Valls ha comprendido que existen muchos españoles, también en Cataluña,
dispuestos a plantarse ante el nacionalismo y a premiar a los que no
transijan más con sus consignas
El ex primer ministro socialista de Francia Manuel Valls
EFE
Andaba el pasado fin de semana quejumbroso el
nacionalismo catalán más oficialista, ese que ocupa, por ejemplo, altas
cuotas de pantalla en la televisión pública. El motivo era la gala de
entrega de los premios Goya y la ausencia de portadores de lazos
amarillos en solidaridad con las personas encausadas judicialmente por
el referéndum ilegal en Cataluña. Las reivindicaciones reservadas para
la ceremonia este año no fueron plato de gusto para el independentismo,
tan aficionado siempre a sumarse a cualquier atisbo de crítica a la
democracia española, lo que provocó la furia desatada del nacionalismo
hacia una de sus dianas más particulares: la izquierda española.
No son infrecuentes, en el círculo político-mediático del
separatismo, esas alusiones repletas de condescendencia: es habitual
escucharlos referirse a “los demócratas españoles”, a quienes conminan a
preocuparse mucho por la salud del Estado de Derecho contra el que los
nacionalistas dirigen toda su actividad política desde hace, como
mínimo, cinco o seis años. Es la superioridad moral que permite a Carles Puigdemont dirigirse al socialista Pedro Sánchez dispensándole un trato de vasallo, en su más reciente tuit desde algún idílico parador belga.
"Cuando Iglesias y Sánchez pretenden desterrar de nuestro debate público la cuestión catalana, aparece el ex primer ministro francés defendiendo la legitimidad de la democracia española"
El nacionalismo catalán había contado con la comprensión
de una parte importante de la izquierda española en el cuestionamiento
casi militante de nuestra democracia constitucional, seguramente por
razones históricas. El paso en bloque de los primeros al secesionismo y a
la vía unilateral, hacen advertir que lo que para los socialistas podía
ser un arma de coqueteo con una retórica incendiaria contra la derecha,
para el nacionalismo siempre fue el gota a gota que ha de acabar con la
soberanía nacional. Sin embargo, esta distinción de fondo no ha sido
óbice para unas similitudes en forma a las que la izquierda no ha puesto
un pero.
Pesan demasiados errores sobre la izquierda
española, como ya va apuntando también el CIS, en la cuestión
territorial. Los favores de Pablo Iglesias
al independentismo desde el estallido de la crisis catalana, así como la
indefinición de Sánchez y su nación de naciones, dan pie a
comparaciones odiosas. Sobre todo si se tiene en cuenta que los
discursos socialistas que con más ahínco han defendido la legitimidad de
la democracia española hayan sido los del francés Manuel Valls, que el sábado recibía en San Sebastián el Premio Gregorio Ordóñez, donde, por cierto, no hubo asistencia del gobierno vasco, formado por PNV-PSE.
"Las reivindicaciones nacionalistas son las mismas siempre. No podemos aceptarlas porque su aceptación puede representar que ganen la batalla cultural”
Los españoles asistimos desde hace semanas al empeño de
Iglesias y Sánchez de desterrar de nuestro debate público la cuestión
catalana, quien sabe si por convencimiento de que el ‘procés’ acaba o
por una mera cuestión electoralista. Quizás por eso encontramos
alentadora la implicación de Valls en defensa de la convivencia entre
conciudadanos que se ve amenazada y ya tiene efectos graves en Cataluña.
El ex primer ministro francés ha comprendido muy bien que existen
muchos españoles –también en Cataluña-, dispuestos a plantarse ante el
nacionalismo y a premiar a los representantes que no transijan más con
sus consignas.
“Las reivindicaciones nacionalistas
son las mismas siempre. No podemos aceptarlas porque su aceptación puede
representar que ganen la batalla cultural para pasado mañana pedir la
independencia”, dijo Valls este lunes a cuenta del asunto corso. Valls
es un convencido de los valores de democracia, ciudadanía y convivencia
que representan las naciones europeas y por eso no puede permitirse el
lujo de descreer de ellas, como le ha sucedido durante mucho a tiempo a
nuestra izquierda, aún a veces incapaz de asumir la completa legitimidad
de nuestro, eso sí, imperfecto Estado de derecho.
Una
mayor convicción evitaría, seguramente, la condescendencia
nacionalista. Las palabras de Valls han sido un bálsamo para muchos
españoles –siempre especialmente conmovidos cuando algún internacional
nos alaba-, y deberían ser un buen antídoto para la izquierda española.
No parece que anden muy interesados en tomar nota. Otros lo harán por
ellos.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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