Da igual que la participación baje o suba hasta la estratosfera. Siempre saldrá la misma cifra: dos millones de votos separatistas
Inés Arrimadas tras conocer los resultados del 21-D. (EFE)
Da igual que se cuenten en unas elecciones plebiscitarias como las de 2015, en un referéndum con pucherazo como el del 1 de octubre,
en encuestas más o menos despistadas o en una elección intervenida y
con sus líderes en prisión o fugados. Da igual que la participación baje
o suba hasta la estratosfera. Siempre saldrá la misma cifra: dos
millones.
Mil veces pondremos las urnas y mil veces aparecerán dos millones de votos separatistas. Nada menos, pero nada más. Hay dos millones de catalanes dispuestos a irse de España cueste lo que cueste y les cueste lo que les cueste. Son de cemento armado: no hay terremoto capaz de hacer que esa cifra disminuya, pero tampoco que crezca. Los unionistas deben asimilar que esos dos millones seguirán estando ahí y no se puede ignorar su existencia. Y los separatistas deberían comenzar a aceptar que con dos millones sobre una población adulta de cinco millones y medio pueden hacerse muchas cosas, pero no romper un Estado de 500 años para fundar otro sobre el aire.
Ayer se confirmó por enésima vez que Cataluña está partida en dos mitades cada vez más irreconciliables. Mucho tiempo después de que Antonio Machado acuñara la idea feroz (por verdadera) de las dos Españas, alguien podría hoy cantar: catalanito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Cataluñas ha de helarte el corazón.
Pero las urnas reasignaron drásticamente las fuerzas dentro de cada una de esas dos mitades. En una elección cargada de emocionalidad, los partidarios de cada bando han premiado a quienes supieron conectar con los sentimientos (Puigdemont, en un lado, y Arrimadas, en el otro) y han castigado a los especuladores profesionales de la política (Junqueras, Iceta) y a los diseños de laboratorio como el de Iglesias-Colau.
Hemos de estar agradecidos a Oriol Junqueras. Su astuta decisión de romper Junts pel Sí para lanzar una opa hostil a una Convergència en ruinas ha obrado el milagro de que un partido como Ciudadanos gane estas elecciones; y además, ha resucitado al muerto. La secesión del secesionismo ha resultado providencial, porque juntos habrían sacado 18 puntos de ventaja a Arrimadas y su triunfo habría sido incontestable.
Algunos dirán que de poco consuelo sirve la victoria de Arrimadas si finalmente gobernarán los independentistas. Pero en esta batalla en que lo simbólico lo es todo, el hecho de que tras dos años de 'procés' el partido más votado por los catalanes sea precisamente el que más consustancialmente representa la oposición al 'procés' tiene un efecto político de gran calado. Es imposible seguir sosteniendo la leyenda del mandato-popular-por-la-independencia cuando alguien como Arrimadas les ha sacado varios cuerpos en la línea de meta y ha tenido que ser otra vez la ley electoral, que castiga a Barcelona y premia a las provincias pequeñas, la que les dé la mayoría de escaños.
Tuvo razón Albert Rivera en su discurso: Inés Arrimadas cumplió su parte del trabajo. A través de ella, ayer ganó el espíritu del 8 de octubre, el de la Vía Layetana, el de la resistencia democrática al aplastamiento nacionalpopulista. Y sí, ya se sabía que para que Ciudadanos ganara como lo hizo era preciso que el PP se hundiera. Quien no cumplió fue el PSC de Iceta, que, soñando con carambolas imposibles, se olvidó de que esto iba de ganar votos y no de ser el más hábil equilibrista del circo. Ni siquiera fue capaz de aprovechar la doble oportunidad que le brindaron la crecida de la participación y la debilidad del partido de Colau. Lástima de esos alcaldes socialistas que dieron la cara ante la intentona del 1 de octubre, el suyo era el espíritu adecuado y no el de las elucubraciones de moqueta. Últimamente el Partido Socialista se ha poblado de dirigentes especializados en ganar congresos y primarias y en perder elecciones.
Este resultado deja las cosas más claras de lo que se esperaba. No habrá repetición de elecciones, gobernarán los separatistas y quien llevará la batuta no será ERC, sino Puigdemont. Pero el segundo ganador de anoche —la primera, no se olvide, fue Arrimadas— afronta ahora un doble dilema:
Por un lado, qué hacer consigo mismo y sus compañeros de fuga. Su presencia física en el Parlament es indispensable para ganar la votación de investidura. Sin ellos, la mayoría absoluta se evapora. Pero si se hacen presentes, no será para entrar bajo palio en el Parlament sino en un centro penitenciario. Así que si siguen en Bruselas y no renuncian al acta, dejarán a su bando en minoría. Y si regresan y los encarcelan, también.
