Oriol Junqueras, Raül Romeva y Carles Puigdemont.
La presentación ayer por las fuerzas independentistas catalanas de la llamada de referéndum de autodeterminación, no en sede parlamentaria sino en un salón del parlamento primero y en un teatro después, tuvo todos los ingredientes de un montaje teatral: dos actos y la interpretación final de los protagonistas. Pero como planteamiento político dejó mucho que desear y no ya por el fondo abiertamente anticonstitucional de sus pretensiones, cosa que le deja fuera de toda legalidad y lo convierte por lo tanto en irrealizable, sino porque adolece de dos inmensos agujeros que los independentistas han sido incapaces de llenar.
Uno de ellos es el relativo al supuesto amparo que la legalidad internacional da al derecho a decidir y las condiciones, perfectamente tasadas, por las que ese derecho que es en realidad de autodeterminación, se puede ejercer con la aprobación de la comunidad internacional.
Resultó realmente patética la verborrea de Marta Rovira en el Teatre Lliure de Barcelona con la que intentaba convencer a los asistentes de que Cataluña tenía la aprobación del mundo para celebrar ese referéndum ilegal de secesión de España. Según ella, que fue respaldada a continuación en sus tesis por Oriol Junqueras, una multitud de leyes y de acuerdos firmados por España la obligan a aceptar esto, que no es más que un asalto burdo a la legalidad, y eso es así aquí y en Pernambuco. Pero se cuidaron muy mucho de enumerar de qué legislación y de que acuerdos que obligan a España estaban hablando. Y fue inaudito escuchar a un señor supuestamente informado decir que el derecho de autodeterminación era el primero de los derechos fundamentales y, por lo tanto, respetado desde siempre por el mundo entero para cualquier comunidad que decidiera en cualquier momento autodeterminarse, es decir, independizarse del país al que pertenecen.
Uno de ellos es el relativo al supuesto amparo que la legalidad internacional da al derecho a decidir y las condiciones, perfectamente tasadas, por las que ese derecho que es en realidad de autodeterminación, se puede ejercer con la aprobación de la comunidad internacional.
Resultó realmente patética la verborrea de Marta Rovira en el Teatre Lliure de Barcelona con la que intentaba convencer a los asistentes de que Cataluña tenía la aprobación del mundo para celebrar ese referéndum ilegal de secesión de España. Según ella, que fue respaldada a continuación en sus tesis por Oriol Junqueras, una multitud de leyes y de acuerdos firmados por España la obligan a aceptar esto, que no es más que un asalto burdo a la legalidad, y eso es así aquí y en Pernambuco. Pero se cuidaron muy mucho de enumerar de qué legislación y de que acuerdos que obligan a España estaban hablando. Y fue inaudito escuchar a un señor supuestamente informado decir que el derecho de autodeterminación era el primero de los derechos fundamentales y, por lo tanto, respetado desde siempre por el mundo entero para cualquier comunidad que decidiera en cualquier momento autodeterminarse, es decir, independizarse del país al que pertenecen.
La presentación de la llamada de referéndum de autodeterminación tuvo todos los ingredientes de un montaje teatral
Debería leerse el señor Junqueras la Declaración Universal de los Derechos Humanos, o releérsela porque no es posible que no la conozca, y en cualquier caso debería tener la vergüenza de no utilizar ni uno solo de sus 30 artículos para manipular de manera tan descarada su contenido con el fin de engañar a la audiencia y arrastrarla a un desastre seguro. Porque la realidad es que Cataluña no tiene, de acuerdo con el derecho internacional al que apelan tan torticeramente, ningún derecho a ejercer la autodeterminación y a provocar la secesión de España. Ninguno.
El segundo agujero negro al que no han querido ni asomarse los independentistas, que no se han atrevido a presentar esta ley en sede parlamentaria porque habría sido inmediatamente paralizada por el Tribunal Constitucional porque es un cañonazo contra nuestra Carta Magna, es el relativo al nivel de participación mínima para considerar que los resultados de esa consulta pudieran tener la imprescindible virtualidad para producir efectos jurídicos y políticos. Sobre este asunto crucial no han dicho ni una palabra. Pero ya tenemos experiencia del poquísimo respeto que los independentistas catalanes tienen por las normas que regulan la vida en comunidad. Porque lo que sucedió en el referéndum que se convocó para espaldar el nuevo Estatuto de autonomía fue una autentica vergüenza: la participación no alcanzó ni siquiera el 50% del censo y el total de votos afirmativos fue alrededor del 35% del censo catalán.
