Hay una técnica habitual entre el progresismo que viene de la vieja socialdemocracia, que está impregnando nuestra sociedad y dirigiéndola hacia dinámicas perniciosas
Juan Luis Cebrián. (Ballesteros / Efe)
La refutación de Zizek por José Luis Pardo ha sido ampliamente discutida por redes en estos días, y ha creado ese tipo de polémica en la que las posiciones estaba prefijadas: cada uno convencía a los suyos y todos se peleaban. Sin embargo, en el artículo aparecía un aspecto significativo, que excedía la discusión, y en el que apenas se ha reparado. La obra de Zizek posee muchos puntos interesantes y otros criticables, algunos muy desafortunados, pero Pardo decidió poner el acento en lo más simplista. En resumen, acusaba al esloveno de demagogia autoritaria, de construir una filosofía que consiste en un sin fin de tuits y en repetir consignas vacías, e igualaba su forma de acción con la de los populistas a lo Trump. De modo que de una parte estaba la democracia liberal, la estructura institucional de la Ilustración, y en general todo aquello por lo que vale la pena vivir, y al otro lado encontrábamos a un provocador que lanza consignas sobre los jemeres rojos o Hitler con el objeto de llamar la atención. Según Pardo, Zizek hace al pensamiento lo mismo que los periodistas que en lugar de ofrecer información se pliegan al sensacionalismo. En este mundo de redes y de posverdad, esta clase de tipos proliferan y es preciso ponerles límite.
El pasado viernes, Cebrián presentaba los resultados de Prisa de 2016 y culpaba de los 68 millones de euros de pérdidas a la “política errática y arbitraria de Montoro” y, por supuesto, a los “confidenciales”, a los que acusaba de depreciar sus medios: "Titulares falsos o tendenciosos en los llamados confidenciales, a veces reproducidos con increíble falta de rigor profesional por medios supuestamente independientes, (...) han provocado una desconfianza hacia la empresa, tan grande como injustificada", sostuvo. En resumen, la posverdad.
Es increíble cómo este esquema se repite a la hora de atacar a un filósofo pop, de justificar una cuenta de resultados o de explicar la debacle en las urnas
Llama la atención cómo en los medios que representaron durante una época al centro izquierda se están reproduciendo los mismos estereotipos. Valen para todo: si Hillary Clinton era derrotada por Trump, la culpa era de unos medios y de unas redes sociales que difundían cínicamente mentiras que la mayoría de la gente, personas crédulas y nada ilustradas, cuando no simples paletos, se tragaba acríticamente. Si Reino Unido se marchaba de Europa, era responsabilidad de las infames falsedades que los tabloides británicos y las redes difundían sin cesar. Si en Alemania subía la extrema derecha, la culpa era de Facebook. Y si el populismo resultaba tan exitoso, era porque sus líderes eran expertos en la comunicación torticera.
Una posición pura
Es increíble cómo este esquema se repite con insistencia en cualquier terreno, ya sea a la hora de atacar a un filósofo pop, de justificar una cuenta de resultados o de explicar la debacle en unas elecciones. Y se hace sin ningún rubor: el equipo de Clinton, empezando por la propia Hillary, todavía insiste que sin la interferencia rusa en las presidenciales (ese montón de mentiras de las que Trump se aprovechó, o quizá instigó), ella estaría al frente de EEUU. Es una afirmación tan absurda que ni siquiera puede utilizarse instrumentalmente: perdió porque tenía un mal programa, porque representaba lo que mucha gente de su país quería evitar, porque no supo llegar a los mismos estratos de población que Obama y porque su idea de EEUU causaba urticaria a muchas personas de la clase obrera. Pero es mucho más sencillo utilizar estas excusas en las que se responsabiliza a la gente, ya que permiten resguardar una posición pura en lugar de hacer examen de conciencia y reconocer los numerosos errores que cometió.
Dicen encarnar las virtudes del periodismo, de la ciencia y de la política, pero solo pueden convencer de sus bondades gracias a un enemigo peligroso
Este es un mal que reina entre los antiguos progresistas, esos que una vez dominaron la socialdemocracia, ya sean medios de comunicación, partidos o intelectuales. Dicen encarnar las virtudes del periodismo, de la ciencia, de la política o de la convivencia, pero solo pueden convencer de sus bondades mediante la representación de un enemigo enormemente peligroso; solo atacar a dragones imaginarios les permite seguir detentando el carácter de caballeros ciudadanos.
Españoles y antiespañoles
Esta es una técnica peligrosa que la derecha ha utilizado con insistencia, y con nefastos resultados para la sociedad. Se hizo popular con el neoliberalismo, cuando Bush Jr. tomó la bandera americana para sí y dividió a la sociedad en dos grupos, los que cumplían sus órdenes, que eran estadounidenses verdaderos, y los que se resistían, que quedaban convertidos en antisistema, totalitarios, antipatriotas y demás. Le ocurrió a Aznar, que ondeó la bandera española y transmutó a quienes se le oponían en separatistas que romperían nuestro país, en amigos (voluntarios o involuntarios) de los terroristas o en comunistas filosoviéticos, según conviniera.
La gente se ha abandonado a las falsas promesas agradables de oír, al resentimiento o a los encantadores de serpientes
La versión que ha utilizado el centro izquierda (o la izquierda reconvertida en derecha moderna) es más sutil, pero consiste esencialmente en lo mismo. En lugar de envolverse en el patriotismo, lo han hecho en la defensa de las instituciones, de la ciencia y de la verdad. Lo malo es que su versión de estas es tan dudosa como lo era la de los neoliberales de EEUU o de España, una lectura interesada según la cual ellos encarnan lo que hay que hacer, lo sensato y lo responsable, y los demás son una panda que se ha abandonado a las falsas promesas agradables de oír, al resentimiento o a los encantadores de serpientes. Y todos ellos nos abocan a la destrucción de la democracia, de la estabilidad económica y de las bases cívicas.
Cuando la realidad te desmiente
Este es el esquema de todo lo que gira alrededor de la vieja socialdemocracia, ya sean los liberales de Clinton, el partido laborista preCorbyn, el PSOE de Susana y Felipe, los académicos, los escritores o los medios de comunicación que se mueven dentro de esa posición ideológica. Y ahora que la realidad ha venido a desmentirles tienen que insistir con mucho más ahínco en la posverdad, es decir, en la estupidez, en la insensatez o en la incredulidad de los demás, para convencer de sus posturas. Por eso cada vez tienen menos pelos en la lengua.
Pero esto sí es una perversión de la democracia, de las instituciones y de esa Ilustración que dicen defender. Es una involución vestida de progreso; es una defensa de los valores de la peor derecha disfrazada de progresista. Pensad en ello cada vez que alguien utilice el término 'posverdad' para defender sus posiciones.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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