La victoria de Cs es la concreción electoral de la ruptura catalana. Una división que auguraba el expresidente y que se ha ido consagrando en las elecciones celebradas desde 2010 hasta este jueves
El expresidente del Gobierno y presidente de la Fundación FAES, José María Aznar. (EFE)
Escribe Carles Campuzano, portavoz en el Congreso de los ex convergentes catalanes, que "el éxito de Aznar
(…) radica en que su concepción de España es la hegemónica; es
compartida por buena parte de la elite intelectual y económica, incluida
la izquierda bien pensante (…). No existe una alternativa seria y
rigurosa a esa alternativa. Y aquello que tiene un punto de trágico es
que quienes como Aznar se opusieron a los acuerdos durante la
transición, para intentar encajar la realidad catalana en el marco
constitucional, sean hoy los que determinan las ideas fuertes que marcan
el proyecto español en un sentido amplio". ('Cataluña, una desconexión
anunciada', Ediciones El Siglo).
Campuzano tiene razón, pero el papel que atribuye a las ideas fuertes de Aznar se debe en buena medida al disparate separatista que ha despertado una nueva forma de asumir la españolidad y de exhibirla sin complejos.
Tal realidad se debe al estímulo del proceso soberanista y a todas las
arbitrariedades —y presuntos delitos— que sus dirigentes han perpetrado.
El expresidente, huraño, antipático y hasta displicente, advirtió en el
lejano octubre de 2012 que antes se rompería Cataluña que España. Y así ha sido.
Las elecciones catalanas del jueves
acreditan que Cataluña está partida en dos en su identidad, que ha
desaparecido el conjuro de "un solo pueblo", que se acuñó con el libro
'Los otros catalanes' de Francisco Candel, y que el sentimiento unitario
de los españoles se ha ido consolidando durante el trayecto carlista
del proceso soberanista.
El
expresidente, huraño, antipático y hasta displicente, advirtió en
octubre de 2012 que antes se rompería Cataluña que España. Y así ha sido
La victoria de Ciudadanos el 21-D es la concreción electoral de la ruptura interna de Cataluña, la dilución completa del catalanismo (Iceta no lo ha resucitado),
y el enfrentamiento entre la Cataluña interior y la barcelonesa. Una
división que auguraba Aznar y que se ha ido consagrando en los cuatro
procesos electorales catalanes celebrados desde 2010 hasta el jueves
pasado.
De ahí que la mayoría parlamentaria de los separatistas sea, además de recesiva (menos votos y menos escaños
que en los comicios anteriores), también pírrica porque ha alterado
irreversiblemente la morfología del país y quebrado todos sus mitos
consensuales. Sin conseguir que España se rompa pero logrando que lo
haga Cataluña. Al tiempo, los constitucionalistas, no solo se han
colgado la medalla de oro (Cs), sino que, además, suman escaños (+5) y
aumentan el porcentaje de voto. Y el plebiscito no salió en 2015 y sigue
sin salir en 2017. Pese a la participación extraordinaria del 21-D (casi el 82%) siguen lejos del 50% de los sufragios emitidos. Menos pesimismo y más lucidez de análisis.
José María Aznar —segundo acierto/maldición— ha venido advirtiendo que el PP caminaba hacia la irrelevancia. Pudo decirlo de otra manera pero prefirió invitar en junio de este año a Albert Rivera
a su Instituto Atlántico en donde a través de Gabriel Elorriaga elogió
generosamente al líder de Ciudadanos. Las elecciones del jueves, también
le han dado la razón. Porque la victoria de Cs en Cataluña, histórica
en una dimensión extraordinaria, se debe, primero, a la política de
omisiones y dilaciones de Rajoy y del PP que preside, y, segundo, al
activismo de los naranjas que sí han tenido una narrativa opuesta a la separatista.
Rajoy y el PP —descalabrados ambos en Cataluña— han pagado la factura, no del 155,
sino de cinco largos años de abdicación de la política, de la
desaparición de un modelo de confrontación dialéctica e ideológica con
el secesionismo y con la petrificación de un discurso funcionarial que
les ha llevado a un progresivo adelgazamiento del partido en
prácticamente toda España. El gobierno popular ha sido más espectador
que actor, mientras que Rivera ha tenido siempre afán de figurar en el
elenco de los protagonistas. Aznar, primero, lo advirtió suavemente,
pero después lo hizo explícito. Hoy la alternativa al PP —aunque la extrapolación no sea del todo rigurosa— resulta verosímilmente Ciudadanos.
La izquierda sigue marrando el tiro.
El concepto de la transversalidad no funciona porque responde a
buenismos inútiles frente a un separatismo radical y fundamentalista y
porque España ha superado la fase de la adolescencia democrática. La
constante aquiescencia a buena parte de las razones del nacionalismo es
una estrategia estéril en la que la izquierda persiste increíblemente.
La
constante aquiescencia a buena parte de las razones del nacionalismo es
una estrategia estéril en la que la izquierda persiste increíblemente
Para
ese espectro político, en Cataluña ha ocurrido lo que ha escrito Javier
Cercas (EPS de 17 de diciembre): "Si los independentistas no hubieran
ganado las elecciones catalanas, Cataluña no estaría partida por la
mitad y los catalanes no hubiésemos sido colocados, gracias a la
complicidad activa de Ada Colau y Pablo Iglesias,
al borde del enfrentamiento civil y la ruina económica". Mensaje nítido
a la izquierda que por radical (comunes y morados) o por complaciente (PSC-PSOE)
siguen sin cuajar una estrategia ganadora, entre otras cosas porque la
cuestión territorial les enfrenta en vez de cohesionarles. Mientras,
Aznar —y eso duele mucho a según quienes— ha tenido razón.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
A mí me cuesta trabajo entender que un Aznar, que vendió al pujolismo la tradición e historia de Valencia a través de un murciano instalado en el Gobierno Valenciano, y que compró a los nacionalistas catalanes a precio de oro los escaños que le feltaban en algún que otro periodo legislativo, tenga autoridad moral para juzgar la innegable doble catástrofe que ha supuesto la tardía aplicación de 155 y la temprana convocatoria de elecciones en Cataluña de Mariano Rajoy.
ResponderEliminar