Es evidente que estamos inmersos en una
gran transformación, tan grande como la del fin del Imperio romano, un
proceso que duró siglos. Para sus coetáneos, percibir el sentido de la
transformación es difícil, pero quizás lo sea todavía más saber la
profundidad de la transformación desde el único punto de vista que debe importarnos: el del cumplimiento del mandato de Jesucristo: “convertíos
y creed en la buena nueva (Marcos 1,15), venid conmigo y os haré
pescadores de hombres (1,17), vamos a los pueblos vecinos a predicar que
por esta causa he venido (1,38)”. La cuestión fundamental es cómo
realizar este desempeño en las condiciones concretas actuales, que no
son obviamente las del siglo IV, ni tampoco corresponden, y esto resulta
más difícil de asumir, a las de los años cincuenta del siglo pasado.
Y en esta indagación es necesario que nos preguntemos, primero, si la sociedad y las instituciones de Europa, a causa de la cultura dominante y sus consecuencias prácticas, no se están destruyendo.
Si esta dinámica que sitúa en el frontispicio de la libertad y la
igualdad sucesos como los de la gran concentración homosexual en Madrid,
son meras circunstancias sobre las que se puede mirar hacia otro lado o
signos de una alteración estructural básica, porque afecta a la
concepción antropológica de lo que es el ser humano. Si respondemos que
es un signo de los tiempos, pero que esto no afecta a las condiciones
para desempeñar el mandato de Jesús en términos estructurales, podemos detener aquí la lectura.
Si la continuamos es que, como mínimo, una sombra de duda aletea sobre
nuestra interpretación del momento histórico. Porque en la sociedad
europea más desarrollada, o no tan desarrollada, porque España ocupa un
lugar destacado en esta cuestión que va a más, la pregunta es
inapelable. Si esto fuera así, la Iglesia, y por consiguiente
los católicos, ¿tienen derecho a mantener la institución que encarna su
fe ligada a estas estructuras de pecado y autodestrucción? Y
que quede claro, no es una tesis, no estamos en condiciones de
formularla, pero sí podemos formular la pregunta y meditar y rezar sobre
ello, y esperar que quien pueda darnos respuesta lo haga.
¿Por
qué las estructuras de pecado y autodestrucción han creado -y sigue la
pregunta- un proceso contrario a la misión histórica de la Iglesia de
preservar la ley natural y la esencial, la transhistórica, de proclamar la buena nueva y ofrecer el camino de salvación y de verdad que es Jesucristo?
La incompatibilidad entre los fines que persiguen esta Europa, esta
España, y la Iglesia es muy grande y constituye una contradicción
insuperable. No estamos ante los herederos de la Ilustración, ni la
continuación de la modernidad. La actual sociedad, la de la ideología de
la desvinculación, es toda otra cosa. Ante ella ¿la Iglesia no debe recuperar con plenitud y sin concesiones su misión?
¿Cómo equilibrarlo con el sentido de la oportunidad? ¿Cómo evitar que aquella cultura mundana no complete la colonización del ámbito católico europeo?, ¿qué
se mueve demasiado entre el no aceptar el reto y la reacción pura y
simple? Sus miembros no pueden limitarse a vivir intramuros castigándose
por sus pecados y hurgando en la fragmentación interna, traicionando la
comunión, haciendo ver que se puede dialogar realmente con otras
confesiones y no creyentes mientras se menosprecia y desconfía del
hermano católico. Todo esto puede terminar en una parodia para agradar
al mundo. Si no amas al hermano que tienes cerca ¿cómo puedes pretender
amar al lejano? En realidad, no amas, simplemente actúas para quedar
bien.
De la misma manera no es posible ayudar a los heridos por esta sociedad, en lo material y lo espiritual, sin ser cómplice del daño, si al mismo tiempo no se denuncia y se actúa sobre las causas que lo generan,
las materiales, pero también y especialmente las religiosas y morales.
Nos ha sido dicho que no tengamos miedo de aquellos que pueden matar el
cuerpo, sino más bien de los que pueden matar el alma.
La
situación de los refugiados, la desigualdad y marginación, los
descartados, son consecuencia de la descristianización y de la crisis
moral que ésta conlleva. Forma parte del mismo marco de referencia que
proclama el individualismo hedonista y la realización personal para la
satisfacción del deseo, de donde surge la ruptura antropológica del
Gender, la ruptura con lo creado, que significa el cambio climático y el
exterminio de la naturaleza, la ruptura con las nuevas generaciones
cargándolas con nuestras deudas, de la desigualdad, creciente y
manifiesta, la alienación de las gentes, especialmente de los jóvenes. Todo es lo mismo.
Y si esto es así, ¿las instituciones católicas deben confundirse con
todo ello, cargando con culpas propias y ajenas o construir una realidad
alternativa en el seno de esta sociedad?.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario