La Francia movilizada por Macron; la España paralizada con Rajoy
EFE
“Un aspecto clave del cambio cultural que planteo para Francia
es la aproximación al riesgo. Siempre dije que en Francia estaba
prohibido fracasar, como también estaba prohibido tener éxito. Hoy
debería ser más fácil equivocarse y asumir riesgos. Para reducir el
coste del fracaso y hacer posible que la gente vuelva a empezar, para
facilitar el éxito, para alentarlo, debemos tener otra relación con el
emprendimiento. El que arriesga debe ser recompensado, y quien falla
debe poder hacerlo sin verse condenado para siempre al fracaso. Este es
el cambio de cultura que debemos instalar en Francia, porque esta es una
nación de emprendedores, de gente que ama el riesgo”. Es parte del
largo discurso pronunciado hace escasas fechas por Emmanuel Macron en Davos, un discurso cargado de no pocas lecturas para España.
Tras admitir que Francia se ha visto seriamente afectada
por los cambios estructurales provocados por la globalización, el
político galo pasó revista a los retos que afronta su país: “nuestra
responsabilidad es construir una Francia próspera, abierta al mundo y al
mismo tiempo capaz de reconocer, aceptar e integrar a los excluidos por
la globalización. El diagnóstico es claro: Francia está obligada a ser
más competitiva e innovadora para poder dar respuesta a las aspiraciones
de sus gentes”. La estrategia hacia el futuro de Macron descansa sobre 5
pilares:
En primer lugar, el capital humano. La
educación. “Necesitamos menos brazos y más cerebro, más personas
educadas, hombres y mujeres capaces de adaptarse al cambio, preparados
para el cambio. Lo cual pasa por una reforma integral del sistema
educativo, así como de las normas de acceso a la universidad. La
universidad, pero también la formación profesional. No se trata de
proteger a la gente del cambio, sino de ayudarle a afrontar ese cambio.
Vamos a invertir fuerte en educación y aprendizaje, utilizando mejor los
recursos disponibles, prestando especial atención a la investigación y
el desarrollo, fortaleciendo los incentivos fiscales en curso y creando
un fondo de 10.000 millones para financiar nuevos programas de I+D”.
El
segundo pilar del programa tiene que ver con la inversión y el capital.
“En una economía basada en la innovación y la especialización, es
importante contar con un sistema financiero competitivo como el francés
capaz de servir de ariete del crecimiento. Necesitamos más capital
dispuesto a asumir riesgos y ser invertido en la financiación de grandes
proyectos, lo cual requiere reorientar el ahorro de los franceses en
esa dirección. Se han adoptado ya medidas concretas para reducir la
carga impositiva que soportan las empresas, incluso vía costes
laborales, incluso vía rentas del capital, con el objetivo de acelerar
la recuperación y ser más competitivos”.
El tercer pivote del programa versa sobre la
flexibilidad. “Las estructuras laborales deben ser mucho más flexibles
para ayudar a las empresas, desde las más grandes a las start-ups, a
adaptarse al nuevo entorno competitivo. El pasado verano adoptamos una
reforma muy importante del mercado de trabajo cuyo principal objetivo es
alinear Francia con Alemania y el norte de Europa: menos reglas
definidas por ley y muchas más decisiones adoptadas por consenso, tanto a
nivel de empresas como de sectores. La reforma laboral nos hace más
productivos y competitivos”. Todo ello unido a una serie de reformas
-vivienda, energía, transporte- para recudir costes, mejorar la
competitividad y dotar a la economía gala de una mayor capacidad de
respuesta”.
"Con un Trump recluido en los cuarteles del negacionismo, Macron se presenta al mundo como el campeón de la lucha contra el cambio climático, convencido de que “esa lucha no solo no perjudica a la competitividad de Francia y sus empresas, sino que la favorece"
El cuarto pilar se centra en la lucha contra el cambio climático. Con un Trump
recluido en los cuarteles del negacionismo, Macron se presenta al mundo
como el campeón de la lucha contra el cambio climático, convencido de
que “esa lucha no solo no perjudica a la competitividad de Francia y sus
empresas, sino que la favorece. Entre otras cosas, porque debemos
atraer talento, y los talentos vendrán donde la vida sea más fácil y
agradable”. Aceleración de esa estrategia, centrada en la lucha contra
las emisiones de CO2.
