El líder del PSC ha ampliado su espacio y aspirará a presidente si el independentismo pierde la mayoría
El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Miquel Iceta. (EFE)
En las últimas semanas ha sorprendido la irrupción con fuerza del socialista Miquel Iceta en la precampaña catalana y, todavía más, que se postule —más allá de la legítima publicidad— como el futuro 'president'.
¿Puede un partido que en el 2015 sacó el 12,2% de los votos y 16
diputados, frente al 39,5% y 62 escaños de la coalición independentista
Junts pel Si (JpS), convertirse en el próximo presidente de la Generalitat?
Es cierto que el PSC, que entonces muchos creían desahuciado, ha sobrevivido, ha tenido un papel digno en la pasada legislatura y tiende al alza en las encuestas. Los sondeos le dan ahora entre 19 y 25 escaños y en el mejor de los casos —el de 'El Periódico de Cataluña'— solo un empate, tras ERC y en segunda posición, con Cs y Junts per Catalunya, la candidatura de Puigdemont impulsada por el PDeCAT (la antigua CDC).
Es pues casi imposible que el PSC gane las elecciones pero tampoco se puede descartar que con determinados resultados —nada imposibles— Iceta tenga opciones. Por tres razones principales. Primera, su proyecto tiene sintonía de fondo en la sociedad catalana. Segunda, es el candidato socialista a la Generalitat con más personalidad y transversalidad excepto Pasqual Maragall, el alcalde de los JJOO del 92. Tercera, el resultado electoral puede crear unas matemáticas parlamentarias que le favorezcan.
El independentismo, con su reiterada demanda de un referéndum binario —sí o no a la independencia— ha dividido a la sociedad catalana en dos mitades. La última encuesta del CEO, el CIS de la Generalitat, decía que en octubre —tras la conmoción producida por el fallido referéndum— el 48,7%, contra el 43,6%, quería la independencia. Pero cuatro meses antes el resultado era el inverso. El 49,4% estaba contra la independencia y el 41,1% a favor.
Iceta argumenta que de la polarización en estos dos bloques, prácticamente empatados, no puede salir un proyecto positivo de país. Insiste en que no quiere una mitad de Cataluña muy satisfecha y otra mitad muy frustrada, sino una Cataluña en la que una gran mayoría, más de dos terceras partes, se encuentre razonablemente cómoda.
Y lo ocurrido rema en esa dirección. El independentismo fracasó el 26 de octubre al proclamar una independencia que no duró ni 24 horas, que no tuvo ningún reconocimiento internacional y recibió la censura de la UE, y que con el traslado de las sedes de los bancos y de muchas empresas se convirtió en una amenaza para el futuro económico.
Quizás por eso ahora, por encima —o por debajo— de la independencia o del mantenimiento en España, las encuestas detectan el deseo de una solución pactada. La de 'El País' del pasado domingo 26 decía que el 71% desearía que la salida del conflicto fuera un intento de acuerdo con España mientras que los que apuestan por la independencia serían solo el 24%.
Según la de 'El Periódico' del 23 de octubre, el 60% ya creía entonces que el 'procés' había conllevado más prejuicios que beneficios frente al 27% que pensaba lo contrario. Y en la del ABC del domingo 19 queda claro que nada menos que el 81% de los catalanes considera que, tras las elecciones, lo más conveniente sería negociar una reforma de la Constitución. Por el contrario, centrarlo todo en la formación de un bloque constitucionalista (PP, Cs y PSC) tiene solo el apoyo de un 35% y la oposición del 46%.
De estas encuestas y de otras anteriores se deduce la existencia de una amplia mayoría (de dos tercios o incluso superior), bastante silenciada por los 'agitprop' independentistas e inmovilistas, que verían bien, con mayor o menor entusiasmo, un pacto con España que diera a Cataluña más autogobierno. Demostrado que, pese a su gran fuerza y capacidad de movilización, el independentismo ha fracasado sería hora de enterrar la épica y buscar un arreglo razonable. Y esta es la posición que ha mantenido el PSC —con pocas variaciones— a lo largo de los años.
