Ahora el odio ya no carga fusiles, sino palabras. Los números desvelarán el desenlace del enfrentamiento entre quienes defienden la legalidad y quienes aspiran a reventarla
Manifestación en la Plaza de la Catedral de Barcelona en noviembre. (EFE)
Pase lo que pase el 21 de diciembre, la comida de Navidad ya no va a ser lo que era en los hogares catalanes. Los testimonios se multiplican. Y el arriba firmante también lo sufre en carne propia.
Los dramas familiares, la cara de perro entre amigos de toda la vida o ese doliente “os quiero, no hablemos de política”, leído en un informe sobre “el día que los catalanes dejaron de hablarse”, nos llevan a la funesta constatación de que media Cataluña está enferma de la otra media.
Ya no hay plomo como en la Guerra Civil española. Por suerte, hemos perdido la bárbara costumbre de ventilar las diferencias políticas a tiro limpio. Ahora el odio ya no carga fusiles. Carga palabras. Palabras y miradas que remedan la tragedia desatada en nuestro país hace ochenta años por el llamado “bando nacional”, ferozmente enfrentado al que se mantuvo fiel a la legalidad. El resultado está en la memoria de todos.
Ahora el odio no carga fusiles, carga palabras y miradas del "bando nacional" al que se mantiene fiel a la legalidad
No muy distinto de lo que tenemos encima, tras los desafíos del nacionalismo catalán a un Estado legítimamente constituido y en vísperas de unas elecciones de incierto resultado. Los números del 21-D desvelarán el desenlace del enfrentamiento entre quienes defienden la legalidad (Constitución y Estatuto de Autonomía) y quienes aspiran a reventarla.
A medio camino aparece la “transversalidad” como gran palanca de la reconciliación en la política catalana, el cierre de las heridas o el remedio de una Cataluña partida en dos. Es el socialista Miquel Iceta quien con más solvencia, a mi juicio, levanta ese estandarte electoral.
La "transversalidad", como gran palanca de la reconciliación y el cierre de las heridas. Es Iceta quien con más solvencia levanta ese estandarte
La matemática del jueves noche puede darle, o no, la oportunidad de “hacer el esfuerzo de entender al otro”. Y la de explicar cómo piensa cerrar las heridas. Después de desinfectarlas, si escucha el consejo de su compañero, Josep Borrell, que ha puesto al servicio de la campaña del PSC el prestigio de sus muy jaleados discursos en las dos grandes marchas españolistas de Barcelona posteriores a l de octubre.
Por cierto, que el gran mirlo blanco de la política basura, Gabriel Rufián, un buen imitador de Iglesias Turrión en el hallazgo de la cal viva como su particular bufido del odio, la sugería ayer como remedio en la desinfección de heridas. Es la más reciente prueba de esta verdadera guerra civil de media Cataluña contra la otra media. Ahora ya sin plomo, sin fusiles y en conflicto localizado solo en una parte de la España felizmente recuperada para la democracia en 1978 después de cuarenta años de hambre atrasada de libertades.
El discurso de los "nacionalistas" de Puigdemont vive de la España represora de patriotas
También ahora hay un “bando nacional” forjado sobre la mentira, la intolerancia, el insulto y la invención del enemigo común. Una vez configurado éste, no es cosa de ponerse a razonar. Cuando el odio se sube a la cabeza, todo vale contra el enemigo.
De bolcheviques, masones y vendepatrias estaba cargado el discurso de los “nacionales” de Franco y Mola en el 36. El de los “nacionalistas” de Puigdemont y Junqueras vive de la España opresora que roba a Cataluña o el represor Estado que apalea a los patriotas y encarcela a sus dirigentes. En eso, tal para cual, si sobrevolamos las distancias del calendario.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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