La alternativa puede estar entre una nueva mayoría independentista o un encaje de bolillos de Iceta
Foto: Reuters
Las últimas encuestas -las prohibidas- insisten en que, aunque baja,
el independentismo puede mantener (también perder) la mayoría absoluta.
La cifra mágica de 68 diputados.
El independentismo ha fracasado -no ha habido independencia, ni ningún reconocimiento europeo o internacional, muchas empresas han trasladado su sede social fuera de Cataluña, gran parte de sus dirigentes están imputados, en prisión provisional o huidos-, pero los electores secesionistas ya no votan un programa, expresan un sentimiento de protesta y rechazo al Gobierno de Madrid y al 'establishment' español. Y en los últimos días este sentimiento parece encaminarse a favor de ERC.
Si el independentismo salva los muebles -saca 68 o 69 diputados- tiene muy difícil hacer otra cosa que seguir empantanando la vida política y económica. Que no es poco y tendrá negativas consecuencias.
Será una victoria amarga. Más que la que Pedro J. contó de Aznar en 1996. Primero porque para elegir presidente dependerán de la CUP. Y como se ha visto en los tres debates televisivos, la CUP hará condición de la insumisión y tratará de vetar cualquier evolución hacia el realismo del presidente electo. También porque el pacto entre la lista de ERC, que parece que será la ganadora y que tiene tres candidatos posibles -Oriol Junqueras que está en la cárcel, Marta Rovira que es la suplente entronizada pero a la que esconden en muchos debates, y Carles Mundó, 'exconseller' de Justicia y posible tapado- y la lista de JxCAT de Puigdemont, apoyado como mal menor por el PDeCAT y cuyo único programa es reponer en la Generalitat al 'president' huido a Bruselas, será no solo laborioso sino enojoso.
Además, ambos grupos viven en una cierta irrealidad y han demostrado incompetencia. El gran argumento del secesionismo es que aplicar el artículo 155 ha sido un golpe de estado y una violación de las instituciones catalanas. Hay pues que excomulgar a los partidos constitucionalistas que votaron el 155. Es todo lo contrario de la realidad. Fueron los independentistas quienes pisotearon no solo la Constitución sino también el propio Estatut de Cataluña que para su reforma exige el apoyo de las dos terceras partes del Parlamento.
Pero instalados en el rechazo al 155, la lista de Puigdemont ataca a ERC y afirma que hacer 'president' a cualquiera que no sea Puigdemont - elegido por el Parlamento en enero de 2016 tras la retirada, forzado por la CUP, de Artur Mas- es colaborar con el 155. Elegir a Junqueras, o a otro parlamentario de ERC, sería una traición. Pero es que el propio Puigdemont ha aceptado el 155 al presentar una lista a unas elecciones convocadas por el presidente del Gobierno español que se regirán por las normas de la ley electoral española, que facilita la mayoría independentista al hacer que los diputados cuesten menos votos en las provincias menos pobladas de Lleida y Girona (no es hoy una crítica sino una descripción).
El 'summum' del absurdo es que el 155 solo se aplicó por culpa del propio Puigdemont y de su vicepresidente Oriol Junqueras. En la madrugada del viernes 27 de octubre Puigdemont dijo a su Gobierno -con el apoyo de los 'consellers' Santi Vila y Carles Mundó- que iba a convocar elecciones ya que, a través de una mediación del lendakari Urkullu, creía que si convocaba elecciones, Rajoy no aplicaría el 155. Y Junqueras dijo -ante el Gobierno y el estado mayor del independentismo- que no estaba de acuerdo pero que no diría nada en contra. Las ventajas para ambos eran evidentes. No habría intervención -estaba Urkullu y era difícil que el PSOE apoyara el 155 con elecciones convocadas-, Puigdemont seguía de 'president' y Junqueras, sin mojarse, tenía todos los números para ganar las elecciones.
Pero ni Puigdemont ni Junqueras se atrevieron a convocar elecciones la mañana del viernes 27. LaCUP se movilizó en contra con manifestantes que acusaban de traición a Puigdemont, muchos diputados de la antigua CDC se insubordinaron -incluso con dos dimisiones- y Marta Rovira reunió a la ejecutiva de ERC que acordó salir del Gobierno. Sin que Junqueras dijera nada. Y Rufián lanzó su tuit de las 30 monedas de plata comparando a Puigdemont con Judas.
