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viernes, 8 de diciembre de 2017

LA CAROLINGIA RECONQUISTA DE LA MARCA HISPÁNICA

LA MARCA HISPÁNICA([1])


I) ESTRATEGIA RECONQUISTADORA DE LA CAROLINGIA MARCA HISPÁNICA.
                                                                   

                                                                          


Tras el desastre de Roncesvalles en 778 la frontera sur del reino de los francos lindante con la musulmana España estaba revuelta porque los sarracenos se mostraban cada vez más belicosos y los vascos alborotaban; por lo que era imposible el entendimiento pacífico con los gobernantes musulmanes de las poblaciones del norte de España.
Aunque el rey dedicaba su atención primordial a la organización de las campañas guerreras contra los sajones Carlomagno estaba preocupado por la fragilidad de la frontera pirenaica. Para solucionar este problema decidió fortalecer la presencia militar franca allí creando un potente reino autónomo en Aquitania. Efectivamente en abril de 781 su hijo menor Luís fue consagrado rey de Aquitania por el papa en Roma. Además el valiente conde Guillermo de Toulouse, que residía en Narbonne, la capital de Septimania, se encargaba de la vigilancia y defensa de la conflictiva frontera con España. De los asuntos administrativos y civiles de Aquitania se iba a ocupar Maginaire, hombre sabio y honrado, siempre atento al interés y al honor real, que iba a ser el brazo derecho del niño rey Luís en la gobernación de su reino sureño.
Luís era aquitano porque nació en Chasseneuil en 778 cuando el rey de los francos estaba en España intentando apoderarse de Zaragoza. Durante su infancia Luís residió en Aquitania conviviendo con los paisanos y adquiriendo sus mismas costumbres. Su educación fue dirigida por su preceptor Arnold. Su corte era itinerante y, aunque pasaba mucho tiempo en la ciudad principal, Toulouse, también residía en cuatro villas que le proveían de rentas para su mantenimiento: Chasseneuil, Doué, Angeac y Ebreuil.
Para evitar abusos de los magnates aquitanos, de vez en cuando el rey Carlos enviaba misiones para controlar la administración de los bienes pertenecientes al rey quien, por su juventud, no podía hacerlo directamente. Para atraerse el favor de los aquitanos decretó ciertas desgravaciones fiscales que los favorecían singularmente y fomentó entre ellos la unidad en torno a su rey y a su patria, para que estuvieran preparados y dispuestos a proteger y defender sus fronteras, especialmente las que tenían con la España musulmana que, esporádicamente, era violada por los sarracenos con incursiones militares de pillaje y devastación, sobre todo en Gasconia y en Septimania que, a veces, llegaban a adentrarse en los dominios carolingios hasta Rouergue.


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Guillermo de Toulouse era uno de los comandantes del cuerpo de ejército que en 778 invadió España por la romana vía Augusta gerundense, sin apenas encontrar resistencia armada, penetrando hasta Huesca donde le esperaba el otro cuerpo de ejército que mandaba el rey Carlos y que había penetrado por el Pirineo navarro con intención de apoderarse de Zaragoza.

El desastre carolingio en Roncesvalles, como ha dicho Manuel Riu Riu[2], “…evidenció el peligro que para el reino franco suponía una frontera meridional desguarnecida e hizo que se planificara la fortificación de la misma, desde Pamplona al Mediterráneo. La población indígena de amplias zonas pirenaicas secundó esta política y, con su apoyo, los carolingios mantendrían la frontera fortificada o marca de España (Marca Hispánica) en Cataluña. Mientras, los pamploneses se alzaban contra el dominio de los Banu Qasi, arabizados, y reconocían por caudillo a Velasco, buscando la amistad de los francos, pero sin sometérseles”.
En 785 un fuerte contingente de tropas septimanas invadió nuevamente España y, poco a poco, se fue apoderando de Besalú, Girona y Vich, así como de unas doscientas millas del litoral gerundense mediterráneo, dando comienzo entonces la reconquista franca del sur de los Pirineos. Las plazas fuertes de Girona y Besalú pasaron a ser gobernadas desde 785 por el conde Rostany. Posteriormente, en 789 los cristianos de las zonas montañosas de Cerdeña y de Urgel abrieron las puertas de sus poblaciones a los francos.
En esa época un jefe vasco llamado Adelric se rebeló contra Chorson, que era conde de Toulouse, derrotándolo y arrebatándole su condado. La asamblea general de Septimania criticó el improcedente comportamiento de Adelric y lo citó para que compareciera en Narbonne ante la asamblea. Como este jefe vasco ignoró dicha citación el rey Carlos tuvo que intervenir para obligarlo a comparecer ante él en la asamblea del reino que tuvo lugar en 790 en Worms. Previamente Guillermo de Toulouse, que fue nombrado marqués de Septimania y nuevo conde de Toulouse, había conseguido apaciguar a los vascos partidarios de Adelric.
Pese a la conquista de Hispania por el islam, los valles pirenaicos de Aragón no fueron dominados efectivamente por los sarracenos. Entre 798 y 802 los francos establecieron en esa zona varias cabezas de puente. El territorio que posteriormente sería el condado de Aragón se convirtió en una zona fortificada que los francos establecieron como parapeto contra las agresiones de los moros: era un territorio delimitado por el cauce de los ríos Aragón y Aragón Subordán, cuya capital era la pirenaica Jaca, donde ejerció el poder desde 802 a 809 el guerrero franco Oriol o Aureolo, hijo del conde Aureolus de Périgueaux. Cuando falleció Oriol le sucedió Aznar I Galindez, que fue ya el primer conde de Aragón.


