El Rey durante el discurso navideño.
El discurso de Navidad del Rey había despertado gran expectación por producirse a sólo tres días de las elecciones en Cataluña, que han dado la victoria por mayoría absoluta a los partidos independentistas.
Después de su contundente mensaje del pasado 3 de octubre, todas las miradas estaban puestas en lo que iba a decir Felipe VI sobre las perspectivas que se abren tras esos decepcionantes resultados. Sin embargo, sus referencias han sido más bien genéricas, y apelativas al “respeto a la pluralidad”, a evitar “el enfrentamiento” o “la exclusión que sólo generan discordia”.
Por mucho que el mensaje navideño conlleve una tradicional carga de buenismo, sus palabras eluden la cruda realidad: los que han ganado en escaños son precisamente los que apuestan por la ruptura con España y los que han generado inestabilidad y discordia en la sociedad catalana al priorizar la independencia sobre cualquier otra consideración.
El Rey sabe perfectamente cuál es el peligro que nos acecha. Es muy consciente de ello, como puso de relieve en su elocución del 5 de octubre. Con medida contundencia habló de la “deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado” por parte de determinadas autoridades de Cataluña. Autoridades que “se han situado al margen del Estado de Derecho y de la democracia y han pretendido quebrar la unidad y la soberanía nacional”.
Pues bien, son esas mismas autoridades (Carles Puigdemont y Oriol Junqueras) las que han ganado las elecciones y las que se proponen volver a someter al Estado a un reto suicida. Por tanto, o el discurso del día 5 fue un error, al abrir la vía a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, o al discurso de ayer le faltó un elemento esencial para devolver la tranquilidad a los españoles tras los comicios del 21-D: las elecciones no blanquean delitos ni pueden suponer dejación de las responsabilidades del Estado.
Bastaba con un párrafo, con una sola frase para que no cupiera ninguna duda de que la ley se va seguir cumpliendo en Cataluña. Esa manifestación expresa fue la que muchos echamos de menos en el discurso de Felipe VI. Como es habitual, las intervenciones del Rey pasan por el tamiz de Moncloa y, por tanto, habrá que deducir que el mensaje de ayer recibió las preceptivas bendiciones y las correcciones oportunas por parte del presidente del gobierno.La intervención de Felipe VI supone una rectificación sobre Cataluña. El 21-D ganaron los mismos a los que el Rey acusó de “deslealtad inadmisible” al poner en peligro la unidad de España
La gran duda es si estamos ante una implícita rectificación política o ante una operación para proteger a la Corona del desgaste que ya le ha ocasionado el conflicto catalán.
Sabemos que el Rey quería dirigirse a la nación tras el referéndum ilegal del 1-O, cuya gestión fue un auténtico desastre por parte del gobierno. No fue Rajoy el que le instó a intervenir. Felipe VI pretendía dejar muy claro lo que estaba en juego: la unidad de España y la soberanía nacional.
Pero a Rajoy el discurso le vino muy bien porque fueron las palabras del Rey las que terminaron por disipar las dudas sobre la aplicación del 155 que todavía existían en el seno del PSOE. Y convendremos en que, sin el apoyo de Pedro Sánchez, este artículo de la Constitución nunca se hubiera aplicado.
La intervención del Rey en el momento álgido del enfrentamiento entrañaba muchos riesgos. Sobre todo, porque al señalar a los responsables de la situación estaba tomando claramente partido. Partido por la legalidad, por la Constitución, por la unidad de España, por supuesto. Pero era la primera vez que Felipe VI recurría al papel que le otorga el artículo 56 de la Carta Magna para intervenir en la vida política: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia”.
El gobierno echó toda la carne en el asador al dar luz verde a su aparición en televisión en la noche del 3 de octubre. Las consecuencias no se hicieron esperar. Al día siguiente, el todavía presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, acusó a Felipe VI de “hacer suyo el discurso y las políticas de Rajoy” y de “ignorar deliberadamente a dos millones de catalanes que no pensamos como ellos”.
La operación política que se puso en marcha con la aplicación del 155 consistía en destituir al gobierno de la Generalitat, disolver el Parlament y convocar elecciones autonómicas. Se pensaba, con cierta candidez, que los partidos constitucionalistas (PP, PSC y Ciudadanos) podían evitar que los independentistas repitiesen la mayoría absoluta que lograron en 2015. Pero, por desgracia, no ha sido así.
Al igual que el gobierno de Rajoy, la Corona ha quedado tocada, no en el resto de España, pero sí en Cataluña.
Pero el mensaje de ayer no mejora la situación. Los independentistas no le van devolver una legitimidad que nunca le han reconocido, como se demostró en la noche del 21-D, cuando Puigdemont declaró: “La República catalana ha vencido a la Monarquía del 155”. Por contra, los millones de españoles -incluida la mayoría de los catalanes- que entendieron su discurso de octubre como una disposición clara a defender la Constitución también en Cataluña, se quedan con la duda de saber qué ocurrirá a partir de ahora, cuando, de nuevo, se constituya un gobierno de mayoría independentista al frente de la Generalitat.
Muchos catalanes no vieron anoche el discurso del Rey. La televisión pública catalana decidió no emitirlo, cosa que ya hizo el año pasado. La diferencia, la enorme diferencia, es que ahora lo ha hecho en plena vigencia del artículo 155. Toda una lección de cómo el gobierno sigue eludiendo sus responsabilidades en Cataluña.
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO Vía EL INDEPENDIENTE
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