El juego electoral utilizado por los populares, que se legitimaban entre los suyos por el peligro que suponían los de Iglesias, ya no funciona. Y no tienen repuesto
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante un pleno en el Congreso. (EFE)
Esta semana, como tantas otras, las polémicas en las redes sociales han sido frecuentes. Les ha tocado a Jordan Peterson y a Javier Marías,
pero podrían haber sido otros. Lo que suele repetirse, más que los
personajes, es el esquema: la derecha sale a escena, realiza unas
declaraciones polémicas y la izquierda tuitera se lanza a criticar a
muerte al emisor y su mensaje. También ocurre al revés, y con cierta
frecuencia, pero quién empiece la pelea no nos aparta de la dinámica.
Hay grupos enfrentados que convierten el espacio digital en una batalla y
que cierran toda posibilidad de debate. El problema es que no es un mal
de las redes; la política también se ha convertido en eso, y mucho más
cuando se trata de aplicar estrategias electorales. De hecho, buena parte de los votos de los populares en las últimas elecciones se deben a este modo de proceder.
Si somos sinceros, Rajoy
está en La Moncloa gracias a Podemos. O, por decirlo de otra manera, a
causa de una estrategia electoral que señalaba al partido de Iglesias
como un enorme peligro para España, ese que nos llevaría a convertirnos
en Venezuela y que nos devolvería a la oscuridad del pasado. Agitar el fantasma podemita era la mejor baza que tenía Rajoy, y la utilizó con frecuencia. Lo que hizo fue señalarse como el único partido que podía hacer frente a un gran riesgo,
y así activó a sus votantes, intentó movilizar a los indecisos y alejó a
Ciudadanos gracias al voto útil. Supo dejar claro a la opinión pública
española que un Podemos con IU podía superar al PSOE, e incluso el
partido de Iglesias y Errejón le compró el mensaje, con lo que multiplicó los miedos en los de enfrente.
El PP y su realidad
Es
verdad que Rajoy tuvo que hacer alguna cosa más, como doblar el
espinazo a los socialistas para sacar adelante la investidura, pero todo
eso no se habría podido lograr sin recurrir al fantasma de Podemos y a
su posible alianza con el PSOE. Sin ese factor, el PP habría quedado en lo que es:
un partido desgastado por la corrupción, con personas al frente cuyas
capacidades gestoras dejan mucho que desear, que exhibe mucha más
soberbia que resultados y que parece desconectado de la realidad. Pero
tenía a Iglesias, y con eso le bastó.
Gran
parte del juego electoral consiste hoy en legitimarse a partir de la
descalificación del rival: eso es lo que hizo el PP con Podemos.
En realidad, este es un mal de Occidente que en España se ha manifestado de una manera muy viva. Vivimos en escenarios políticos en los que es mucho más fácil generar desconfianza respecto de los rivales que ilusión con las propuestas propias. La desafección, el desgaste de la democracia y la habitual divergencia entre lo que los partidos dicen y lo que hacen provocan que gran parte del juego electoral consista en legitimarse a partir de la descalificación del otro.
Los peligros que acechan
En
los últimos tiempos, además, ha sido una baza particularmente activa:
si gana Le Pen, iremos a la catástrofe; si ganan los populistas, nos
arruinaremos; si triunfan estos o los otros, caeremos en el fascismo.
Esa es la base de muchos triunfos electorales. El último, el de Macron,
con una Francia volcada con un líder novato y un partido inexistente,
que recogió toneladas de votos solo para impedir el peligro Le Pen. Incluso cuando esta propaganda no ha funcionado, como con el Brexit, lo ha hecho por las mismas razones:
se votó salir de la UE no porque hubiese un plan brillante sobre el
futuro, sino por el hartazgo con Bruselas, a la que se responsabilizaba
de todos los males.
Los
populares estaban muy acostumbrados a utilizar la estrategia de situarse
como oposición de la oposición, y solía salirles bien
En
España ha ocurrido así durante décadas: hay que recordar que un buen
apoyo para que Felipe se mantuviera en el poder fue que dibujó a los
populares como esos herederos de Franco que nos devolverían a la
dictadura; que Aznar primero y Rajoy después atizaban a Zapatero y al socialismo por blandengue, demasiado amigo de los separatistas y demasiado tolerante con los etarras;
y así sucesivamente. Cuanto más desgastados estaban los partidos
gobernantes, más señalaban a sus opositores como incapaces o peligrosos,
y la verdad es que les fue bien. Hemos de recordar que los cambios en
el Gobierno en estos 40 años tuvieron lugar en circunstancias
excepcionales: después de un intento de golpe de Estado, tras la
explosión de la corrupción con el Gobierno de González, con las mentiras
del 11-M de Aznar y a causa de una gran crisis económica con Zapatero.
Ya no asusta
De
modo que no era raro que los populares pusieran en juego esta baza,
porque han estado muy acostumbrados a que su estrategia comunicativa
consistiera en hacer oposición de la oposición. Y hasta ahora les había
salido bien. Pero ya no cuentan con Podemos, que están demasiado abajo
en las encuestas como para ser vendidos de nuevo como el gran peligro
que llevaría al caos a España. Su rival es Ciudadanos, que le está
robando votos, por lo que le resulta bastante más difícil volver a
pintar un 'nosotros o el caos', ya que a los suyos no les asusta un Gobierno de Rivera, y ni siquiera uno de los socialistas apoyado por Cs.
Los
populares han manejado el problema catalán lo suficientemente mal como
para dar alas al soberanismo y a su principal rival, Cs
En ese escenario, intentaron desplazar el eje desde Iglesias hasta Cataluña. Las invocaciones a la ruptura de España, con un soberanismo
empeñado en llevar a término la separación, era el nuevo peligro que
hacer visible. Pero han manejado la situación lo suficientemente mal
como para dar alas no solo a los independentistas, sino a su máximo
rival español, Cs, de modo que tampoco pueden jugar con el viejo marco “hacemos falta porque somos el único partido que se mantendrá firme frente a las amenazas”. Incluso en eso Cs les ha ganado por la mano.
Un arma de doble filo
De
modo que ahora Rajoy tiene varios frentes abiertos, y ninguno bueno. Es
cierto que queda mucho para las elecciones generales y que dejará pasar
el tiempo, esperando que la burbuja naranja pinche, que no tenga buenos resultados en las autonómicas, y que la expectativa se disuelva.
Lo cual es un arma de doble filo, ya que cuando empiezas a caer por la
pendiente, si la tendencia no se corrige, cuanto más tiempo pase, más
abajo estás. Para frenar la caída tiene algunas bazas a favor, además de
su implantación territorial, de los votos incondicionales y de algunos
colectivos religiosos que lo ven con mejores ojos que a los de Rivera.
Pero también tendrían que realizar cambios internos sustanciales para
generar confianza entre los suyos, y no parece que ese sea el camino
emprendido.
El problema añadido es que su rival no
es solo Cs. El PP cuenta con muy pocas simpatías, en España y fuera de
España, por lo que resulta mucho más probable que, si los números dan,
los de Rivera y el PSOE pacten para sacar a Rajoy de La Moncloa con
independencia de cuál de los dos quede segundo. En ese orden, incluso Sánchez puede sacar rédito. Veremos, pero por
primera vez en mucho tiempo hemos comenzado a vislumbrar que el PP
quede fuera del Gobierno. Y eso sí es catastrófico para los populares.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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