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Guillermo tenía toda la confianza de Carlomagno, pues no solamente era un excelente guerrero y un ilustrado y piadoso varón educado en su corte real, también era primo suyo por ser hijo de su tía Auda Martel y del conde de Autun, Teodoric, uno de los principales generales de los francos. Guillermo de Toulouse iba a ser el incansable forjador de la Marca Hispánica, como comandante supremo del ejército en el sur del reino, cooperando siempre estrechamente con Luís, el rey de una Aquitania que comprendía además Septimania y Gasconia.
Durante la estancia de Guillermo en Worms el rey tuvo ocasión de hablar mucho con él sobre la situación en la frontera pirenaica. La más importante de sus conversaciones fue en el despacho real. Carlos quería concretar con él, antes de que regresara a su palacio condal de Toulouse, la estrategia de la guerra contra los infieles musulmanes  de España y la ampliación de esa Marca Hispánica. De la extensa conversación del rey con Guillermo es destacable lo siguiente:
-                 Bien Guillermo, ahora que ya sois también conde de Toulouse quiero que, como lugarteniente mío, ejerzáis de príncipe soberano en Septimania y que, cooperando con la debida fidelidad al rey Luis de Aquitania, seáis el guardián de la frontera occitana con España y el adalid de la reconquista franca de la Hispania musulmana como titular y responsable de una Marca Hispánica que debe ampliarse hasta el límite natural del río Ebro lo antes posible. Por supuesto pondré a vuestra disposición todos los medios humanos y materiales que necesitéis porque esa reconquista hispana es una tarea que me incumbe no solo como rey de los francos y de los lombardos, sino especialmente como defensor de la Cristiandad, porque España debe volver a ser cristiana como en tiempo de los visigodos. En Occidente sobran los musulmanes.
-                 Gracias, señor, por vuestra confianza en mí al encargarme tan gloriosa misión. Me consagraré totalmente a la realización de esa tarea que tanto importa a nuestro reino y a toda la Cristiandad. Para llevarla a cabo quisiera exponeros la estrategia que me parece mejor, si me lo permitís, a no ser que vos mismo tengáis ya una idea concreta de lo que debo hacer.
-                 Prefiero Guillermo que vos, que sois un perfecto conocedor de esos territorios y de su gente, tanto de los godos como de los musulmanes, me digáis ahora vuestra opinión. Posteriormente yo añadiré lo que me parezca conveniente, antes de que lleguemos a conclusiones operativas, porque quiero que realicéis vuestra grandiosa misión allí lo mejor posible.
-                 Antes de entrar a exponer esa estrategia a seguir, Majestad, creo que debo referirme brevemente a una circunstancia importante que puede influir decisivamente en nuestro programa de actuación: se trata de tener en cuenta que el 7 de octubre de 788 ha fallecido Abderraman ibn Muayia, el fundador del emirato de Córdoba, guerrero cruel y osado que ya era viejo y estaba poco activo; pero le ha sucedido su hijo Hisam, un príncipe joven, reflexivo y seductor, que pretende reagrupar en torno a él a todos los sarracenos de España para emprender una guerra santa contra los cristianos, lo que es mal presagio para el futuro pues intentará reconquistar las poblaciones catalanas que están en nuestro poder y, si no se lo impedimos, invadirá Septimania con las peores intenciones. En consecuencia creo, señor, que lo primero y más urgente sería proceder al reforzamiento militar de nuestras guarniciones en esas plazas: Girona, Vich, Besalú, Urgel,…..y en ciertos puntos estratégicos a lo largo de la frontera pirenaica de nuestro reino. Paralelamente, sería necesario reclutar y mantener un ejército de intervención rápida, con base en Girona o en el Rosellón, que acudiera velozmente a socorrer cualquier población atacada por los musulmanes españoles y que diera golpes de mano asaltando poblaciones españolas cercanas a nuestra frontera, bien para apoderarse de ellas o bien para destruirlas y devastar sus comarcas. Posteriormente, sería indispensable organizar un gran ejército internacional capaz de llevar a cabo una guerra santa contra los sarracenos mediante una ofensiva de carácter general en el norte de España, que permitiera reconquistar ciudades y territorios, incluso Barcelona, que debe ser la capital y la plaza mejor fortificada de la Marca Hispánica, pues podría ser la base central de operaciones para el avance definitivo de nuestras tropas hasta el río Ebro.
