Imagen de archivo de Mariano Rajoy y Carles Puigdemont
EFE
Comenzó 2017 cual Ave Fénix renacido de las cenizas del batacazo electoral del 20 de Noviembre de 2015, lance en el que perdió 63 de los diputados de que había dispuesto en la legislatura. La convocatoria de nuevas generales (26 de junio de 2016) ante la imposibilidad de formar Gobierno, devolvió la vida a un tipo por el que nadie apostaba un duro. El panorama desde el puente en enero pasado mostraba a un presidente que, con 137 diputados, se manejaba con la misma aparente solvencia que cuando tenía 187. En su derredor, el PSOE seguía enfangado en su crisis, mientras los líderes de Podemos se acuchillaban sin piedad, como manda la tradición leninista, en lucha por el poder del partido. Ciudadanos, por su parte, que había hecho posible la investidura del líder del PP, veía como éste le ninguneaba a conciencia pactando lo habido y por haber con Javier Fernández, a la sazón responsable de la gestora socialista. Era la resurrección de Mariano, el hombre sin atributos de Musil, frío hasta parecer témpano, sin sentimientos a flor de piel, sin más ideología que la del conservador empeñado en dejar la estafeta tal como se la entregaron. En las antípodas del sabio popperiano. El perfecto antihéroe.
Este escenario se ha venido abajo con estrépito en este final de año tras el estallido de la crisis catalana, el pulso que el independentismo
le ha echado al Estado y que el Estado, al menos de momento, no ha
sabido ganar. Las víctimas del destrozo causado por las autonómicas del 21-D son numerosas. Empezando por Podemos,
que ha venido a ratificar en la consulta catalana la cuesta abajo por
la que circula desde hace tiempo y que las encuestas reflejan. La sombra
alargada de la insignificancia de IU
planea sobre Iglesias, ese trilero dispuesto siempre a castigar al
prójimo con su verborrea de macho alfa. No menos limpio sale del lance
el amigo Pedro Sánchez, todo un experto en ganar primarias en el PSOE y en perder elecciones, sean generales o autonómicas. Amarrado al yugo de un PSC dispuesto siempre a fer la puta i la ramoneta,
el bello Sánchez ha chamuscado en el envite catalán esa cierta
primavera que para el PSOE supuso su vuelta a la fortaleza de Ferraz.
Nadie tan castigado como el PP y el propio Gobierno. En una extraña combinación de falta de talento, exceso de precaución y ausencia de patriotismo, ha sido incapaz de utilizar el 155 para sentar las bases de la recuperación
Nadie tan castigado, sin embargo, como el PP y
el propio Gobierno, y ello porque, en una extraña combinación de falta
de talento, exceso de precaución y ausencia de patriotismo, ha sido
incapaz de utilizar el 155 para sentar las bases de una paulatina
recuperación de aquel territorio para la causa constitucional,
prefiriendo en cambio una aplicación light del mismo que no ha resuelto
el problema y ha cabreado a unos y otros: ni ha desalojado a los
facciosos de los centros de decisión que ocupan, ni ha confortado a
quienes, sintiéndose catalanes y españoles, han sufrido las
consecuencias del prusés en los últimos años. ¿Resultado? El votante constitucionalista catalán
le ha tomado la matrícula a este Gobierno cobardón y le ha castigado
dejando al PPC reducido a mera figura decorativa. El PP se ha convertido
en una marca residual tanto en el País Vasco como en Cataluña, ha
dejado de ser el partido con capacidad para vertebrar el territorio que
siempre fue. Un golpe de imprevisibles consecuencias futuras.
