Mi mejor sugerencia para las vacaciones es la de hacer cosas muy distintas de las habituales. Hablar con personas cuyas vidas y ocupaciones sean bien diferentes a las nuestras
Seguramente estará a punto de hacer las maletas. Quizás esté viviendo
el estrés de los últimos días previos a las vacaciones, afanado en
rematar flecos de lo que debía quedar niquelado 'antes del verano'. Los
anglosajones llaman 'deadline' a ese punto fatídico que supone el plazo
final al que todo objetivo ha de enfrentarse irremediablemente. La
llegada del verano es uno de esos momentos de la verdad que nos
confrontan con la sensación de logro cumplido o pendiente.
Por supuesto, siempre queda el recurso de la patada hacia delante y
enviar el balón a septiembre, un mal menor aliviado por el balsámico
paréntesis que inmediatamente nos aguarda.
Como cada año, vuelven las recomendaciones bienintencionadas para los días que se acercan. Descanso, familia, vida saludable, deporte, viajes, aventuras, tertulias, buena mesa, lecturas relajadas, reflexión… Incluso no hacer nada, algo mucho más útil de lo que parece, como fórmula para activar favorablemente el cerebro hacia la creatividad —como decía mi amiga Pilar Jericó en una entrevista hace unos días—. Mi mejor sugerencia para las vacaciones es la de hacer cosas muy distintas de las habituales. Hablar con personas cuyas vidas y ocupaciones sean bien diferentes a las nuestras e interesarnos realmente por ellas. Es fantástico salir de la burbuja de nuestra profesión, cambiar el registro de nuestras rutinas, menesteres e interlocutores cotidianos. Dejar por unas semanas de mirarnos el ombligo, oxigenarnos, ampliar nuestra perspectiva, enriquecernos, en suma, como personas. El resultado suele ser bastante reparador y beneficioso para mentes acaparadas por pensamientos bastante monotemáticos durante el resto del año.
Pues bien, dadas las fechas, podría haber centrado exclusivamente el apunte de hoy en estas reflexiones ligeras y frescas. Nada de sesudos mensajes ni de insistir en cuestiones puramente profesionales relacionadas con los negocios, las empresas, el talento y el liderazgo, la política, los resultados… Mejor dejemos las cosas reposar y volvamos a la carga más adelante.
Dicho lo anterior, no quiero pasar por alto algunos de los últimos acontecimientos recientes, que merecen nos paremos a pensar por un momento en un asunto serio. Me refiero a lo que verdaderamente importa cuando hablamos de liderazgo: los valores. Finalizamos este curso con pésimas noticias, nuevas detenciones e ingresos en prisión de dirigentes de organizaciones —por cierto, ¿se puede ser durante 30 años presidente de una federación deportiva, o de lo que sea?— que culminan sus trayectorias con un legado de deshonor, desprecio y escarnio. Incluso el suicidio como trágico final. Falsificación, abuso, fraude, apropiación indebida, delito fiscal, corrupción, prevaricación, la lista de lindezas es larga para unos y otros.
En definitiva se trata, lamentablemente, de buscar el provecho propio en lugar del bien ajeno. Llegar arriba para servirse, no para servir. Líderes de sonrojo que, lejos de ensalzarla, representan la miseria de la condición humana. Dirigentes que no solo carecen de las capacidades necesarias sino, lo que es peor, de los valores que deberían presidirlas y orientar su actuación.
Mucho más allá de la capacidad de gestión, propia de la dimensión ejecutiva, las verdaderas raíces del liderazgo residen y traen su sentido de su dimensión ética.
El líder verdadero y valioso para la comunidad es el que tiene como
compromiso el mejorar a quienes le siguen o rodean. No es posible un
liderazgo carente de ética y tampoco debería ser tolerable. Valores como
la integridad o la honradez no admiten medias tintas, aunque a menudo
se preconicen con cierta hipocresía. Son las posiciones de mayor
responsabilidad las que exigen al mismo tiempo la mayor ejemplaridad. La
confianza otorgada al líder no es un cheque en blanco, sino que le
acredita para decidir y actuar solamente si lo hace de acuerdo a los
valores, esos principios que delimitan el bien del mal.