-                 ¡Muy bien! Guillermo, creo que habéis expuesto acertadamente nuestra estrategia militar en esa zona, que es la que debemos seguir inicialmente para defendernos y, posteriormente, para atacar a los sarracenos españoles. De las etapas en que habéis dividido el proceso de reconquista y formación de la Marca Hispana especificando nuestras acciones militares, yo coincido con vos en las dos primeras y, parcialmente, en la tercera. Sin embargo, antes de referirme a ellas, creo que debéis conocer mis prioridades militares: la principal, como sabéis, es que yo estoy comprometido personalmente a completar la conquista y evangelización de Sajonia, que será incorporada al reino de los francos; por lo que, mientras no termine la guerra contra los sajones, yo no podré dirigir la reconquista de España ni la expansión de la Marca Hispánica, tarea que os encomiendo a vos. Otra prioridad mía es la consolidación del reino franco de Italia, con la pacificación y anexión del bizantino ducado de Benevento; así como la campaña militar contra los paganos avares de Panonia. En consecuencia, durante los próximos años yo estaré luchando bien en Sajonia, bien en Italia o bien en el Danubio.
> En vuestra exposición, querido primo, habéis subrayado que los territorios catalanes son la base de la Marca Hispánica y, sin duda, estáis en lo cierto; pero yo quiero que esa Marca incluya a la totalidad de los territorios pirenaicos desde el Mediterráneo hasta el río Bidasoa. Además debéis tener en cuenta que el reino de Asturias cooperará con nosotros porque el godo cristiano astur Alfonso II es buen aliado mío y nos apoyará cuando intervengamos en Pamplona, donde hay dos bandos enfrentados: el de una estirpe procedente de Bigorre, los pro-musulmanes Íñigos, que son parientes de los sarracenos Banu Qasi, y el de los gascones Velascos, partidarios nuestros que favorecerán nuestra intervención en Navarra, como lo hará también el señor de Aragón. Para dominar la vertiente sur del Pirineo debemos contar, además, con los condes y jefes de las comarcas de Sobrarbe, Ribagorza y Pallars, tarea en la que vos, como conde de Toulouse, debéis tener un gran protagonismo.
> Finalmente, Guillermo, quiero haceros una observación. Como la guerra contra los sajones será una empresa ardua y duradera, voy a necesitar que durante muchos años gran parte de los súbditos de mi reino se integren en el ejército franco que trata de conquistar Sajonia, donde ya cuento con la importantísima ayuda de vuestro padre, el conde Teodoric. Por ello creo que hasta que no termine victoriosamente la guerra contra los sajones, va a ser muy difícil poder organizar ese gran ejército internacional que es indispensable para emprender una victoriosa guerra santa contra los sarracenos en el norte de España que permita reconquistar hasta Barcelona, futura capital y plaza fuerte de la Marca Hispánica.
-                 Os agradezco mucho, Majestad, vuestras explicaciones estratégicas y que me hayáis dicho vuestras prioridades, de las que tomo nota porque concretan la disponibilidad de recursos humanos y materiales que habrá para la reconquista de la España musulmana y la formación de la Marca Hispánica durante los próximos años. Esta tarea será, sin duda, larga y penosa. En una primera fase creo que debo centrarme en el reforzamiento militar de nuestras guarniciones en Girona, Vich, Besalú y Urgel, así como en ciertos puntos estratégicos a lo largo de la frontera pirenaica de nuestro reino, incluso en Sobrarbe, Ribagorza y Pallars; aunque en estos condados tendré que hacerlo ejerciendo plenamente mis competencias y mis poderes como conde de Toulouse. Por supuesto, haré todo lo posible para cooperar con el rey Alfonso II de Asturias y apoyaré a los gascones Velascos en Pamplona para que Navarra se incline por los francos y no por los musulmanes. Posteriormente, cuando Su Majestad haya derrotado a los sajones, y los aquitanos y septimanos dominemos completamente toda la frontera de los Pirineos y el norte de Cataluña hasta el macizo montañoso del Montseny, será el momento de emprender la guerra santa internacional contra los musulmanes españoles con un gran ejército que tenga tropas de todos los países de vuestro reino y que sea capaz de emprender una ofensiva militar para reconquistar los territorios integrantes de la Marca Hispánica.
-        Me parece muy bien, Guillermo, el plan de actuación que habéis expuesto sobre la primera fase. Poneos inmediatamente a la obra, sin olvidar que yo os necesitaré también, aportando hombres y materiales, en mis guerras en Sajonia, Italia o Panonia. La Marca Hispánica se hará paso a paso, sin pausa, pero contando siempre con los recursos disponibles. En las siguientes fases el rey Luís de Aquitania y yo os daremos todo lo necesario para la reconquista de una gran parte de la España musulmana.
-        Gracias, señor, por comunicarme vuestra programación y vuestras directrices, que están cargadas de realismo y de sabiduría. En cuanto llegue a Toulouse emprenderé la reorganización de mi condado preparándolo adecuadamente para conseguir el éxito de nuestra campaña guerrera en España.
-        Gracias a vos, primo. ¡Que Dios os bendiga y os acompañe siempre!.

