Los exconsellers y candidatos de JxSí Jordi Turull y Josep Rull (i)
hablan por video conferencia con el expresidente Puigdemont y los
exconsellers Puig, Comín y Ponsatí, huidos en Bruselas
EFE
La cita es de Sófocles, aunque podría ser un comentario
escuchado en cualquier lugar de Cataluña en estos días. La gente de la
calle observa con preocupada indignación las sucesivas decisiones que
está adoptando el juez encargado de los culpables del intento de golpe
de estado y no les valen argumentos legales ni sutilezas jurídicas.
'Culpa ubi maior est, ibi gravior debet esse poena'
O, traducido a nuestro idioma, cuanto mayor es la culpa,
más grave debe ser la pena. Este viejo aforismo jurídico es el que mejor
entiende la población catalana no nacionalista con respecto a los
cesados por el complot separatista. Nadie comprende que se les vaya
poniendo en libertad ni mucho menos que ahora se retire la orden de
detención que pesaba sobre el cesado President de la Generalitat, fugado
de la justicia española y residente en Bruselas.
Se
nos argumenta, con la mayor solidez legal, que tal medida se fundamenta
en la intención de juzgar a los huidos por todos los delitos que se les
imputan, y no solo por aquellos que admita la justicia belga. Tienen
razón quienes así opinan, pero tener razón no significa favorecer la
superación de esta triste y malhadada época que hemos vivido los
catalanes y el resto de españoles en los últimos tiempos. De entrada, CarlesPuigdemont podrá
ahora, si lo desea, pasearse a sus anchas por toda Europa, igual que
sus compañeros de fuga. Claro está que, si pisa territorio nacional,
podrá ser detenido, pero a la vista de lo sucedido últimamente ¿alguien
puede asegurarnos que lo suyo no se quedaría solamente en unas semanas
recluido en la cárcel de Estremera y su posterior puesta en libertad
tras pagar una fianza astronómica? Y que no se nos objete que Junqueras y tres más aún permanecen en presidio, porque Dios sabe cuan pronto saldrán y, si no, al tiempo.
La
mentira más hermosa del diablo es hacernos creer que no existe; de la
misma forma, Platón dejó sentado que la obra maestra de la injusticia es
parecer justo sin serlo. Hablamos de justicia, no de leyes, dos cosas
diferentes y, por desgracia, raramente aparejadas. Que en un Estado de
derecho como el nuestro la legalidad sea la primera obligación de todo
ciudadano es indiscutible. Ahora, que las leyes hechas por las personas
conlleven lo que entendemos desde el pueblo llano como justicia es otro
cantar.
"Que continúan en su contumacia es harto evidente, puesto que no hay más que escuchar las primeras palabras de Rull en un acto de campaña para comprobar que sigue destilando el mismo veneno en contra del sistema legal"
Si la puesta en libertad de los ex miembros del Consell
Executiu de la Generalitat, bajo unas fianzas que difícilmente podría
costearse cualquier ciudadano normal, cayó como un jarro de agua fría
sobre los constitucionalistas, la decisión del juez Llarena de
anular la orden de detención europea que pesaba sobre ha sido un duro
mazazo. No deja de constituir una triste paradoja que esa misma justicia
de la que han hecho burla y a la que no han dudado en saltarse los
ahora excarcelados sea la misma que les garantiza unos derechos que
ellos no han respetado jamás. Que continúan en su contumacia es harto
evidente, puesto que no hay más que escuchar las primeras palabras de Rull en
un acto de campaña para comprobar que sigue destilando el mismo veneno
en contra del sistema legal y democrático vigente en España. Llega a
tales cotas de incendio verbal que uno se pregunta si, en lugar de haber
militado en la derecha nacionalista, este hombre no lo ha habrá hecho
en Podemos.
Es difícil llevarles la contraria a los
que hoy comentan, entre tristeza y enfado, que existe una justicia para
los políticos y los ricos y otra para la gente de a pie. Muy difícil.
La excusa perfecta para la campaña separatista
No
cabe la menor duda de que un juez debe actuar por motivos puramente
legales, sin atender otro criterio. Así lo creemos y defendemos. Ahora
bien, hay decisiones que, aunque escrupulosamente jurídicas, pueden ser
social o políticamente desastrosas. Una mala sentencia puede causar más
daño que una multitud de malos ejemplos, decía Bacon. Su Señoría el juez
Llarena ha actuado según su leal saber y entender; hasta ahí, punto en
boca y a acatar lo que considere más oportuno hacer.