El 155 solo se aplicó porque Puigdemont y Junqueras -juntos y desunidos- no se atrevieron a plantar cara a sus radicales. ¿Se puede confiar en unos líderes que, en un momento trascendental, no saben imponerse, siguen adelante con la declaración de independencia, hacen inevitable el 155 y agudizan así la desconfianza política y económica respecto a Cataluña? Es evidente que no, pero pese a todo es posible que el electorado revalide por los pelos su mayoría absoluta. Debe haber muchos motivos, pero si al final esto es lo que sucede será evidente que también se deberá a que el constitucionalismo no ha inspirado la suficiente confianza y ha confundido -como los independentistas- la media Cataluña que les vota con la totalidad de Cataluña.
Pero el separatismo también puede naufragar y perder la mayoría absoluta. Es lo que debería pasar porque cuando se fracasa -como ha sido el caso- lo saludable para reciclarse es una cura de oposición. Es lo que supo hacer el PNV cuando en 2008 Patxi López, con el apoyo externo del PP, ocupó la Lehendakaritza. El PNV cambió de líder, abandonó el maximalismo, Urkullu volvió a ganar cuatro años después y ahora hace lo que puede hacer un partido nacionalista de una nación sin Estado en el marco de la Unión Europea.
Eso debería ocurrir en Cataluña si el separatismo pierde el jueves. Pero eso exigiría para eso que los no secesionistas consiguieran formar una mayoría. No será fácil.
Cs, con Inés Arrimadas, será el primer partido constitucionalista e incluso puede llegar a ganar las elecciones, a ser la lista más votada si la distancia entre ERC y la lista de Puigdemont es pequeña y se reparten los votos independentistas (parece que hay muchos electores indecisos entre las dos listas ya que lo que las separa no es muy vistoso). Que Arrimadas gane, o quede muy cerca del primero, sería una gran victoria de Cs. No solo demostraría que en Cataluña la estelada está muy lejos de hacer unanimidad, sino que sería un puntazo para Albert Rivera en su empeño de construir una fuerza de corte liberal que pueda disputar la PP los votos de centro-derecha. Pero las posibilidades de que Arrimadas llegue a la presidencia son muy limitadas. Salvo que haya un claro vuelco electoral, lo que hoy ninguna encuesta prevé, y las tres fuerzas constitucionalistas consigan la mayoría.
Pero si el constitucionalismo no tiene la mayoría absoluta, la investidura de un presidente no independentista necesitará el apoyo de cuatro grupos parlamentarios, de los tres constitucionalistas y de los 'comunes' que, con entre 8 y 11 diputados, tendrán la llave de la legislatura. Miquel Iceta lo explicó así ayer sin complejos en el desayuno informativo de 'El Periódico', ante la mirada atenta de José Montilla y de José Luis Abalos, el secretario de organización del PSOE, que lleva días instalado en Barcelona. Iceta, al que las encuestas dan unos 21 diputados y sería la cuarta fuerza parlamentaria, dijo que aspiraba a ser investido gracias a un acuerdo con los comunes, Cs, el PP y el PSC, para hacer no un gobierno de coalición sino un gobierno abierto, con independientes, dispuesto a negociar todo en el Parlamento y a buscar la reconciliación entre los catalanes y con el Gobierno de España. Y añadió que el PSC no vetaba a nadie, salvo a los independentistas porque habían violado la Constitución, pero que -si no había mayoría separatista- no veía otra alternativa salvo la repetición de elecciones.
Pero Iceta no se ve candidato soólo por las matemáticas parlamentarias sino porque cree que después de muchos años de enfrentamiento entre dos mitades de Cataluña y con un resultado muy empatado será imposible salir de la crisis actual con una mitad gobernando contra la otra mitad, lo que ha sido el gran error del independentismo.
