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domingo, 10 de diciembre de 2017

Del mito de la Carta Magna y la leyenda del 78

Hay un sector de nuestra clase política, en concreto el Partido Popular y los sectores más conservadores, que se resisten a la reforma como si fuera abrir la caja de los truenos

Juan José González Rivas, Mariano Rajoy, Ana Pastor y Pío García-Escudero en el 39 aniversario de la Constitución. (EFE)

Alguien me dijo una vez que "nuestro problema es que hemos convertido a la Constitución en una especie de Biblia, un libro sagrado que como tal resulta intocable. Nadie se atreve a meterle mano no vaya a ser que caigan sobre nosotros todas las plagas de Egipto antes del Éxodo". Pero lo cierto es que la Constitución, siendo una ley de leyes importante y el marco de nuestra convivencia, no deja de ser un documento elaborado por personas y, por lo tanto, perfectamente susceptible de ser cambiado, retocado, modificado y lo que haga falta siempre que su reforma sea aprobada por la mayoría del pueblo soberano.

Y, sin embargo, es verdad que hay un sector de nuestra clase política, en concreto el Partido Popular y los sectores más conservadores de la política española, que se resisten a esa reforma como si el afrontarla significara abrir la caja de los truenos. Es verdad que esta Constitución es especial, el fruto de un amplio consenso político e ideológico que hizo de ella una norma transversal capaz de agradar a todos en su momento. Y es verdad también que ese consenso del 78 fue la consecuencia de un ejercicio de generosidad que no ha vuelto a darse en estos cuarenta años.

Pedro Sánchez en el Día de la Constitución. (EFE)
Pedro Sánchez en el Día de la Constitución. (EFE)

Los que se oponen a la reforma se agarran como un clavo ardiendo a esas circunstancias y exigen para hablar de cualquier cambio en la Carta Magna el mismo grado de acuerdo y consenso que hubo entonces, y el mismo ejercicio de generosidad. Pero aquellas circunstancias fueron distintas: España salía de una terrible dictadura y necesitaba una cura de consenso para poder afrontar el desafío de la Transición sin fracturas ni enfrentamientos. No estamos en esa circunstancia, porque hoy España es una país maduro, democráticamente estable pero, que, sin embargo, registra carencias y errores que hacen imprescindible mejorar nuestra Constitución y adaptarla y adecuarla a los tiempos que corren.

Son tiempos distintos. Cuarenta años son muchos años y han pasado muchas cosas y una Constitución que nacía tan pegada a la realidad de aquel momento necesita una mano de pintura y algún que otro arreglo de fondo. Los inmovilistas, los que no quieren ni oír hablar de esa reforma, echan en cara a los demás que no precisan el alcance de la misma. ¿Cómo que no? Hay en la Constitución asuntos urgentes como la reforma del Título VIII que se ha demostrado insuficiente. La reciente crisis de Estado provocada por el secesionismo catalán ha puesto de manifiesto la necesidad de repensar el Estado de las Autonomías. Y hay propuestas que deben debatirse y analizarse para intentar llegar a un acuerdo que cierre de una vez por todas un modelo que quedó claramente insuficiente en el 78.

España es una país maduro, democráticamente estable, pero que registra carencias y errores que hacen imprescindible mejorar la Constitución

Pero es que además la Constitución tiene lagunas, como la pertenencia de España a la UE, la necesidad de recoger algunos derechos sociales básicos que no están incluidos en la Carta Magna, una mayor profundización en la igualdad de hombres y mujeres, la supresión de la mili, la igualdad en la sucesión al trono… En fin, la lista de asuntos que habría que introducir en nuestra ley de leyes es larga, por no hablar de la reforma de la ley electoral y otros asuntos que también deben tener su reconocimiento en la Constitución. Y es que nuestra Carta Magna no es un mito, es algo muy presente, que debe irse adecuando al tiempo presente. Parece lógico, por ejemplo, que el artículo 20 tenga en cuenta los nuevos modos de expresión por internet que forman parte de nuestra vida diaria.

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera (izq.) en el Día de la Constitución. (EFE)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera (izq.) en el Día de la Constitución. (EFE)

Convertir la Constitución en una norma intocable es un ejercicio de proteccionismo que nos acerca más a regímenes totalitarios que a regímenes democráticos. Y la mitificación del consenso del 78 no deja de ser una forma de convertir el constitucionalismo en una especie de religión con sus santos a los que debemos veneración eterna. Es verdad que los padres de la Constitución tienen un lugar muy destacado en nuestra reciente historia, y es verdad también que gracias a ellos hemos disfrutado de un largo periodo de convivencia democrática.

Pero nada es para siempre, y hoy hay una gran mayoría de españoles que consideran necesaria una reforma de la Constitución y para eso será necesario que los dirigentes actuales sean capaces de volver a ponerse de acuerdo en llevarla a cabo. Aquí no hay mitos, ni leyendas. Hay una realidad que se impone y ante la que es imposible cerrar los ojos o mirar para otro lado.



                                                                        FEDERICO QUEVEDO   Vía EL CONFIDENCIAL

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