Que muchos hayan sacado las banderas nacionales a la calle puede ser un
buen augurio, si empiezan a darse cuenta de que la Nación no puede
permitirse el lujo de empobrecerse a base de que unos les roben su
esfuerzo a otros.
Reformar la Constitución, ¿para qué?
RTVE
Además de que una mayoría de españoles parece
estar conforme con la idea de que algo no marcha, el reciente sofocón
por la peripecia catalana hace completamente evidente que la Constitución del 78
ha perdido, al menos, una parte de los apoyos que tuvo, y que, en buena
lógica, eso debiera hacernos pensar en lo que habría que hacer para
recuperarlos. La salida fácil es la reforma de la Constitución, pero
puede que no sea la respuesta más correcta.
La idea de que los males que padecemos deriven de defectos constitucionales goza de muchos adeptos
La idea de que los males que padecemos deriven
de defectos constitucionales goza de muchos adeptos, anidan en las
cuatro esquinas políticas del amplio municipio de los disconformes, de
aquellos que han visto en la CE un obstáculo a sus ambiciones, los separatistas
y los que sueñan con un modelo en el que su poder, en nombre del
pueblo, pueda a llegar a ser omnímodo, pero también de muchos ingenuos
que creen que con solo cambiar las palabras se mejoran las cosas. No hay
que esforzarse gran cosa para entender que ese no tiene que ser,
necesariamente, el objetivo de la mayoría de los españoles, y, sin
embargo…
¿Dónde nos aprieta el zapato?
Las
preocupaciones que inquietan a los ciudadanos no siempre indican
directamente la mejor dirección para resolver el problema que las causa.
Pondré un ejemplo: al parecer solo un diez por ciento de los españoles está preocupado por la mala calidad del sistema educativo.
El dato muestra, a mi juicio, no que el sistema funcione bien, sino lo
profundo que es el daño que causa una educación casi universalmente
mediocre. En el caso que nos ocupa, el malestar político que aflige a
muchos ciudadanos bien podría estar enmascarado por la ideología de su
preferencia, de hecho, tal es una de las fuentes de motivación política
que más usan los líderes, tratan de convencernos de que no es necesario
que ofrezcan buenas soluciones para los problemas comunes, que basta con
derrotar al malo de su preferencia. En Cataluña ese rasgo ha llegado a convertirse en una obsesión
porque es el arma preferida de los supremacistas, la convicción de que
siempre son otros los culpables de cuanto resulta molesto e insoportable
y, de ahí, esa paradójica invención del derecho a decidir, la pura eliminación del otro.
La política postconstitucional ha llegado a estar orientada por dos principios de apariencia engañosa, pero de efectos patológicos que han actuado como un veneno lento
Pues bien, no hay una sola línea en la CE del 78
que explique por si sola ni siquiera uno de los males que nos afligen.
¿Qué lo explica entonces? La política postconstitucional ha llegado a
estar orientada por dos principios de apariencia engañosa, pero de
efectos patológicos que han actuado como un veneno lento. El primero es
la abusiva concentración del poder en las cúpulas de los partidos, mal que es gravísimo en el PP y está menos acentuado en el PSOE, pero que puede verse también con claridad en el caso del maduro
Iglesias, cuya guardia pretoriana ha ido mutando a medida de las
exigencias del líder de la coleta al margen de cualquier razón política
distinta a la unidad del mando.
El segundo
principio de malignidad que aflige a nuestro sistema surge, en parte,
como lenitivo del primero, aunque, en la práctica, se ha constituido en
su mejor aliado: es el principio de división territorial del poder
que, además de promover la insolidaridad y procurar la quiebra de la
unidad nacional, ha sido el gran aliado de la conversión de los partidos
en falanges obedientes y en oficinas de colocación para los más mansos.
Ninguna de estas dos trayectorias está en la CE,
pero se insinuaron prontamente y han entrado en un grado aceleradísimo
de agravamiento desde el triunfo del zapaterismo que, no lo olvidemos,
trató de evitar a toda costa cualquier nuevo triunfo del rival, lo que
es la negación misma de la democracia liberal, aunque lo hizo tan mal
que acabamos cayendo en manos de Rajoy.
La reforma que no se quiere hacer
Cualquier
reforma de un sistema político anquilosado, como lo es ahora mismo el
nuestro, exige dos condiciones que realmente escasean, generosidad y patriotismo.
La generosidad es necesaria porque sin ella no se puede producir
ninguna clase de renovación del personal político, que se agarra al
asiento con uñas y dientes, y el patriotismo hace falta porque si no se
piensa en términos del bienestar común se acaba actuando,
inevitablemente, en el propio y exclusivo beneficio.
