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miércoles, 20 de diciembre de 2017

EL VERDADERO SENTIDO DE LA NAVIDAD

/RAÚL ARIAS

Es interesante tratar de recuperar la auténtica persona de Jesús, lo esencial de su mensaje y lo mejor de su impacto histórico porque, a pesar de que no dejó escrita ni una sola línea, ninguna figura histórica ha ejercido una influencia mayor ni igual en la Historia de la humanidad. Muchas veces se ha presentado a Jesús como un personaje intemporal, un alma somnolienta sin recovecos y sin goces, sin deseos ni pasiones, como algo museístico, como un buey manso que cumplía cabalmente con sus obligaciones, como alguien que nunca disfrutó de la osadía de un joven porque siempre encarnó los sueños de la vejez: casi un fetiche.

Modernamente se conoce cada día mejor la persona de Jesús gracias a la historia, a la arqueología y la antropología cultural y social que sitúan a Jesús en una circunstancia determinada, en una sociedad de tradición oral que cultivaba la memoria. Es de suponer que aprendió el oficio de su padre, carpintero, pero todo indica que pronto levantó vuelo, abandonó el nido familiar y acudió a la llamada de Juan Bautista, un profeta que había desencadenado un movimiento de conversión en vista de una pronta y definitiva venida de Dios, hecho que empalma la vida de Jesús con la tradición profética de su tiempo. Su relación con aquél fue determinante para su experiencia religiosa. Se separó de su maestro y salió a recorrer los caminos de Galilea a la procura de gentes para anunciarle la proximidad de Reino de Dios. Eliminando todo aspecto escatológico y futurista de su predicación, algunos autores han presentado equivocadamente a Jesús como un sabio antisistema y contracultural. Pero tampoco es un apocalíptico iluminado que vive bajo la premura de una catástrofe inminente, como pretendieron demostrar algunos otros.

Jesús fue un judío fiel cumplidor de la ley y radicaliza algunos aspectos de la misma aunque, al mismo tiempo, relativiza algunos preceptos rituales, concretamente los que se referían al sábado -«el hombre es más importante que el sábado»-, y a las normas de pureza. Sobre todas las normas y sobre todos los rituales está el amor al prójimo (Mc 12, 28-31). Sin evadirse de la sociedad, quien acepta las normas del Reino de Dios danza siempre en el filo de la navaja. «Los últimos serán los primeros»; «El hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir». El dinero ya no es señal de bendición divina como lo consideraba la teología rabínica sino, todo lo contrario, será el mayor impedimento para entrar en el Reino de los Cielos.

A pesar de que algunos milagros narrados en los Evangelios son fruto e invención de la imaginación popular, y otros amplificados y magnificados, es evidente que una de las características de Jesús, que ayuda a explicar la atracción irresistible que ejercía sobre quienes lo conocían, era la de curador y sanador popular. «Una gran multitud, al oír lo que hacía, acudió a él» (Mc 3, 10). Muchos estudiosos han interpretado como un desafío al orden social establecido la liberación de muchos de sus coterráneos de los espíritus inmundos que Jesús lograba con su cariño y su capacidad de acogida. En nuestros días, los estudios antropológicos sobre chamanes y curanderos pueden ayudar a entender la literatura sobre los milagros de Jesús.

A pesar de que entre las multitudes el concepto de Reino de Dios suscitaba resistencia, al mismo tiempo que esperanza, Jesús obtuvo un enorme eco en Galilea y luego en Jerusalén. Las multitudes se sentían atraídas por su extraordinaria personalidad y por la autoridad de tipo carismático con la que hablaba. Entre todos los seguidores, y haciéndose eco de la restauración de las 12 tribus de Israel de las que habla el Antiguo Testamento, uno de los elementos más constantes de la escatología judía, eligió a 12, los nombró discípulos y, más tarde, los envió a difundir y a predicar por todo el mundo su Buena Nueva. La coherencia de su vida y la nobleza de sus enseñanzas hacen que todos los investigadores, creyentes o ateos, excluyan la posibilidad de que se trate de un farsante.