                                                                  
                                                        



II) RECONQUISTA DE CATALUÑA Y DE LOS PIRINEOS HISPANOS.

En 791 los creyentes musulmanes de España fueron llamados a la guerra santa contra los cristianos en todas las mezquitas, y miles de ellos respondieron para mayor gloria del Islam. Dos años más tarde Abd al-Malik se puso al frente de un poderoso ejército y se dirigió hacia el reino de los francos para devastarlo.
Pero en ese año 793 el rey Carlos se encontraba en Baviera preparando la campaña guerrera contra los avares mientras que las principales tropas aquitanas de su hijo Luís estaban en Italia, llamadas por el rey de los francos para participar en la guerra contra el rebelde duque de Benevento, por lo que el sur de Galia estaba muy desguarnecido. En Septimania estaban solos Guillermo de Toulouse y algunos nobles pirenaicos con escasas tropas para enfrentarse a los invasores sarracenos.
Al llegar a Girona el ejército de los infieles atacó la ciudad que, bien fortificada, resistió. Abd al-Malik, tras saquear e incendiar sus alrededores, decidió proseguir su campaña guerrera hasta las murallas de Narbonne, capital de Septimania; pero no la asedió ni la asaltó pues se limitó a incendiar los poblados de su entorno haciendo muchos prisioneros y apoderándose de un cuantioso botín.
Entretanto Guillermo de Toulouse que había conseguido, con ayuda de algunos condes francos y godos, reunir un modesto ejército salió en persecución de las tropas sarracenas, que se dirigían a Carcassonne. La desigual batalla entre los dos bandos tuvo lugar en las orillas del río Orbieu y, a pesar del valeroso comportamiento de Guillermo, los cristianos fueron derrotados porque la mayoría de sus jefes huyeron prematuramente dejando solo a Guillermo y a sus más fieles soldados que sufrieron una tremenda masacre, de la que únicamente se libraron el conde de Toulouse y unos pocos guerreros más. También los sarracenos tuvieron muchas bajas, incluso la de uno de sus principales jefes, por lo que decidieron regresar a España cargados con el cuantioso botín que habían obtenido en sus campañas bélicas del sur de mi Reino.
La derrota ante los invasores musulmanes fue muy lamentable para el rey, para  Luís de Aquitania, para el conde Guillermo y para todos los cristianos. Como Carlos estaba decidido a que no se volviese a repetir otra incursión sarracena en su reino, ordenó a su hijo Luís y a sus condes aquitanos que pusieran en marcha el plan de fortificación de la frontera pirenaica que propuso Guillermo de Toulouse.
En 795 los aquitanos, queriendo asegurar la protección fronteriza, fortificaron Vich y los castillos de Casseres, Cardona y otras plazas, procediendo también a la repoblación de las mismas –especialmente con inmigrantes godos españoles cristianos-, y a garantizar su seguridad dotándolas con suficiente guarnición militar. En ese mismo año, el rey de Aquitania acordó con Bakhoul, un tránsfuga sarraceno que se había convertido en jefe de una poderosa banda de aventureros que tenían sus escondites en lo más intrincado de las montañas, su cooperación para anexionarse a lo largo de la vertiente sur de los Pirineos una estrecha franja de tierra que alcanzaba hasta Navarra, atravesando los recientes condados de Sobrarbe, Ribagorza y Pallars.
En cuanto que las campañas guerreras de Carlos en Sajonia y en Panonia se lo permitieron, que fue en el verano de 796, envió un ejército aquitano con la misión de internarse en el territorio de los musulmanes españoles para devastar, incendiar y saquear todo lo que encontrasen a su paso: poblaciones, bosques, cultivos,…;pero sin hacer prisioneros ni apoderarse de ninguna villa. Tras llevar a cabo su tarea destructora retornaron a Aquitania con un valioso botín, que se repartió equitativamente entre las tropas participantes en esa operación militar de castigo.
Por fin la Marca Hispánica, que iba desde el Mediterráneo a Navarra, se había establecido en un extenso territorio, aunque tendría que consolidarse todavía. Además la presencia franca se iba a prolongar por mar pronto hasta las Islas Baleares porque sus habitantes, hartos de ser asaltados y saqueados por flotillas de piratas y aventureros musulmanes con base en España, solicitaron la protección militar del rey de los francos, que gustosamente les fue concedida. Así, Carlos llegó a señorear también las islas Baleares donde se hizo fuerte con la permanencia de sus barcos en los puertos isleños. Toda la Marca Hispánica fue encomendada a su nuevo y valiente marqués, Guillermo de Toulouse, bajo la suprema soberanía del rey Luís de Aquitania. Entonces el sur de la Galia fronteriza con la musulmana España fue ya una barrera sólida que se iba a fortificar más aún hasta hacerse inexpugnable frente a las invasiones de los infieles sarracenos.
Además la íntima alianza del rey Carlos con su “hermano” cristiano Alfonso II, rey de Asturias, que estaba casado con su nieta Berta de Italia, y la creciente influencia franca en la gobernación de Pamplona en una Navarra vacilante entre su adhesión a los cristianos o a los musulmanes, hizo posible que los aquitanos y los francos, con los astures, fuesen los principales impulsores de la reconquista de España contra los intrusos e infieles sarracenos. Carlos quería que en un futuro cercano toda Hispania volviera a reintegrarse otra vez al Occidente cristiano.


