"Pedimos por su intercesión que la fe cristiana se mantenga en España hasta el final de los tiempos. Pedimos en este momento concreto que sea preservada la unidad de España, la unidad de sus pueblos y regiones."
Monseñor Demetrio Fernández
Llegados al 25 de julio celebramos
la fiesta solemne del apóstol Santiago el Mayor, patrono de
España. Hijo de Zebedeo y Salomé, hermano del discípulo
amado, el apóstol Juan, murió mártir de Cristo en la primera
persecución de Herodes, en los años 40 de nuestra era.
La escena del evangelio de este día es muy expresiva (Mt 20, 20-28). Fue la madre la que se acercó a Jesús, cuando iban camino de Jerusalén, para pedirle que sus dos hijos, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, tuvieran los primeros puestos en el reino de Jesús que ella se imaginaba. Jesús respondió: “No sabéis lo que pedís”. La ignorancia es muy atrevida, y los intereses egoístas se cuelan hasta en el corazón de las personas buenas. No era malo lo que pedían, pero Jesús les hizo caer en la cuenta de que no sabían los que pedían, puesto que el Reino que Jesús venía a instaurar tiene otros planteamientos. Una vez más aparece la paciencia de Jesús, que aprovechará la ocasión para explicar que el primero en el Reino es el que sirve.
"¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?”, les pregunta Jesús. El cáliz de Jesús se refiere a la pasión, se refiere a la Cruz. Les está preguntando si están dispuestos a pasar el trago de la Cruz, que Jesús va a vivir en Jerusalén. Y si están dispuestos a asumir su propia Cruz, cuando llegue. Ellos responden muy espontáneamente: “Somos capaces”. Tampoco en esta respuesta saben lo que están diciendo. Están disponibles a hacer lo que diga Jesús, que ya es bastante. Pero no alcanzan a comprender lo del “cáliz” que Jesús les ofrece.
“Mi cáliz lo beberéis”, les asegura Jesús. Aquí tenemos una certeza: Jesús está anunciándoles la muerte que un día padecerán por su nombre. Tanto uno como otro serán mártires de Cristo, derramarán su sangre por amor a Cristo, serán capacitados para beber el cáliz de la pasión de Cristo, muy unidos a su Maestro. Y Jesús continúa: “…pero esos primeros puestos que pedís, corresponde a mi Padre concederlo”. En el Reino de Jesús no hay escalafones, ni ascensos, ni trienios. En el Reino de Jesús, lo único que puntúa es dar la propia vida, perderla por Él y por los demás.
La escena del evangelio de este día es muy expresiva (Mt 20, 20-28). Fue la madre la que se acercó a Jesús, cuando iban camino de Jerusalén, para pedirle que sus dos hijos, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, tuvieran los primeros puestos en el reino de Jesús que ella se imaginaba. Jesús respondió: “No sabéis lo que pedís”. La ignorancia es muy atrevida, y los intereses egoístas se cuelan hasta en el corazón de las personas buenas. No era malo lo que pedían, pero Jesús les hizo caer en la cuenta de que no sabían los que pedían, puesto que el Reino que Jesús venía a instaurar tiene otros planteamientos. Una vez más aparece la paciencia de Jesús, que aprovechará la ocasión para explicar que el primero en el Reino es el que sirve.
"¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?”, les pregunta Jesús. El cáliz de Jesús se refiere a la pasión, se refiere a la Cruz. Les está preguntando si están dispuestos a pasar el trago de la Cruz, que Jesús va a vivir en Jerusalén. Y si están dispuestos a asumir su propia Cruz, cuando llegue. Ellos responden muy espontáneamente: “Somos capaces”. Tampoco en esta respuesta saben lo que están diciendo. Están disponibles a hacer lo que diga Jesús, que ya es bastante. Pero no alcanzan a comprender lo del “cáliz” que Jesús les ofrece.
“Mi cáliz lo beberéis”, les asegura Jesús. Aquí tenemos una certeza: Jesús está anunciándoles la muerte que un día padecerán por su nombre. Tanto uno como otro serán mártires de Cristo, derramarán su sangre por amor a Cristo, serán capacitados para beber el cáliz de la pasión de Cristo, muy unidos a su Maestro. Y Jesús continúa: “…pero esos primeros puestos que pedís, corresponde a mi Padre concederlo”. En el Reino de Jesús no hay escalafones, ni ascensos, ni trienios. En el Reino de Jesús, lo único que puntúa es dar la propia vida, perderla por Él y por los demás.
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por la multitud”. La petición interesada de los primeros puestos encuentra esta respuesta preciosa por parte de Jesús, que pone patas arriba toda pretensión de carrerismo en el seguimiento del Señor. Las pretensiones humanas ponen al propio sujeto en el centro. Jesús “descentra” esas pretensiones y sitúa el centro en el servicio, en dar la vida. El discípulo de Jesús es el que le sigue, el que se va pareciendo cada vez más a él, el que hace de su vida un servicio de amor a Dios y a los demás.
La fiesta del apóstol Santiago viene a replantearnos dónde está nuestro centro, dónde están nuestros intereses, si queremos seguir de verdad a Jesús. La vida cristiana consiste en servir al estilo de Cristo, en dar la vida como Él, en beber el cáliz que Dios ponga en nuestras manos.
La fiesta de Santiago sea una nueva ocasión para presentar ante el Apóstol patrono de España y amigo del Señor todas las necesidades del momento presente. Pedimos por su intercesión que la fe cristiana se mantenga en España hasta el final de los tiempos, incluso en una situación plural y democrática, como la que vivimos. Pedimos en este momento concreto que sea preservada la unidad de España, la unidad de sus pueblos y regiones como lo ha pedido la Conferencia Episcopal Española en 2006 y en otras varias ocasiones. Pedimos que España sea una nación solidaria y fraterna, capaz de compartir sus logros con quienes no tienen nada en la vida; que el crecimiento económico vaya acompañado por el crecimiento de otros tantos valores que pertenecen a nuestra identidad y a nuestra historia.
Apóstol Santiago, patrono de España, ruega por nosotros.
Monseñor DEMETRIO FERNÁNDEZ Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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