Todas las demás maneras de entender a Jesús, potenciadas por el éxito de la cultura pop en nuestros días, están envenenadas por la condición efímera y la caducidad. Muchas de esas imágenes de Jesús no son fruto de estudios concienzudos sino de una fábrica de sueños como el cine. Hoy, Jesús hace parte del universo desbordante de películas, revistas, escaparates y exposiciones, medios con una enorme capacidad de contar y de adaptarse a los tiempos. Casi todos tratan de presentarlo como un personaje anticonvencional que vino a transformar las condiciones de la vida y de las mentalidades al servicio del hombre nuevo. El mundo de nuestros días, que siente fascinación por lo mágico, lo teatral y lo festivo, multiplica las imágenes de Jesús, como de cualquier bien destinado al consumo comercial y emocional. Para mucha gente de hoy, Jesús es una star system más del cielo de los famosos más famosos de la Historia.

En esta cultura fragmentada y líquida se multiplican los mestizajes más diversos que afectan también a la imagen de Jesús, que cambia a un ritmo vertiginoso para responder a las demandas que llegan hasta él de diferentes lugares geográficos y culturales. Hay grupos adictos a los cambios que se forjan una imagen de Jesús para las diferentes situaciones y necesidades. Muchos están preocupados por la estetización del mensaje de Jesús; como un producto de la ética estética hipermoderna que tiene poco que ver con el mensaje de austeridad y pobreza del Nazareno; se trata más bien de una comercialización a ultranza de la figura de Jesús. El Jesús, familiar a miles de personas, es un producto de la hibridación estética, de la moda y el marketing. El culto a lo nuevo y a la expresión subjetiva remplazó a la revelación antológica.

Para muchos, la Navidad es un tiempo de tristeza porque le recuerda y le hace vivir con más intensidad las ausencias presentes de seres queridos. El hombre que no asimila las ausencias de los seres queridos que el tiempo va labrando siempre será un ser infantiloide, que dista mucho de ser un niño. La ausencia es un vacío que sólo puede llenar el recuerdo. La Navidad es un memorial, una referencia temporal que convierte en kairos, tiempo significativo, el kronos, tiempo normal. 

Además de ser social y lúdico, el ser humano es ritual. Originariamente, los regalos de Navidad significan la gratuidad del regalo que recibimos del cielo. A algunos les molesta que estos días la gente se desee felicidad, paz, amor, prosperidad. Aun en el caso de que fuera el único día del año en que esto ocurriera, mejor sería algo que nada. Los niños viven esto sin remilgos ni falsos razonamientos. Desgraciado del que no deja manifestarse, expresarse al niño que lleva dentro.
Jesús provoca una serie de preguntas a las que el antropólogo no puede contestar desde la antropología ni desde la simple historia, aunque ambas puedan atisbar indicios de que detrás de esta persona hay algo más que un simple hombre. ¿Se oculta algo detrás de esta humanidad fascinante?

Para muchas marcas, para muchas multinacionales, para muchas instituciones, la estrella de la Navidad no es Jesús sino aquellos ídolos sociales que vehiculan sus intereses. Los creyentes confiesan una realidad que trasciende la Historia. La moderna teología dice que fe es creer en una persona que se convierte en el modelo de vida en la que se funden valores artísticos, sociales, filosóficos..., más que una moral. Tradicionalmente, la fe en Jesús-Hombre-Dios estaba ligada a una categoría hereditaria, a una herencia familiar y de comunidad; modernamente, es más bien fruto de una decisión personal, de la fe individual. La fe en Jesús, dicen los creyentes, ha de traducirse en un estilo de vida. El cristiano ha de ser el agente promotor de una cultura de la caridad, la justicia y la solidaridad, de la igualdad y la dignidad de las personas.

Los que creen en el mensaje original de la Navidad no se resignan a huir con el rabo entre piernas y dejar el campo libre a los que quieren hacer olvidar el origen y significado de la Navidad. Seguiremos celebrando la Navidad, memorial del nacimiento de Jesús, sin olvidar que el mundo cambia y que la manera de actualizar los acontecimientos también debe cambiar.


                                                                                    MANUEL MANDIANES*  Vía EL MUNDO

*Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, teólogo y escritor.

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