El PSC tuvo sus mejores resultados en las elecciones catalanas en 1999 y 2003 cuando su candidato fue Pasqual Maragall, un hombre que por su fuerte personalidad y por su carrera —fue el alcalde de la Barcelona de los JJOO del 92— trascendía las fronteras tradicionales socialistas. Tenía transversalidad y recogía votos de gente que en las elecciones catalanas normalmente no votaba socialista. Antes de Maragall y después —con Joan Reventós, Raimon Obiols, Quim Nadal, José Montilla y Pere Navarro— el candidato socialista quedó limitado al espacio político propio, más amplio o más estrecho en función del momento.
Iceta no es Maragall. Ni de lejos. Pero tiene algunos rasgos —a veces incluso contrarios— que le dan una fuerte personalidad que le permite aspirar a conseguir el voto de electores no socialistas.De los candidatos que se presentan es el que tiene más experiencia en el parlamento catalán y en la política española y su papel en la última legislatura le ha dimensionado mucho, ya que advirtió reiteradamente que la apuesta separatista por romper el marco constitucional y el choque de trenes sería un fracaso. E intentó, hasta el último momento —incluso tras la aprobación de las leyes de ruptura el 6 y 7 de septiembre— en una línea paralela a Santi Vila y con Soraya Sáenz de Santamaria, Pedro Sánchez y Urkullu que Puigdemont convocara elecciones para evitar el 155.
Y con su pacto con los democristianos de Unió Democratica ha logrado mucha transversalidad. Lleva de número tres a Ramón Espadaler que fue Conseller de Jordi Pujol y Artur Mas antes de que CDC abrazara el independentismo, lo que le da, además, certificado de centrismo. Y este centrismo sale reforzado por la coincidencia con muchos dirigentes empresariales en advertir que la apuesta independentista liquidaría la seguridad jurídica y tendría consecuencias graves para la economía.
Así, no es extraño que gente del centro moderado y del empresariado afirmen que, por primera vez en su vida, van a votar a un socialista. En un acto de la plataforma Portas Obertas del Catalanisme que preside el notario Mario Romeo, quien habló con mas entusiasmo de la candidatura de Iceta fue el abogado Josép López de Lerma, durante seis legislaturas el cabeza de lista de CDC por la provincia de Girona, vicepresidente del Congreso de los Diputados y portavoz de CiU los dos últimos años de la primera legislatura de Aznar.
Y esta personalidad que le hace aparecer al mismo tiempo como el candidato socialista y el de una parte del centro y del 'seny' catalán está teniendo su traducción en las encuestas. La de 'El Periódico' preguntaba por el político que los catalanes preferirían como presidente de la Generalitat y Miquel Iceta, con el 15,6%, quedaba en segunda posición, solo detrás de Puigdemont (30,8%) que tiene mucho tirón entre los independentistas, pero por delante del propio Oriol Junqeras, el líder de ERC, 13,1% de preferencias, y de Inés Arrimadas (12,4%) y Xavier Domenech de los comunes (6%).
En unas elecciones que siempre —desde Jordi Pujol a Maragall y Artur Mas— la fuerte personalidad del candidato ganador ha sido un factor importante, que Iceta, que hasta su elección como primer secretario del PSC en el 2014 era un desconocido para muchos ciudadanos, haya escalado hasta esta posición es relevante.
Por otra parte, Iceta no solo atrae al centro o al catalanismo. En su lista lleva al primer fiscal anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejo, que fue candidato de Podemos en las últimas elecciones europeas y en un manifiesto a su favor han firmado personalidades tan diversas como el inspector de trabajo Juan Ignació Marín que fue dirigente del metal de CCOO, el escritor Eduardo Mendoza, quizás la primera pluma de la literatura castellana en Cataluña, Alex Ramos, vicepresidente de Sociedad Civil Catalana, la organizadora de las grandes manifestaciones contrarias a la independencia en los últimos meses, y el notario Juan José López Burniol, vicepresidente del Círculo de Economía y de la Fundación La Caixa.
Iceta se está demostrando un buen alumno de Maragall, con el que nunca tuvo muy buenas relaciones, en la búsqueda de la transversalidad y el interclasismo.
Pero todo lo anterior es poco relevante si los resultados no le dan una oportunidad. Y gestionar el resultado de las elecciones catalanas del 21-D con siete partidos en liza —cifra que es un desafió para la estabilidad de un país tan serio como Alemania— puede ser todavía más complicado que aquel sobre la financiación autonómica que asustaba a Pedro Solbes.