El quinto y último punto tiene
que ver con un fundamental “cambio cultural” que propone a los
franceses. “Francia es famosa por sus farragosas regulaciones y su muy
complicada legislación tributaria. Necesitamos reducir la burocracia y
simplificar nuestra maraña administrativa. En los últimos meses hemos
dado pasos decididos en esa dirección aprobando leyes que van a cambiar
la relación de la Administración con las personas, tanto físicas como
jurídicas. Debemos garantizar un marco normativo estable a los
empresarios, los inversores y los simples ciudadanos. Hemos adoptado una
estrategia fiscal a 5 años que no se va a cambiar en ese tiempo, lo
cual dará seguridad a todos a la hora de tomar sus decisiones de
inversión”.
Francia está de regreso al centro de Europa
“Mi
mensaje es que Francia ha vuelto, Francia está de regreso al centro de
Europa, convencida al tiempo de que su éxito estará siempre ligado al
éxito de Europa, al éxito del proyecto de UE”. Todas las reformas galas
tienen su contraparte en una estrategia de reformas europea, tendentes a
la refundación de Europa. “En este 2018 tendremos que elaborar una
estrategia a 10 años para Europa, capaz de construir una UE dispuesta a
jugar un rol de protagonista, al nivel de Estados Unidos y China, en
este mundo globalizado. Hacer realidad un poder europeo que abarque
desde lo económico hasta lo político, pasando por lo social, lo verde,
lo científico… No soy un ingenuo y sé que nunca vamos a construir algo
que satisfaga por igual a los 27 miembros de la Unión; habrá que contar
con todos de inicio, aunque teniendo claro que la UE necesita dotarse de
una vanguardia de países dispuesta a hacer realidad esos objetivos, y
el que no quiera deberá apartarse…”
He ahí un
discurso en toda regla (drásticamente resumido); el discurso de un líder
con visión de futuro capaz de embarcar a su país en un proyecto a medio
y largo plazo. Francia ha vuelto. España se ha ido. En realidad se fue
hace tiempo. Emprendió el camino en 2008 con el estallido de la burbuja,
y terminó de irse en las elecciones generales de diciembre de 2015 que
supusieron la muerte del bipartidismo y que han hecho muy difícil, por
no decir imposible, la formación de Gobierno. Mariano Rajoy
sigue llevando la manija en plan reina Regente, pero su papel se reduce
a ver romper las olas sobre la playa de un país paralizado, país
ensimismado, perdido en la niebla, si bien convulsionado, enorme
paradoja, por colosales fuerzas centrífugas que amenazan su unidad y
amagan destrucción. Las clases medias nucleadas en torno al centro
político siguen expectantes. Los más clarividentes de entre los
urbanitas se han pasado ya en masa a Ciudadanos, pero la gaviota resiste
electoralmente sobrevolando el vertedero en el que se alimenta del
miedo a la incertidumbre de la España rural, la España de nuestros
mayores, la España que se intuye y se teme en un callejón sin salida.
"Francia ha vuelto. España se ha ido. En realidad se fue hace tiempo. Emprendió el camino en 2008 con el estallido de la burbuja, y terminó de irse en las elecciones generales de diciembre de 2015"
Francia ha vuelto, cierto, por más que resulte
aconsejable no creer a pies juntillas lo que dicen los capos gabachos.
En las últimas décadas, el país vecino parece haberse especializado en
sacar del horno a grandes líderes del centro derecha con mucha carga
retórica a cuestas, capaces de encandilar al personal con brillantes
parlamentos que luego quedan en nada, apenas rocío de las eras. Ocurrió
con Nicolás Sarkozy y su memorable discurso (la mano de Daniel Glucksmann)
en el Omnisport Bercy de París, el 29 de abril de 2007 (“Pero la nación
no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos, para
protegerse y actuar. Es el sentimiento de que, frente a un futuro
angustioso y un mundo amenazante, juntos somos más fuertes y podremos
hacer frente a lo que, solos, no podríamos”). Luego fuese y no hubo
nada. Los franceses, con todo, tienen la posibilidad de dudar. A los
españoles sólo les queda revolcarse en las cenizas de la nada. Cinco
meses después del golpe de Estado protagonizado el 6 y 7 de septiembre
por el independentismo catalán, el Gobierno de España sigue atascado,
sin capacidad de respuesta, sin estrategia definida, enredado en las
zancadillas que le tiende un prófugo de la justicia a quien tendría que
haber aplicado –a él y a todos sus secuaces- la medicina que otro
Gobierno suministró a los golpistas del 23-F.