¿Será posible poner de acuerdo a cuatro partidos con relaciones tensas entre ellos y que necesitaría el visto bueno conjunto de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias? La primera condición es obviamente que no hubiera ni mayoría independentista (que está por ver) ni constitucionalista (la encuesta más favorable, la del 'ABC' del viernes les da 63 diputados, a cinco de la mayoría absoluta) y que el PSC sacara buen resultado. La otra es la actitud de los líderes. Con Pedro Sánchez no basta. ¿Mariano Rajoy? Con las cifras que dan las encuestas, sería algo más que el mal menor. ¿Albert Rivera? Si Arrimadas tiene más votos -todas las encuestas lo dicen y la polarización juega a su favor- será un plato difícil de digerir. Pero tampoco puede cargar con ser el responsable de otra repetición electoral.
El nudo gordiano sería Pablo Iglesias. Un veterano político me dice que en este caso la decisión final la tomarán Xavier Domènech y Ada Colau. Votar -aunque sea una vez- junto al PP y a Cs parece indigerible para un partido que decidió hace poco expulsar al PSC del Ggobierno de Barcelona por su apoyo al 155. Y en 2019 hay elecciones municipales. Aquí Colau tiene una decisión difícil. Apoyar a un candidato del bipartidismo es pecado mortal. Pero gobernar es pactar con la realidad. El pacto con Cristóbal Montoro ha obligado a Manuela Carmena a echar del Gobierno de Madrid al concejal de Hacienda de IU. ¿Qué pasará en Barcelona si la inestabilidad política y económica se prolonga un mínimo de seis meses más?
Haber dejado pudrir la crisis catalana y fiarlo todo al estricto cumplimiento de la ley no ha sido la mejor política. Ahora el centro-derecha de Madrid tiene que cruzar los dedos para que -pese al fracaso- no se repita una mayoría independentista, hoy más desnortada, y confiar después en que el socialista que -aparte de Pedro Sánchez- más se opuso en 2015 a la investidura de Rajoy sea capaz de un muy complicado encaje de bolillos. La única escapatoria a esta cura de aceite de ricino sería el milagro Arrimadas. En Génova tampoco tendría una digestión fácil.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
El independentismo ha fracasado -no ha habido independencia, ni ningún reconocimiento europeo o internacional, muchas empresas han trasladado su sede social fuera de Cataluña, gran parte de sus dirigentes están imputados, en prisión provisional o huidos-, pero los electores secesionistas ya no votan un programa, expresan un sentimiento de protesta y rechazo al Gobierno de Madrid y al 'establishment' español. Y en los últimos días este sentimiento parece encaminarse a favor de ERC.
Si el independentismo salva los muebles -saca 68 o 69 diputados- tiene muy difícil hacer otra cosa que seguir empantanando la vida política y económica. Que no es poco y tendrá negativas consecuencias.
Las elecciones de mañana no sirven para nada
Será una victoria amarga. Más que la que Pedro J. contó de Aznar en 1996. Primero porque para elegir presidente dependerán de la CUP. Y como se ha visto en los tres debates televisivos, la CUP hará condición de la insumisión y tratará de vetar cualquier evolución hacia el realismo del presidente electo. También porque el pacto entre la lista de ERC, que parece que será la ganadora y que tiene tres candidatos posibles -Oriol Junqueras que está en la cárcel, Marta Rovira que es la suplente entronizada pero a la que esconden en muchos debates, y Carles Mundó, 'exconseller' de Justicia y posible tapado- y la lista de JxCAT de Puigdemont, apoyado como mal menor por el PDeCAT y cuyo único programa es reponer en la Generalitat al 'president' huido a Bruselas, será no solo laborioso sino enojoso.
La pelea entre Puigdemont y ERC revela que el separatismo está partido pero que pese a todo tiene un alto suelo electoral
Además, ambos grupos viven en una cierta irrealidad y han demostrado incompetencia. El gran argumento del secesionismo es que aplicar el artículo 155 ha sido un golpe de estado y una violación de las instituciones catalanas. Hay pues que excomulgar a los partidos constitucionalistas que votaron el 155. Es todo lo contrario de la realidad. Fueron los independentistas quienes pisotearon no solo la Constitución sino también el propio Estatut de Cataluña que para su reforma exige el apoyo de las dos terceras partes del Parlamento.