Si las tres listas independentistas, que en el parlamento disuelto tenían 72 diputados, conservan la mayoría absoluta (68 escaños) no hay ninguna duda: el presidente será un independentista aunque a la ya difícil negociación con la CUP, que en el 2015 forzaron la retirada de Artur Mas, se le sumarán ahora las malas relaciones entre ERC y la lista de Puigdemont. Pero, al final, habrá un presidente independentista: Puigdemont, Oriol Jonqueras, Marta Rovira o un cuarto en discordia.
Pero los separatistas pueden perder la mayoría. Un estudio de algunas de las últimas encuestas les da una media del 45,4% de los votos y justo 68 diputados. O sea que la pueden mantener o perder.
Si la pierden, la construcción de una mayoría alternativa será difícil. Con un 44,4% de votos constitucionalistas de media —solo un 1% inferior al de los independentistas— los diputados constitucionalistas serían solo 59. Porque los comunes tendrían 9 escaños que les daría su 7,9% de voto de media y porque los constitucionalistas tienen más fuerza en la provincia de Barcelona, donde sacar un diputado requiere más votos que en las provincias de Girona y Lleida, en las que gana el secesionismo (culpa de la ley electoral española). Por eso, que los tres partidos constitucionalistas lograran la mayoría absoluta pasando de sus 52 diputados actuales, o de los 59 que les da la media de encuestas referidas, a 68 parece imposible. Si se diera esa circunstancia —que ninguna casa de encuestas vaticina y ningún analista serio cree posible— entonces sería presidente el candidato de la lista constitucionalista más votada. E Inés Arrimadas tendría ventaja sobre Miquel Iceta.
Pero si no hay mayoría independentista ni constitucionalista —hipótesis muy probable— el desenlace es muy complejo. Cabe la posibilidad nada despreciable de que los comunes pacten con los separatistas y salga un presidente independentista que modere planteamientos. El componente de protesta de los comunes (patente en las posiciones de Ada Colau contra el 155) les podría arrastrar a esta decisión. Pero hay obstáculos. El primero es que sería inclinarse por quienes, tras haber fracasado en el 'procés', habrían perdido las elecciones y bajado un mínimo de cinco diputados (de 72 a 67). Además la presión de Pablo Iglesias iría en sentido contrario porque si Podemos aparece como responsable —aunque sea vía comunes— de que en Cataluña el independentismo siga mandando, sus expectativas en España se pueden hundir. Y el cabeza de la lista de los comunes, Xavier Domènech, es un político pragmático y no independentista.
Pero lograr un acuerdo de los diputados de Podemos, el PP, Cs y el PSC para votar a un candidato será muy difícil. Y en esta hipótesis, sin pacto entre estos cuatro grupos, hay un alta probabilidad de que —salvo milagro— haya nuevas elecciones. Los comunes tendrían la llave. Es impensable que voten para presidente a García Albiol o a alguien del PPC porque tendría mas costes para ellos que votar a un independentista. Y casi lo mismo cabe decir de Inés Arrimadas.
Queda la opción de Iceta. Puede tener el voto del PPC porque Rajoy necesita que la estabilidad vuelva a Cataluña, tanto para garantizar que la economía no se estropee como para que el PNV le pueda votar los presupuestos. Cs difícilmente podría asumir la responsabilidad de que se tuvieran que repetir elecciones, o de que al final hubiera un presidente independentista porque se negaban a votar a Iceta. Aunque Arrimadas tuviera algún diputado más. Queda pues que Iceta, que en privado confiesa "haber nacido para pactar", lograra los votos de los comunes sin perder —casi un milagro— los del PP y Cs.
¿Qué puede ofrecer Iceta? Asociar de alguna forma a los comunes a la gobernación de una Comunidad Autónoma relevante, intentar abrir la reforma de la Constitución, medidas sociales y tener en cuenta a los comunes —junto a Cs y el PP— en la selección del 'Conseller Primer' que Iceta piensa nombrar para poderse dedicar a la negociación con Madrid, a la recuperación de la imagen de Cataluña y Barcelona como territorio y capital atractivos para las empresas, y para cerrar la división entre catalanes. También la incorporación a su gobierno de independientes próximos a los comunes, a Cs e incluso al PPC.
