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viernes, 28 de julio de 2017

LA TEMPORALIDAD EN ESPAÑA: HISTORIA DE UNA PROFUNDA HIPOCRESÍA

La temporalidad en España no es consecuencia de nuestra particular estructura productiva. Repito, no lo es. No tenemos en España, aunque algunos lo crean, una particular estructura productiva que explique nuestra desviación de la media europea en la tasa de temporalidad.


La temporalidad en España: historia de una profunda hipocresía. EFE


Les voy a dar dos noticias, una buena y una mala. La buena es que, como sabemos, los datos publicados ayer por la EPA demuestran que el crecimiento del empleo goza de buena salud. La mala, es que este ímpetu nos lleva por la misma senda de pasadas eras, con una temporalidad que vuelve por sus fueros apuntando al 30 % de los asalariados. Nuestra economía, como dijera aquél, vuelve a estar en la “champions”, sí, pero de la temporalidad. En eso nadie nos gana, o casi nadie. La crisis ha cambiado muchas cosas, demasiadas cosas, aunque a nuestro pesar otras tantas sigan igual.
Ni empresarios, ni sindicatos, ni lógicamente los que nos gobiernan han tenido nunca la más mínima intención de afrontar este problema gravísimo que muchos de ustedes sufren
 Y es que imposible cambiar las cosas cuando quienes tienen la obligación de promover dicho cambio se niegan a hacerlo. Es el particular caso de lo que nos centra en este post, la dualidad del mercado de trabajo en España, es decir, la polarización del empleo en dos tipos de trabajadores, fijos y temporales, y cuyos efectos perniciosos sobre la economía española y sobre los mortales que por ella deambulamos son enormes. Ni empresarios, ni sindicatos, ni lógicamente los que nos gobiernan han tenido nunca la más mínima intención de afrontar este problema gravísimo que muchos de ustedes sufren, en algunos casos, desde su más tierna infancia laboral. Si hubiera habido voluntad, hace tiempo que este problema habría desaparecido. Sin embargo, su persistencia es una prueba viviente de la falta de interés de los que supuestamente velan por el bienestar de los españoles.

Y no existe interés porque, desde luego, la situación no debe resultar molesta. Unos porque, o bien se amoldan a una normativa que les da una oportunidad ante un mercado de trabajo disfuncional y, en algunas facetas, excesivamente protector, o bien porque son aquellos empresarios que este propio hábitat regulador ha promovido. A otros, porque o bien no consideran factible que otro tipo de mercado de trabajo puede ser igualmente viable y justo para los trabajadores, o bien porque todo aquello que supongan cambios profundos en el funcionamiento de las instituciones del mercado de trabajo les supone una amenaza. En cada caso los motivos pueden ser diferentes, incluso contrapuestos, pero en ambos los fines son coincidentes, los anhelos de no cambiar nada para que todo siga igual.
La temporalidad en España no es consecuencia de nuestra particular estructura productiva. Repito, no lo es
Para justificar la tesis del inmovilismo, unos dicen que la dualidad es una consecuencia directa de una estructura productiva de sol, playa, espetos y olivo. Justificación que, además de imprecisa, raya la falsedad. Para empezar, la temporalidad en España no es consecuencia de nuestra particular estructura productiva. Repito, no lo es. Lo digo de nuevo por si aún hay quien no se han enterado: no lo es.

No son escasos los ejercicios que lo demuestran. No tenemos en España, aunque algunos lo crean, una particular estructura productiva que explique nuestra desviación de la media europea en la tasa de temporalidad. Ya lo expliqué en este mismo blog hace algo más de un año. La evidencia es fácil de encontrar. Por este motivo debemos abandonar la tesis del sol, la playa, los espetos y el olivo y encerrarla en las mazmorras para teorías econo-homeopáticas para que se pudra por los siglos de los siglos.

Si esta hipótesis no es la explicación, solo quedan otras dos posibles que optan por la victoria. Una de ellas es la de una regulación cuarteada, distópica, burda y absurda como creada de la pluma de Mary Shelley o de un club de pachwork donde generaciones de ministros y ministras sin gusto alguno por las manualidades (reguladoras) hacen sus pinitos con retales y destrozos.

La otra posible explicación nos viene a decir que los españoles nacemos con un gen especial que nos hace diferentes al resto del mundo y que nos lanza instintivamente al pillaje, a la corrupción, a la explotación laboral y no sé qué defectos más. Al parecer, este gen aparecería allá por el siglo XVI, gracias a una mutación del homo ibéricus que diera lugar al homo lazarillense, primer ejemplar de una peculiar especie que poblamos desde entonces por doquier nuestra querida España. Ya saben, el empresario español es “asín”.
La causa principal es la regulación. Una regulación sin ton ni son
Seamos serios. Empecemos por descartar la segunda de las opciones. La evidencia genética no funciona, por mucho que algunos quieran plantearla. El genoma de la inmensa mayoría de los españoles coincide, en un porcentaje muy elevado,  con el de las moscas del vinagre. Si esto es así, cuál no será nuestra coincidencia con el genoma típico de un sueco. Evidentemente nadie argumenta seriamente a favor de la explicación genotípica. La versión “seria” se centra en las diferencias culturales. Pero, ¿en serio hace falta que recordemos los efectos del carnet por puntos o de la ley antitabaco para explicar lo moldeable que son los comportamientos humanos, en particular de nuestro homo lazarillensis, ante cambios en la regulación e incentivos? ¿Por qué nadie le da la vuelta a la causalidad? ¿Es que nadie se plantea que la causa puede ser una regulación que permite la reproducción de un determinado prototipo de empresario, en vez de pensar que estos son solo una extensión de nuestra cultura “ibérico-lazarillensis”? No, la cultura y el fenotipo no es mi explicación favorita. Creo fervientemente en que la causa principal es la regulación. Una regulación sin ton ni son que promovió hace no muchos años que algunos economistas imaginaran que otro tipo de mercado de trabajo era posible en España. Ya saben, aquellos defensores del contrato único.