El segundo agujero negro al que no han querido ni asomarse los independentistas, que no se han atrevido a presentar esta ley en sede parlamentaria porque habría sido inmediatamente paralizada por el Tribunal Constitucional porque es un cañonazo contra nuestra Carta Magna, es el relativo al nivel de participación mínima para considerar que los resultados de esa consulta pudieran tener la imprescindible virtualidad para producir efectos jurídicos y políticos. Sobre este asunto crucial no han dicho ni una palabra. Pero ya tenemos experiencia del poquísimo respeto que los independentistas catalanes tienen por las normas que regulan la vida en comunidad. Porque lo que sucedió en el referéndum que se convocó para espaldar el nuevo Estatuto de autonomía fue una autentica vergüenza: la participación no alcanzó ni siquiera el 50% del censo y el total de votos afirmativos fue alrededor del 35% del censo catalán.
Con estos parámetros un referéndum no podría pasar el control de calidad exigible en cualquier país democrático
Con estos parámetros un referéndum no podría pasar el control de calidad exigible en cualquier país democrático pero aquí lo pasó y sus resultados fueron aireados como “la voluntad del pueblo” sin considerar que la mayoría de ese pueblo no había refrendado el Estatut. Pero no importaba, aquél era un detalle que no tenía por qué empañar el camino hacia la autodeterminación y contra la”ladrona España”. Por eso no es de extrañar que ahora no se quieran pronunciar sobre el suelo de participación por debajo del cual los resultados no pueden ser homologados. Han dicho, eso sí, que ¡con un sólo voto más! a favor de la independencia, ellos tardarán 48 horas en proclamarla. Eso da una idea del poquísimo respeto que le tienen a los principios democráticos, lo muy dispuestos que están a sacar adelante su sueño loco.
Pero está claro que van en serio.
Y mientras vemos a los independentistas dar pasos adelante, insensatamente, sí, pero sin pausa y con prisa, el resto de los españoles contenemos la respiración porque vemos al Gobierno repetir siempre lo mismo -“el referéndum no se va a celebrar porque es ilegal”- pero seguimos sin saber qué va a hacer para impedirlo. Porque los independentistas lo tienen todo aparentemente preparado, incluidas las mentiras a la población y, sin embargo, lo que vaya a hacer el Gobierno es una absoluta incógnita. Está claro que Mariano Rajoy no quiere dar pistas al adversario y esa es una vieja táctica que siempre ha dado buenos resultados. Pero mientras tanto, los demás españoles estamos cada vez más inquietos, tenemos más dudas de poder salir con bien de este trance y por lo tanto estamos cada vez más asustados. Faltan tres meses, tres largos meses hasta el famoso 1 de octubre. Una eternidad para quienes no podemos hacer nada sino esperar angustiados y esos somos unos 40 millones. Nada menos.
Pero está claro que van en serio.
Y mientras vemos a los independentistas dar pasos adelante, insensatamente, sí, pero sin pausa y con prisa, el resto de los españoles contenemos la respiración porque vemos al Gobierno repetir siempre lo mismo -“el referéndum no se va a celebrar porque es ilegal”- pero seguimos sin saber qué va a hacer para impedirlo. Porque los independentistas lo tienen todo aparentemente preparado, incluidas las mentiras a la población y, sin embargo, lo que vaya a hacer el Gobierno es una absoluta incógnita. Está claro que Mariano Rajoy no quiere dar pistas al adversario y esa es una vieja táctica que siempre ha dado buenos resultados. Pero mientras tanto, los demás españoles estamos cada vez más inquietos, tenemos más dudas de poder salir con bien de este trance y por lo tanto estamos cada vez más asustados. Faltan tres meses, tres largos meses hasta el famoso 1 de octubre. Una eternidad para quienes no podemos hacer nada sino esperar angustiados y esos somos unos 40 millones. Nada menos.
VICTORIA PREGO Vía EL INDEPENDIENTE
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