sofisticado y complicado, y
no nos referimos ahora a las redes sociales, que también, sino al conocimiento de cómo configuran la opinión pública, como construyen los frame que
establecen las condiciones que configuran el criterio de las gentes.
Opinión pública, publicidad, agenda mediática, agenda pública, son,
entre otros conceptos, clave. Esa complejidad, buena parte de la Iglesia
parece que no ha estado en disposición de seguirla, y esto explica,
allí donde la opinión publicada es más decisiva, Europa y Estados
Unidos, la pérdida de valor de la Institución a ojos de mucha gente, incluso en personas adscritas a la práctica religiosa.
El caso de la pedofilia puso de relieve la debilidad de la agenda mediática católica.
Le hicieron la cama tanto como quisieron, y su punto de vista cuando se
produjo, escaso y no siempre bien construido, quedó oscurecido.
Ahora, con el nuevo caso de Ratisbona se
repite el problema. Surge el nuevo escándalo a la luz del informe
presentado, Ulrich Weber, quien recibió el encargo del actual obispo
Rudolf Voderholzer. El informe habla ahora de 547 “abusos”, que se iniciaron en 1945, es decir, justo en la post guerra i llegan hasta 1994,
si bien la mayoría corresponden al periodo que alcanza hasta la década
de los setenta. El informe detalla que 500 niños sufrieron maltrato
físico, y ahí se contabilizan la bofetada, y el paletazo en la mano, y
67 de agresiones sexuales. Pero los medios lo presentan como un todo
revuelto diseñado como un gran caso de pederastia, pero claro es muy
distinto el guantazo, una medida pedagógica presente a lo largo de todo
el siglo XX, y el abuso sexual. El acumulado también cuenta, porque se
trata de una historia de casi cincuenta años que dejó de existir hace
casi un cuarto de siglo. De acuerdo, un solo caso es mucho, pero en el
contexto de una sociedad donde la pederastia está al orden del día, como
revelan los propios medios semana tras semana, es ingenuo pensar que no
pueda existir contaminación. Es más, el hecho de que hace años que
hayan desaparecido es un éxito extraordinario. También se omite siempre
la raíz homosexual de los casos de abusos sexuales, hombre con chico. En
otros términos, los mismos datos dan para distintos relatos sin faltar a
los hechos. Esa es la cuestión. Y en demasiadas ocasiones las autoridades eclesiales permiten con la inacción que se construyan discursos demoledores contra ellos.
¿Qué
llama la atención de este caso que muestra a una escala sorprendente la
inhabilidad eclesial? Pues que para una cuestión tan antigua y compleja
el obispo nombrara a una sola persona en lugar de una
comisión con tres o cinco miembros, donde pudieran contrastarse los
datos, los criterios y los juicios. Con un solo miembro, el informador
se convierte en juez inapelable porque solo él tiene acceso a todos los
datos. Solo su punto de vista impera. ¿Cómo se pueden dar errores de
esta magnitud?
La segunda gran cuestión es la falta de relato por parte del obispado responsable.
Se sabía cuándo se produciría el informe, contaban, si querían, con
más datos que nadie. Podían haber construido la agenda mediática hace
tiempo y ejecutarla antes, y después de la presentación. Ahora mismo, la
Diócesis debería disponer y hacer público su punto de vista. No basta
con ir pidiendo perdón en cada ocasión y pagar cuando se tercie. Seguro
que esto es necesario, pero al actuar solo así, se olvida lo más decisivo, el efecto del hecho sobre el conjunto de la sociedad y sobre los propios fieles. Y esto es lo que debe cuidar la agenda mediática.
Y que nadie se engañe, esta obligación afecta a todos.
A cada una de las diócesis, también las nuestras, que deben construir
sus relatos de acuerdo con la realidad y la propia Santa Sede. Ahora
mismo, ¿cuál es el relato central, el briefing, para dar a
conocer otro punto de vista sobre el informe del coro de Ratisbona, y
sus aplicaciones específicas según los canales, sacerdotes diocesanos,
medios de comunicación propios y ajenos, las redes sociales? La respuesta señala el estado de la cuestión.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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