Ni que decir tiene que un gobierno de Iceta en minoría sería un ejercicio de alto riesgo y con una alta posibilidad de fracaso. Irrebatible. Lo que pasa es que ese riesgo puede ser más atractivo que encontrarse de nuevo con un presidente independentista o que seguir con unos meses mas de inestabilidad por la repetición de elecciones. Como pasó en España en el 2016.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
Es cierto que el PSC, que entonces muchos creían desahuciado, ha sobrevivido, ha tenido un papel digno en la pasada legislatura y tiende al alza en las encuestas. Los sondeos le dan ahora entre 19 y 25 escaños y en el mejor de los casos —el de 'El Periódico de Cataluña'— solo un empate, tras ERC y en segunda posición, con Cs y Junts per Catalunya, la candidatura de Puigdemont impulsada por el PDeCAT (la antigua CDC).
Es pues casi imposible que el PSC gane las elecciones pero tampoco se puede descartar que con determinados resultados —nada imposibles— Iceta tenga opciones. Por tres razones principales. Primera, su proyecto tiene sintonía de fondo en la sociedad catalana. Segunda, es el candidato socialista a la Generalitat con más personalidad y transversalidad excepto Pasqual Maragall, el alcalde de los JJOO del 92. Tercera, el resultado electoral puede crear unas matemáticas parlamentarias que le favorezcan.
Cataluña no está tan polarizada como parece y la demanda de una tercera vía es alta
El independentismo, con su reiterada demanda de un referéndum binario —sí o no a la independencia— ha dividido a la sociedad catalana en dos mitades. La última encuesta del CEO, el CIS de la Generalitat, decía que en octubre —tras la conmoción producida por el fallido referéndum— el 48,7%, contra el 43,6%, quería la independencia. Pero cuatro meses antes el resultado era el inverso. El 49,4% estaba contra la independencia y el 41,1% a favor.
Iceta argumenta que de la polarización en estos dos bloques, prácticamente empatados, no puede salir un proyecto positivo de país. Insiste en que no quiere una mitad de Cataluña muy satisfecha y otra mitad muy frustrada, sino una Cataluña en la que una gran mayoría, más de dos terceras partes, se encuentre razonablemente cómoda.
Y lo ocurrido rema en esa dirección. El independentismo fracasó el 26 de octubre al proclamar una independencia que no duró ni 24 horas, que no tuvo ningún reconocimiento internacional y recibió la censura de la UE, y que con el traslado de las sedes de los bancos y de muchas empresas se convirtió en una amenaza para el futuro económico.
Quizás por eso ahora, por encima —o por debajo— de la independencia o del mantenimiento en España, las encuestas detectan el deseo de una solución pactada. La de 'El País' del pasado domingo 26 decía que el 71% desearía que la salida del conflicto fuera un intento de acuerdo con España mientras que los que apuestan por la independencia serían solo el 24%.
Según la de 'El Periódico' del 23 de octubre, el 60% ya creía entonces que el 'procés' había conllevado más prejuicios que beneficios frente al 27% que pensaba lo contrario. Y en la del ABC del domingo 19 queda claro que nada menos que el 81% de los catalanes considera que, tras las elecciones, lo más conveniente sería negociar una reforma de la Constitución. Por el contrario, centrarlo todo en la formación de un bloque constitucionalista (PP, Cs y PSC) tiene solo el apoyo de un 35% y la oposición del 46%.
De estas encuestas y de otras anteriores se deduce la existencia de una amplia mayoría (de dos tercios o incluso superior), bastante silenciada por los 'agitprop' independentistas e inmovilistas, que verían bien, con mayor o menor entusiasmo, un pacto con España que diera a Cataluña más autogobierno. Demostrado que, pese a su gran fuerza y capacidad de movilización, el independentismo ha fracasado sería hora de enterrar la épica y buscar un arreglo razonable. Y esta es la posición que ha mantenido el PSC —con pocas variaciones— a lo largo de los años.
Iceta es un político con personalidad y con su pacto con los democristianos ha ganado transversalidad
El PSC tuvo sus mejores resultados en las elecciones catalanas en 1999 y 2003 cuando su candidato fue Pasqual Maragall, un hombre que por su fuerte personalidad y por su carrera —fue el alcalde de la Barcelona de los JJOO del 92— trascendía las fronteras tradicionales socialistas. Tenía transversalidad y recogía votos de gente que en las elecciones catalanas normalmente no votaba socialista. Antes de Maragall y después —con Joan Reventós, Raimon Obiols, Quim Nadal, José Montilla y Pere Navarro— el candidato socialista quedó limitado al espacio político propio, más amplio o más estrecho en función del momento.
