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viernes, 7 de julio de 2017

CRISIS DE SOCIEDAD Y FUNCIÓN DE LA IGLESIA



Es evidente que estamos inmersos en una gran transformación, tan grande como la del fin del Imperio romano, un proceso que duró siglos. Para sus coetáneos, percibir el sentido de la transformación es difícil, pero quizás lo sea todavía más saber la profundidad de la transformación desde el único punto de vista que debe importarnos: el del cumplimiento del mandato de Jesucristo: “convertíos y creed en la buena nueva (Marcos 1,15), venid conmigo y os haré pescadores de hombres (1,17), vamos a los pueblos vecinos a predicar que por esta causa he venido (1,38)”. La cuestión fundamental es cómo realizar este desempeño en las condiciones concretas actuales, que no son obviamente las del siglo IV, ni tampoco corresponden, y esto resulta más difícil de asumir, a las de los años cincuenta del siglo pasado.

Y en esta indagación es necesario que nos preguntemos, primero, si la sociedad y las instituciones de Europa, a causa de la cultura dominante y sus consecuencias prácticas, no se están destruyendo. Si esta dinámica que sitúa en el frontispicio de la libertad y la igualdad sucesos como los de la gran concentración homosexual en Madrid, son meras circunstancias sobre las que se puede mirar hacia otro lado o signos de una alteración estructural básica, porque afecta a la concepción antropológica de lo que es el ser humano. Si respondemos que es un signo de los tiempos, pero que esto no afecta a las condiciones para desempeñar el mandato de Jesús en términos estructurales, podemos detener aquí la lectura. Si la continuamos es que, como mínimo, una sombra de duda aletea sobre nuestra interpretación del momento histórico. Porque en la sociedad europea más desarrollada, o no tan desarrollada, porque España ocupa un lugar destacado en esta cuestión que va a más, la pregunta es inapelable. Si esto fuera así, la Iglesia, y por consiguiente los católicos, ¿tienen derecho a mantener la institución que encarna su fe ligada a estas estructuras de pecado y autodestrucción?  Y que quede claro, no es una tesis, no estamos en condiciones de formularla, pero sí podemos formular la pregunta y meditar y rezar sobre ello, y esperar que quien pueda darnos respuesta lo haga.

¿Por qué las estructuras de pecado y autodestrucción han creado -y sigue la pregunta- un proceso contrario a la misión histórica de la Iglesia de preservar la ley natural y la esencial, la transhistórica, de proclamar la buena nueva y ofrecer el camino de salvación y de verdad que es Jesucristo? La incompatibilidad entre los fines que persiguen esta Europa, esta España, y la Iglesia es muy grande y constituye una contradicción insuperable. No estamos ante los herederos de la Ilustración, ni la continuación de la modernidad. La actual sociedad, la de la ideología de la desvinculación, es toda otra cosa. Ante ella ¿la Iglesia no debe recuperar con plenitud y sin concesiones su misión

¿Cómo equilibrarlo con el sentido de la oportunidad? ¿Cómo evitar que aquella cultura mundana no complete la colonización del ámbito católico europeo?, ¿qué se mueve demasiado entre el no aceptar el reto y la reacción pura y simple? Sus miembros no pueden limitarse a vivir intramuros castigándose por sus pecados y hurgando en la fragmentación interna, traicionando la comunión, haciendo ver que se puede dialogar realmente con otras confesiones y no creyentes mientras se menosprecia y desconfía del hermano católico. Todo esto puede terminar en una parodia para agradar al mundo. Si no amas al hermano que tienes cerca ¿cómo puedes pretender amar al lejano? En realidad, no amas, simplemente actúas para quedar bien.

De la misma manera no es posible ayudar a los heridos por esta sociedad, en lo material y lo espiritual, sin ser cómplice del daño, si al mismo tiempo no se denuncia y se actúa sobre las causas que lo generan, las materiales, pero también y especialmente las religiosas y morales. Nos ha sido dicho que no tengamos miedo de aquellos que pueden matar el cuerpo, sino más bien de los que pueden matar el alma.

La situación de los refugiados, la desigualdad y marginación, los descartados, son consecuencia de la descristianización y de la crisis moral que ésta conlleva. Forma parte del mismo marco de referencia que proclama el individualismo hedonista y la realización personal para la satisfacción del deseo, de donde surge la ruptura antropológica del Gender, la ruptura con lo creado, que significa el cambio climático y el exterminio de la naturaleza, la ruptura con las nuevas generaciones cargándolas con nuestras deudas, de la desigualdad, creciente y manifiesta, la alienación de las gentes, especialmente de los jóvenes. Todo es lo mismo. Y si esto es así, ¿las instituciones católicas deben confundirse con todo ello, cargando con culpas propias y ajenas o construir una realidad alternativa en el seno de esta sociedad?.


                                                                                            EDITORIAL de FORUM LIBERTAS 

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