El artículo 27 de la Constitución española afirma que la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad. Pero nadie se toma el trabajo de explicar lo que eso significa
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Los sistemas educativos están en ebullición en todo el
mundo. Proliferan las propuestas, los métodos, los salvadores, las
innovaciones, las reformas, los movimientos estratégicos. Tal
proliferación me ha llevado a observarlos con la misma minuciosa
tenacidad con que un botánico hace el censo de la naturaleza. La
conclusión, que he expuesto en 'El bosque pedagógico',
es pesimista. A pesar de la brillantez de muchos esfuerzos, no
disponemos de una pedagogía ni de una psicología que nos permita
resolver los imponentes retos que plantea una acelerada “sociedad del
aprendizaje”. Una de las causas de esta impotencia es la fragmentación de sus teorías. Impulsados por la necesidad de analizar, estamos elaborando una “psicología y pedagogía de la hamburguesa”.
Carecemos de una teoría clara del sujeto humano. El conocimiento se ha separado de la emoción, la emoción de la voluntad, la memoria del aprendizaje, los procesos de los contenidos, la motivación del deber. Cada escuela psicológica es estupenda en lo suyo, pero no sabe qué hacer con lo del vecino. En la poderosa American Psychological Association (APA) hay cincuenta divisiones que no se hablan entre ellas. Troceamos al sujeto en competencias, destrezas, inteligencias múltiples, actitudes, capacidades, que a su vez se dividen en subespecies y, luego, intentamos unir como podemos esa picadura. La situación me recuerda lo sucedido a principios del siglo pasado. Surgió un gran interés por el estudio de los instintos, y una pléyade de investigadores se lanzó a identificarlos. Cuando llegaron a inventariar 6.200 instintos diferentes, pensaron que se habían pasado de la raya y el interés decayó.
Carecemos de una teoría clara del sujeto humano. El conocimiento se ha separado de la emoción, la emoción de la voluntad, la memoria del aprendizaje, los procesos de los contenidos, la motivación del deber. Cada escuela psicológica es estupenda en lo suyo, pero no sabe qué hacer con lo del vecino. En la poderosa American Psychological Association (APA) hay cincuenta divisiones que no se hablan entre ellas. Troceamos al sujeto en competencias, destrezas, inteligencias múltiples, actitudes, capacidades, que a su vez se dividen en subespecies y, luego, intentamos unir como podemos esa picadura. La situación me recuerda lo sucedido a principios del siglo pasado. Surgió un gran interés por el estudio de los instintos, y una pléyade de investigadores se lanzó a identificarlos. Cuando llegaron a inventariar 6.200 instintos diferentes, pensaron que se habían pasado de la raya y el interés decayó.
El mundo
anglosajón traduce “virtud” por “strength”, fortaleza. La educación del
carácter es el fomento de las fortalezas humanas para la excelencia
Cada psicólogo ha enarbolado una idea, que defiende con aura de gurú, sin preocuparse de integrarla con las demás. Ken Robinson, el “elemento”; Daniel Goleman, la “inteligencia emocional”; Howard Gardner, las “inteligencias múltiples”; Mihály Csíkszentmihályi, el “flujo”; Martin Seligman, el “flourishing”; Angela Duckworth, la “determinación”; Marc Prensky, los “nativos digitales”; Michael Fullan, el “aprendizaje profundo”; Daniel Siegel, la “mindfullness”; Arthur Costa, los “hábitos de pensar”; Carol Dweck, la “mentalidad de crecimiento”. La gamificación –el aprendizaje mediante el juego- se impone. Aumenta la moda de las 'flipped clasroom'. Se empieza a decir que no hace falta aprender lo que se puede buscar, y que el conocimiento no está en el sujeto sino en internet. La “pedagogía líquida” hace estragos.