Iceta no es Maragall. Ni de lejos. Pero tiene algunos rasgos —a veces incluso contrarios— que le dan una fuerte personalidad que le permite aspirar a conseguir el voto de electores no socialistas.De los candidatos que se presentan es el que tiene más experiencia en el parlamento catalán y en la política española y su papel en la última legislatura le ha dimensionado mucho, ya que advirtió reiteradamente que la apuesta separatista por romper el marco constitucional y el choque de trenes sería un fracaso. E intentó, hasta el último momento —incluso tras la aprobación de las leyes de ruptura el 6 y 7 de septiembre— en una línea paralela a Santi Vila y con Soraya Sáenz de Santamaria, Pedro Sánchez y Urkullu que Puigdemont convocara elecciones para evitar el 155.
Y con su pacto con los democristianos de Unió Democratica ha logrado mucha transversalidad. Lleva de número tres a Ramón Espadaler que fue Conseller de Jordi Pujol y Artur Mas antes de que CDC abrazara el independentismo, lo que le da, además, certificado de centrismo. Y este centrismo sale reforzado por la coincidencia con muchos dirigentes empresariales en advertir que la apuesta independentista liquidaría la seguridad jurídica y tendría consecuencias graves para la economía.
Así, no es extraño que gente del centro moderado y del empresariado afirmen que, por primera vez en su vida, van a votar a un socialista. En un acto de la plataforma Portas Obertas del Catalanisme que preside el notario Mario Romeo, quien habló con mas entusiasmo de la candidatura de Iceta fue el abogado Josép López de Lerma, durante seis legislaturas el cabeza de lista de CDC por la provincia de Girona, vicepresidente del Congreso de los Diputados y portavoz de CiU los dos últimos años de la primera legislatura de Aznar.
Y esta personalidad que le hace aparecer al mismo tiempo como el candidato socialista y el de una parte del centro y del 'seny' catalán está teniendo su traducción en las encuestas. La de 'El Periódico' preguntaba por el político que los catalanes preferirían como presidente de la Generalitat y Miquel Iceta, con el 15,6%, quedaba en segunda posición, solo detrás de Puigdemont (30,8%) que tiene mucho tirón entre los independentistas, pero por delante del propio Oriol Junqeras, el líder de ERC, 13,1% de preferencias, y de Inés Arrimadas (12,4%) y Xavier Domenech de los comunes (6%).
En unas elecciones que siempre —desde Jordi Pujol a Maragall y Artur Mas— la fuerte personalidad del candidato ganador ha sido un factor importante, que Iceta, que hasta su elección como primer secretario del PSC en el 2014 era un desconocido para muchos ciudadanos, haya escalado hasta esta posición es relevante.
Por otra parte, Iceta no solo atrae al centro o al catalanismo. En su lista lleva al primer fiscal anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejo, que fue candidato de Podemos en las últimas elecciones europeas y en un manifiesto a su favor han firmado personalidades tan diversas como el inspector de trabajo Juan Ignació Marín que fue dirigente del metal de CCOO, el escritor Eduardo Mendoza, quizás la primera pluma de la literatura castellana en Cataluña, Alex Ramos, vicepresidente de Sociedad Civil Catalana, la organizadora de las grandes manifestaciones contrarias a la independencia en los últimos meses, y el notario Juan José López Burniol, vicepresidente del Círculo de Economía y de la Fundación La Caixa.
Iceta se está demostrando un buen alumno de Maragall, con el que nunca tuvo muy buenas relaciones, en la búsqueda de la transversalidad y el interclasismo.
El resultado electoral puede ser un 'sudoku' complicado y no cabe descartar su repetición
Pero todo lo anterior es poco relevante si los resultados no le dan una oportunidad. Y gestionar el resultado de las elecciones catalanas del 21-D con siete partidos en liza —cifra que es un desafió para la estabilidad de un país tan serio como Alemania— puede ser todavía más complicado que aquel sobre la financiación autonómica que asustaba a Pedro Solbes.
Si las tres listas independentistas, que en el parlamento disuelto tenían 72 diputados, conservan la mayoría absoluta (68 escaños) no hay ninguna duda: el presidente será un independentista aunque a la ya difícil negociación con la CUP, que en el 2015 forzaron la retirada de Artur Mas, se le sumarán ahora las malas relaciones entre ERC y la lista de Puigdemont. Pero, al final, habrá un presidente independentista: Puigdemont, Oriol Jonqueras, Marta Rovira o un cuarto en discordia.
