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martes, 20 de febrero de 2018
LA ESPAÑA QUE SE RÍE DE ESPAÑA
No tenemos más que repasar tres
acontecimientos desconectados entre sí y atravesados por el mismo
sentimiento de incomodidad para entenderlo
La cantante Marta Sánchez ha propuesto la letra para la melodía del himno de España. (EFE)
Sabido es que España es diferente porque los españoles se empeñan en que no exista.
Es posible, además, que se trate de un sentimiento espontáneo, que ni
siquiera nace de una reflexión, de un pensamiento, sino que se respira y se contagia;
que se asume como un instinto natural, cosa sabida. En solo una semana,
no tenemos más que repasar tres acontecimientos desconectados entre sí y
atravesados por el mismo sentimiento de incomodidad que se percibe
cuando de lo que se trata es de España.
La elección de Luis de Guindos como vicepresidente del Banco Central Europeo, la polémica de la enseñanza del castellano en Cataluña y la letra del himno que ha compuesto Marta Sánchez.
¿Qué pueden tener en común un ministro, la legislación lingüística de
una autonomía y una cantante pop? Pues eso, la persistencia de España
como problema, entre el estorbo y el aburrimiento,
aunque también es objeto de mofa para algunos y para otros, incluso, un
motivo de inquietante peligro oculto. Esa es la España que encuentra
divertido reírse de España, que también existe.
El nombramiento de Luis de Guindos, por ejemplo. Algunos cronistas europeos han comentado con detalle la perplejidad
que ha causado en el seno de la Unión Europea la contemplación de este
espectáculo tan habitual aquí, que el candidato español para un alto
puesto de la jerarquía de mando de Europa haya encontrado los rivales
más persistentes entre los propios españoles. “Nos miran sin entender
nada, porque nadie puede explicarse que sean los españoles los que se
oponen a los españoles”, decía uno de esos corresponsales. Y no lo
entienden porque nadie actúa así; por grandes que sean
las diferencias políticas dentro de un país, cuando surgen estas
batallas entre países por situar a uno de los suyos en un alto cargo
europeo, se aplazan las disputas porque se considera una pieza
conquistada por todo el país, que acabará beneficiando al conjunto
nacional.
Al final, como por fortuna los intereses son otros, Luis de Guindos se sentará en el despacho de vicepresidente del Banco Central Europeo a pesar de los representantes españoles, fundamentalmente los del PSOE, que han intentado tumbarlo.
Al margen de cualquier otra consideración, que no viene al caso, ¿qué
hubiera ganado España si en vez de Luis de Guindos se hubiera hecho con
la vicepresidencia el candidato irlandés? Absolutamente nada, es
evidente, pero aquí se hubiera celebrado como una victoria por parte de
muchos. Ese es el carácter español que nos hace diferentes. Nos miran sin entender nada, porque nadie puede explicarse que sean los españoles los que se oponen a los españoles La polémica de la enseñanza en castellano
forma parte también de esa rareza. De nuevo, descontemos los aspectos
colaterales de la polémica, muchos de ellos esenciales, que nos
ayudarían a comprender el problema en su conjunto, fundamentalmente
aquellos que se refieren al carácter desleal y egoísta de los
nacionalistas catalanes (también los vascos) y las equivocadas políticas
de cesión, de mirar para otro lado, que lo único que han conseguido es
agravar los problemas, enquistarlos. Sin entrar en nada de eso,
reparemos solo en la singularidad de que España sea, posiblemente, el único país del mundo en el que se discute la enseñanza de la única lengua común entre todos los españoles.
Hay
que subrayar ese verbo, discutir, porque ahí es donde radica el mal de
fondo; que la ley de inmersión lingüística haya arrinconado el
castellano y que no se respeten las numerosas sentencias judiciales que
condenan la vulneración de derechos constitucionales por parte del
Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, del Tribunal Supremo y del
Tribunal Constitucional, todo eso es consecuencia de lo primero:
que en España se considera discutible que sea necesario que todos los
escolares aprendan castellano. Eso lo primero, que lo elemental sea
motivo de discusión en España; a partir de ahí viene lo demás. El
espectáculo de esta última semana del Gobierno de Mariano Rajoy, con versiones contradictorias, timoratas, sobre sus planes porque, sencillamente, no se atreve a meterse en ese avispero.
Un avispero de equidistantes que acaban reafirmándose cuando, sobre la
polémica, se atisba un motivo de desgaste al adversario político. A ver,
repasemos de nuevo: resulta que algo tan elemental, incontrovertible,
como la enseñanza del idioma español en España, es un motivo de discusión y controversia. Ese es el carácter español que nos hace diferentes.
La
tercera polémica surge cuando una cantante pop, Marta Sánchez, se sube a
un escenario y, conmovida por lo que ha sentido el tiempo que ha vivido
fuera de España, compone una letra para el himno de España y la canta,
emocionada, al final del concierto que ofreció en Madrid. ¿Es buena o mala la letra? ¿Conviene buscarle letra al himno o es mejor dejarlo así? ¿Estuvo acertada en su interpretación?
Todo eso es opinable pero también prescindible, en este caso, porque lo
fundamental es la tormenta de polémica que lleva aparejada cualquier
noticia sobre el himno de España. En el fondo, al himno de España le
ocurre como a la bandera, que una buena parte de la población lo
considera un símbolo anticuado o, peor, fascista.
Las muchas
burlas a Marta Sánchez proceden de esa esencia inexplicable de España;
no se mofan de la cantante sino del himno de España. Alguien del
prestigio del catedrático José Álvarez Junco, confesaba
en El Confidencial hace unos días que él mismo sentía un extraño
resquemor ante las exhibiciones de los símbolos de España: “Las personas
como yo que vivimos intensamente el franquismo seguimos sintiendo
escalofríos cuando vemos una muchedumbre de banderas rojigualdas… No
sabemos muy bien si es un triunfo deportivo o un golpe de Estado de extrema derecha”.
A tal absurdo se ha llegado que, en 40 años de democracia, han ganado
prestigio y popularidad entre los ciudadanos los distintos himnos
autonómicos mientras que, simultáneamente, el himno nacional mantiene
intacto su desprestigio. Por ese instinto tan singular, que nos hace
descreer del suelo que pisamos, España.
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