El líder de un PSC reducido a 20 escaños juega a ganar conspirando lo que le niegan las urnas
Podría sustituir esos puntos suspensivos por varias palabras: el PSOE, el constitucionalismo, Cataluña o España. Porque lo importante aquí es que al candidato socialista a la Generalitat le importa un bledo lo que ocurra con su partido, su comunidad o su país. Lo que le interesa, lo único que le motiva, es la posibilidad de aprovechar en su favor la situación endiablada en la que nos encontramos para alzarse con la presidencia autonómica mediante una carambola. Algunos se refieren a esta jugada como «operación Borgen», en alusión a una serie de televisión noruega que plantea un escenario de fragmentación parlamentaria en el que un partido minoritario logra hacerse con el gobierno. Yo prefiero llamar a las cosas por su nombre y denominarlo relativismo, falta de principios, disposición a la traición o simplemente cara dura.
Miquel Iceta es un veterano de las guerras electorales que conoce todos los trucos y se guía por esa máxima atribuida a Maquiavelo que en el campo de la política es norma universal de conducta: el fin justifica los medios, siendo ese fin el poder y los medios, cualesquiera que lleven a alcanzarlo. A ninguno le hace ascos este bailarín cuyos pasos son estudiados meticulosamente uno a uno. El líder que, sin un átomo de autocrítica, ha llevado al PSC a obtener los peores resultados de su historia, con 20 escaños en una cámara donde llegó a ocupar 52. El émulo de Zapatero en versión local. Lejos de plantearse aprovechar este momento crítico para corregir la deriva nacionalista que ha sumido al socialismo catalán en semejante estado de postración, él está en lo contrario. Jugar a ganar conspirando lo que le niegan las urnas.
Iceta, que se dice socialista y defiende la camiseta del puño y la rosa, está dispuesto a pactar con el mismísimo diablo si con ello consigue alzarse hasta el despacho donde Puigdemont fraguó su golpe a la democracia. Es altamente improbable que le salga la maniobra, lo que no le impide exhibir ajeno al menor pudor su total falta de escrúpulos. Sus últimas ocurrencias han sido proponer la creación de una agencia tributaria propia de Cataluña, evidentemente destinada a privilegiar la fiscalidad de dicha región en línea con las existentes en el País Vasco y Navarra, y pedir que sea condonada la deuda de la Generalitat. O sea, que la paguemos a escote el conjunto de los españoles. Dos propuestas altamente «solidarias» con los territorios donde gobiernan sus compañeros de siglas: Andalucía, Castilla La Mancha, Asturias... ¿Qué le importa a él lo que tengan que explicar a sus electores Susana Díaz, Emiliano García-Page o Javier Fernández? Pan para Iceta, hambre para los demás.
Alardea nuestro hombre de eso que los cursis llaman ahora «transversalidad»; o sea, de poder entenderse con tirios y troyanos por igual. Lo que antiguamente se conocía como chaqueterismo o ausencia de valores y era causa de desprestigio personal y político, hoy cualidad apreciada como signo de «talante» y sinónimo de «flexibilidad». En virtud de esa «cintura» se ofrece el dúctil Miquel a marcarse un rigodón con Junqueras y/o Domènech, siempre que le coloquen en el centro del salón, a la vez que se propone para bailar con Inés Arrimadas y eventualmente García Albiol. El precio es el mismo en ambos casos: ser él quien marque el paso, no de la política a seguir, por más que sean contrapuestas, sino del reparto de despachos. Hacerse con el título de «muy honorable» a costa de rendir todo resquicio de honor.
ISABEL SAN SEBASTIÁN Vía ABC
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