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En el año 796 falleció Hisam, el sanguinario emir de Córdoba, y comenzó entonces una lucha entre facciones por el poder. El nuevo emir Al Hakam acabó imponiéndose al pretendiente Abdallah, tío de Hisam; pero tuvo que enfrentarse a los levantiscos gobernadores de las poblaciones del norte de España, que pretendían conseguir una autonomía cercana a la independencia y que amenazaban con entregar sus villas a la soberanía franca.
La corte franca de Aquisgrán contemplaba la intermitente llegada al palacio real de walies musulmanes que buscaban la amistad del rey Carlos e, incluso, su protección, si fuera posible. Al comienzo del verano de 797 un tal Zeid, que dijo ser dueño de Barcelona, llegó hasta el rey declarando estar dispuesto a someterse personalmente a él y a entregarle la ciudad. Unos meses más tarde, el propio Abdallah pretendiente al emirato cordobés, acompañado por Luís de Aquitania, se presentó ante el rey y mantuvo conversaciones preliminares que, posteriormente, prosiguieron en Herstelle, en Sajonia, sobre una posible alianza en el caso de que él llegara a ser emir de Córdoba. Por su parte, el gobernador sarraceno de Huesca, le envió en 799 las llaves de su villa y valiosos regalos, prometiendo entregar su ciudadela a los francos cuando llegase el momento.
Estas promesas poco comprometedoras tenían por objetivo predisponer a Carlos para que, cuando reconquistase el norte de España, les reconociese como aliados o amigos y les mantuviese como gobernadores de sus villas. Sin embargo el rey, que no había olvidado ni las promesas del wali Soliman ibn al-Arabi de entregarle Zaragoza ni el desastre de Roncesvalles en 778, desconfíaba de los volubles musulmanes y de sus increíbles proposiciones, limitándose a escucharlos amistosamente sin adquirir compromisos, porque sabía que pretendían independizarse del emir de Córdoba pero sin tener que someterse a su cristiana soberanía.  Carlos estaba convencido de que lo mejor era seguir la estrategia que acordó con Guillermo de Toulouse para ir forjando la Marca Hispánica, paso a paso. Por supuesto era consciente de que esa Marca no estaría relativamente asegurada hasta que Barcelona fuese conquistada. Teniendo como horizonte esta indispensable conquista, las tropas partían de Girona cada año para efectuar incursiones devastadoras en los alrededores de la mediterránea Barcelona, especialmente en julio para quemar las cosechas de cereales y en septiembre para incendiar los viñedos cargados de racimos de uva madura antes de que comenzase la vendimia.


