La sumisión de la sociedad actual.
EFE
En los ya más de cien artículos de opinión que
he escrito para Vozpopuli nadie, en ningún momento, me ha hecho ninguna
indicación sobre lo que debería, o no, escribir ni, siquiera sugerido
sobre qué cuestión hacerlo. Esto es algo que, aunque es una obviedad en
estos tiempos, hay que agradecer a la dirección del medio y decirlo
públicamente, de vez en cuando, porque a todos nos beneficia su
credibilidad. Dicho esto, desde esa misma libertad no limitada, soy
consciente de que en algunas ocasiones, quizá, me hubiera expresado de
otro modo, o, quizá también, habría subrayado determinados
posicionamientos que finalmente no llegaron al texto.
Todos, absolutamente todos, nos callamos cosas, o las expresamos de modo distinto a como, espontáneamente, nos gustaría hacerlo
¿Por qué?, podrían preguntarse ustedes al tiempo
de estar leyendo esto que escribo ahora. Es fácil aventurar la
respuesta. Porque la realidad es, en general y para todos, que en
nuestras vidas cotidianas, y en conversaciones privadas, al
manifestarnos en público, todos, absolutamente todos, nos callamos
cosas, o las expresamos de modo distinto a como, espontáneamente, nos
gustaría hacerlo. Esto ha sido así, de un modo u otro, y en mayor o
menor medida, en todas las épocas, y es lo que llamamos “autocensura”.
Todos nos sometemos a ella porque nos damos cuenta que, dependiendo del
tiempo y lugar, hay cosas que hemos de ponderar al decirlas. Y lo
hacemos así porque, quizá instintivamente, comprendemos que la libertad
de expresión sólo tiene sentido si está al servicio de la convivencia. Y
ésta, a su vez, la convivencia en paz y libertad, sólo es posible si
está basada en el respeto a los demás. Creo, y soy un firme convencido
de ello, que en democracia se puede decir y hacer lo que uno quiera,
siempre y cuando no se falte al respeto del otro.
Respetar a alguien supone tener en consideración sus costumbres, sus creencias, sus valores, su modo de hacer y pensar
Pero esto que es una correcta teoría, poco
cuestionable al enunciarla, no resulta de fácil aplicación práctica en
la sociedad actual. Respetar a alguien supone tener en consideración sus
costumbres, sus creencias, sus valores, su modo de hacer y pensar. La
“teoría” nos la sabemos. Pero inmediatamente surgen dos cuestiones que
son más complicadas de abordar. La primera de ellas es que, a mi juicio
al menos, el respeto, como el amor, para que sea posible debe ser
mutuo. Yo te respeto, si tú también lo haces para conmigo, y viceversa,
pues de lo contrario es imposible su materialización. El respeto
unidireccional, hacia alguien que no lo hace contigo, sólo se da en la
vida de algunos santos, y no todos. Sin embargo, en la sociedad actual
en la que vivimos, con nuestros particulares modos de vida y costumbres,
respetar a alguien que rechaza, en sí mismo, el concepto y su
naturaleza, se convierte en simple “sumisión”, o lo que es lo mismo, en
consolidar el menosprecio y la dejación de los valores y creencias
propios de cada uno. La segunda de las consideraciones a tener en cuenta
surge cuándo nos preguntamos ¿qué ocurre?, ¿qué debemos hacer?, cuando
esas creencias, costumbres y valores que deseamos respetar están en
contradicción con las propias y, además, amenazan con imponérnoslas a
todos los demás, o dicho de otro modo, ¿qué ocurre cuando el respeto a
las creencias y costumbres de una “minoría” implica tener que cambiar
las costumbres y modos de hacer de la mayoría?
La historia de la humanidad podría resumirse contando la eterna lucha de las minorías, de los que están “abajo”, por convertirse en mayorías, para estar “arriba”
Soy de los que piensa que, en una democracia es
fundamental el “respeto a las minorías”, y, por otra parte, que no hay
verdadera democracia si eso no se cumple. Es más, creo que han sido las
minorías las que han abierto los caminos por donde luego ha discurrido
la sociedad, hasta el punto que, como diría el sociólogo italiano W.
Pareto a principios del Siglo pasado, la historia de la humanidad podría
resumirse contando la eterna lucha de las minorías, de los que están
“abajo”, por convertirse en mayorías, para estar “arriba”.
Pero
no es de esto de los que estamos hablando,… o sí, porque tampoco estoy
muy seguro. Lo que está ocurriendo hoy en nuestra sociedad en general es
que se va perdiendo la consistencia de los propios valores, y esto
propicia que grupos, o “colectivos”, como ahora gusta llamárseles, que
creen en pocas cosas pero de un modo tan firme que llegan al
fundamentalismo, consiguiendo que los demás aceptemos como normal cosas
que sin un exceso de lucidez calificaríamos de aberraciones.
Es como
cuando en una familia existe un hijo tirano, déspota y consentido, que
logra que todos estén sometidos él, adulándole y satisfaciéndole en
todos sus caprichos por miedo a que se enfade y perturbe la paz
familiar.
Si retorciendo el argumento, nos
preguntáramos, aun cuando me cuesta aceptar el interrogante, a qué, o
quién, habríamos de someternos, la respuesta pudiera ser que a todo
aquello que represente el respeto a los demás en tanto en cuanto no
signifique imposición alguna, ni personal, ni intelectual. Entendido
así, cabría reconocer que esa suerte de sometimiento, el del respeto a
los demás, puede tener cabida en las personas en la medida que una a una
conforman la sociedad en la que viven.
Nuestros valores occidentales han de guiar nuestros comportamientos en la sociedad en la que vivimos. De tener que someternos a algo, que sea a estos
El ser humano, por su natural debilidad,
persigue siempre un cierto grado de seguridad en su vida. En todos los
órdenes de su existencia. La mera percepción de sentirse amenazado le
hará reaccionar de manera irracional en aras a lograr su propia
supervivencia. Es la razón de ser de su fe. Europa nace y se desarrolla
desde sus propias raíces, mayoritariamente, cristianas. Nuestros valores
occidentales han de guiar nuestros comportamientos en la sociedad en la
que vivimos. De tener que someternos a algo, que sea a esto. No a
ningún otro que nos sea impuesto por aquellos a los que acogemos, por
obligada solidaridad, pero que exigiendo el respeto a sus modos de vida
pretenden imponerlos pretendiendo cambiar los nuestros. Hay que
conciliar, con inteligencia ambas concepciones. Pero también rechazar la
sumisión entendida ésta como la cesión, por una malentendida, y peor
utilizada, idea de solidaridad sin límites. La sociedad europea ha de
hacer valer sus valores originales, respetando, faltaría más, los de los
demás, pero no renunciando a los propios. Seamos valientes y hagámoslo.
VICENTE BENEDITO FRANCÉS Vía VOZ PÓPULI
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