Rajoy se jugó Cataluña y la estabilidad de España echando una moneda al aire y le ha salido cruz. Desde el primer minuto dijimos en estas páginas que la convocatoria electoral del 21-D era un error y una irresponsabilidad por su parte. Nos quedamos prácticamente solos en esa denuncia. Y no hay nada que nos hubiera gustado más esta vez que habernos equivocado. Pero aquella temeridad del presidente del Gobierno nos aboca hoy a una crisis nacional sin precedentes.
Esa circunstancia empaña el triunfo histórico de
Ciudadanos, un partido que con solo 11 años de vida consigue, por
primera vez, que una formación no nacionalista gane las elecciones
catalanas, quedando como primera fuerza en tres de las cuatro capitales
de provincia. La victoria de Inés Arrimadas y de Albert Rivera,
superando el millón de votos, tiene una evidente lectura nacional y anuncia un posible vuelco en el centro político español.
El error del 155 blando y fugaz
El Gobierno de Rajoy ha cavado su propia tumba al ofrecer gratuitamente al bloque separatista la legitimidad que buscaba, y que ahora podrá exhibir ante la comunidad internacional. Los independentistas han ganado unas elecciones en las que partían con ventaja; la ventaja de controlar las estructuras creadas durante años de nacionalismo a machamartillo, la ventaja de tener bajo su control los medios de comunicación y la ventaja de explotar el victimismo con el expresidente en el exilio y exmiembros del Govern y de las asociaciones independentistas haciendo campaña desde la cárcel.
Lejos por tanto de resolver el problema, el 155
blando y fugaz de Rajoy lo ha agigantado. El separatismo, al imponerse
en unas elecciones que han sido las de mayor participación de la
historia democrática, utilizará el resultado como un plebiscito, por más
que en número de votos haya quedado por debajo de los no separatistas. Queda así en jaque la integridad de España a la vez que Cataluña se hunde en una sima de incertidumbre.
Elecciones a la mayor brevedad
Baste decir que la llave de la gobernabilidad vuelve a quedar en manos de una CUP disminuida, pero que está resuelta a hacer valer sus escaños y que ya exige la independencia inmediata y unilateral. Con ese panorama es fácil imaginar el pésimo futuro inmediato que se abre ante Cataluña desde el punto de vista económico y social. La situación, además, significa una grave contrariedad para la UE.
Dado que el separatismo va a usar los resultados
electorales para hacerse fuerte en sus reivindicaciones, puesto que
Rajoy ya no tiene autoridad para intentar aplicar el 155 de otra manera,
y conocidas las diferentes propuestas con que los partidos nacionales
afrontan el desafío independentista, no queda otra que convocar elecciones generales a la mayor brevedad posible.
Que los españoles decidan
Después de haberse quitado de encima el 155 como una patata caliente, después de haber obtenido un 4% de los votos en Cataluña, el PP no puede mantener un discurso de firmeza. Y el Estado va a tener que rearmarse moralmente para hacer frente a las situaciones que van a seguir sucediéndose, como la investigación y el juicio a los cabecillas del proceso y su más que probable condena a prisión.
Los españoles tienen derecho a elegir entre las
distintas soluciones que los partidos ofrecen para superar el problema
catalán, y que van desde negociar un referéndum pactado de
autodeterminación, a ceder más autonomía a la Generalitat o a negarse en redondo a seguir premiando a los nacionalistas. Quien gane esas elecciones estará legitimado para tratar de resolver el gravisímo panorama que ahora se presenta ante España.
EDITORIAL de EL ESPAÑOL
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