En cualquier lugar con una cultura política algo más exigente que la que nos es común, el cese del líder del PP habría sido una realidad hace ya mucho tiempo
En cualquier lugar con una cultura política algo
más exigente que la que nos es común, el cese del líder del PP habría
sido una realidad hace ya mucho tiempo. Rajoy es una garantía de que su
partido, pues de él es y de nadie más, no va a hacer nada que le
perjudique. Ver, por poner el último ejemplo, a un líder del PP acusando
a Ciudadanos de “nacionalismo español” por cuestionar las formas del cuponazo
vasco es una muestra de hasta qué punto el PP ha perdido cualquier
razón de ser distinta a la de mantener indefinidamente a Rajoy, y a sus
secuaces más inmediatos, al frente de un aparato cada vez más débil pero
todavía con el inmenso poder que nuestra Constitución concede a los
gobiernos. La importante ventaja del PSOE, a estos efectos, es que es un
partido que, pese a sus muchos bandazos y la precario de su situación,
parece conservar cierta autonomía, una vida interna alimentada por
distintas ideas, una ambición de política que ha desaparecido por
completo en el PP.
Hace unos días me confesaba un viejo militante del PP que la gente podía sacar las banderas a la calle porque ha perdido el miedo a que eso les identifique con el partido de Rajoy
Cualquier reforma que no busque impedir lo que
ahora mismo ocurre, que un partido puede ir más allá de cualquier
frontera política concebible porque no existen los instrumentos
internos, los controles, las libertades, la
pluralidad y la democracia que debiera existir en el interior de esas
organizaciones, es escribir en el agua. Piénsese en lo que pasaría si
realmente fuera necesario reformar la CE: este PP no sabría qué defender
porque está completamente ajeno a todo lo que no sea el más
empobrecedor ir tirando para mantenerse en un poder que es políticamente
inane. Su esterilidad es absoluta. Hace unos días me confesaba un viejo
militante del PP que la gente podía sacar las banderas a la calle
porque ha perdido el miedo a que eso les identifique con el partido de
Rajoy, lo decía con pesar, pero con convicción.
La reforma que podría ser un engaño
Frente
a lo que se necesita, que es mayor control ciudadano de las acciones de
los políticos, los aparatos dominantes tratarán de imponer mayores
controles políticos de los ciudadanos, mayor poder en sus manos. Desde
esta perspectiva, que Iceta pida una Hacienda exclusivamente catalana,
no es ninguna forma de una supuesta generosidad con Cataluña, sino una muestra más de lo que tantos políticos anhelan, que no les controle nadie en absoluto.
Para caer en la cuenta de ello bastaría con pensar en que la otra
medida que ha propuesto este desenvuelto candidato es que los demás
españoles le paguemos a los catalanes la deuda de 50.000 millones de
euros en que han incurrido, irresponsablemente, los del procés, pero no es piedad lo que mueve a Iceta, sino un deseo irrefrenable de gobernar sin ataduras, de ser Rajoy, podríamos decir. Todas las melodías del encaje catalán
son traducciones eróticas de una pura pornografía política: queremos
mandar sin que nada nos limite y gastar sin que nadie nos controle.
Cuando un sentimiento se usa para abusar de un tercero, el sentimiento deja se ser algo inocuo porque se convierte en una agresión
El nacionalismo, se nos dice, es un sentimiento,
y los sentimientos no tienen nada de malo, pero cuando un sentimiento
se usa para abusar de un tercero, el sentimiento deja se ser algo inocuo
porque se convierte en una agresión. No es necesario hacer grandes
esfuerzos para comprender que el camino seguido con las Autonomías ha de
ser revisado, que vamos a vivir en un mundo en el que no podremos
permitirnos unos dispendios institucionales y administrativos que hay
que moderar y corregir. Claro es que tratar de hacerlo va en contra de
los intereses de la clase política, pero hemos de
exigirles el mínimo de generosidad y patriotismo necesario para
comprender que España necesita caminar en otra dirección, precisamente para acrecentar la libertad y hacer más efectiva la democracia.
Que muchos hayan sacado las banderas nacionales a la calle puede ser un buen augurio, si empiezan a darse cuenta de que la Nación no puede permitirse el lujo de
empobrecerse a base de que unos les roben su esfuerzo a otros, que es lo
que siempre ocurre cuando los políticos solo saben trabajar para sí y
para los suyos, y que, pese a todo, el porvenir de España está todavía
en nuestras manos.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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