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En mayo de 801 el emperador Carlomagno convocó una magna asamblea en Toulouse para acordar y preparar el asedio y la toma de Barcelona, cuya defensa estaba a cargo de Zeid quien, a pesar de las promesas que le había hecho, estaba ahora decidido a oponer una feroz resistencia a las tropas francas. La asamblea de Toulouse decidió organizar inmediatamente un gigantesco ejército bajo el mando del joven y valiente rey Luís de Aquitania, en el que iban a participar todos los paisanos de la Galia meridional: aquitanos, provenzales, borgoñones, gascones y septimanos; con sus condes o jefes militares: Guillermo de Toulouse, Bera el godo, Lobo Sancho el vasco, los condes Rostany de Gerona, Bigo, Hildebert, Héripert, Luitard, Isembard y el portaestandarte real Hadémar.
A principios del verano ese imponente ejército cristiano, en el que había también judíos de Narbonne, se puso en marcha hacia España dividido en tres cuerpos: el primero, a las órdenes del rey Luís permanecería en reserva como retaguardia en Rosellón; el segundo, comandado por el conde Rostany iniciaría el asedio de Barcelona; el tercero y principal, cuyo jefe era Guillermo de Toulouse, acamparía cerca de la ciudad esperando al grueso de las tropas musulmanas que Al Hakam, el emir de Córdoba, iba a enviar para socorrer a los sitiados; con el fin de enfrentarse a ellas e impedirles el paso.
Cuando el ejército sarraceno de socorro se acercaba a Barcelona y llegó a avistar las imponentes tropas de Guillermo de Toulouse, muy superiores a las musulmanas en cantidad y en preparación militar, tuvo que reconocer su impotencia y se retiró apresuradamente antes de ser alcanzado por los resueltos invasores. Tras la retirada de esos moros, Guillermo ordenó a sus huestes que se encaminaran hacia Barcelona para dirigir personalmente el asalto a la ciudad sitiada.
 Ante la imposibilidad de que Carlomagno participase personalmente en la toma de Barcelona, y decidido como estaba a que la caída de la ciudad no se demorase, en diciembre ordenó a su hijo mayor Carlos que, al frente de un potente ejército franco, se dirigiera también a Cataluña para reforzar a las tropas sitiadoras llevando el desánimo a los defensores. La musulmana Barcelona, a pesar de ofrecer una heroica resistencia, tuvo que capitular tras siete meses de asedio rindiéndose al joven y valeroso rey Luís de Aquitania.
Entonces un correo salió al encuentro del ejército franco del príncipe Carlos y, en Lyon, le comunico la gozosa noticia de que Barcelona se había entregado ya al rey de Aquitania, por lo que el joven Carlos y sus tropas regresaron a la capital de su reino.
Más tarde llegó a Aquisgrán el conde Bigo con un fabuloso botín conseguido en Barcelona y le hizo entrega al emperador del prisionero Zeid, el desdichado jefe defensor de la ciudad mediterránea. Seguidamente, el conde narró al monarca minuciosamente el asedio y la toma de Barcelona, con toda clase de detalles como protagonista de esa venturosa hazaña.
El rey de Aquitania nombró a Bera conde de Barcelona, encargándole de su reconstrucción y fortalecimiento. También le dejó una cuantiosa guarnición militar para asegurar su defensa y para que efectuara operaciones ofensivas contra los sarracenos, ya que la ciudad iba a ser la base de operaciones para que toda Cataluña, el país mediterráneo situado al norte del Bajo Ebro, se integrase en la Marca Hispánica.  Posteriormente el rey Luís de Aquitania y Guillermo de Toulouse, al frente de sus tropas, regresaron victoriosos a sus palacios, siendo aclamados por sus súbditos como magníficos héroes que habían engrandecido el Imperio carolingio haciendo retroceder a los infieles mahometanos. Toda Europa -especialmente en Roma y en Aquisgrán-, celebró gozosamente la caída de Barcelona y el progreso de la reconquista de España.
La organización de la Marca Hispánica, según Manuel Riu Riu[3], “…debió de ser semejante a la de las restantes marcas o distritos fronterizos carolingios, estableciendo una zona fronteriza fortificada, constituida por una línea sinuosa de torreones circulares de madera, levantados en los puntos más estratégicos y en torno a las vías de acceso, y creando una serie de condados (Gerona, Ampurias, Urgel, Cerdaña, Osona, Barcelona, Besalú, Pallars, Ribagorza,…), algunos de cuyos obtentores tomarían el nombre de marqués, además del de condes (comes et marchios), por su situación fronteriza, pero sin que implicara un predominio sobre los restantes condes vecinos”.




III) AUGE Y CONSOLIDACIÓN DE LA MARCA HISPÁNICA.

La Marca Hispánica era un territorio que prestaba vasallaje al Imperio carolingio pues formaba parte de él, pero estaba integrada por condados y territorios autónomos que podían unirse circunstancialmente.
En Navarra la primera ofensiva franca se llevó a cabo a finales del siglo VIII con la colaboración de los asturianos y de algunos musulmanes sublevados contra Al-Hakam I, el emir de Córdoba. En el año 799 el partido pro-franco de los Velascos se hizo con el poder asesinando al gobernador sarraceno de Pamplona, Mustarrif ibn Musa, que era un Banu Qasi, por lo que esta destacada familia se alió con los Íñigos pro-musulmanes que no tardaron en recuperar la ciudad.
Los sarracenos mantuvieron en su poder a Pamplona y a las poblaciones navarras hasta que en 806, gracias a un exitoso golpe de fuerza que dio el gascón Velasco para hacerse con el gobierno de Pamplona, pasaron a depender de Aquitania, aliada de Velasco.
Los Banu Qasi se enfrentaron pronto con el lugarteniente del emir en el valle del Ebro, Amrus ibn Yusuf, y se acercaron a los partidarios de los francos, con los que se aliaron formalmente en 806. Entonces los Banu Qasi señoreaban una gran parte de la cuenca del Ebro, un territorio autónomo no dependiente de hecho del emirato de Córdoba.
Los debilitados musulmanes eran ya incapaces de oponerse a las tropas enemigas en el valle medio del Ebro, donde Oriol de Aragón, hijo del conde franco Aureolus de Périgueux, mantenía a raya a la guarnición militar sarracena de Huesca, cobardemente resguardada tras las murallas, sin permitirle salir a campo abierto.
Los francos tuvieron que lamentar en octubre de 809 la muerte de Oriol, el señor del incipiente Aragón, circunstancia que fue aprovechada por Amrus ibn Yusuf, gobernador de Zaragoza y de Huesca, para apoderarse de varios castillos aragoneses, incluso el bien fortificado de Jaca.