Se
entiende la decepción que ello ha provocado en las filas del partido,
la profunda crisis que hoy recorre la organización y que la nomenklatura
de tiralevitas que rodea a Mariano va a intentar taponar por todos los
medios. Víctima principal del desastre es la vicepresidenta Sáenz de
Santamaría, cuya gestión de la crisis catalana no puede ser calificada
mas que de desastrosa. La Soraya que soñó con arreglar ella sola el
problema, que imaginó en el encargo rajoyesco la oportunidad de acumular
prestigio bastante para encaramarse un día a la presidencia del
Gobierno en sustitución del propio Mariano, sin sospechar la trampa que
se le tendía, ha terminado haciendo de Barcelona su Stalingrado,
asumiendo el papel de nuevo Von Paulus obligado a firmar la rendición en
nombre del Führer refugiado en el bunker de Moncloa.
Ciudadanos y la hegemonía del PP en el centro derecha
El gran triunfador
del envite ha sido Ciudadanos, convertido desde la nada en el partido
más votado en Cataluña. El atractivo de su marca se extiende cual mancha
de aceite por el resto del territorio español, amenazando seriamente la
hegemonía que en el centro derecha ha ejercido el PP desde finales de
los ochenta. ¿Caminamos hacia la reedición de lo ocurrido con la UCD de
Calvo Sotelo en 1982, o se trata de una mera alucinación causada por el
espléndido fogonazo de esa victoria? Es evidente que existen no pocas
incógnitas aun por despejar en torno a C’s, relativas, en lo material, a
su falta de estructura para convertirse en un partido de poder a nivel
del Estado, pero también lo es que la batalla por la supremacía del
centro derecha se va a librar, más o menos descaradamente, más o menos
tras las bambalinas, a lo largo de este 2018 que ahora comienza.
Toda
la presión, mediática y de la otra, sobre C’s y sobre su líder. ¿Qué va
a hacer Albert Rivera? ¿Cuáles son sus planes? Muy bien podría abrir el
banderín de enganche en toda España, decidido a captar los eficientes
cuadros del PP de los que carece para con ellos construir esa plataforma
lista para el asalto al poder. O muy bien podría dejar pasar el tiempo,
en la mejor estrategia Rajoy, en espera de que el pescado pasado de
fecha que venden los populares empiece a oler. Podría simplemente
anunciar la retirada del apoyo parlamentario al PP para forzar esas
generales que muchos reclaman tras el fiasco catalán. El joven ha dicho,
por el contrario, que el suyo es un partido que cumple los pactos que
firma, lo que descarta decisiones traumáticas capaces de poner fin a la
legislatura de forma abrupta. Rivera necesita tiempo. Rivera apuesta por la estabilidad.
El desafío lanzado por el independentismo va a seguir proyectando su sombra ominosa sobre la política española
Algo habrá que hacer con Cataluña (algo también
con Valencia y Baleares, donde la deriva nacionalista comienza a hacer
estragos ante un PP empeñado en mirar hacia otro lado), porque el
desafío lanzado por el independentismo va a seguir proyectando su sombra
ominosa sobre la política española. Entre el establishment patrio gana
fuerza una corriente de opinión partidaria de jugar la carta de Oriol Junqueras en detrimento del loco de Puigdemont. Todo parece haber surgido del último párrafo de la carta escrita por el líder de ERC
a su familia el sábado 23 de diciembre: “Feliz Navidad a todos, a todos
sin excepción (…) Se lo deseo de todo corazón y les recuerdo, a todos,
que nunca se ha construido nada desde el odio y el rencor. El futuro lo
tendremos que construir entre todos y para todos, con respeto y teniendo
siempre presente que es la ciudadanía catalana la que debe decidir
democráticamente su futuro”. Al clavo ardiendo de esa cierta posición
conciliadora -más algunos mensajes privados deslizados por el propio
Oriol desde Estremera a quien corresponde-, parecen agarrarse ahora los linces de Moncloa,
dispuestos a engrasar con dinero algún tipo de acuerdo de mínimos,
pasta proveniente de un acuerdo sobre financiación autonómica que vendrá
propulsado por la salida de España del Procedimiento de Déficit
Excesivo –algo que se espera llegue de Bruselas en las próximas
semanas-, lo que daría a Montoro y demás amigos de lo ajeno la posibilidad de gastar de nuevo alegremente.