Pero los separatistas pueden perder la mayoría. Un estudio de algunas de las últimas encuestas les da una media del 45,4% de los votos y justo 68 diputados. O sea que la pueden mantener o perder.
Si la pierden, la construcción de una mayoría alternativa será difícil. Con un 44,4% de votos constitucionalistas de media —solo un 1% inferior al de los independentistas— los diputados constitucionalistas serían solo 59. Porque los comunes tendrían 9 escaños que les daría su 7,9% de voto de media y porque los constitucionalistas tienen más fuerza en la provincia de Barcelona, donde sacar un diputado requiere más votos que en las provincias de Girona y Lleida, en las que gana el secesionismo (culpa de la ley electoral española). Por eso, que los tres partidos constitucionalistas lograran la mayoría absoluta pasando de sus 52 diputados actuales, o de los 59 que les da la media de encuestas referidas, a 68 parece imposible. Si se diera esa circunstancia —que ninguna casa de encuestas vaticina y ningún analista serio cree posible— entonces sería presidente el candidato de la lista constitucionalista más votada. E Inés Arrimadas tendría ventaja sobre Miquel Iceta.
Pero si no hay mayoría independentista ni constitucionalista —hipótesis muy probable— el desenlace es muy complejo. Cabe la posibilidad nada despreciable de que los comunes pacten con los separatistas y salga un presidente independentista que modere planteamientos. El componente de protesta de los comunes (patente en las posiciones de Ada Colau contra el 155) les podría arrastrar a esta decisión. Pero hay obstáculos. El primero es que sería inclinarse por quienes, tras haber fracasado en el 'procés', habrían perdido las elecciones y bajado un mínimo de cinco diputados (de 72 a 67). Además la presión de Pablo Iglesias iría en sentido contrario porque si Podemos aparece como responsable —aunque sea vía comunes— de que en Cataluña el independentismo siga mandando, sus expectativas en España se pueden hundir. Y el cabeza de la lista de los comunes, Xavier Domènech, es un político pragmático y no independentista.
Pero lograr un acuerdo de los diputados de Podemos, el PP, Cs y el PSC para votar a un candidato será muy difícil. Y en esta hipótesis, sin pacto entre estos cuatro grupos, hay un alta probabilidad de que —salvo milagro— haya nuevas elecciones. Los comunes tendrían la llave. Es impensable que voten para presidente a García Albiol o a alguien del PPC porque tendría mas costes para ellos que votar a un independentista. Y casi lo mismo cabe decir de Inés Arrimadas.
Queda la opción de Iceta. Puede tener el voto del PPC porque Rajoy necesita que la estabilidad vuelva a Cataluña, tanto para garantizar que la economía no se estropee como para que el PNV le pueda votar los presupuestos. Cs difícilmente podría asumir la responsabilidad de que se tuvieran que repetir elecciones, o de que al final hubiera un presidente independentista porque se negaban a votar a Iceta. Aunque Arrimadas tuviera algún diputado más. Queda pues que Iceta, que en privado confiesa "haber nacido para pactar", lograra los votos de los comunes sin perder —casi un milagro— los del PP y Cs.
¿Qué puede ofrecer Iceta? Asociar de alguna forma a los comunes a la gobernación de una Comunidad Autónoma relevante, intentar abrir la reforma de la Constitución, medidas sociales y tener en cuenta a los comunes —junto a Cs y el PP— en la selección del 'Conseller Primer' que Iceta piensa nombrar para poderse dedicar a la negociación con Madrid, a la recuperación de la imagen de Cataluña y Barcelona como territorio y capital atractivos para las empresas, y para cerrar la división entre catalanes. También la incorporación a su gobierno de independientes próximos a los comunes, a Cs e incluso al PPC.
Ni que decir tiene que un gobierno de Iceta en minoría sería un ejercicio de alto riesgo y con una alta posibilidad de fracaso. Irrebatible. Lo que pasa es que ese riesgo puede ser más atractivo que encontrarse de nuevo con un presidente independentista o que seguir con unos meses mas de inestabilidad por la repetición de elecciones. Como pasó en España en el 2016.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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