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viernes, 22 de diciembre de 2017
Las dos Cataluñas y el doble dilema de Puigdemont
Da igual que la participación baje o
suba hasta la estratosfera. Siempre saldrá la misma cifra: dos millones
de votos separatistas
Inés Arrimadas tras conocer los resultados del 21-D. (EFE)
Da igual que se cuenten en unas elecciones plebiscitarias como las de 2015, en un referéndum con pucherazo como el del 1 de octubre,
en encuestas más o menos despistadas o en una elección intervenida y
con sus líderes en prisión o fugados. Da igual que la participación baje
o suba hasta la estratosfera. Siempre saldrá la misma cifra: dos
millones.
Mil veces pondremos las urnas y mil veces aparecerán dos millones de votos
separatistas. Nada menos, pero nada más. Hay dos millones de catalanes
dispuestos a irse de España cueste lo que cueste y les cueste lo que les
cueste. Son de cemento armado: no hay terremoto capaz
de hacer que esa cifra disminuya, pero tampoco que crezca. Los
unionistas deben asimilar que esos dos millones seguirán estando ahí y
no se puede ignorar su existencia. Y los separatistas deberían comenzar a
aceptar que con dos millones sobre una población adulta de cinco
millones y medio pueden hacerse muchas cosas, pero no romper un Estado
de 500 años para fundar otro sobre el aire.
Ayer se confirmó por
enésima vez que Cataluña está partida en dos mitades cada vez más
irreconciliables. Mucho tiempo después de que Antonio Machado acuñara la
idea feroz (por verdadera) de las dos Españas, alguien podría hoy
cantar: catalanito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos
Cataluñas ha de helarte el corazón.
Pero las urnas reasignaron drásticamente las fuerzas dentro de cada
una de esas dos mitades. En una elección cargada de emocionalidad, los
partidarios de cada bando han premiado a quienes supieron conectar con
los sentimientos (Puigdemont, en un lado, y Arrimadas, en el otro)
y han castigado a los especuladores profesionales de la política
(Junqueras, Iceta) y a los diseños de laboratorio como el de
Iglesias-Colau.
Hemos de estar agradecidos a Oriol Junqueras.
Su astuta decisión de romper Junts pel Sí para lanzar una opa hostil a
una Convergència en ruinas ha obrado el milagro de que un partido como
Ciudadanos gane estas elecciones; y además, ha resucitado al muerto. La secesión del secesionismo ha resultado providencial, porque juntos habrían sacado 18 puntos de ventaja a Arrimadas y su triunfo habría sido incontestable.
Los
partidarios de cada bando han premiado a quienes supieron conectar con
los sentimientos (Puigdemont, en un lado, y Arrimadas, en el otro)
Algunos dirán que de poco consuelo sirve la victoria de Arrimadas si finalmente gobernarán los independentistas.
Pero en esta batalla en que lo simbólico lo es todo, el hecho de que
tras dos años de 'procés' el partido más votado por los catalanes sea
precisamente el que más consustancialmente representa la oposición al
'procés' tiene un efecto político de gran calado. Es imposible seguir
sosteniendo la leyenda del mandato-popular-por-la-independencia
cuando alguien como Arrimadas les ha sacado varios cuerpos en la línea
de meta y ha tenido que ser otra vez la ley electoral, que castiga a
Barcelona y premia a las provincias pequeñas, la que les dé la mayoría
de escaños.
Tuvo razón Albert Rivera en su discurso: Inés Arrimadas cumplió su parte del trabajo.
A través de ella, ayer ganó el espíritu del 8 de octubre, el de la Vía
Layetana, el de la resistencia democrática al aplastamiento
nacionalpopulista. Y sí, ya se sabía que para que Ciudadanos ganara como
lo hizo era preciso que el PP se hundiera. Quien no cumplió fue el PSC de Iceta,
que, soñando con carambolas imposibles, se olvidó de que esto iba de
ganar votos y no de ser el más hábil equilibrista del circo. Ni siquiera
fue capaz de aprovechar la doble oportunidad que le brindaron la
crecida de la participación y la debilidad del partido de Colau.
Lástima de esos alcaldes socialistas que dieron la cara ante la
intentona del 1 de octubre, el suyo era el espíritu adecuado y no el de
las elucubraciones de moqueta. Últimamente el Partido Socialista se ha
poblado de dirigentes especializados en ganar congresos y primarias y en
perder elecciones.
Este resultado deja las cosas más claras de lo que se esperaba.
No habrá repetición de elecciones, gobernarán los separatistas y quien
llevará la batuta no será ERC, sino Puigdemont. Pero el segundo ganador
de anoche —la primera, no se olvide, fue Arrimadas— afronta ahora un
doble dilema:
Por un lado, qué hacer consigo mismo y sus
compañeros de fuga. Su presencia física en el Parlament es indispensable
para ganar la votación de investidura. Sin ellos, la mayoría absoluta
se evapora. Pero si se hacen presentes, no será para entrar bajo palio
en el Parlament sino en un centro penitenciario. Así que si siguen en
Bruselas y no renuncian al acta, dejarán a su bando en minoría. Y si
regresan y los encarcelan, también.
No habrá repetición de elecciones, gobernarán los separatistas y quien liderará será Puigdemont
Se
sabía que la situación judicial derivada del intento de golpe se
convertiría en un factor político de primer orden tras estas elecciones.
El problema inmediato es el de los fugados de Bruselas. Pero también está el de los encarcelados de Estremeras;
y no olvidemos que ayer fueron elegidos más de 15 diputados que pronto
estarán en el banquillo afrontando posibles penas de varios años de
cárcel.
Puigdemont no estará en condiciones de presentarse
a la investidura; y, definitivamente, no podría ejercer como presidente
desde Bruselas o desde la prisión, que son sus dos únicos destinos
concebibles en el próximo futuro. Así que tendrán que buscar otro candidato entre los diputados de Junts per Catalunya que están en libertad —aunque sea provisional—.
La Justicia tiene que seguir su curso, pero pronto escucharemos el discurso impugnatorio de que la represión del Estado español no permite hacer efectiva la voluntad popular. Explicarlo fuera no será tarea sencilla.
El otro dilema es con quién y en qué términos negociarán para gobernar. Él lo dijo ayer: puesto que su candidatura y la de ERC suman 66 escaños,
tienen mas libertad de movimientos que cuando precisaban el apoyo
activo de la CUP. Pueden gobernar en minoría… Siempre que cuenten con la
abstención de alguien, que siempre tendrá un precio.
Ese alguien puede ser la CUP o los comunes. La CUP exigirá un programa rupturista para seguir adelante con la DUI,
lo que conduciría a la reactivación del 155. Los comunes reclamarán
abandonar la unilateralidad y regresar a la plataforma del derecho a
decidir y el referéndum pactado. Liberarse del yugo de la CUP es una
tentación largamente acariciada por el independentismo institucional,
pero renunciar a la unilateralidad equivale a renunciar a la independencia, porque no existe un camino bilateral hacia la secesión de España.
Y queda mencionar la onda expansiva de esta elección sobre la política española. Rajoy, Sánchez e Iglesias tienen motivos para preocuparse y pensar. Aunque pensar no esté de moda.
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