Pero instalados en el rechazo al 155, la lista de Puigdemont ataca a ERC y afirma que hacer 'president' a cualquiera que no sea Puigdemont - elegido por el Parlamento en enero de 2016 tras la retirada, forzado por la CUP, de Artur Mas- es colaborar con el 155. Elegir a Junqueras, o a otro parlamentario de ERC, sería una traición. Pero es que el propio Puigdemont ha aceptado el 155 al presentar una lista a unas elecciones convocadas por el presidente del Gobierno español que se regirán por las normas de la ley electoral española, que facilita la mayoría independentista al hacer que los diputados cuesten menos votos en las provincias menos pobladas de Lleida y Girona (no es hoy una crítica sino una descripción).
Junqueras no tiene un problema sino tres: Puigdemont, Rovira y las encuestas
El 'summum' del absurdo es que el 155 solo se aplicó por culpa del propio Puigdemont y de su vicepresidente Oriol Junqueras. En la madrugada del viernes 27 de octubre Puigdemont dijo a su Gobierno -con el apoyo de los 'consellers' Santi Vila y Carles Mundó- que iba a convocar elecciones ya que, a través de una mediación del lendakari Urkullu, creía que si convocaba elecciones, Rajoy no aplicaría el 155. Y Junqueras dijo -ante el Gobierno y el estado mayor del independentismo- que no estaba de acuerdo pero que no diría nada en contra. Las ventajas para ambos eran evidentes. No habría intervención -estaba Urkullu y era difícil que el PSOE apoyara el 155 con elecciones convocadas-, Puigdemont seguía de 'president' y Junqueras, sin mojarse, tenía todos los números para ganar las elecciones.
Pero ni Puigdemont ni Junqueras se atrevieron a convocar elecciones la mañana del viernes 27. LaCUP se movilizó en contra con manifestantes que acusaban de traición a Puigdemont, muchos diputados de la antigua CDC se insubordinaron -incluso con dos dimisiones- y Marta Rovira reunió a la ejecutiva de ERC que acordó salir del Gobierno. Sin que Junqueras dijera nada. Y Rufián lanzó su tuit de las 30 monedas de plata comparando a Puigdemont con Judas.
Arrimadas pelea por ser la lista ganadora pero tiene difícil llegar a la presidencia si no hay mayoría constitucionalista
El 155 solo se aplicó porque Puigdemont y Junqueras -juntos y desunidos- no se atrevieron a plantar cara a sus radicales. ¿Se puede confiar en unos líderes que, en un momento trascendental, no saben imponerse, siguen adelante con la declaración de independencia, hacen inevitable el 155 y agudizan así la desconfianza política y económica respecto a Cataluña? Es evidente que no, pero pese a todo es posible que el electorado revalide por los pelos su mayoría absoluta. Debe haber muchos motivos, pero si al final esto es lo que sucede será evidente que también se deberá a que el constitucionalismo no ha inspirado la suficiente confianza y ha confundido -como los independentistas- la media Cataluña que les vota con la totalidad de Cataluña.
Pero el separatismo también puede naufragar y perder la mayoría absoluta. Es lo que debería pasar porque cuando se fracasa -como ha sido el caso- lo saludable para reciclarse es una cura de oposición. Es lo que supo hacer el PNV cuando en 2008 Patxi López, con el apoyo externo del PP, ocupó la Lehendakaritza. El PNV cambió de líder, abandonó el maximalismo, Urkullu volvió a ganar cuatro años después y ahora hace lo que puede hacer un partido nacionalista de una nación sin Estado en el marco de la Unión Europea.
Eso debería ocurrir en Cataluña si el separatismo pierde el jueves. Pero eso exigiría para eso que los no secesionistas consiguieran formar una mayoría. No será fácil.
Cs, con Inés Arrimadas, será el primer partido constitucionalista e incluso puede llegar a ganar las elecciones, a ser la lista más votada si la distancia entre ERC y la lista de Puigdemont es pequeña y se reparten los votos independentistas (parece que hay muchos electores indecisos entre las dos listas ya que lo que las separa no es muy vistoso). Que Arrimadas gane, o quede muy cerca del primero, sería una gran victoria de Cs. No solo demostraría que en Cataluña la estelada está muy lejos de hacer unanimidad, sino que sería un puntazo para Albert Rivera en su empeño de construir una fuerza de corte liberal que pueda disputar la PP los votos de centro-derecha. Pero las posibilidades de que Arrimadas llegue a la presidencia son muy limitadas. Salvo que haya un claro vuelco electoral, lo que hoy ninguna encuesta prevé, y las tres fuerzas constitucionalistas consigan la mayoría.