Ante el concepto tosco
Es verdad que en los documentos oficiales se habla de “educación integral”, “holística”. El artículo 27 de la Constitución española afirma que la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana. Pero nadie se toma el trabajo de explicar lo que eso significa. ¿Se puede educar la personalidad? Acaba de aparecer el estudio 'Valores y éxito escolar. ¿Qué nos dice PISA 2015?', elaborado por Francisco López Rupérez e Isabel García García. Terminan recomendando la “educación del carácter”, un proyecto educativo implantado sobre todo en Estados Unidos. Los autores hacen referencia al informe 'Business Priorities for Education', emitido por el Comité Consultivo Empresarial ante la OCDE , que recomienda la adopción de estos programas en los currículos educativos. Se suele entender como una “educación en valores”, cuando en realidad es una “educación en virtudes”. Lo que ocurre es que en Europa, la palabra “virtud” se ha pervertido. Ha perdido su carácter originario de “hábito que favorece la excelencia” y ahora muestra un aspecto timorato y modoso poco atractivo. El mundo anglosajón, en cambio, traduce la palabra “virtud” por “strength”, fortaleza, con lo que mantiene su vigor. La educación del carácter es el fomento de las fortalezas humanas para la excelencia.
En 1985, la Comisión Nacional de la Excelencia en Educación de Estados Unidos elaboró un documento sobre la importancia de este tipo de enseñanza. Después de varios años de estudio, en 1994 las dos Cámaras del gobierno americano adoptaron una resolución conjunta financiando la Educación del Carácter. En 1998 y 1999 la Educación del Carácter fue elegida la materia más importante en los colegios de enseñanza elemental y media, y en 1999 y 2000 esa prioridad se señaló también para la Enseñanza Superior. La Declaración de Aspen sobre la Educación del Carácter (1992), promovida por el Josephson Institute of Ethics y elaborada por educadores, expertos en ética y líderes de ONG, es uno de los documentos fundacionales del actual movimiento de Educación del Carácter en EEUU.
Para mí, el modelo americano tiene dos problemas. El primero, que se han apropiado del proyecto los sectores más conservadores de EEUU, y lo han convertido en un tipo restrictivo de educación moral. El segundo, que no tienen un concepto claro de personalidad. Los programas que hemos elaborado en la Universidad de Padres 'online' creo que superan ambos obstáculos.
A
partir de las posibilidades derivadas del carácter, cada persona elige
su proyecto de vida, que constituye el despliegue de su libertad
Ante todo, hay que responder a una pregunta: ¿se puede educar la personalidad? Personalidad es un concepto psicológico inventado para designar las pautas estables de pensamiento, sentimientos y acción de una persona. La mayor parte de los psicólogos sostiene que la personalidad se mantiene casi inalterada a lo largo de la vida, lo que la hace inmune al aprendizaje. No se puede educar algo que no puede cambiar. Creo que es un concepto muy tosco de personalidad. En los programas de la UP identificamos tres niveles de personalidad:
1.- Personalidad heredada. Cada niño nace con unos condicionantes hereditarios. Hay niños nerviosos y tranquilos, vulnerables y seguros. Simplificando, denominamos a estos rasgos innatos temperamento.
2.- Personalidad aprendida. A partir del temperamento, y gracias a la plasticidad del cerebro, los niños comienzan a adquirir hábitos, que son pautas estables de comportamiento, pero aprendidas. Tradicionalmente, se hablaba de ellos como de una “segunda naturaleza”. Los antiguos griegos designaban el carácter con la palabra 'éthos' , de donde deriva la palabra “ética”, que era la ciencia del carácter bueno. Era, por ello, el objetivo de la educación. El carácter es la individual articulación de los hábitos.
3.-Personalidad elegida. A partir de las posibilidades o imposibilidades derivadas del carácter, cada persona elige su proyecto de vida, que constituye el despliegue –mayor o menor– de su libertad. La libertad no es una capacidad innata repartida universalmente, sino un “hábito individual aprendido”.
El nuevo modelo de inteligencia: hacia una pedagogía científicamente fundada
Es
fácil ver que el terreno educativo es la formación del carácter. Allí
se forja la sumisión o la libertad de una persona. La educación debe
quedarse ahí. La elección del proyecto personal es personal. La redundancia es inevitable. No podemos decidir la vida de nuestros hijos, de nuestros alumnos, de los ciudadanos. Sólo podemos ayudarles a formar el carácter adecuado para que ellos elijan bien.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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