Con esta escenificación, han puesto a prueba su capacidad de fabular en nombre del artículo 33. El de su real gana. Eso sí, al amparo de la libertad de creación artística
Los diputados de JxS y los miembros del Gobierno catalán, durante el acto político 'Garantías para la democracia'. (EFE)
El largo y penoso camino del 'procés' hacia la Cataluña como unidad de destino en lo universal se rige por las leyes del sueño, donde todo lo que ocurre es absurdo.
¿Soñábamos o velábamos cuando supimos que los costaleros de Puigdemont, algunos de los cuales empiezan a estar hasta los huevos, quieren convertir la catedral de Barcelona en un economato; que Pep Guardiola denunciaba el autoritarismo del Estado español en vísperas de la gran fiesta de las libertades, la tolerancia y el respeto a la diversidad (World Pride), o que los independentistas eligieron un teatro para lanzar su propuesta bajo el manto doctrinal de la Corte Suprema del Canadá?
Pues no. No soñábamos respecto a las últimas ocurrencias de los impulsores del 'procés'. Al menos tuvieron el detalle de explicarlas en un teatro (TNC). En el templo de la farsa como recreo de la gente, donde se remeda a la condición humana y muestran su talento los profesionales de la impostura.
No soñábamos respecto a las últimas ocurrencias de los impulsores del 'procés'. Al menos tuvieron el detalle de explicarlas en un teatro
Con esta escenificación han puesto a prueba su capacidad de fabular en nombre del artículo 33. El de su real gana. Eso sí, al amparo de la libertad de creación artística. No hay metáfora más ajustada al imaginativo plan secesionista. Consiste en proclamar la república independiente de Cataluña. Un minuto después de que sus defensores pasen por las urnas furtivas de un referéndum sin convocatoria legal, sin censo y sin participación de los ciudadanos opuestos a la ruptura con España.
Ah, y sin umbrales mínimos de participación. O sea, que se podría proclamar la independencia si solo fueran a votar Puigdemont (PDeCAT), Junqueras (ERC) y García Albiol (PP). Victoria del sí por dos a uno. Queda proclamada la república independiente de Cataluña. Tan absurdo como eso. Tan absurdo como esperar que el Estado no ejerza su derecho a la legítima defensa frente a quienes quieren reventarlo. O reclamar el derecho de secesión, que no existe en nuestro régimen constitucional, haciéndonos creer que reclaman el derecho de autodeterminación de los pueblos, reconocido en las resoluciones de la ONU 1514 y 1541 (diciembre 1960), 2625 (octubre 1970) y Pacto sobre Derechos Civiles y Políticos (en vigor desde marzo de 1976).
Pero eso no encaja en los sueños del independentismo catalán. La doctrina de la ONU solo afecta a pueblos con estatus de colonia, oprimidos o sin representación democrática. No a los pueblos integrados en estados legítimamente constituidos con expresa salvaguardia de su integridad territorial y el principio de soberanía nacional única e indivisible.
La doctrina de la ONU solo afecta a pueblos con estatus de colonia, oprimidos o sin representación democrática
Todo ello a la luz de la razón. Y bajo el imperio de la ley, no el de las emociones. El poder coactivo del Gobierno da para hacer cumplir las leyes, no para imponer emociones generadas por el sentido de pertenencia a una familia, una raza, una comunidad lingüística, un territorio, una tribu o una nación. Esto no es Filipinas, donde el fervor patriótico es obligatorio, hasta el punto de que cantar el himno nacional con escaso entusiasmo puede ser castigado con la cárcel según una ley reciente del país gobernado por el extravagante Rodrigo Duterte.
Pero lejos de mí la intención de dar ideas a Puigdemont, que hace díasfulminó a un consejero de la Generalitat por su poca fe en la Cataluña una, grande y libre que se cruza en nuestras pesadillas de un tiempo a esta parte.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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