Pero si el constitucionalismo no tiene la mayoría absoluta, la investidura de un presidente no independentista necesitará el apoyo de cuatro grupos parlamentarios, de los tres constitucionalistas y de los 'comunes' que, con entre 8 y 11 diputados, tendrán la llave de la legislatura. Miquel Iceta lo explicó así ayer sin complejos en el desayuno informativo de 'El Periódico', ante la mirada atenta de José Montilla y de José Luis Abalos, el secretario de organización del PSOE, que lleva días instalado en Barcelona. Iceta, al que las encuestas dan unos 21 diputados y sería la cuarta fuerza parlamentaria, dijo que aspiraba a ser investido gracias a un acuerdo con los comunes, Cs, el PP y el PSC, para hacer no un gobierno de coalición sino un gobierno abierto, con independientes, dispuesto a negociar todo en el Parlamento y a buscar la reconciliación entre los catalanes y con el Gobierno de España. Y añadió que el PSC no vetaba a nadie, salvo a los independentistas porque habían violado la Constitución, pero que -si no había mayoría separatista- no veía otra alternativa salvo la repetición de elecciones.
Puede haber un pacto bendecido o tolerado por Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera... y Pablo Iglesias
Pero Iceta no se ve candidato soólo por las matemáticas parlamentarias sino porque cree que después de muchos años de enfrentamiento entre dos mitades de Cataluña y con un resultado muy empatado será imposible salir de la crisis actual con una mitad gobernando contra la otra mitad, lo que ha sido el gran error del independentismo.
¿Será posible poner de acuerdo a cuatro partidos con relaciones tensas entre ellos y que necesitaría el visto bueno conjunto de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias? La primera condición es obviamente que no hubiera ni mayoría independentista (que está por ver) ni constitucionalista (la encuesta más favorable, la del 'ABC' del viernes les da 63 diputados, a cinco de la mayoría absoluta) y que el PSC sacara buen resultado. La otra es la actitud de los líderes. Con Pedro Sánchez no basta. ¿Mariano Rajoy? Con las cifras que dan las encuestas, sería algo más que el mal menor. ¿Albert Rivera? Si Arrimadas tiene más votos -todas las encuestas lo dicen y la polarización juega a su favor- será un plato difícil de digerir. Pero tampoco puede cargar con ser el responsable de otra repetición electoral.
Una campaña entre la república que nunca existió, el exilio y el 155 reparador
El nudo gordiano sería Pablo Iglesias. Un veterano político me dice que en este caso la decisión final la tomarán Xavier Domènech y Ada Colau. Votar -aunque sea una vez- junto al PP y a Cs parece indigerible para un partido que decidió hace poco expulsar al PSC del Ggobierno de Barcelona por su apoyo al 155. Y en 2019 hay elecciones municipales. Aquí Colau tiene una decisión difícil. Apoyar a un candidato del bipartidismo es pecado mortal. Pero gobernar es pactar con la realidad. El pacto con Cristóbal Montoro ha obligado a Manuela Carmena a echar del Gobierno de Madrid al concejal de Hacienda de IU. ¿Qué pasará en Barcelona si la inestabilidad política y económica se prolonga un mínimo de seis meses más?
Haber dejado pudrir la crisis catalana y fiarlo todo al estricto cumplimiento de la ley no ha sido la mejor política. Ahora el centro-derecha de Madrid tiene que cruzar los dedos para que -pese al fracaso- no se repita una mayoría independentista, hoy más desnortada, y confiar después en que el socialista que -aparte de Pedro Sánchez- más se opuso en 2015 a la investidura de Rajoy sea capaz de un muy complicado encaje de bolillos. La única escapatoria a esta cura de aceite de ricino sería el milagro Arrimadas. En Génova tampoco tendría una digestión fácil.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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