Independencia: ¡sálvese quién pueda! EFE
En su extenso, ocasionalmente lírico y políticamente ambicioso discurso ante las dos Cámaras reunidas en Congreso en el fastuoso marco de Versailles, Emmanuelle Macron se refirió en varias ocasiones al “principio de realidad” y al hecho inevitable de que la acción pública no puede ignorarlo, salvo que desee acabar en el fracaso o, lo que es peor, en el ridículo. Desde esta perspectiva freudiana en la que el principio aludido por el Presidente francés se contrapone al principio del placer, el Gobierno separatista de Cataluña, la mayoría parlamentaria –que no social– que lo sustenta, los medios domesticados que lo jalean y las diversas asociaciones satélite generosamente subvencionadas que pastorean las multitudes rugientes, están poseídos por la embriaguez del segundo de ellos. Este frenesí neurótico les aparta, efectivamente, del mundo tangible, y les impide advertir no sólo las consecuencias de sus actos, sino la absoluta inviabilidad de su absurdo empeño.
Como incluso en el más poblado de los manicomios siempre hay un cierto número de internos que, sea por el éxito de la terapia aplicada, sea por una mejora espontánea de sus afecciones mentales, se dan cuenta de lo desorbitado de su conducta y de la demencia de sus delirios, también en las filas del secesionismo algunos de los hasta ahora enajenados han empezado a reaccionar y se resisten a sufrir inhabilitación, a tener que pagar multas o a responder con su pecunio de las malversaciones incurridas a lo largo del malhadado “procés”.
Los que siguen inmersos en la insania, con el estadista Puigdemont a la cabeza, se han apresurado a cortar de raíz, antes de que la infección de la cordura se propague, y de ahí la purga implacable en el seno del Consejo Ejecutivo de la Generalitat. Nada menos que cuatro consejeros/as, Empresa y Conocimiento en un primer golpe de guadaña, y Gobernación, Presidencia y Portavocía y Educación, en una tacada posterior, han sido fulminantemente cesados por el Molt Psicoanalitzable, por no mostrar una adhesión suficientemente irracional al desmadre en curso. Y para no dejar cabos sueltos, también ha rodado la cabeza del Secretario del Gobierno, otro peligro potencial al presentar síntomas de lucidez.
Empieza a cundir la impresión de que estas dolorosas incidencias son el principio de una maniobra de lanzamiento masivo por la borda provistos del indispensable salvavidas de muchos representantes públicos, altos cargos y funcionarios destacados, antes de que la nave de la desconexión naufrague entre cantos de Els Segadors. Dado que, lógicamente, el ex-alcalde de Gerona, hoy comandante del extraviado barco, será el último en abandonarlo, que se prepare a cargar con el máximo fardo penal y financiero. En eso, hay que señalar que su comportamiento no es propiamente catalán y que, en cambio, el primer fulminado, Jordi Biaget, es un ejemplar más genuino del hecho diferencial, que como todo el mundo sabe y describió magistralmente Josep Ferrater Mora, se caracteriza por una combinación equilibrada de continuidad, mesura, seny e ironía.
Es obvio que cuando a uno un tribunal de justicia le puede exigir un pedazo sustancial de su patrimonio o dejarle privado de por vida de ocupar un puesto en la Administración, las cuatro virtudes en cuestión se ven seriamente dañadas porque que nos digan Junqueras, Forcadell y compañía como se puede ser mesurado, constante, razonable e irónico instalado en la pobreza o la marginación. Ferrater consideraba, naturalmente, la famosa rauxa como lo que es, una psicopatía importada y nada catalana. Así que, al final, después de tanta manifestación, despliegue de esteladas, exhibiciones patrióticas y estadios sediciosos, los catalanes de verdad no son Puigdemont, Mas, el clan Pujol, Llach y Guardiola, sino Boadella, Azúa, Espada, yo y un poco, aunque tarde y vergonzantemente, el decapitado Biaget. El “procés” queda reducido, una vez diseccionado correctamente, a una extraña locura ajena a la patria de, por citar a dos catalanes de pura cepa, Dalí y Plá.
Lo curioso de esta esperpéntica historia es que el Estado, esa máquina parsimoniosa, gigantesca e imbatible, va a liquidar la aventura subversiva de una pandilla de mediocres ansiosos de gloria impostada, sin apenas despeinarse, como un elefante que espanta una mosca con la trompa. No hay que olvidar que Hegel ya vio al Estado como la culminación del devenir humano y no va a ser la alianza de cuatro dirigentes de un partido amortizado y una pandilla de fingidos sans-culotte la que le desmienta. Se podría pensar que la desbandada en la recta de meta de la tropa separatista ante la envergadura lenta pero segura de lo que se les viene encima, representa el triunfo de la tesis de Rajoy sobre la impasibilidad como el método ideal de resolver problemas. Esa halagadora tesis para el impávido inquilino de La Moncloa cae por su peso si se considera que una acción decidida de las instancias centrales de la Nación a su debido tiempo utilizando las armas legales a su disposición, y no digamos la adopción de una estrategia adecuada por las dos grandes fuerzas nacionales a partir de la Transición, nos hubiera ahorrado mucho dinero y no pocos sinsabores.
El “procés” está ya en fase de ¡Sálvese quien pueda! y su derrumbe será tan patético como han sido su gestación y su desarrollo. Independencia, R.I.P.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía EL CONFIDENCIAL
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