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martes, 25 de julio de 2017

LA SUMISIÓN DE LA SOCIEDAD ACTUAL

La sociedad europea ha de hacer valer sus valores originales, respetando, faltaría más, los de los demás, pero no renunciando a los propios.


La sumisión de la sociedad actual. EFE


En los ya más de cien artículos de opinión que he escrito para Vozpopuli nadie, en ningún momento, me ha hecho ninguna indicación sobre lo que debería, o no, escribir ni, siquiera sugerido sobre qué cuestión hacerlo. Esto es algo que, aunque es una obviedad en estos tiempos, hay que agradecer a la dirección del medio y decirlo públicamente, de vez en cuando, porque a todos nos beneficia su credibilidad. Dicho esto, desde esa misma libertad no limitada, soy consciente de que en algunas ocasiones, quizá, me hubiera expresado de otro modo, o, quizá también, habría subrayado determinados posicionamientos que finalmente no llegaron al texto.

Todos, absolutamente todos, nos callamos cosas, o las expresamos de modo distinto a como, espontáneamente, nos gustaría hacerlo
¿Por qué?, podrían preguntarse ustedes al tiempo de estar leyendo esto que escribo ahora. Es fácil aventurar la respuesta. Porque la realidad es, en general y para todos, que en nuestras vidas cotidianas, y en  conversaciones privadas, al manifestarnos en público, todos, absolutamente todos, nos callamos cosas, o las expresamos de modo distinto a como, espontáneamente, nos gustaría hacerlo. Esto ha sido así, de un modo u otro, y en mayor o menor medida, en todas las épocas, y es lo que llamamos “autocensura”. Todos nos sometemos a ella porque nos damos cuenta que, dependiendo del tiempo y lugar, hay cosas que hemos de ponderar al decirlas. Y lo hacemos así porque, quizá instintivamente, comprendemos que la libertad de expresión sólo tiene sentido si está al servicio de la convivencia. Y ésta, a su vez, la convivencia en paz y libertad, sólo es posible si está basada en el respeto a los demás. Creo, y soy un firme convencido de ello, que en democracia se puede decir y hacer lo que uno quiera, siempre y cuando no se falte al respeto del otro.
Respetar a alguien supone tener en consideración sus costumbres, sus creencias, sus valores, su modo de hacer y pensar
Pero esto que es una correcta teoría, poco cuestionable al enunciarla, no resulta de fácil aplicación práctica en la sociedad actual. Respetar a alguien supone tener en consideración sus costumbres, sus creencias, sus valores, su modo de hacer y pensar. La “teoría” nos la sabemos. Pero inmediatamente surgen dos cuestiones que son más complicadas de abordar.  La primera de ellas es que, a mi juicio al menos, el respeto, como el amor, para que sea posible debe ser mutuo. Yo te respeto, si tú también lo haces para conmigo, y viceversa, pues de lo contrario es imposible su materialización. El respeto unidireccional, hacia alguien que no lo hace contigo, sólo se da en la vida de algunos santos, y no todos. Sin embargo, en la  sociedad actual en la que vivimos, con nuestros particulares modos de vida y costumbres, respetar a alguien que rechaza, en sí mismo, el concepto y su naturaleza, se convierte en simple “sumisión”, o lo que es lo mismo, en consolidar el  menosprecio y la dejación de los valores y creencias propios de cada uno. La segunda de las consideraciones a tener en cuenta surge cuándo nos preguntamos ¿qué ocurre?, ¿qué debemos hacer?, cuando esas creencias, costumbres y valores que deseamos respetar están en contradicción con las propias y, además, amenazan con imponérnoslas a todos los demás, o dicho de otro modo, ¿qué ocurre cuando el respeto a las creencias y costumbres de una “minoría” implica tener que cambiar las costumbres y modos de hacer de la mayoría?
La historia de la humanidad podría resumirse contando la eterna lucha de las minorías, de los que están “abajo”, por convertirse en mayorías, para estar “arriba”
Soy de los que piensa que, en una democracia es fundamental el “respeto a las minorías”, y, por otra parte, que no hay verdadera democracia si eso no se cumple. Es más, creo que han sido las minorías las que han abierto los caminos por donde luego ha discurrido la sociedad, hasta el punto que, como diría el sociólogo italiano W. Pareto a principios del Siglo pasado, la historia de la humanidad podría resumirse contando la eterna lucha de las minorías, de los que están “abajo”, por convertirse en mayorías, para estar “arriba”.

Pero no es de esto de los que estamos hablando,… o sí, porque tampoco estoy muy seguro. Lo que está ocurriendo hoy en nuestra sociedad en general es que se va perdiendo la consistencia de los propios valores, y esto propicia que grupos, o “colectivos”, como ahora gusta llamárseles, que creen en pocas cosas pero de un modo tan firme que llegan al fundamentalismo, consiguiendo que los demás aceptemos como normal  cosas que sin un exceso de lucidez calificaríamos de aberraciones. 

Es como cuando en una familia existe un hijo tirano, déspota y consentido, que logra que todos estén sometidos él, adulándole y satisfaciéndole en todos sus caprichos por miedo a que se enfade y perturbe la paz familiar.

Si retorciendo el argumento, nos preguntáramos, aun cuando me cuesta aceptar el interrogante, a qué, o quién, habríamos de someternos, la respuesta pudiera ser que a todo aquello que represente el respeto a los demás en tanto en cuanto no signifique imposición alguna, ni personal, ni intelectual. Entendido así, cabría reconocer que esa suerte de sometimiento, el del respeto a los demás, puede tener cabida en las personas en la medida que una a una conforman la sociedad en la que viven.
Nuestros valores occidentales han de guiar nuestros comportamientos en la sociedad en la que vivimos. De tener que someternos a algo, que sea a estos
El ser humano, por su natural debilidad, persigue siempre un cierto grado de seguridad en su vida. En todos los órdenes de su existencia. La mera percepción de sentirse amenazado le hará reaccionar de manera irracional en aras a lograr su propia supervivencia. Es la razón de ser de su fe. Europa nace y se desarrolla desde sus propias raíces, mayoritariamente, cristianas. Nuestros valores occidentales han de guiar nuestros comportamientos en la sociedad en la que vivimos. De tener que someternos a algo, que sea a esto. No a ningún otro que nos sea impuesto por aquellos a los que acogemos, por obligada solidaridad, pero que exigiendo el respeto a sus modos de vida pretenden imponerlos pretendiendo cambiar los nuestros. Hay que conciliar, con inteligencia ambas concepciones. Pero también rechazar la sumisión entendida ésta como la cesión, por una malentendida, y peor utilizada, idea de solidaridad sin límites. La sociedad europea ha de hacer valer sus valores originales, respetando, faltaría más, los de los demás, pero no renunciando a los propios. Seamos valientes y hagámoslo.

Porque el relativismo moral, el “todo está bien”, el “no quiero problemas”, el “que hagan lo que quieran” etc., terminará, ya está sucediendo, en la imposición de hábitos de vida, que nos son los propios, por parte de quienes en nuestros países representan respetables minorías, pero eso si minorías.


                                                                       VICENTE BENEDITO FRANCÉS Vía VOZ PÓPULI

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