Se sabía que la situación judicial derivada del intento de golpe se convertiría en un factor político de primer orden tras estas elecciones. El problema inmediato es el de los fugados de Bruselas. Pero también está el de los encarcelados de Estremeras; y no olvidemos que ayer fueron elegidos más de 15 diputados que pronto estarán en el banquillo afrontando posibles penas de varios años de cárcel.
Puigdemont no estará en condiciones de presentarse a la investidura; y, definitivamente, no podría ejercer como presidente desde Bruselas o desde la prisión, que son sus dos únicos destinos concebibles en el próximo futuro. Así que tendrán que buscar otro candidato entre los diputados de Junts per Catalunya que están en libertad —aunque sea provisional—.
La Justicia tiene que seguir su curso, pero pronto escucharemos el discurso impugnatorio de que la represión del Estado español no permite hacer efectiva la voluntad popular. Explicarlo fuera no será tarea sencilla.
El otro dilema es con quién y en qué términos negociarán para gobernar. Él lo dijo ayer: puesto que su candidatura y la de ERC suman 66 escaños, tienen mas libertad de movimientos que cuando precisaban el apoyo activo de la CUP. Pueden gobernar en minoría… Siempre que cuenten con la abstención de alguien, que siempre tendrá un precio.
Ese alguien puede ser la CUP o los comunes. La CUP exigirá un programa rupturista para seguir adelante con la DUI, lo que conduciría a la reactivación del 155. Los comunes reclamarán abandonar la unilateralidad y regresar a la plataforma del derecho a decidir y el referéndum pactado. Liberarse del yugo de la CUP es una tentación largamente acariciada por el independentismo institucional, pero renunciar a la unilateralidad equivale a renunciar a la independencia, porque no existe un camino bilateral hacia la secesión de España.
Y queda mencionar la onda expansiva de esta elección sobre la política española. Rajoy, Sánchez e Iglesias tienen motivos para preocuparse y pensar. Aunque pensar no esté de moda.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Mil veces pondremos las urnas y mil veces aparecerán dos millones de votos separatistas. Nada menos, pero nada más. Hay dos millones de catalanes dispuestos a irse de España cueste lo que cueste y les cueste lo que les cueste. Son de cemento armado: no hay terremoto capaz de hacer que esa cifra disminuya, pero tampoco que crezca. Los unionistas deben asimilar que esos dos millones seguirán estando ahí y no se puede ignorar su existencia. Y los separatistas deberían comenzar a aceptar que con dos millones sobre una población adulta de cinco millones y medio pueden hacerse muchas cosas, pero no romper un Estado de 500 años para fundar otro sobre el aire.
Ayer se confirmó por enésima vez que Cataluña está partida en dos mitades cada vez más irreconciliables. Mucho tiempo después de que Antonio Machado acuñara la idea feroz (por verdadera) de las dos Españas, alguien podría hoy cantar: catalanito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Cataluñas ha de helarte el corazón.
Pero las urnas reasignaron drásticamente las fuerzas dentro de cada una de esas dos mitades. En una elección cargada de emocionalidad, los partidarios de cada bando han premiado a quienes supieron conectar con los sentimientos (Puigdemont, en un lado, y Arrimadas, en el otro) y han castigado a los especuladores profesionales de la política (Junqueras, Iceta) y a los diseños de laboratorio como el de Iglesias-Colau.
Hemos de estar agradecidos a Oriol Junqueras. Su astuta decisión de romper Junts pel Sí para lanzar una opa hostil a una Convergència en ruinas ha obrado el milagro de que un partido como Ciudadanos gane estas elecciones; y además, ha resucitado al muerto. La secesión del secesionismo ha resultado providencial, porque juntos habrían sacado 18 puntos de ventaja a Arrimadas y su triunfo habría sido incontestable.
