La decisión de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, derechazar la colocación de una pancarta en conmemoración del 20 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco en la fachada del Ayuntamiento, como le ha pedido el Movimiento contra la Intolerancia, es un grave error sólo explicable por puro sectarismo o por miopía política.
Afirmar que acceder a esa petición podía crear “una situación de menosprecio de una víctima en relación a otras” es desconocer por completo el valor simbólico que tuvo para la lucha contra ETA y para la movilización social contra el terrorismo el cruel asesinato del joven concejal de Ermua.
Cuando se produjeron los hechos, la hoy alcaldesa de Madrid era miembro del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y, por tanto, como juez y como miembro del órgano de gobierno de los jueces, tuvo necesariamente que ser testigo de aquel movimiento de repulsa que no fue uno más, sino el comienzo de la rebelión social contra la banda. De hecho, algunos analistas consideran que aquel asesinato significó el principio del fin de ETA.
Lo que hizo de Miguel Ángel Blanco un símbolo no fue su militancia política, sino su sacrificio, el hecho de que su asesinato levantó el mayor movimiento social visto nunca contra ETA
Todos los medios de comunicación hemos hecho un esfuerzo por recordar aquellas 48 horas de incertidumbre y dolor. Algunos, como ha hecho Carlos Alsina en Onda Cero, ha dedicado todo su programa -realizado desde la localidad vizcaína- a rememorar con documentos sonoros que nos han puesto la carne de gallina el enorme impacto del secuestro y asesinato del joven batería del grupo Póker(retratado magistralmente por Mikel Segovia en El Independiente).
Blanco tenía 29 años cuando fue liquidado de dos tiros en la nuca por Txapote (Francisco Javier García Gaztelu). Era un político accidental. Se afilió al PP dos años antes junto a su hermana porque el Partido Popular no tenía a nadie que fuera en sus listas. Mari Mar Blanco -que sí ha sido muy activa en la filas populares- ha criticado con toda razón a Carmena porque “recordar a mi hermano es recordar a todas las víctimas”.
Sus amigos no le recuerdan como un activista del PP, más bien su activismo era el de la batería, e incluso le había anunciado a uno de los miembros de su grupo que pensaba dejar la militancia justo unos días antes de su muerte.
ETA, humillada por la liberación de Ortega Lara dos semanas antes, tenía que dar una respuesta y eligió el objetivo más fácil: el asesinato de Miguel Ángel, ordenado por el jefe de comandos de la organización, José Javier Arizcuren Ruíz (Kantauri).
Fueron unos días en los que los partidos políticos (excepto HB) olvidaron sus disputas para unirse a la demanda de todo un pueblo: “A por ellos con la paz y la palabra”, fue el mensaje redondo, nítido, necesario, de Victoria Prego en la gigantesca manifestación de repulsa que se celebró en Madrid.
¿Acaso Carmena no recuerda aquello? A mí, como a millones de españoles, nos daba igual que Blanco militase en el PP. Podía haber sido militante del PSOE, del PNV o de cualquier otro partido. Lo que hizo de él un símbolo no fue su militancia, sino su sacrificio, la brutalidad macabra de un grupo para el que la vida humana no vale nada. ¿No le parece a la alcaldesa de Madrid que todo eso es suficiente como para poner una pancarta en el edificio que representa a la ciudadanía de Madrid, que tantas batallas ha dado contra el terrorismo y tanto lo ha sufrido? ¿O es que aún sigue pensando que ETA fue un “movimiento político”?.
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO Vía EL INDEPENDIENTE
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