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Tras la conquista de Barcelona por los francos hubo una refundición de los condados carolingios existentes desde el rio Ródano hasta el Ebro, que quedaron bajo la jurisdicción del conde de Tolosa, dependiente del rey de Aquitania.
Cuando perdieron Barcelona los musulmanes se quedaron sin su mejor centro de operaciones militares en el noreste de la Península ibérica. Para paliar este grave problema decidieron fortificar Tortosa en el delta del Ebro que, además, estaba cercana a Valencia. Tortosa se convirtió en el nuevo centro de preparación de las actividades guerreras sarracenas en la zona.
La situación político-militar de los territorios catalanes en los años posteriores a la conquista de Barcelona ha sido descrita por J.M. Salrach i Marés [[4]] quien dice lo siguiente: “...después de Rostany, el conde que sin duda gobernó Gerona fue Odiló, uno de los condes del área catalano-septimana (con Berà, Gaucelm, Guiscafred, Odiló, Ermenguer, Ademar, Laibulf y Erlí)....Durante su mandato se efectuaron expediciones francas contra Tortosa (804-806, 808 y 809) y Huesca (811 o 812), en las que se desconoce si participó el conde (de Gerona), con las que se obtuvieron sólidas conquistas territoriales.
No se sabe con certeza la identidad del conde de Gerona que sucedió a Odiló, condado que parece tenía como anexo el territorio de Besalú, pero es muy posible que fuese el conde Bera de Barcelona....Al tiempo que por primera vez Gerona y Barcelona se encontraban bajo la administración de un mismo conde, parece que también Ampurias y Rosellón estaban gobernadas por un conde llamado Gaucelm, que podría ser hermanastro de Berà. No se puede decir si la promoción de los descendientes de Guillermo de Toulouse, con estos nombramientos y uniones de condados, era o no una decisión que tomasen directamente los monarcas carolingios...”.
En 808 el rey de Aquitania, debidamente autorizado y estimulado por Carlomagno, organizó un fortísimo ejército para apoderarse de Tortosa. En pleno verano las tropas del joven rey partieron de Barcelona al mando de los condes Bera de Barcelona, Adémar de Narbonne y Borrell de Osona y, tras un cruento combate, conquistaron Tarragona. Entonces el ejército carolingio se dividió en dos cuerpos: uno, liderado por el rey Luís continuó su avance hacia los muros de Tortosa, incendiando a su paso poblaciones y castillos para intimidar  y someter a los sarracenos; el otro, que pretendía atacar Tortosa desde el sur, cruzó el Ebro cerca de su confluencia con el rio Cinca llegando hasta Vila Rubea, pero los ataques de los musulmanes los obligaron a retirarse hacia el norte hasta Morella, donde se reunió con el ejército de Luís de Aquitania que, tras ocho días de infructuoso asedio a Tortosa, se iba a retirar de la ciudad.
Las huestes del rey Luís se prepararon para recomenzar el asedio. Durante la noche gran parte de esas tropas se pusieron en marcha para encontrar un puente río arriba que les permitiera pasar al otro lado del Ebro, con el fin de rodear la ciudad en todos sus puntos. Sin embargo los defensores musulmanes descubrieron la maniobra de los aquitanos y, asaltándolos en un estrecho desfiladero, les hicieron gran mortandad. Los pocos soldados que salvaron su vida volvieron al campamento cristiano y dieron cuenta de lo sucedido, por lo que el rey de Aquitania tuvo que ordenar la retirada de su maltrecho ejército temiendo que la guarnición de la ciudad los atacara al amanecer venciéndolos en campo abierto. El humillado rey Luís, que echó mucho en falta al excelente guerrero que fue Guillermo de Toulouse, tuvo que conformarse con devastar las tierras y los poblados musulmanes al paso de sus tropas. La abortada expedición militar fue un duro golpe para las aspiraciones de los cristianos.
En 810 Luís de Aquitania volvió a intentar conquistar Tortosa pero fracasó de nuevo. Entonces, al volver a su reino, juró que iba a preparar un potentísimo y victorioso ejército, reforzado con cuantiosas tropas francas veteranas, y dotado con potentes maquinas de asedio y de guerra, para la conquista definitiva de Tortosa..
Así lo hizo el rey Luís en 811, acompañado por varios magnates francos: Isembard, Heribert, Luitard,..y por algunos condes catalanes. Por fin, los musulmanes de Tortosa, hartos del asedio tras un duro sitio de cuarenta días, ofrecieron las llaves de la ciudad al rey aquitano.
Cuando trajeron a Aquisgrán las llaves de la ciudad y se las dieron a Carlomagno el emperador se llevó una gran alegría y mandó celebrar oficios de acción de gracias en Aquisgrán y en todas las iglesias de Renania y de Aquitania.
Sin embargo, poco tiempo después, los francos tuvieron que abandonar Tortosa porque se enteraron de que un poderosísimo ejército andalusí comandado por Abderramán II, hijo del emir de Córdoba Al-Hakam I, se acercaba al Ebro, para reconquistar la ciudad.


