Tarde o temprano los catalanes y españoles deberemos llegar a un acuerdo
sobre qué podemos votar y quién puede hacerlo, algo que implicará
redefinir competencias, arreglar el sistema de financiación autonómica y
llegar a un acuerdo a medio camino entre el statu quo y la secesión.
Las murallas de Tabarnia.
Twitter de 'Barcelona is not Catalonia'
La idea de Tabarnia lleva rondando las redes sociales desde hace dos o tres años.
Tabarnia parte de un principio muy simple: los ciudadanos de un
territorio deben poder escoger libre y democráticamente sobre su
destino, y por tanto poder determinar si desean que su región siga
formando parte del estado o comunidad a la que pertenecen.
La cuestión es que la región en este caso son las áreas
metropolitanas de Barcelona y Tarragona, y la comunidad
autónoma/república de fantasía de la que se quieren separar es Cataluña.
Las comarcas del litoral central catalán y sus conurbaciones urbanas siempre han votado en un sentido radicalmente distinto al del resto de la región
Si miramos el resultado de todas las
elecciones catalanas en las últimas dos décadas podemos ver claramente
el motivo. Las comarcas del litoral central catalán y sus conurbaciones
urbanas siempre han votado en un sentido radicalmente distinto al del
resto de la región: mientras que en el interior, sur y norte de Cataluña
han votado a partidos nacionalistas con una radicalización creciente,
el Barcelonès, Vallès(Oriental y Occidental), Baix Llobregat, Garraf,
Tarragonès, Baix Camp i Baix Penedès (y el Vall d´Aran, como enclave
pirenaico) han votado siempre a partidos constitucionalistas moderados.
Estas nueve comarcas concentran más del setenta por ciento del PIB de Cataluña, y dos tercios de la población. Son la región más diversa y económicamente vibrante;
el grueso de la producción industrial, servicios y exportaciones salen
de esta zona. Al ser una región más rica que la media de Cataluña, sus
habitantes pagan más impuestos y utilizan menos servicios públicos. A la
práctica, gran parte de lo que pagan sirve para subvencionar a los
residentes del resto de la comunidad que pagan menos impuestos,
necesitan más servicios, y al estar más desperdigados, son mucho más
caros de servir.
Las instituciones catalanas dan mayor peso electoral a las zonas rurales, y el parlament y Generalitat tiene un número preocupantemente bajo de políticos con apellidos no catalanes
Aunque la región contiene el grueso de la población y la
economía productiva catalanas, políticamente ha sido una región
históricamente infrarrepresentada en el sistema político catalán. Esto,
por cierto, no tiene nada de exageración poética; las instituciones
catalanas dan mayor peso electoral a las zonas rurales, y el parlament y Generalitat tiene un número preocupantemente bajo de políticos con apellidos no catalanes.
Los partidarios de Tabarnia alegan que sus ideas y convicciones
políticas no son ni representadas ni respetadas por la élite dirigente
catalana, que parecen incapaces de entender sus problemas o cultura. Es
por este motivo que piden la aplicación del artículo 144 de la constitución española y exigen su separación de Cataluña y la formación de una nueva comunidad autónoma.
Y lo quieren votar en referéndum, claro.
Los
defensores de Tabarnia, entre los que me incluyo, se han lanzado a
debatir con vehemencia la causa de la libertad y democracia con los
defensores de la secesión catalana. Nuestros argumentos han sido casi
sin excepción un cortar y pegar de todo el
argumentario independentista de los últimos cinco años, simplemente
cambiando “España” por “Cataluña” y “Cataluña” por “Tabarnia”. Nuestra
enconada defensa del derecho de los tabarnienses contra la opresión de
Tractorluña/resto de Cataluña ha sido recibida con indignación,
desprecio y rechazo.
Algunos han proclamado que Cataluña es una e indivisible, y que el futuro de Tabarnia debería ser decidido por todos los catalanes
El resultado ha sido francamente absurdo. Hemos visto
comentaristas independentistas decir que Tabarnia vulnera la
constitución española. Algunos han proclamado que Cataluña es una e
indivisible, y que el futuro de Tabarnia debería ser decidido por todos
los catalanes. Se ha acusado a los impulsores de Tabarnia de inventarse
fronteras, practicar el populismo o de querer seguir el modelo de Milosevic
en Bosnia. Es decir, los mismos argumentos, a menudo palabra por
palabra, que los constitucionalistas lanzan a los independentistas
catalanes, una y otra vez.