Hecha esta reflexión que considero oportuna, tampoco pretendo poner amargura en estas fechas, que invitan a tantas cosas apetecibles. Para la mayoría será un nuevo verano de descanso y de disfrute, con unas expectativas de futuro, además, mucho más favorables que las de años anteriores, que ojalá se cumplan. En todo caso, mientras tanto, les deseo unas muy felices vacaciones.
PLÁCIDO FAJARDO Vía EL CONFIDENCIAL
Como cada año, vuelven las recomendaciones bienintencionadas para los días que se acercan. Descanso, familia, vida saludable, deporte, viajes, aventuras, tertulias, buena mesa, lecturas relajadas, reflexión… Incluso no hacer nada, algo mucho más útil de lo que parece, como fórmula para activar favorablemente el cerebro hacia la creatividad —como decía mi amiga Pilar Jericó en una entrevista hace unos días—. Mi mejor sugerencia para las vacaciones es la de hacer cosas muy distintas de las habituales. Hablar con personas cuyas vidas y ocupaciones sean bien diferentes a las nuestras e interesarnos realmente por ellas. Es fantástico salir de la burbuja de nuestra profesión, cambiar el registro de nuestras rutinas, menesteres e interlocutores cotidianos. Dejar por unas semanas de mirarnos el ombligo, oxigenarnos, ampliar nuestra perspectiva, enriquecernos, en suma, como personas. El resultado suele ser bastante reparador y beneficioso para mentes acaparadas por pensamientos bastante monotemáticos durante el resto del año.
La llegada del verano es uno de esos momentos de la verdad que nos confrontan con la sensación de logro cumplido o pendiente
Pues bien, dadas las fechas, podría haber centrado exclusivamente el apunte de hoy en estas reflexiones ligeras y frescas. Nada de sesudos mensajes ni de insistir en cuestiones puramente profesionales relacionadas con los negocios, las empresas, el talento y el liderazgo, la política, los resultados… Mejor dejemos las cosas reposar y volvamos a la carga más adelante.
Dicho lo anterior, no quiero pasar por alto algunos de los últimos acontecimientos recientes, que merecen nos paremos a pensar por un momento en un asunto serio. Me refiero a lo que verdaderamente importa cuando hablamos de liderazgo: los valores. Finalizamos este curso con pésimas noticias, nuevas detenciones e ingresos en prisión de dirigentes de organizaciones —por cierto, ¿se puede ser durante 30 años presidente de una federación deportiva, o de lo que sea?— que culminan sus trayectorias con un legado de deshonor, desprecio y escarnio. Incluso el suicidio como trágico final. Falsificación, abuso, fraude, apropiación indebida, delito fiscal, corrupción, prevaricación, la lista de lindezas es larga para unos y otros.
En definitiva se trata, lamentablemente, de buscar el provecho propio en lugar del bien ajeno. Llegar arriba para servirse, no para servir. Líderes de sonrojo que, lejos de ensalzarla, representan la miseria de la condición humana. Dirigentes que no solo carecen de las capacidades necesarias sino, lo que es peor, de los valores que deberían presidirlas y orientar su actuación.
No es posible un liderazgo carente de ética y tampoco debería ser tolerable
Hecha esta reflexión que considero oportuna, tampoco pretendo poner amargura en estas fechas, que invitan a tantas cosas apetecibles. Para la mayoría será un nuevo verano de descanso y de disfrute, con unas expectativas de futuro, además, mucho más favorables que las de años anteriores, que ojalá se cumplan. En todo caso, mientras tanto, les deseo unas muy felices vacaciones.
PLÁCIDO FAJARDO Vía EL CONFIDENCIAL
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