De nuevo
la tristeza de España reflejada en el vigoroso espejo francés. Macron
ha visitado Córcega esta semana. El miércoles, en el último de sus
discursos, el galo aceptó una de las reivindicaciones planteadas por el
nacionalismo corso: reconocer la singularidad de la isla (8.680 km2, más
que la provincia de Barcelona, apenas 325.000 habitantes) en la
Constitución francesa. Una y no más, santo Tomás, porque a renglón
seguido rechazó las otras reclamaciones de la coalición formada por
autonomistas e independentistas locales (56% del voto en las elecciones
de diciembre): la co-oficialidad del corso, la exclusión de los no
residentes de la compra de propiedades, o la amnistía para presos
condenados por terrorismo. “En la República, y aun antes de la
República, hay una lengua oficial y es el francés”, aseguró sin titubear
un Macron que, no obstante, se comprometió en la promoción de la lengua
corsa. El artículo primero de la Constitución proclama que la República
es “indivisible”, mientras el segundo sostiene que "la lengua de la
República es el francés”, y la Francia republicana y jacobina no está
dispuesta a reconocer particularismos regionales, ni a ceder poder a los
grupos de presión locales. Y al que no le guste, carretera y manta.
Macron terminó su discurso en Bastia con un “¡Vive la República! ¡Viva
Francia!”. Coronando el escenario, cinco banderas de la UE y cinco
francesas. Ni una palabra en corso, ni una bandera corsa. Ni un
complejo.
Se extiende al ejemplo del golpismo catalán
Contra
lo que pudiera imaginar un extraterrestre caído sobre la piel de toro,
los golpistas catalanes no solo no se han apeado del burro sino que
siguen en sus trece y, lo que es peor, parece que su ejemplo se expande.
El PNV, socio del Gobierno a la hora de aprobar los PGE de 2017 y
posiblemente los de 2018, acaba de anunciar su intención de actualizar
el estatuto de Guernika para incluir en el mismo el “derecho a decidir”,
es decir, la posibilidad de romper con España. En Asturias, el PSOE
regional quiere hacer del bable lengua oficial, y en Aragón ocurre otro
tanto con un dialecto local que llaman “aragonés” y que al parecer
hablan 25.000 personas. En la Comunidad Valenciana, la coalición de
socialistas con podemitas varios avanza aceleradamente hacia la
inmersión lingüística con el catalán por bandera, mientras, en Baleares,
el Govern regional impone a los médicos hablar catalán como condición
para ocupar plaza en un hospital. No se trata de discriminar el catalán,
una lengua hermosa con una valiosa producción literaria, sino de no
discriminar a la que hablan todos los españoles. España es, de hecho, el
único país del mundo civilizado donde un estudiante no puede estudiar
en su idioma materno en grandes zonas del mismo. Mientras esto ocurre,
el Gobierno Rajoy mira hacia otro lado y consiente. Se trata de gobernar
un año más.
Mariano solo habla de Economía. De
economía habló el jueves, en la última de sus apariciones públicas, el
foro de ABC. De generalidades pedestres sobre la recuperación. Sobre el
barbecho de esta pobre patria esquilmada de ideas, las palabras de
Mariano rebotan como gaseosas pelotas de goma. Ni una idea capaz de
levantar el ánimo de una nación que pugna por sacar la cabeza sobre la
espuma de tanta mediocridad. Este se ha convertido en un país enemigo de
la empresa, negado para el emprendimiento. El propio Gobierno concibe
las empresas como abrevadero de fondos susceptibles de ser esquilmados.
Un zafio y pedestre discurso sobre la igualdad lo inunda todo, sin que
se logre oír una voz que recuerde que para repartir riqueza hay que
crearla primero. Fundar una pyme en España es exponerse a todo tipo de
arbitrariedades fiscales y sindicales. Dar empleo hoy en España es
propio de masoquistas. Y ello con un Gobierno dizque de derechas
emocionalmente más cercano a los tics de la izquierda, incluso de la
extrema izquierda, que al mundo de la empresa. Macron pretende
convertirse en el líder de una UE dispuesta a pelear el liderazgo global
con China y USA. El mundo camina aceleradamente a nuestro alrededor,
mientras España permanece varada en la cuneta de una carretera de
provincias. Hay pueblos afortunados y pueblos desgraciados, a quienes
los Dioses confunden con liderazgos que unen torpeza y cobardía en dosis
adecuadas para resultar letales.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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