De
momento, el problema territorial frena en seco cuestiones de tan vital
importancia como la mejora de la calidad de nuestra democracia, bien
mediante la consiguiente reforma de la Constitución allí donde sea
necesario o fuera de ella. Mariano, Pedro y Pablo son líderes quemados,
con los que resulta pura entelequia contar siquiera para hincarle el
diente a las grandes cuestiones pendientes. El horizonte electoral (con
municipales y autonómicas en mayo de 2019), que comenzará a hacerse
presente según avance el año, hará más complicado aún intentar siquiera
plantear esos retos. Cuestiones tan graves como las pensiones, que
reclaman un urgente pacto de Estado, van a resultar muy difícilmente
abordables en la aguda crisis política en la que navega el país, hasta
el punto de que tal vez haya que olvidarse de las grandes reformas en lo
que quede de legislatura.
Hacer crisis de Gobierno y despedir a Soraya
Si
el 2016 fue el año de la implosión del PSOE, el 2017 ha sido la del PP,
con Cataluña como espoleta. La enfermedad que aqueja a los “partidos
del turno” parece ya incurable. Son el pasado. Es obvio que el aparato
del PP va a intentar evitar que la onda expansiva del batacazo catalán
se propague por el resto de España. El pesimismo en el partido es total.
Y lo es porque las metástasis del cáncer parecen inextirpables a estas
alturas. El PP no es más que Mariano Rajoy y su real voluntad, que había
más democracia en el Partido Comunista Búlgaro que en este partido. Fuera de Mariano no hay nada.
Para su desgracia, en el horizonte ha surgido una formación política
que le ha arrebatado la bandera del futuro, la ilusión por el porvenir, y
cuando eso ocurre salir del barro exige un milagro, porque milagro
sería que Rajoy decidiera dar un paso al frente para insuflar un poco de
vida al difunto, lo cual pasaría necesariamente por hacer crisis de
Gobierno, despedir de una vez a doña Soraya, la metástasis más obvia,
pero no la única, del mal del PP, e incluir en el Ejecutivo gente
independiente capaz de aportar futuro a este proyecto del pasado.
Abrasados
los dos grandes protagonistas de la Transición, y consumido cual fuego
fatuo ese ingenio pirotécnico llamado Podemos (cuyo líder, curiosamente,
lleva días desaparecido en combate), corremos el riesgo de que esta sea
una legislatura baldía, con España y los españoles enfrascados en su secular ensoñación existencial.
No todo es tan malo. Hay mimbres para empezar a armar una nueva casa común
También hay motivos para la esperanza,
tal que la consolidación en la jefatura del Estado de un Rey que ha
sido capaz de conectar con las aspiraciones populares; buena noticia es,
desde luego, la confirmación de C’s y Rivera como alternativa no
contaminada por la corrupción en el centro derecha, e incluso la
existencia en la sombra de otro joven con capacidad de armar una
izquierda posible, el tiempo dirá si sobre los escombros del PSOE, en la
persona de Íñigo Errejón. No todo es,
pues, tan malo. Hay mimbres para empezar a armar una nueva casa común.
Partidarios de una sociedad abierta y plural, creadora de riqueza en
libertad, quienes hacemos este diario seguimos creyendo en las
capacidades de esta gran nación para superar el bache y salir a flote.
Para inyectar utopía al desencanto. Para dotarnos de un proyecto de país
capaz de dar cauce a las aspiraciones de la mayoría. Estamos a tiempo.
Parodiando a Pérez Galdós, no será necesario esperar otro siglo para que
“nazcan dirigentes más sabios y menos chorizos de los que tenemos
actualmente…” (“La fe nacional y otros escritos sobre España”). Se
trata, se ha tratado siempre, de mejorar radicalmente la calidad de
nuestra democracia. ¡Feliz 2018 a todos los lectores de Vozpopuli!
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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