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En 812 Luís de Aquitania firmó una tregua con el emir de Córdoba, en la que se acordó que la frontera sur de la Marca Hispánica se estableciera definitivamente en el Penedés entre las cuencas de los ríos Llobregat, en Barcelona y Gayá, en Tarragona.
Entonces las tropas francas se dedicaron a ocupar los rebordes montañosos del valle del Ebro, permitiendo así que Aznar Galindo restableciese el condado franco de Aragón. Posteriormente el rey Luís reconquistó Pamplona e instaló allí el gobierno pro-franco de Velasco al-Galasqi, quien mantuvo buenas relaciones con el reino cristiano de Asturias.
El 2 de abril de 812 Carlomagno otorgó un privilegio a los repobladores de la Marca Hispánica garantizándoles la seguridad del terreno y del hogar contra las exigencias de los señores territoriales.
En la Marca Hispánica, que se extendía ya por los Pirineos desde el Mediterráneo al Atlántico, solo quedaba un foco de resistencia sarracena en Huesca, que estaba todavía gobernada por Amrus ibn Yusuf.
En el verano del año 813 los vascos iniciaron una peligrosa revuelta que tuvo que sofocar el rey Luís de Aquitania presentándose en Dax, donde los rebeldes acabaron sometiéndose e implorando su perdón. Inmediatamente Luís, al frente de su ejército,  continuó viaje hasta Pamplona para adoptar drásticas medidas de apoyo al gobernador pro-franco Velasco, quien también tenía dificultades con los insumisos vascos, que fueron obligados a rendirse definitivamente. ¡El desastre de Roncesvalles fue entonces vengado!.
En definitiva, la Marca Hispánica se había ido ampliando paso a paso consolidándose con grandes victorias militares y pequeños pero dolorosos fracasos, abarcando totalmente los Pirineos, de este a oeste, y Cataluña hasta la comarca del Penedés, al sur de Barcelona. ¡El sueño de Carlomagno de reconquistar esta parte de la España musulmana se había cumplido!.
Efectivamente, en 814 la Marca Hispánica comprendía los siguientes territorios españoles: el reino de Pamplona, el condado de Aragón con capital en Jaca, Sobrarbe, el condado de Ribagorza, el valle de Arán, el condado de Pallars, el condado de Urgel, el condado de la Cerdeña, el condado de Besalú, Perelada, el condado de Ampurias, Osona, el condado de Girona, el condado de Barcelona, Berga y Ripoll.
El otro reino hispánico cristiano, el de Alfonso II de Asturias, se extendía por la toda la cordillera cantábrica y por Galicia penetrando también en la meseta castellana por León. Gracias a Dios la reconquista de España era una realidad irreversible que, aunque avanzase lentamente y con grandes sacrificios humanos y materiales, terminaría expulsando a los infieles moros a las tierras africanas de las que procedían.
 Antes de morir en 814 Carlomagno pudo ver gozosamente que el emirato de Córdoba estaba ya separado por la Marca Hispánica del carolingio reino de Aquitania y que una enorme parte de España estaba felizmente integrada en su Imperio cristiano del Occidente europeo. 

                                               
                                                               

                                                        





[1]  Este texto está integrado por tres apartados que  se reproducen literalmente, y que se han extraído de la biografía titulada Carlomagno, el carismático fundador de Europa, de la que es autor Joaquín Javaloys, y que fue publicada por la editorial Galland Books, en abril de 2013.

[2] “Edad Media” en “Manual de Historia de España.2”. Manuel Riu Riu. Editorial Espasa Calpe. Madrid. 1989. Página 156.

[3] Obra citada. Páginas 156 y 157.

[4] “Historia de Gerona”. Joseph M. Salrach i Marés. Ateneu d’Acció Cultural (ADAC). Girona. 1990. Páginas 81 y 82.

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