Tabarnia es, obviamente, un
chiste, una sátira. La idea que un puñado de comarcas puedan decidir de
forma unilateral que quieren salirse de una región es absurda, igual
que la noción de que “no nos entienden”, la insistencia en que la
“Generalitat nos roba” o que “no nos representan”. Es casi trivial
dibujar una serie de divisiones caprichosas sobre un mapa de resultados
electorales y tener una mayoría abrumadora sobre casi cualquier cosa;
las murallas de Tabarnia no dejan de ser un elaborado gerrymandering con políticos escogiendo votantes, no votantes escogiendo políticos.
La cuestión, sin embargo, es que todas las fronteras son caprichosas. El debate de fondo en el independentismo catalán es un debate sobre la definición de la demos,
de quién consideramos “el pueblo” en nuestra democracia. Saber quién
puede votar, por qué y donde es clave en el laborioso proceso de
agregación de preferencias y representación política de cualquier
régimen democrático. La decisión sobre qué cantidad de territorio se
considera un sujeto soberano, y quiénes son ciudadanos en él, a menudo
basta para definir el resultado.
El concepto de identidad nacional es algo mucho más complicado y ambiguo que una serie de categorías simples
Los nacionalismos han oscilado siempre entre dos argumentos para dibujar las fronteras del demos
en sus reivindicaciones. La forma tradicional del nacionalismo de
finales del siglo XIX y principios del XX era el de “nación cultural”,
con las fronteras delimitando territorios con historia, cultura,
tradiciones y lengua diferenciada. El problema de este método es que las
naciones culturales tienden a estar distribuidas de forma bien poco
homogénea, y el concepto de identidad nacional es algo mucho más
complicado y ambiguo que una serie de categorías simples. Intentos
pasados de dibujar mapas según estos principios, como los salidos de los
catorce puntos de Wilson y los tratados de paz de la primera guerra mundial, han creado invariablemente estados débiles, fracturados e inestables, amén de furibundos brotes de nacionalismo etnicista.
Dado
que la idea de “nación cultural” tiene mala prensa, los
independentistas han recurrido a una definición digamos un tanto
circular: Cataluña es una nación porque los catalanes dicen que lo es, y
por lo tanto el pueblo es quien dice los catalanes que es el pueblo.
Por supuesto, el pueblo que decide que es pueblo parece caer casualmente
dentro de los confines de la comunidad autónoma de Cataluña, y les
basta tanto para sacar mayorías absolutas en el parlament
como para pedir de forma incesante que les dejen votar una secesión. El
problema, claro está, es que bajo esta racionalidad y sus
justificaciones asociadas (expolio económico, voluntad de ser distintos,
incomprensión del resto del territorio, etcétera), el cuento de Tabarnia es también perfectamente legítimo, y el debate rápidamente cae en el absurdo que hemos visto estos días.
Dibujar fronteras y decidir quién vota es algo que no podemos hacer por mayoría simple, dado que cualquier mayoría social no deja de ser ficticia a poco que movamos las líneas o cambiemos las reglas
La solución, me temo, es bastante simple: tenemos que
sentarnos a hablar. Dada su extrema importancia, las democracias
modernas toman muchísimas precauciones en sus mecanismos para definir
quién es el demos en sus votaciones. Dibujar
fronteras y decidir quién vota es algo que no podemos hacer por mayoría
simple, dado que cualquier mayoría social no deja de ser ficticia a poco
que movamos las líneas o cambiemos las reglas. Tarde o temprano los
catalanes y españoles deberemos llegar a un acuerdo sobre qué podemos
votar y quién puede hacerlo, algo que implicará redefinir competencias,
arreglar el sistema de financiación autonómica y llegar a un acuerdo a
medio camino entre el statu quo y la secesión.
El
problema, por desgracia, es que nadie en Cataluña parece estar por la
labor de buscar la clase de consensos buscando el apoyo de una gran mayoría social que pueden dar una solución a este debate.
ROGER SENSERRICH Vía VOZ PÓPULI
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