Translate

martes, 18 de julio de 2017

VENEZUELA Y CATALUÑA, EN EL ESPEJO DE ESPAÑA

Una consulta al pueblo no puede ser buena y mala al mismo tiempo, no puede ser golpista y democrática según el interés político de cada uno

Una mujer venezolana muestra su voto, durante la votación de una consulta popular impulsada por la oposición venezolana contra el proceso constituyente. (EFE)

Dices con ímpetu que Venezuela no es Cataluña, porque te irrita la sola comparación del referéndum que acaban de celebrar los opositores venezolanos con la consulta que quieren llevar a cabo los independentistas catalanes. “¿Cómo se va a comparar una consulta democrática contra un dictador, como Nicolás Maduro, con el referéndum inconstitucional que quieren celebrar en Cataluña el próximo mes de octubre?”, te preguntas con enfado y, al oírte, pienso que, en realidad, lo que de verdad te molesta son las contradicciones que nacen en ti cuando te has puesto a defender una cosa y la contraria: inconscientemente, saltan chispas, como si las contradicciones cortocircuitaran las entendederas.

Pero no debes extrañarte: en los últimos días he discutido con amigos sobre la misma cuestión, pero en sentido contrario. Para ellos, devotos de izquierda, el referéndum venezolano ha sido un acto de sabotaje, un golpe de Estado camuflado de la derecha contra un dirigente elegido democráticamente, Nicolás Maduro, mientras que la consulta de Cataluña es la única salida democrática que tiene el conflicto en aquella comunidad. Y les ocurre lo mismo, se contradicen porque una consulta al pueblo no puede ser buena y mala al mismo tiempo, no puede ser golpista y democrática según el interés político de cada uno.


Tantas son las contradicciones, ya ves, que en esta polémica de Venezuela —que se traslada a España con el mismo ardor que otras batallas políticas nuestras—, es posible encontrar frases y expresiones literales, pero cambiadas de bando. Por ejemplo, “que sea el pueblo quien decida”. Esa frase, que ahora te parece un argumento irrebatible en democracia, es lo que defienden los partidarios del referéndum en Cataluña; esa literalidad le corresponde a Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, que convocó el referéndum, pero podrás encontrarla cien veces repetida en los representantes del Parlament de Cataluña y de la propia Generalitat.

La realidad que ocultas es que la consulta celebrada en Venezuela solo puede considerarse una gigantesca manifestación de protesta contra el Gobierno de Maduro, pero no como una consulta con garantías democráticas. Por importante que haya sido esa movilización, ningún Gobierno puede concederle legitimidad a un referéndum celebrado en esas condiciones, en colegios electorales ‘soberanos’ en que los electores, sin censo previo, podían votar anotando sus preferencias en una hoja de papel y firmando al lado. Solo tenían que presentar su documento de identidad. Si ahora, tras ese referéndum, el propio Julio Borges dice que “matemáticamente, Nicolás Maduro está revocado”, entenderás que se trata de un exabrupto, que es lo mismo que si mañana votan los catalanes y declaran al día siguiente la independencia con solo contar los votos que hayan depositado los independentistas en sus urnas de papel. Si “por principio democrático” defiendes la legitimidad del referéndum venezolano, tendrías que hacer lo mismo con la consulta catalana.

Pero, una vez más, te repito lo mismo: no te preocupes, que las contradicciones no son solo tuyas. ¿Cuántas veces se habrá oído en España que el referéndum que ya celebraron los catalanes, aquella consulta del 9-N, no pasó de un ‘circo’ y un simulacro? Pues exactamente los mismos términos son los que emplea ahora Nicolás Maduro para desacreditar la consulta popular que ha celebrado la oposición venezolana. Así que ahora resulta que los partidarios del régimen venezolano, que en España defendieron y participaron en el referéndum catalán de hace tres años, ahora dicen que el mismo ejercicio en Venezuela es una charlotada organizada por la derecha reaccionaria y golpista.
La democracia es un concepto amplio, es verdad, pero no es posible estirarla tanto como para que pueda sustentar estos equilibrios

Fíjate, por ejemplo, en lo de Ada Colau: lo mismo se inviste de heroína de la democracia cuando garantiza que Barcelona pondrá “todas las facilidades” para la consulta independentista, que rechaza a los venezolanos que viven en la capital catalana para que puedan celebrar su consulta. “¿Quién puede dudar de que Barcelona está comprometida con el derecho a decidir? Se pondrán todas las facilidades para participar, sea lo que sea”, se preguntó Colau en voz alta, y ahora habría que preguntarle si la misma ciudad no está comprometida con el derecho que tienen otros pueblos a expresarse en las urnas, como el venezolano. Al final, más de 14.000 venezolanos de Cataluña tuvieron que votar en las aceras porque no los dejaron votar en el centro cívico que habían alquilado.

La democracia es un concepto amplio, es verdad, pero no es posible estirarla tanto como para que pueda sustentar estos equilibrios.

Nada tienen que ver Cataluña y Venezuela, por suerte para los españoles, y, en consecuencia, no habría que establecer ningún tipo de comparación. Lo único que ocurre es que aquí el personal, como acaso te ocurre a ti, no se conforma con defender sus posiciones, sino que además intenta revestirlas de santidad democrática. Lo de "estás conmigo o estás contra mí". Por eso, algunos, como tú, solo admiten que se diga que Nicolás Maduro es un peligroso dictador, obviando que ganó unas elecciones en 2013, mientras que otros defienden su figura como si fuera la expresión más genuina del empoderamiento del pueblo llano, olvidando la miseria y el desabastecimiento en que el régimen bolivariano ha sumido a Venezuela. Yo me quedo con el convencimiento antiguo de que la democracia, también la democracia, produce monstruos y dirigentes autoritarios y que de esos atolladeros solo se puede salir con el escrupuloso respeto de la libertad y del Estado de derecho.

Así que, al final, al hablar de Venezuela, como en lo único en lo que razonablemente podemos coincidir todos es en la distancia que existe, esta controversia de ahora solo viene a demostrarnos que cualquier polémica, cuando se analiza con el tamiz del sectarismo político español, acaba en el mismo absurdo imposible en el que terminan todas las que nos afectan como país. En el espejo de España, todo se ve igual. Una de las dos Españas ha de congelarte la razón, que diría ahora el poeta.



                                                                        JAVIER CARABALLO  Vía EL CONFIDENCIAL

No hay comentarios:

Publicar un comentario