Los
partidarios de cada bando han premiado a quienes supieron conectar con
los sentimientos (Puigdemont, en un lado, y Arrimadas, en el otro)
Algunos dirán que de poco consuelo sirve la victoria de Arrimadas si finalmente gobernarán los independentistas. Pero en esta batalla en que lo simbólico lo es todo, el hecho de que tras dos años de 'procés' el partido más votado por los catalanes sea precisamente el que más consustancialmente representa la oposición al 'procés' tiene un efecto político de gran calado. Es imposible seguir sosteniendo la leyenda del mandato-popular-por-la-independencia cuando alguien como Arrimadas les ha sacado varios cuerpos en la línea de meta y ha tenido que ser otra vez la ley electoral, que castiga a Barcelona y premia a las provincias pequeñas, la que les dé la mayoría de escaños.
Tuvo razón Albert Rivera en su discurso: Inés Arrimadas cumplió su parte del trabajo. A través de ella, ayer ganó el espíritu del 8 de octubre, el de la Vía Layetana, el de la resistencia democrática al aplastamiento nacionalpopulista. Y sí, ya se sabía que para que Ciudadanos ganara como lo hizo era preciso que el PP se hundiera. Quien no cumplió fue el PSC de Iceta, que, soñando con carambolas imposibles, se olvidó de que esto iba de ganar votos y no de ser el más hábil equilibrista del circo. Ni siquiera fue capaz de aprovechar la doble oportunidad que le brindaron la crecida de la participación y la debilidad del partido de Colau. Lástima de esos alcaldes socialistas que dieron la cara ante la intentona del 1 de octubre, el suyo era el espíritu adecuado y no el de las elucubraciones de moqueta. Últimamente el Partido Socialista se ha poblado de dirigentes especializados en ganar congresos y primarias y en perder elecciones.
Rajoy se enfrenta a otra mayoría independentista y con el partido hundido
Este resultado deja las cosas más claras de lo que se esperaba. No habrá repetición de elecciones, gobernarán los separatistas y quien llevará la batuta no será ERC, sino Puigdemont. Pero el segundo ganador de anoche —la primera, no se olvide, fue Arrimadas— afronta ahora un doble dilema:
Por un lado, qué hacer consigo mismo y sus compañeros de fuga. Su presencia física en el Parlament es indispensable para ganar la votación de investidura. Sin ellos, la mayoría absoluta se evapora. Pero si se hacen presentes, no será para entrar bajo palio en el Parlament sino en un centro penitenciario. Así que si siguen en Bruselas y no renuncian al acta, dejarán a su bando en minoría. Y si regresan y los encarcelan, también.
No habrá repetición de elecciones, gobernarán los separatistas y quien liderará será Puigdemont
Se sabía que la situación judicial derivada del intento de golpe se convertiría en un factor político de primer orden tras estas elecciones. El problema inmediato es el de los fugados de Bruselas. Pero también está el de los encarcelados de Estremeras; y no olvidemos que ayer fueron elegidos más de 15 diputados que pronto estarán en el banquillo afrontando posibles penas de varios años de cárcel.
Puigdemont no estará en condiciones de presentarse a la investidura; y, definitivamente, no podría ejercer como presidente desde Bruselas o desde la prisión, que son sus dos únicos destinos concebibles en el próximo futuro. Así que tendrán que buscar otro candidato entre los diputados de Junts per Catalunya que están en libertad —aunque sea provisional—.
La Justicia tiene que seguir su curso, pero pronto escucharemos el discurso impugnatorio de que la represión del Estado español no permite hacer efectiva la voluntad popular. Explicarlo fuera no será tarea sencilla.
El otro dilema es con quién y en qué términos negociarán para gobernar. Él lo dijo ayer: puesto que su candidatura y la de ERC suman 66 escaños, tienen mas libertad de movimientos que cuando precisaban el apoyo activo de la CUP. Pueden gobernar en minoría… Siempre que cuenten con la abstención de alguien, que siempre tendrá un precio.
Ese alguien puede ser la CUP o los comunes. La CUP exigirá un programa rupturista para seguir adelante con la DUI, lo que conduciría a la reactivación del 155. Los comunes reclamarán abandonar la unilateralidad y regresar a la plataforma del derecho a decidir y el referéndum pactado. Liberarse del yugo de la CUP es una tentación largamente acariciada por el independentismo institucional, pero renunciar a la unilateralidad equivale a renunciar a la independencia, porque no existe un camino bilateral hacia la secesión de España.
Y queda mencionar la onda expansiva de esta elección sobre la política española. Rajoy, Sánchez e Iglesias tienen motivos para preocuparse y pensar. Aunque pensar no esté de moda.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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