Al cabo del tiempo uno debe reconocer que la idea no fue muy bien vendida. Pero esto no hace que esta fuera fallida. Simplemente merecía algo más de pedagogía, de saber venderla, de contratar a un experto en marketing. Un Risto que fuera capaz de vender una crema rejuvenecedora a un nonagenario de mi barrio. Lo que sea, pero todo para explicar que tenemos en nuestra mano ayudar a mucha gente.
Una de las principales críticas al contrato único que rápidamente fue lanzada, y utilizada por las huestes gregarias, es que tal tipo de contrato no existía en ningún país
Una de las principales críticas al contrato único que rápidamente fue lanzada, y utilizada por las huestes gregarias, es que tal tipo de contrato no existía en ningún país. Por esta sólida razón, el contrato único era simplemente una vaga idea, un posible sin fundamento elaborada por mentes arremolinadas de académicos que no abandonan sus tronos de marfil ni para ir a comprar al Mercadona. Pero esto no es cierto. Para demostrarlo hace ya algunos años que trato de circular este gráfico que muestro a continuación. En él se puede visualizar en el eje horizontal la diferencia en los costes de despido entre los contratos fijos y temporales en meses de salarios pagados. Cuanto más a la derecha, mayor es la diferencia en la indemnización. En el eje vertical tienen la tasa de temporalidad de cada país. Véanlo bien. Miren esos puntitos sobre el cero. Efectivamente, son mercados de trabajo donde las diferencias no existen. ¿Ven la distribución sobre ese punto de la temporalidad? Exacto. ¿ven que ocurre de media cuando aumentan las diferencias en los costes de despido? ¿Y si además introdujéramos variables que midieran la incertidumbre legal y judicial? Exacto de nuevo. No hay más preguntas, Señoría.
Gráfico
Gráfico A.H.
Algunos señalan, quizás con acierto, que hay un problema de hacer cumplir la ley. Correcto. Puede haberlo. Pero, ante esta gráfica, ¿no es mejor probar con algo más barato y sencillo? Iguale las condiciones de despido para ambos tipos de contrato. Quién sabe, lo mismo nuestra temporalidad bajaría unos 10-15 puntos. Luego vaya usted a obligar el cumplimiento de la ley. Déjela clarita, concisa, sin interpretación, y hágala cumplir. Deje claras las razones en las cuales poder usar determinados contratos, como son los de obra y servicio o interinidad, pues no es un solo contrato el que se propone, sino dos o tres. Pero claritos y delimitados. Y cuando lo tengamos, descargue la fuerza de la ley. Pero sobre una temporalidad que se sitúe ya por debajo del 20 %. No pretendamos matar moscas a cañonazos. Seamos un poco, solo un poco, más inteligentes.

Otros argumentan que introducir este tipo de contrato igualaría a la baja, y no al alza, los derechos de los trabajadores. Mi pregunta es simple, ¿por qué? Lo que argumenta este gráfico es que los costes de despido deben ser iguales, no que estos sean bajos. Posiblemente haya que racionalizar muchos aspectos. Pero lo que necesitamos para reducir la temporalidad es principalmente reducir las de diferencias entre tipos de contratos, no necesariamente los niveles en los costes de despido por contrato.
¿Qué impide a los sindicatos, partidos progresistas, social-progresistas e incluso comunistas, independentistas, carlistas, hasta béticos sentarse a una mesa y dialogar con evidencias sobre la misma?
Si aún no les convence otros argumentos para lanzar una reflexión, prueben con la solidaridad. ¿Ser de izquierdas no va en parte de eso? ¿No se es profundamente insolidario mantener a un 25%, camino del 30%, de los trabajadores en contratos que van a encadenar año tras año sumiéndolos en una profunda depresión laboral? ¿No lo es mientras otros disfrutamos (me incluyo) de las mieles, cada vez más relativas, de la seguridad de un contrato indefinido? ¿No es eso, acaso, una revelación de una más que profunda hipocresía? ¿Qué impide a los sindicatos, partidos progresistas, social-progresistas e incluso comunistas, independentistas, carlistas, hasta béticos si con ello ayudamos en algo o incluso a la rancia estirpe de lazarillistas a sentarse a una mesa y dialogar con evidencia sobre la misma? Quizás algún prejuicio desaparecería. Quién sabe.

Mientras tanto, sigamos. La temporalidad crece, la precariedad aumenta, cuando muchos se rasgan las vestiduras ante la existencia de cifras que congelan el sol del verano. Sigamos. Pero eso sí, cuando llegue el invierno, cuando llegue la oscuridad, que a nadie, y digo a nadie, le extrañe que nuestro termómetro laboral, nuestra tasa de paro, vuelva a recordarnos que seguimos muy enfermos. Mucho. ¿Y saben qué? Todos los citados en esta columna tendrán su parte de culpa. Hasta los béticos.



                                                                  MANUEL ALEJANDRO HIDALGO  Vía VOZ PÓPULI  

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