Pero
si yo fuese candidato de Esquerra, del PDeCAT o de las CUP estaría
tentado de promover un homenaje a su persona. Les ha proporcionado uno
de los mejores argumentos para poder ornar sus actos de campaña con esa
aureola de falsa heroicidad, agravios épicos y odio visceral contra
España.
Citábamos al cesado Rull, que junto a su colega Turull,
no escatimó adjetivos en contra de todo lo que representa el sistema
democrático español. Otros dirigentes separatistas han dicho cosas
similares. El eje alrededor del que vertebran su argumentario es que se
ha retirado la orden de busca y captura porque la justicia española se
ha dado cuenta de que estaba haciendo el ridículo; bien, ellos hablan
siempre del gobierno de España, porque en su mentalidad totalitaria no
conciben una justicia independiente, como demostraron en aquellas
leyecitas que proclamaban la república fascista de Saló-Cataluña, en la
que la elección de los jueces recaía en el gobierno separatista.
Andan
por los pueblos de la Cataluña interior, la carpetovetónica, montaraz,
asilvestrada y separatista Cataluña de comarcas, sonrientes, vomitando
injurias, sabedores de que nada va a pasarles. Fíjense en un solo
detalle: el encargado de dar las campanadas de Fin de Año en TV3– ya
estamos otra vez con la innombrable –es un señor que se ha pasado tres
pueblos desde siempre en sus comentarios con respecto a los españoles, a
los que nos dice de todo menos guapos. Pues ahí lo tienen. Ni una sola
voz con peso en los medios ha dicho ni mú. En Cataluña sigue existiendo
la omertá, el miedo, incluso, y saber que los que
lo han institucionalizado desde hace décadas campan a sus anchas no
contribuye especialmente a normalizar la vida pública ni la cotidiana en
estas tierras.
"Los partidarios de la constitución y el régimen democrático tienen que sortear obstáculos, a menudo muy difíciles, saliendo con un hándicap tremendo"
Por más que se insista, nunca será suficiente: estas
elecciones no son ni limpias, ni normales ni todos los candidatos tienen
las mismas oportunidades. Los partidarios de la constitución y el
régimen democrático tienen que sortear obstáculos, a menudo muy
difíciles, saliendo con un hándicap tremendo. En cambio, los partidarios
del golpe de estado lo tienen todo a favor, para empezar, los medios de
comunicación catalanes, incluso los que se hacen pasar por progres.
Si
a esto le sumamos que la gente convocada a las urnas ve a estos
golpistas pasearse impunemente por calles y plazas sacando pecho e
intuyen – aunque no tengan razón jurídica, insisto – que con Puigdemont
se ha levantado el pie del acelerador, tascando el freno, vamos a tener
un grave problema el próximo 21-D. Las encuestas pueden dar a Ciudadanos
una cantidad de votos superior a Esquerra, cosa que bien podría
suceder, pero vean como nadie dice que, aunque el bloque
Esquerra-PDeCAT-CUP no sumase mayoría quedan los Comuns, a los que no
veo apoyando ni a Arrimadas ni a Albiol,
si acaso lo harían en un Tripartito con Esquerra y el PSC que, al paso
que va, llevará como promesas casi todas las medidas separatistas.
Con este panorama muchos se preguntan si todo esto no será más que una nueva vuelta de tuerca lampedusiana
para que nos acaben gobernando los mismos que querían derrocar el
sistema democrático, pero un poco más moderados, un poco más elegantes,
un poco más finos en sus planteamientos y estrategias. Quizás todo suena
un poco a Bildelberg, dicen.
Sería terrible que así
fuera y que medidas como las adoptadas con Puigdemont acabasen por
desmotivar a las buenas gentes de estas tierras que están hartas de
tanto aspaviento procesista para que la casta nacionalista siga mandando
en el cortijo catalán. Con la ley, ahora sí, como escudo.
Sin
ser un experto jurista, bien, ni experto en nada, creo que no hay mejor
ley que la inteligencia ni justicia más buena que la que emana del bien
común. Eso sí se entiende a nivel de calle. No hay más peguntas, Señoría.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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